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~Capítulo 4. Tal vez deberíamos hacer preguntas~

Tal vez se preguntan cómo es que un chico de Indiana realizó un viaje por dos años para terminar en una ciudad que originalmente está a cinco horas de distancia.

Ah, sí, no había revelado ese dato, ¿verdad?

La estación del metro en la que Narel, Zury y yo nos conocimos se localiza en Indiana, un estado bastante aburrido si lo piensas a fondo. No es New York ni Washington DC... simplemente es un estado cualquiera y promedio de los Estados Unidos (donde la vida brilla, las oportunidades crecen por donde sea y lo que sea que diga esa propaganda detestable).

Pasa que nosotros no estamos teniendo un viaje rectilíneo o lo que sea. Nos desviamos con muchísima frecuencia y es más normal que nos veas quedarnos en la misma ciudad un mes a que avancemos por dos días seguidos. Principalmente porque es más seguro de esa forma: nos encontramos con menos sorpresas y es más sencillo sobrevivir.

Y entonces tal vez se estén preguntando: "Oh, Dalton, ¿y por qué no se quedan a vivir en un solo sitio?".

La respuesta es fácil.

Sería doloroso.

Imagina esto. Te quedas temporalmente al borde de una ciudad a vivir en uno de esos bosques a las orillas de las carreteras. Viajas a la ciudad de vez en cuando a recolectar víveres y cosas para abastecerte... ¿Y luego qué? En algún punto la rutina te alcanza y entonces el miedo te domina.

¿Vivir rutinariamente en un mundo llevado al infierno? Quizá funcionaría con una civilización, pero no así. No cuando somos solo un grupo de cinco personas que no saben convivir entre sí.

La rutina para nosotros significa volver a la normalidad, y eso es algo que jamás pasará. Porque nos lo arrebataron.

Nos arrebataron la oportunidad de tener vidas apestosamente rutinarias y existencias insignificantes junto a las personas que amamos (o al menos para el resto).

Y todos somos conscientes de eso. Así que hemos huido de un sitio a otro para evitar contemplar esa idea... porque nos aterra pensarlo. La idea de establecernos.

Tal vez por eso insistí en saber que el grupo estaba bien en ayudarme a encontrar a Hansel. Tal vez porque entiendo lo aterrador que debe ser finalmente encontrar un objetivo en lugar de limitarnos a vagar por ahí.

Es aterrador. Muy aterrador.

(Incluso para mí).

Y bueno.

Ni Aren ni yo supimos llegar al Capitolio.

Pasa que no es fácil simplemente seguir las instrucciones de los mapas para turistas que vas visualizando conforme avanzas por las calles. Definitivamente yo no soy el tipo de persona a la que le puedes dar una indicación y confiar que la seguirá al pie de la letra; Zury se desubica fácilmente y Aren, aun luego de todo lo que había dicho para disuadirnos de acompañarnos, no tiene idea de a dónde nos está llevando.

—Está cerca de aquí... —dice por enésima vez en el transcurso del día. Ha pasado alrededor de media hora, aunque la verdad es que se siente como una vida entera.

Estamos seguros de que Narel ya debió haberse dado cuenta de nuestras ausencias, y eso solo provoca que nos sintamos ansiosos por llegar a nuestro destino y cumplirle el capricho a Zury.

Suelto un denso suspiro y me rasco el cuello.

—De acuerdo, ¿cómo se ve el Capitolio? —pregunto—, tal vez sería más productivo si nos limitamos a vagar por ahí y prestar ojo cuando lo veamos, ¿no creen? No he visto el sitio en fotos ni nada, pero sé que es grande.

—Yo sé cómo se ve —asevera Zury, hablando por primera vez desde que huimos del parque. Está inusualmente callada y hasta me atrevo a decir que luce más cansada de lo normal, como si ni siquiera ella hubiera dormido bien por la noche—. Les diré cuando lleguemos.

Y con eso zanjamos la conversación y seguimos adelante.

Zury cumple su palabra y nos dice cuando finalmente llegamos.

Resulta ser que el Capitolio sí es un sitio muy grande. Tiene más tinta de un castillo grandísimo en el que vivía una especie de conde muy importante de la época victoriana. Se conforma por cuatro inmensas alas y, en el centro, se halla una gran y vistosa cúpula. Todo resplandece de blanco y está construido a partir de una arquitectura detallista y cuidadosa. Aun tras el apocalipsis, el edificio se conserva bastante bien y la única señal de que no hemos vuelto al 2032 son las enredaderas y plantas que trepan por las paredes, dándole un aire rústico y salvaje.

—Vaya —es lo único que se me ocurre soltar.

Bajo la mirada y me encuentro con que los ojos de Zury están fijos en algo muy específico.

Debo contarles algo antes de seguir.

Durante los primeros meses de que la NIM llegara al país, se hacía un recuento muy detallado de las víctimas que fallecían a causa del virus. Y quienes tenían cierto grado de fama o autoridad en el gobierno tenían asegurado un lugar en "La Placa". Es exactamente lo mismo que debe estar cruzando por sus cabezas: una placa. Una de metal y aluminio (dependiendo el país) que se ubica en el centro de las ciudades y en la que están grabados los nombres de los muertos... Es bastante tétrico si lo piensas detenidamente, aunque también tiene un aire conmovedor.

Se creó esencialmente para sustituir los velos y entierros, puesto que, así como en la pandemia del COVID, se cremaban los cuerpos para evitar propagar la infección.

(Es irónico pensar que el mundo ya tenía experiencia con una enfermedad que se volvió pandemia a nivel mundial y aun así no pudieron hacer nada, ¿cierto?).

—Zury —murmuro de pronto, parpadeando varias veces y dando un paso para ponerme al lado de ella. Mis cejas se fruncen y me inclino ligeramente en su dirección—, ¿por qué hemos venido?

Ella aprieta los puños.

—Sus nombres... —exhala, prácticamente conteniendo el llanto. Se le nota por la forma en que sus mejillas enrojecen y se muerde el labio inferior—. Quiero saber si sus nombres están aquí...

No tengo claro a quiénes se refiere, pero sabiamente decido no preguntar. Trago saliva y comparto mirada con Aren. "Solo sigámosla", le digo, y él asiente con la cabeza sin decir nada.

Vamos detrás de Zury cuando ella finalmente reúne el valor para explorar La Placa cuidadosamente colocada a lo largo y ancho del Capitolio. Tiene el material bastante maltratado a estas alturas, pero en general parece que los zombies le han dejado en paz (eso también es irónico).

Nos detenemos aproximadamente diez minutos después cuando Zury se para frente a una fila de nombres en concreto.

Y rompe a llorar.

Ni Aren ni yo tenemos idea de qué hacer y nos miramos con torpeza. Y luego yo me enfado por ser así de torpe y titubeo.

—Oh, Zury... —apenas si consigo articular, porque no se me ocurre qué más decir. Suelto un suspiro y apoyo con duda mi mano en su hombro a modo de consuelo (joder, no me culpen, no suelo tener el deber de consolar a una chica de doce años) mientras añado forzadamente—: Tú, eh... ¿estás bien?

Aren me mira como si me acabara de volver loco.

"¿De verdad le preguntaste si está bien?", es lo que sus ojos gritan, y yo me encojo de hombros con mi rostro sonrojándose de la vergüenza y el furor. Luego sacude la cabeza y apoya su mano en el otro hombro de Zury.

—Oye, está bien —dice con tono lento, aunque también se le oye vacilante y un poco exasperado. Tal vez, después de todo, no fue buena idea ponernos a cargo de Zury... no somos el mejor complemento del grupo cuando los únicos dos adultos con neuronas funcionales están en otro sitio buscándonos—, puedes llorar... Hum, estás en un lugar seguro.

Zury se limpia las últimas lágrimas y de pronto luce muy tímida y confundida. Sus mejillas están rojas, sus ojos llorosos y se aparta el cabello hacia atrás para mirar hacia la Placa.

—Ustedes son los peores consolando gente —musita. Su voz se escucha temblorosa y un poco quebradiza, esforzándose por ser tan detestable como siempre... Pero no hay forma de que alguien sea detestable cuando luce así de triste y roto por dentro. Así que sonrío vagamente en respuesta.

—Perdona —respondo—, creo que si nos das una reseña y comentarios, podremos mejorar nuestro servicio.

Ella se ríe por lo bajo y se sorbe la nariz.

Y por mi mente pasa la idea de que, unas horas después, no estaremos hablando de este tema y lo ignoraremos tal y como hemos ignorado hasta ahora otros problemas y situaciones. No es la primera vez que alguien rompe a llorar de la nada en el grupo (suele pasar mayormente durante la noche), así que ya estamos acostumbrados a continuar empleando la regla de "No hacer preguntas".

Y sin embargo, Zury dice:

—Creo que se siente mil veces peor darme cuenta de que sus nombres están aquí. Lo hace... real. Ya sabía que no habían sobrevivido al apocalipsis, ¿sabes? O al menos tenía la idea. Pero con lo de tu hermano no pude evitar pensar que, tal vez, ellos podían estar vivos... Supongo que fue estúpido pensarlo de todos modos.

—Oh —es lo único que consigo decir. Y, solo para animarla a continuar (no hagas preguntas, repite mi cerebro, pero le ignoro), añado—: ¿A quiénes te refieres exactamente?

—A mis padres.

Aren y yo compartimos una mirada recelosa.

—Ah, tus padres —repito.

—¿Con tus padres hablas de como la gente que te cuidó o que quieres como a tus padres? —pregunta Aren.

Zury arruga la frente.

—¿Qué? No —responde—, hablo de mis padres, ¿a qué otra cosa voy a referirme? Ya saben... Esas dos personas que ayudan en la procreación de un bebé, ¿eh? Sí, me refiero a esos, solo que los míos. Una mujer y un hombre, la abeja y la flor...

—Estoy confundido —digo—, ¿en dónde entra Narel entonces?

—¿Narel? ¿Por qué entraría ella en esto?

—¡Ella es tu mamá! —suelta Aren, como finalmente desesperándose por entender el asunto.

Zury abre los ojos de par en par.

—¡¿Qué?! —chilla—, ¡¿quién les dijo eso?!

—¡Estoy seguro de que ustedes dos lo mencionaron! —contesto, sin saber bien por qué me estoy alterando—, ¡literalmente siempre le estás diciendo que deje de actuar como una madre sobreprotectora!

—¡Es sarcasmo, Dalton! ¿Es tu primera vez conociéndolo?

—Espera, espera... —Me froto la sien y arrugo la frente—. Me estás diciendo que vivimos engañados por dos años creyendo que Narel era tu mamá...

Ella rueda los ojos.

—Ninguna te dijo eso, pero bien, digamos que nosotras hicimos todo un complot para engañarlos —espeta, cruzando los brazos sobre el pecho y alzando las cejas—, ¿qué quieres que te diga?

Ninguno dice nada por unos largos momentos hasta que, de pronto, los tres nos asustamos cuando alguien grita:

—¡Estúpidos mocosos, ya era hora de que los encontraramos!

No hace falta que nadie se gire para saber que se trata de Narel. Sin embargo, me giro solo por cortesía y dibujo una mueca al ver que ella apenas viene bajándose del Hummer junto a Benny. Ambos lucen realmente enfadados (¿alguna vez has visto a un panda y una leona caminando codo a codo con caras de miedo? Sí, eso describiría la situación actual) y se detienen justo frente a nosotros.

—Les juro que si vuelven a irse de esa forma, les voy a retorcer el pescuezo —musita Narel, añadiendo otro par de cosas por lo bajo mientras nos mira por separado y tuerce la boca en una mueca—. No tienen idea de cuánto los detesto justo ahora, mocosos de mierda... ¿Saben lo asustados que estábamos? ¡¿Acaso les importa?! Porque, por lo que veo, no...

Zury pone los ojos en blanco.

—Estamos bien —responde—. Por favor, relájate, no es la gran cosa.

Ajá, ¿y no quieren que uno piense que son madre e hija?

La vena en el cuello de Narel parece a punto de explotar por el enfado y escupe hacia el suelo mientras suelta:

—Vayan al auto justo ahora, ¿entienden? Todos ustedes están castigados.

—No puedes castigarme —murmura Aren, pero en un volumen de voz lo suficientemente bajo como para que Narel no le escuche (no es idiota, después de todo).

Los tres suspiramos y nos subimos al Hummer sin decir ni una sola palabra. Narel sigue luciendo exasperada cuando se sube al asiento del piloto y empieza a conducir. Tiene los hombros tensos y el entrecejo arrugado; la última vez que le vimos así fue hace cinco meses, cuando el auto en el que íbamos se quedó sin gasolina en medio de un ataque de zombies y realmente pensamos que moriríamos... Fuimos salvados solo porque Aren señaló otro auto a la distancia que podía funcionar, y vaya sí lo hizo (si no hubiese sido así, ¿qué habría sido de nosotros?).

—Lamento que hayamos ido al Capitolio de esa forma —digo de pronto cuando caigo en la cuenta de que Zury se siente muy culpable para hablar y Aren parece que está por quedarse dormido. Mira que para ninguno esté peleando como perros y gatos es que sabes que algo anda mal. Ambos están sentados a mis extremos y eso solo me hace notar con más detalles sus expresiones. Hundo los hombros y añado—: Quiero decir, no me arrepiento de haber ido, sino más bien de no haberles dicho... Debimos haberles preocupado bastante.

Narel bufa.

—Vaya que lo hicieron —espeta, apretando sus manos en torno al volante y volviendo pálidos sus nudillos. Benny a su lado parpadea varias veces y él también luce un poco afectado por la situación (nunca ha sido una persona de conflictos y jamás se involucra en las discusiones del grupo)—. A la próxima vez solo hagan lo que digo.

—¿Cuál es el problema con que Zury vaya a visitar la Placa para ver el nombre de sus padres ahí, eh? No lo entiendo.

—¿Y eso sirvió de algo, Dalton? Dime, ¿crees que algún tipo de utilidad o solo lo hiciste por tu ego?

Aprieto los dientes y me doy cuenta de que este no es el mejor momento para discutir con Narel, especialmente porque el resto del grupo puede escucharnos. Suspiro ruidosamente y me llevo una mano al cabello.

—Mi ego —murmuro, hundiéndome en el asiento—, no soy yo el que quiere que todo salga según su plan y proyección de vida y obliga a todos a seguirlo...

—Disculpa, ¿me recuerdas el hermano de quién vamos a buscar? —Narel acelera el auto y se le enrojece el rostro de la furia

—¡Dijiste que estabas bien con eso!

—¡Estoy bien con eso! Con lo que no estoy bien es que vayan y se escabullan como comadrejas de un león, ¿acaso me tienen miedo o cuál es el maldito problema? Y si es así, ¿sí están al tanto de quién los mantiene con vida?

—Wow, oye —interviene Aren, como finalmente despejándose—, tampoco te pongas en ese plan... ¿Sí te das cuenta que no todo gira en torno a ti, Narel? Somos un equipo.

—¡Un equipo! —se exalta ella—, a veces parece que ni eso somos porque solo yo me dedico a tomarme el asunto en serio.

—No hace falta que te tomes todo en serio —gruñe Zury, aunque en un volumen de voz apenas audible—. Estamos en un apocalipsis zombie y apenas podemos y queremos mantenernos con vida, ¿y ahora también debemos vivir como tú quieres que vivamos de la forma más densa posible?

—¡¿No quieren estar vivos?!

—¡Sí, o al menos a veces! —grito yo—, pero ese no es el punto. El punto aquí es que no tienes por qué tratarnos como imbéciles; también pensamos, por si no se te había ocurrido. Ya me disculpé por haber disuadido a Zury y Aren de venir conmigo al Capitolio sin contarles a ustedes y, del mismo modo, me mantengo firme en que no me arrepiento de haber ido...

Narel vuelve a acelerar.

—Por esto no debemos hacer preguntas —suelta.

—Narel —digo—, tal vez sí deberíamos hacer preguntas.

—¿Cómo pasamos de la discusión de antes a esto? —murmura Benny con una mezcla de incertidumbre y recato, mirándome con los ojos abiertos de par en par desde el asiento del copiloto.

—Pienso que tal vez no haría daño conocernos —empiezo a decir.

—Ya nos conocemos —dice Aren.

—No, me refiero a que... Ni siquiera sabía que Narel no es la madre de Zury.

—¿Narel no es la madre de Zury? —cuestiona Benny con sorpresa.

—¿Por qué todos pensaban eso? —refunfuña Zury de brazos cruzados.

—¡Porque se veía obvio! —contesta Aren.

—¡Déjenme hablar! —me enfado. Suspiro y agrego—: Pienso que quizá deberíamos confiar más en el otro, Narel, y que para eso necesitamos saber nuestras historias. Estoy dispuesto a compartir la mía si ustedes están dispuestos a escucharme...

—No vamos a hablar de nuestros pasados —espeta Narel y, a estas alturas, parece al borde de un colapso. Su respiración se vuelve agitada y maldice por lo bajo sin cesar—. No hace falta, Dalton. Es más fácil así.

—¿Más fácil para ti?

—¡Para todos! Son temas dolorosos, idiota, ¿quién querría hablar de eso?

—Oh, oh, concuerdo un poco con Narel —admite Aren.

—¡No! —contesto—, ¡ignorar un tema no hará que deje de doler! Tal vez es lo que necesitamos. Maldita sea, ¡sé que duele! Pero jamás podremos seguir adelante si simplemente dejamos a un lado todo eso que hemos atravesado, ¿por qué no podemos hablarlo? Un poco de confianza no mata a nadie, joder. Actúan como si no nos conociéramos de hace dos años...

Dejo de hablar de golpe porque Narel frena de la nada y hace que todos nos golpeemos las cabezas con lo que tenemos delante. Narel se pega contra el volante, Benny contra la guantera y nosotros tres contra los asientos en frente.

—¡¿Qué demonios fue eso?! —grito, entre enfadado y confundido.

—Allá... —empieza diciendo Narel mas no termina la oración y se limita a mirar con los ojos abiertos de hito en hito hacia delante.

Así que yo también levanto la mirada para seguirle la línea de visión.

Me quedo en blanco cuando veo que ahí, a unos metros de distancia, se encuentra otro auto.

Hay personas reales dentro.

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