Capítulo 8
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GRACIAS por vuestra comprensión, por vuestro apoyo, por creer mucho más en mí de lo que yo lo hago, pero sobre todo, gracias por hacerme volar. ¡Os adoro!
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Seamos sinceras y sinceros...
Chicos, chicos, chicos, no os ofendáis porque os ponga los segundos, es por la mayor presencia de lectoras femeninas y por esta cosa que me carcome: Siempre nombran al sexo masculino antes. ¿Por qué?
Sí, sí, sí. Estoy un pelín quisquillosa, pero... ¡qué manera de distraeros del asunto! ¡Ja! Soy una especialista. Está bien, está bien. ¡Al lio! Recordad mi situación: Estoy sentada en la fuente y acabo de verlo.
Tomo aire, me enderezo en toda mi pequeña estatura y ordeno a mis pies dar un paso. Me quedo quieta de nuevo, observándolo y paso mi peso de un pie al otro un tanto inquieta...
La Plaza de España de Sevilla es gigantesca, pero lo he visto acceder desde la parte derecha como si mi mente lo esperara. Bueno, digamos la verdad, ustedes lo sabéis y yo lo sé. Lo he visto porque estoy pendiente de todo lo que sucede en esta maldita, perdón, maravillosa plaza, al menos de quien accede a ella. Si no fuera este el caso, seguro que ni me hubiera dado cuenta.
Pero lo importante es lo que os contaba... Lo he visto entrar y el corazón, literalmente, me ha dado un vuelco y no estoy exagerando. La sensación es del todo extraña, es como si de repente hubiera notado la dimensión de mi corazón y cómo ha saltado en mi pecho. Es parecido a un dolor físico. Pensaba que estas cosas sólo pasaban en los libros, pero doy fe, pasa en la vida real, lo acabo de experimentar.
Él anda despreocupado, seguro de sí mismo. Es tan alto... Y no lo digo porque al ser bajita todo el mundo me parezca alto, es que él es muy alto y moreno, muy moreno. Desde que ha entrado en la plaza ha estado mirando en su móvil algo y yo no puedo creer que lo esté observando. No es un sueño, ni una foto, ni está en mi imaginación, lo estoy viendo moverse en la vida real. ¡Dios!
Una pequeña sonrisa se forma en mis labios. Mi móvil vibra, pero es que ni le echo cuenta. Él levanta la cabeza de su teléfono móvil y da una vuelta sobre sí mismo observando a las personas a su alrededor.
Lo siguiente que pienso pasa por mi cabeza en milésimas de segundo...
¿Qué posibilidades había de que lo encontrara aquí? No puedo saludarlo, jamás intercambié una palabra con él, aunque sí muchas miradas, sobre todo mías. ¿Pero en qué pienso? Este tío no debe de acordarse de mi "yo adolescente", así que muchísimo menos me reconocería. Pero, ¿después de tanto recordarlo no voy a intentar hablar con él? Debo estar loca perdida, pero es ahora o nunca. Han pasado muchísimos años y nunca lo he vuelto a ver... excepto cuando celebramos el cumpleaños de Clara que me pareció verlo, aunque probablemente no era él. Si no le digo algo ahora, quizás no me lo vuelva a encontrar en la vida. ¿Pero qué digo? ¿Cómo voy a ir a decirle nada? Quizás está esperando a alguien y, además, yo espero a alguien.... Sí, ese tío online que me pone nerviosa. ¿Pero de verdad no le voy a decir nada? Muy bien, es momento de tomar una decisión. ¿Qué le digo? ¿Le pido fuego? ¡Pero si no fumo! ¡Arg! No puedo ser más idiota. ¡La hora! Le voy a pedir la hora. ¡No! ¿Pero por qué no pienso? ¿Qué clase de conversación hay después de pedir la hora? ¡Ya lo tengo! Os vais a quedar flipando. Le voy a decir: "Perdona, ¿nos conocemos de algo? Tu cara me suena." ¡Eso es! ¡Perfecto!
Me detengo a mí misma y doy un paso hacia atrás, porque... no os lo vais a creer, pero juro que no estoy mintiendo: Está mirando en mi dirección. Miro a un lado y a otro. ¿Es a mí? ¿Me mira a mí? Comienza a andar y yo doy otro paso hacia atrás chocando contra la fuente. Me siento por pura inercia. Está claro que viene hacia aquí.
¡La madre que lo pario! ¿Cómo se puede ser tan guapo? ¡No! ¿Cómo se puede ser tan imponente? No es justo. O tienes una cosa o la otra.
Diviso una sonrisa extremadamente amplia en su boca. Me puede dar un ataque al corazón en cualquier momento, aviso. Ay, Dios... ¿Os imagináis que en el último momento gira hacia otro lado? Una parte de mí lo espera, hay otras personas en torno a la fuente.
Está bien, ahora que cada vez está más cerca, puedo decir que estoy casi segura que me está mirando y por un momento pienso en Alex...
—Hola —dice él cuando está a unos dos metros de llegar a mí.
Esa voz...
Termina de acercarse a donde yo estoy. Apenas nos separan dos pasos. Mira al suelo y después a mí. Sus manos están en los bolsillos de su traje de chaqueta y dejadme deciros que le queda realmente bien. Me estoy quedando corta y lo sabéis, pero necesito pensar para hablar, después os detallo.
—Hola —termina por decir la "Espe social" que está dentro de mí.
Sonríe y sonrío.
—Alex —dice a modo de saludo... Abro la boca y la cierro en seguida. ¿Se acaba de presentar? —Qué seria, Esperanza —pronuncia con ese acento suyo y esa voz grave, la misma que he escuchado por teléfono.
¿Pero qué...? ¿Pero cómo...? ¿Es Alex, mi Alex? ¿El bilbaíno?
Lo miro, me mira.
Lo miro. Me mira.
Lo miro... y... me mira.
¡¿Pero qué...?!
—Joder... —susurran mis labios. ¡Sí! Amigas y amigos, yo tan elocuente como siempre. Se ríe y digo al fin—: Disculpa.
Niega con la cabeza.
—¿Todo bien? —me pregunta.
¿Qué? ¡No! O sea, sí, pero no. ¿Él es Alex? Un segundo. ¡Él es Alex!
¿En qué universo paralelo ha podido existir esta coincidencia? ¿Hablar con un desconocido que, no mintamos más, me gusta y que, por casualidades del destino, acaba siendo el mismo tío al que denominamos mis amigas y yo: mi amor platónico?
Me sorprendo al contemplarlo, ha cambiado un poco. Ahora su mandíbula está un poco más marcada y su cuerpo es más ancho. Ha dejado de ser un chaval de veintitantos para convertirse en un hombre.
—Yo te conozco —digo poniéndome de pie y entonces noto de verdad su estatura porque tengo que mirar hacia arriba.
Espero que él retroceda, pero no lo hace y eso que lo estoy apuntando con mi dedo índice. Conclusión, ahora estamos a solo un paso de distancia. Sus espesas pestañas negras enmarcan unos espectaculares ojos claros.
—Lo sé y yo a ti —se limita a decir sin quitar esa sonrisa de su boca.
¡Por Dios, que deje de hacer eso!
—¿Cómo? —pregunto con el ceño fruncido.
—Por internet —me responde divertido.
A mí no me hace gracia. Espera. A lo mejor él no se acuerda de mi "yo adolescente" babeando a lo largo y ancho de esa piscina. ¿Tanto he cambiado para no reconocerme? Bueno, quizás no es que yo haya cambiado, a lo mejor es que él, simplemente, aunque me devolviera la mirada en aquella piscina, no se acuerda de esa chica. ¡Por el amor de Dios! Yo era una cría y él un veinteañero. Normal que no se acuerde de esa niña.
—Pues, te vas a creer que estoy mintiendo, pero yo te he visto antes —confieso.
—¿Si?
¿Se está divirtiendo?
—Si —afirmo—. De hecho, te vi un tiempo en la misma piscina a la que yo iba a nadar.
—¿De verdad?
Entre cierro los ojos intentando ver qué le hace tanta gracia.
—Será esto una coincidencia tremenda, pero de verdad que eras tú.
Esta vez se ríe sin contenerse. Miro a un lado y a otro. Este tío está loco. ¿De qué se ríe?
—Perdón —se disculpa—, es que vas de dura por la vida y eres tan dulce como cuando eras una niña. —Mi boca se abre y la cierro de inmediato. Él sabía desde un principio quien era yo. ¿Se ha estado riendo de mí? Corrijo. ¡Se ha estado riendo de mí! Aprieto mis labios y me giro hacia la izquierda. No puede ser. Mis manos agarran mi bolso con fuerza. Me alejo unos pasos y murmura—: Esperanza...
Me vuelvo para mirarlo. Ahora estamos a un metro de distancia y él ya no se ríe. Su altura y corpulencia hace que intimide, pero estoy molesta. ¿Qué demonios? Estoy enfadada. Ni el diablo me intimidaría en este momento.
—Me has mentido —le recrimino.
—Espera, déjame que te explique...
—No. Cállate. Me podías haber dicho quien eras desde un inicio, pero has preferido reírte de mí todo este tiempo.
Es como me siento, me siento ridícula, se ha reído de mí como si fuera una niña pequeña e ingenua.
—Espera, no sabía que me recordarías. Además, no pretendía llegar a esto. No quería verte, sólo hablar contigo, eso es todo. —Ah, genial... Que no quería verme. Niego con la cabeza. ¿Qué mierda es esta?—. No, un momento, no me he explicado bien.
Una risa enfadada surge de mis labios.
—Te has explicado estupendamente. Adiós, capullo.
Veo como su boca se abre, me giro y ando decidida. ¡Me voy ahora mismo, vamos!
Un inciso, desde este momento pido disculpas por la retahíla de palabrotas que voy a soltar:
¡Será cabrón el tío! ¡Que se ha reído de mí el so muy gilipollas! De mí no se ríe ni su puta madre. ¡No lo puedo creer! Con que ya no se puede tener ni amores platónicos en esta puta vida. ¡Será mamón! Y encima me ha quitado la imagen del tío bueno de la piscina. ¡Es que no me lo puedo creer! ¡Dios! Os diré algo: Meterle una patada en los huevos al primer capullo que os moleste de esta forma, que después se pasa el momento y se pierde la oportunidad.
Pero, entonces, una mano agarra mi brazo haciendo que gire... Y no, no es lo que imagináis. Sé que estáis esperando el típico momento de yo chocando contra su pecho duro y fuerte, que no dudo que lo tenga, pero no estamos en una película romántica.
Lo que sucede en la vida real es lo siguiente: Él ha utilizado demasiada fuerza para tratar a una chica pequeña como yo, así que cuando me agarra deteniéndome y haciéndome girar para encararlo, me asusto y como cualquier chica en mi situación, o sólo yo en mi situación, le arreo un buen rodillazo en la entrepierna. De paso diré que llevaba impulso por la velocidad con la que he girado. ¡Ja! Ha sido muy cómico desde mi punto de vista. Desde el punto de vita de Alex está claro que no está siendo tan divertido. Ha perdido toda su masculinidad en el proceso. En este momento cierra los ojos con fuerza gimiendo y cogiéndose sus partes con las dos manos.
Bueno, entonces, borrad lo que dije antes. Se puede volver a tener la oportunidad de darle una patada en los huevos a un capullo... Sin embargo, como soy como soy, mi primera reacción es preocuparme. Me llevo las manos a la boca y doy un grito ahogado.
—¡Lo siento! —exclamo agitando las manos frente a él. No sé cómo arreglarlo. Él sólo gime y de verdad que eso no ayuda—. Es que me he asustado. ¡Lo siento!
Al verlo agacharse, me inclino un poco y le acaricio la espalda. ¡Oh, qué asco de tío! ¿Va a estar bueno hasta de espaldas?
—Joder... —se queja gimiendo.
¿No puede gemir de otra forma? ¿Se está quedando conmigo o quiere hundir al resto de los hombres del planeta?
Alex se endereza un poco y de verdad que no sé qué hacer. Tampoco pretendía darle un rodillazo en los huevos, en realidad no soy tan vengativa. Despotrico bastante, pero después no soy nada, ya lo sabéis, me vais conociendo.
—¿Estás bien? —susurro en una pregunta.
Alex levanta la mirada y la conecta con la mía. Sus ojos aún forman dos finas líneas, pero son tremendamente hermosos con ese color azul verdoso inundándolos.
—Encima no sonrías, mala pécora —me dice entre dientes.
Me sonríe y me encojo de hombros.
—Es que en realidad es cómico.
—No, no lo es. —Vuelve a gemir tocándose ahí abajo.
—Te lo mereces por capullo —digo, cruzándome de brazos.
Alex se ríe y yo me pongo seria. Me imita. Estamos en silencio. Lo observo. Una de sus manos aún permanece en el lugar del golpe.
—Escúchame y después si quieres te vas —me pide con la voz un tanto ronca.
Miro hacia un lado y suspiro.
—Está bien.
No sé por qué acepto escucharle, pero lo hago. Mi curiosidad a veces elije por mí. Quiero saber qué tiene que decir en su defensa.
—¿Podemos sentarnos en uno de esos bancos? —me pide, señalándolos, y empiezo a andar hacia el más cercano.
Ya os conté que, los bancos de la plaza, tienen pinturas dibujadas en su cerámica representando a las diferentes provincias españolas. Así que sé que hubiera sido un puntazo que hubiera ido a parar al banco de Bilbao, pero el de Córdoba es el más cercano... Me siento y observo cómo el bilbaíno o el chico de mis recuerdos, ya ni lo sé, camina con lentitud hacia mí.
No sé si lo hace deliberadamente o es que aún le duele, pero ¿os acordáis de Robert Pattinson interpretando a Edward Cullen en Luna Nueva? ¿Ese momento al inicio de la peli cuando sale de su coche y se le ve venir a cámara lenta? Definitivamente no lo está imitando porque este tío le da mil vueltas, pero en mi mente parece que está andando a esa velocidad.
¡Vaya fricada os acabo de soltar! Sí, lo sé, ahora a nadie le gusta Crepúsculo... pero hubo un tiempo en el que tooodas las chicas morían por esa saga. Pero lo sé, ahora, de repente, todo el mundo reniega. Si te gustó, te gustó y a chuparla.
¡Qué mal hablada estoy! Disculpadme... Entended el cabreo que tengo.
Cuando Alex se sienta a mi lado, ladea la cabeza para mirarme y yo, nerviosa, porque no soy de piedra, miro al frente.
—Adelante, explícate.
—Sí.
Pasan unos segundos en los que él termina por mirar al frente.
—Ahora.
—Qué genio tienes, Esperanza.
—Ya ves, lo que me sobra de tonta lo tengo de gruñona.
—No eres ninguna tonta.
—Habla.
—Esperanza...
—Si no vas a explicarte me voy.
—Maldita sea, dame un segundo —me pide con voz seria. Si digo que no intimida serio y maldiciendo, mentiría.
Mira alrededor suya y yo me limito a observarlo. Si lo voy a mandar a la mierda, mejor aprovechar las vistas mientras pueda... ¡Venga! No hagáis ahora como si no me conocierais, ya os dije al comienzo que mi mente es un poco calenturienta.
De verdad que este capullo físicamente deja al más perfecto a la altura del betún. ¡Será... Arg! Claro, no se puede tener todo. Si está como está, no puede ser, encima, bueno.
—Verás —comienza a explicarse—, cuando te hablé por Facebook aquel día estaba aquí, en Sevilla, por la despedida de soltero de mi amigo Álvaro, el que se casaba hoy. Estaba borracho y mi amigo, que sabía de ti, me animó a hacerlo. —Alex me mira midiendo mi reacción y yo asiento para que prosiga—. Dudaba que pudieras recordarme, así que me inventé una excusa idiota para hablar contigo e incluso verte.
Recuerdo su primer mensaje de Facebook... Supuestamente había conocido a una Esperanza aquí, en Sevilla, y quería encontrarla.
—Encontraste a Esperanza.
—Sí —afirma inclinando la cabeza y un destello de una sonrisa se dibuja en sus labios.
—¿Cómo sabías mi nombre?
Su risa ronca hace que lo mire.
—Como para no saberlo... Tu entrenadora te llamaba a voces para que le prestaras atención. —Miro a mis pies como si fueran lo más importante en este mundo. Noto mis mejillas enrojecer. Sonrío avergonzada por mi "Espe adolescente" y, finalmente, me recompongo recordándome que estoy enfadada—. No fue tan difícil encontrarte. Puse en Facebook: Esperanza, Sevilla. Me salieron unas cuantas, pero cuando vi tu foto de perfil, supe que eras tú. Tu cara es la misma.
Menos mal que mi cuerpo no sigue siendo el mismo y decidió desarrollarse...
—¿Por qué querías hablar conmigo?
—Porque por alguna razón te quedaste en mi memoria pululando por ahí como un fantasma.
Sonrío. Es idiota.
—Nunca me hablaste —le recrimino.
Se encoje de hombros haciendo que sus músculos se flexionen.
—Tú tampoco.
—Eras mucho mayor que yo —me explico.
—Y tú una niña —me dice él mirándome con esos ojos de agua marina.
—Adolescente —matizo.
—Niña.
—No eres tan mayor —acabo diciendo.
—Ocho años mayor que tú. Me dijiste que tenías veintidós y yo tengo treinta... así que, hace seis años, cuando coincidimos en esa piscina apenas unos meses, tú tenías dieciséis y yo veinticuatro. —Chasquea la lengua—. ¿Cómo quieres que te dijera nada? Eras una niña, solo me divertía tu actitud.
Casi me caigo del banco por andar por las nubes... A él solo le divertía mi actitud. Venga, Espe, eras una adolescente, no podías gustarle. ¿En qué piensas?
—¿Y qué hacías en Sevilla?
—¿Recuerdas que te dije que mi padre había sido directivo de un banco mucho tiempo? Pues por aquel entonces lo habían destinado a Sevilla, pero aquello sólo duró unos meses, de eso conozco a Álvaro, mi amigo el de la boda, él fue la amistad que me llevé de Sevilla —me explica tranquilo y continúa diciéndome—: Llevábamos cambiándonos de casa desde hacía mucho tiempo por el trabajo de mi padre, pero entonces, volvimos a casa, a Bilbao, y de allí no nos hemos movido, es nuestro hogar.
Asiento comprendiéndolo. Supongo que nuestras ciudades siempre nos resultan especiales, son nuestro hogar... Cuando me voy de vacaciones por ahí y después vuelvo, me sorprendo a mí misma cuando paso por el Puente de la Expiración, "el de los tolditos", como yo lo llamo. Desde ahí las vistas son hermosas y lo primero que pienso es cuanto he echado de menos esto... El río Guadalquivir caudaloso en este tramo, el Puente de Triana al fondo de la imagen, la Torre del Oro esplendorosa en la orilla izquierda del río y, un poco más allá, incluso puedo ver la punta de la Giralda, coronada con su Giraldillo.
—Esta ciudad huele diferente —comenta.
—A azahar...
Me mira y yo no retiro la mirada.
—No pretendía acosarte ni venir a verte, es más, juro que vengo de la boda de mi amigo Álvaro. Si quieres podemos ir.
—¿Qué dices? No...
—Perdona por no decirte quién era, no sabía que me recordabas.
¿Pero cómo no recordarte? Me pregunto en mi fuero interno. Observo a las demás personas que pasean por la plaza y pienso en toda esta locura.
—Si pensabas que no te recordaría, ¿por qué en tus fotos de Facebook no aparece tu cara?
Sonríe y me mira detenidamente. ¡Lo he pillado!
—Estaba seguro que una niña no me recordaría después de seis años, pero por si acaso, no quería que supieras quién era.
—¿Por qué?
—¿Cómo que por qué? Tenía veinticuatro años cuando te vi. Es raro que te recuerde, tenías dieciséis —dice apoyándose en el espaldar del banco—. Da miedo, parezco un enfermo. Pero te juro que sólo me divertía tu actitud, nada más.
¿Y entonces por qué verme ahora? Ahora sé quién es. ¿Por qué no salgo corriendo? Hay algo que no me dice. Llamadlo intuición femenina, pero es como si se guardara algo. Aun así, le creo, si se tratara de un enfermo, hubiera hablado conmigo cuando era una niña, no ahora.
—Así que te daba miedo que saliera espantada.
Sonríe.
—Te hubieras asustado.
—Puede, no lo descarto, igual hubiera creído que era una enorme coincidencia que justo fueras tú el que me hablara y ya está, pero ahora estoy enfadada porque me has mentido. Me tendrías que haber dicho que me estabas buscando —digo de forma acelerada. No sé ni si me he explicado bien.
—Lo siento, estaba borracho. Mi intención era sólo hablar contigo por Facebook y quitarme la curiosidad, pero se me ha ido de las manos.
¡Arg! ¿Quitarse la curiosidad?
—Pues ya te habrás quitado la curiosidad al hablar online. Misión cumplida. ¿Qué haces aquí? —pregunto molesta.
—Venía a Sevilla y quería verte.
—Querías verme.
—Mucho.
—No juegues.
—No juego.
Lo observo y me pongo de pie.
—¿Y no has pensado que cuando te conociera como ahora, te podría reconocer y entonces me podría asustar o enfadar?
—Primero, te vuelvo a decir que no imaginaba que me recordarías, el no poner las fotos era prudencial y más una idea de mi amigo Álvaro que mía —contesta pasándose las manos por su pelo—. Segundo, no pensaba llegar a conocerte y, tercero, con lo que hemos hablado, pensé que no te asustarías si se llegara a dar el caso... Aunque tampoco pensaba que te fueras a enfadar tanto.
—Está bien —digo resoplando.
—¿Si?
Un pensamiento cruza mi cabeza.
—No —niego y noto como él frunce el ceño prestándome atención—. Has dicho antes que cuando me hablaste estando en la despedida de soltero, incluso querías verme, pero después dices que no pensabas conocerme. ¿Eso cómo...?
Veo como traga saliva.
—Sí, a veces pienso que está bien si nos conocemos y otras no. —No lo entiendo y él debe ver la confusión en mi rostro porque sonríe—. Tú eres la que dice que es mejor evitar el sufrimiento, ¿no?
Observo sus ojos claros. No sé si lo entiendo. ¿Si no nos conocemos evitamos sufrir? Levanto la mirada al frente y pienso en que debo estar volviéndome loca porque sigo intuyendo que no me cuenta algo. Sacudo la cabeza. Veo como se mueve apoyando los codos en sus piernas, junta las manos y me devuelve el escrutinio. Bajo la mirada, la cara me arde. Respiro.
Lo sabéis de sobra. Él ya me gustaba online, ¿no es evidente? Y además... me gustaba físicamente en mis recuerdos. Me gusta, no tengo que ser muy inteligente para darme cuenta. ¡Gritárselo ustedes que lo sabéis!
—Bueno, está bien, vámonos.
—¿Segura?
No, no lo estoy. Dudo, recuerdo mi cabreo y respondo:
—¿Quieres otro rodillazo y que te mande a la mierda o qué pasa?
—No —niega riéndose por mi arrebato.
—Pues entonces, está bien y punto. —Comienzo a andar—. Vamos, tengo hambre.
Me detengo para darme la vuelta, pero entonces lo veo a mi lado.
—¡Qué genio tienes! —dice riendo.
—No hagas que me arrepienta.
Hace una mueca, mira hacia adelante y no sé cómo interpretar ese gesto. Parece que ni él está seguro ahora mismo. Quizás duda en si ha hecho bien en conocerme. ¿Qué estás haciendo Espe? Me pilla observándolo y la comisura de sus labios se eleva. Niego con la cabeza y seguimos andando dejando tras nosotros la magnífica Plaza de España.
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