Capitulo 14
Hola mi gente bella!!... les he traido otro capitulo de esta historia que me encanta escribir. Espero se enamoren de Jason y apoyen a Keila.
Agradezco los comentarios de quienes me han venido apoyando e invito a quienes no se animan a comentar que lo hagan. Es gratificante conocer sus opniniones.
Saludos....XD
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—¿Es usted la señorita Waters? —una voz que le resultó conocida le hizo alzar la cabeza.
Keyla observó al hombre que estaba de pie frente a ella. Vestía un costoso traje, su cabello perfectamente peinado y casi blanquecino, le daba un aspecto de rectitud.
—Lo soy, ¿en qué puedo ayudarle? —respondió, y se apresuró en agregar —: Tengo la certeza que un hombre como usted no está aquí por el interés de adquirir un libro —murmuró tensando su cuerpo. De inmediato se puso a la defensiva, tenía el sentimiento de que la visita de este caballero le traería dolores de cabeza.
—Definitivamente es usted —musitó sonriendo.
Esa sonrisa a Keyla le trajo recuerdos y la sensación de que la había visto antes. Se asemejaba a la de Jason, aunque la de él era completamente genuina, en este hombre se veía forzada. Sacudió la cabeza, centrando su atención en ese momento y lugar.
—Debo decir que me hablaron mucho de su persona —recorrió su cuerpo con una mirada y volvió la vista a sus ojos —, pero las palabras no le han hecho honor a su belleza.
—Sus palabras me reconfortan, señor…—se detuvo, aún teniendo la certeza de con quién estaba tratando.
—Callahan. Edward Callahan —estiró el brazo y besó el dorso de la mano de Keyla.
—Señor Callahan, me siento halagada. Pero no creo que haya venido a esta parte de la ciudad solo para darme un cumplido —murmuró cruzándose de brazos.
—Es usted muy perspicaz, Keyla. ¿Puedo llamarla Keyla, verdad? —ella asintió con la cabeza y Edward tomó asiento en el taburete frente al mostrador, desabrochando los últimos botones de su traje importado —. Creo que tenemos un amigo en común, y tengo entendido que él le hizo una oferta.
—¿Philip? —a pesar de que sospechaba el motivo de la inesperada visita, todos sus sentidos de Keyla se pusieron en alerta.
—Sí, el señor Dimonec le comentó mi propuesta, ¿no es así? —la comisura de uno de sus labios se levantó, en una sonrisa sardónica. Estaba al tanto de que a Edward Callahan le gustaba intimidar, pero Keyla no se dejaría amedrentar así porque sí.
—Ya le dije a Philip que no estoy dispuesta a vender —espetó alzando el tono de su voz.
—Me habían comentado que era una joven necia, pero esperé que no fuera verdad y que demostrara un gramo de inteligencia —Edward chasqueó la lengua, en desaprobación —. Piénselo, puede perder su local por la ejecución del banco… o vendérmela y librarse de los problemas.
—¿Qué le hace pensar que no podré pagar la deuda? —exclamó Keyla enfurecida ante el tono amenazante de su voz.
—Tengo entendido que el negocio no prospera. ¿Tiene una varita mágica para hacer aparecer veinte mil dólares? —espetó inclinando la cabeza, mientras analizaba su reacción.
—Como haga para abonar el dinero, no es de su incumbencia —farfulló entre dientes —. Señor Callahan, no quiero ser descortés, pero si su visita ha sido para tratar de convencerme para que venda, le voy a pedir que se retire. Porque no daré marcha atrás en mi decisión —musitó alzando la barbilla.
Edward Callahan la observó, sorprendido. Su presencia generalmente intimidaba, el tono amenazante de su voz le daba la ventaja de conseguir lo que se propusiera. Y en ese momento quería el terreno donde estaba alojada esa espantosa librería. Pero no creyó que Philip tuviera razón, la señorita Waters era un hueso duro de roer. Pensó que Dimonec se estaba aflojando, dejándose llevar por los sentimientos hacia ella.
Él suspiró y se puso de pie. Sacó una tarjeta de su bolsillo y se la tendió. Se iría, sí. Pero no permitiría que la pérdida de una simple batalla lo detuviera, él estaba acostumbrado a pelear. Y a veces significaba usar todo lo que tuviera a mano, mostrando su mejor carta al final.
—Si cambia de opinión, llámeme.
—No será necesario —se apresuró en responder, dejando la tarjeta sobre el mostrador.
—Sea más inteligente, Keyla. Podría perderlo todo por un capricho —susurró antes de voltearse y encaminarse hacia la puerta.
—Amar algo que te gratifica no es un capricho —espetó —. ¿Pero que podrías saber usted de amar y perder? Tiene todo lo que quiere…
—Se equivoca, jovencita —murmuró, y Keyla pudo notar un deje de tristeza en su voz —. No tengo todo lo que quiero, y sé mucho de pérdidas.
Con esas palabras Edward Callahan se adentró en la fría mañana, dejando a una anonadada Keyla observando la puerta cerrarse tras su espalda.
***
Hacía días que Jason se sentía impaciente, ansioso. Su olfato le decía que algo estaba por ocurrir, a veces la calma no era signo de que la tormenta hubiera pasado, sino que demostraba que aún estaban dentro del ojo del tornado. Había estado más distraído que de costumbre, y un par de veces había sufrido uno que otro golpe, alguna caída, producto de su distracción.
Se relación con Keyla estaba en la mejor etapa, la del enamoramiento. Bastaba un simple roce, una sola mirada y su cuerpo se encendía. Ansiaba llegar y tomarla entre sus brazos, besar cada poro de su piel, y reclamar su pertenencia. Ella también estaba algo abstraída, podía notarlo, pero por más que se cansaba de interrogarla, no soltaba prenda.
—Jason, tienes una visita —gritó Mike desde el tráiler-oficina.
Se sacudió las manos sobre su pantalón, y se encaminó con el ceño fruncido hacia la entrada del terreno. Jamás recibía visitas, y eso significaba que quien fuera que estuviese buscándolo, debía tener un motivo importante para estar allí.
Entrecerró los ojos cuando los rayos de sol interfirieron en su visión, y se permitió respirar varias veces antes de presentarse ante la, o las personas que lo esperaban. Si no se equivocaba había vislumbrado dos bultos, dos hombres, pensó. El vello de su piel se erizó con anticipación, pues creía saber quiénes eran las personas.
—Señor Mallory —reconoció la gruesa voz del detective Fritzman. A su lado pudo ver a Coulders.
—Detectives —saludó cuando estuvo frente a ellos. Los hombres se veían imponentes en sus trajes, con su porte emanaban seguridad y dominio.
—¿Tiene unos minutos? —inquirió Coulders.
Jason asintió y los guio hacia el área de descanso, donde normalmente almorzaban. Habían dispuesto una mesa, improvisando sillas con tablones y baldes volteados al revés. Él se dejó caer en uno de los artículos de plástico, permitiéndoles a sus visitantes ubicarse sobre la madera. Tragó saliva, y se aclaró la garganta. Qué bien le vendría un vaso de agua en esos momentos, pensó.
—¿A qué debo el placer de su visita?
—Hemos venido a informarle que tenemos novedades de su caso —comentó Fritzman con su clásico rostro inexpresivo.
—¿Y bien?
—Interrogamos a sus padres adoptivos y efectivamente nos confirmaron su secuestro —declaró Coulders. Jason se removió en su asiento, escuchando atentamente —. Aseguraron que ellos solo lo recibieron a usted y que no habían sido los autores intelectuales.
—Estamos a la espera de la confirmación del ADN, pero tenemos indicios de quienes podrían ser sus verdaderos padres —confirmó el compañero.
Jason se puso de pie de un salto, tratando de encontrar el aire que había escapado de sus pulmones ante ese simple movimiento. O tal vez fuera por la noticia, no estaba seguro. De todos modos, sentía que en cualquier momento podría desfallecer, y estaba combatiendo contra ello, para no demostrar debilidad.
—¿Ellos saben…?
—Aún no hemos afirmado nuestras hipótesis —interrumpió Fritzman —. Pero ellos están al tanto de que usted podría ser su hijo.
—¿Cuándo tendrán esos resultados? —balbuceó Jason, usando los resquicios de voz que aún le quedaban.
—En una semana tendremos los resultados finales. Simplemente queríamos advertirle que se prepare —Coulders lo inspeccionó, haciendo una mueca al percatarse del impacto que la noticia había producido en Jason —, estas situaciones a veces son difíciles de manejar. Si usted quiere, ponemos a su disponibilidad un grupo de terapia para casos como el suyo.
—Le agradezco, pero no necesito terapia. Lo que realmente me importa es descubrir mi identidad —espetó encontrando un tono de voz más firme.
—Como prefiera —los hombres se pusieron de pie y le tendieron la mano —. Estaremos en contacto.
Los guio a la salida, y se apresuró en retomar su trabajo. Estaba impactado que todo estuviera sucediendo con tanta rapidez, creía que tendría que esperar meses o hasta años, para encontrar a sus padres. La noticia era buena, pero no podía evitar preocuparse. ¿Qué sucedía si ellos no lo querían de regreso o si se sentían humillados por las condiciones en las que tuvo que vivir?
Descartó esos pensamientos, argumentando que cuando llegara el momento decidiría qué camino tomar. Después de todo, tenía a Keyla y eso era lo que le permitía seguir adelante y no enloquecer.
***
Nada de lo que pudiese hacer apartaba el rostro inescrutable de Edward Callahan de su cabeza. El rictus de su cuerpo, la forma en la que se movía, cómo curvaba su labio en una sonrisa sardónica. El hombre era una amenaza andante, y Keyla se sentía intimidada, no podía mentirse.
Tomó la tarjeta que tanto se había negado en mirar, y la estudió. El diseño del rectángulo de papel le decía mucho del hombre que acababa de irse. Era increíble que solo un objeto representara el poder. Estudió los teléfonos, la dirección de la empresa y el reverso de la tarjeta. Un número privado estaba garabateado en perfectas formas, como si ese hombre no pudiera hacer algo mal.
Keyla suspiró y la guardó en la gaveta del mostrador, repitiendo mentalmente que no la necesitaría. No era una persona que se dejara persuadir por unas cuantas palabras, por más amenazantes que sonaran. Y el dinero nunca había sido una motivación, siempre fue necesario para subsistir, pero la avaricia no la guiaba.
Se puso de pie y estudió su negocio, recordando las veces que de niña había corrido entre los estantes. Rogando a su madre que le permitiera tomar más de un libro, para poder sumergirse en el maravilloso mundo de la fantasía. A veces era una princesa, otras pirata, exploradora o cortesana. Cada vez que un nuevo libro caía en sus manos, se abstraía de la realidad.
Rió, recorriendo lentamente cada recoveco de la librería. Permitiéndose sentir el murmullo de los clientes, las risas de sus padres, sus voces buscándola. Más de una vez la habían encontrado dormida, rodeada de todos los personajes literarios a los cuales consideraba amigos. Creció entre esas paredes, viajó a miles de lugares sin necesidad de poner un pie fuera, conoció a reyes, duques y salvajes indígenas.
Volvió al punto inicial, dando un último vistazo. No podía permitir que le arrebataran sus vivencias. Ninguna cantidad de dinero podría comprar sus recuerdos, su niñez. Cerró los ojos y meditó unos segundos, decidida en hacer lo que fuera necesario para conservar su herencia. A veces una mujer debía hacer sacrificios, y ella estaba dispuesta a todo.
Unos brazos rodearon su cintura, apartándola de sus pensamientos. Esbozó una sonrisa, y volteó para ver a Jason. Sus ojos brillaban, destellando unos rayos luminosos más potentes que los del sol. Ella parpadeó, enceguecida por una fracción de segundos. Con un movimiento de mano, quitó unos cabellos de su frente, permitiéndose contemplarlo sin interferencias. Descendió sus ojos hasta su boca, sus labios estaban apenas separados, húmedos y llenos. Inconscientemente su lengua salió a humedecer los propios, ansiando el contacto con esos suculentos manjares.
Jason no apartaba su vista de Keyla, y notó que ella estaba concentrada comiéndoselo con la mirada. Tuvo que resistir las ganas de encerrarla con su cuerpo, y pegar sus bocas en un baile de besos interminable. Si comenzaba no podría detenerse, no hasta que pudiera deleitarse con su cuerpo, recorrer con su boca esa deliciosa piel besada por el sol. Tomó aire y trató de que su voz no demostrara su exaltación.
—¿Vas a quedarte todo el día observándome como si fuese la cena o vas a besarme? —inquirió divertido.
—Mmm —ronroneó ella —, podría saborearte hasta la eternidad y jamás tendría suficiente. Eres exquisito.
—Vas a hacerme perder el poco control que me queda, ángel —jadeó contendiéndose de hacer realidad sus lujuriosos pensamientos. De lo contraria la tomaría en ese mismo momento.
—¿Y qué si quiero que lo pierdas? —susurró muy cerca de su boca. Sus respiraciones se fundían en una, evaporándose como si el aire estuviera tan caldeado que cambiaba el estado de sus cuerpos.
Definitivamente podría pasar de solido a liquido en cuestión de minutos, pensó Jason. Ella continuó con la tortura, haciendo el amago de besarlo, pero retirándose en el último instante. Él se apoderó de su cuello, rodeando su cintura con su mano libre. Necesitaba el contacto con su cuerpo, sentir que tenía los pies sobre la tierra para no perder la cordura.
—Key…
—Ayúdame a olvidar —murmuró trasladando la boca hasta su oído —. Ayúdame a quitar los fantasmas de mi mente. Ayúdame…
—Lo que quieras, mi amor —cerró la distancia entre sus bocas y tomó posesión de esos labios que habían estado atormentándolo.
Ella jadeó ante el encuentro, y Jason sintió que hacía erupción. Necesitaba esa mujer, como el aire para respirar. Keyla se había convertido en su razón de vivir, su motivación. Él estaba dispuesto a cuidarla, resguardarla de todo sufrimiento.
Incrementó la presión del beso, permitiendo a sus lenguas jugar, mordiendo esos arrebatadores labios con sus dientes.
—No podemos… no aquí —logró ordenarle a su cerebro que pronunciara esas palabras. Se apartó y la tomó de la mano, instándola a seguirlo.
No fue consciente del tiempo, ni de cómo habían llegado hasta el departamento. Solo podía oír los desbocados latidos de su corazón, su respiración jadeante y el roce de sus cuerpos. Como si fueran unos autómatas, se despojaron de sus ropas sin perder el contacto uno de otro.
Sus cuerpos se movieron al ritmo de la danza más antigua existente. La del placer infinito. Jason cumplió lo prometido, y se permitió recorrer cada centímetro de su piel con su boca. Enloqueciéndola, haciéndola gritar cuando el éxtasis la inundó. Luego se sumergió en ella, adorando la manera en que lo acogía, sintiéndose en su hogar.
Keyla supo que debían aprovechar el momento, ya que si algo había aprendido era que las vueltas del destino eran imprevisibles. Las tornas cambiaban a su parecer, y presentía que algo se avecinaba.
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