Lila tenía un hijo
Lila, que estaba en sus cuarentas, tenía un hijo. Tenía.
Tenía, porque había sido asesinado.
De tres hijos y una hija, Alfredo era su primogénito.
Su esposo nunca había sido un buen padre, y Alfie fue precisamente el hermano mayor que sus hermanos menores necesitaban, tomando ese rol de figura masculina, que con arduo amor los motivaba a hacer cosas que los hicieran prosperar. Una madre... aprecia demasiado que su hijo haga algo como eso por el bien de sus otros hijos. Y para Lila, también fue precisamente el hijo que necesitaba que fuera, tratándola con el amor y respeto que se merecía como su madre. Siempre estuvo ahí para apoyarla, siempre estuvo ahí para apoyarla, siempre estuvo ahí para apoyarla...
Alfie era un hombre digno de ser símbolo a seguir para todo aquél que lo conociera, pero como cualquier humano no era perfecto y cometió errores, uno de los cuales (y por lo tanto el peor) lo acarreó a su muerte.
Adolfo, el segundo hijo de Lila, más apegado a Alfredo por la cercanía de edad, estaba en Estados Unidos cuando escuchó la noticia. Abraham, de diecisiete años, estaba en Francia cuando escuchó la noticia, el tercero de los hijos de Lila. Abraham amaba a Alfredo por cómo lo llevaba con él a todos lados, para ayudarlo a crecer, con sus aptitudes para moverse a dondequiera que fuera, enseñándole a perseverar en lo que fuera que hiciera; pero también lo odiaba por tratarlo de forma tan severamente en ese camino de preparación para enfrentar la vida. Llegaría a intensificarse ese amor por haberse ido, y ese odio, por haberlo abandonado (incluido el odio, por supuesto, hacia la persona que lo asesinó, la cual nunca llegaría a ser identificada). Abigail estaba aún viviendo con Lila a sus quince años cuando escuchó la noticia, siendo afectada al ser la más pequeña, la hermana menor, a la que Alfie siempre cuidaba con amor y a la que protegía y celaba de los chicos que la acechaban o pretendían.
A Abigail le tocó recibir a sus hermanos cuando regresaron a su país natal, ya que esa época de la vida de Lila sería una época que ella poco recordaría años después, siendo ésta una que quedaría borrosa a causa del luto. ¿Qué hizo Lila al recibir la noticia? ¿Cómo recibió Lila a sus dos hijos para estar los cuatro juntos enfrentando el inicio de una vida sin su querido Alfredo en ella? ¿Cómo habrá sido? ¿Cómo es que continuó la vida? Esa es en verdad una buena pregunta.
Lila quería quitarse la vida en ese entonces. Lo que más se quedó con ella, en su memoria, de los días posteriores al asesinato de Alfredo, fue cómo salía a tomar el autobús que fuera, sin un destino premeditado, para llegar a parar a dondequiera que la llevara. Algunas veces llegaba hasta la última parada, y algunas otras escogía bajar antes; su destino final algunas veces era desconocido, y otras familiar. Fuere como fuere, eso es lo que recuerda hacer para sobrellevar la impotencia. Impotencia, impotencia, impotencia. La seguridad de tener un destino, fuese el que fuese, en medio de cientos de inseguridades, habiendo sido arrebatado su primogénito. Mucho menos, la seguridad de un destino, sin él a su lado. ¿A dónde iré de ir sin mi hijo? ¿Por qué no existía un término como el de huérfana o el de viuda, para la pérdida de una mujer al morir un hijo suyo? Si muy seguramente es la pérdida más dolorosa que hay...
A más de un par de personas les confesó años después, que quería quitarse la vida en esa época, pero en ese entonces solo se lo confesó a una persona, cuando el oscuro deseo aún permanecía ocupando espacio en su mente. Cuando se lo dijo a Ernesto, él la llevó al mar, y una vez allí, le dijo:
-He allí. Adelante. Salta. Pero tienes otros hijos, Lila. Y aquí tienes un hombro dónde llorar, y los brazos de un amigo que estará siempre para ti.
Y así fue; Ernesto estuvo presente, fiel amigo en la vida de Lila hasta la muerte de él, que llegó cuando tuvo que llegar, ya entrada su vejez. Y Lila se arrojó entonces a los brazos de Ernesto, y lloró y lloró y lloró, dejando salir todo lo que ni percatada estaba de que había estado conteniendo.
Adolfo llegaría a cometer errores con su pareja embarazada que tenía en el momento en que Alfredo murió, tales como recurrir a la marihuana como ilusión de consolación efímera, y no dejarla siquiera cuando su hija nació y su esposa se lo pidió por el bien de la bebé. A los cuatro años de la niña, su esposa le pidió el divorcio. Habiéndola perdido, fue abriendo los ojos a tiempo para ser el hombre que tenía que ser para su hija, y que no había podido ser para su exesposa.
Por su parte, Abraham llegaría a refugiarse en el alcohol, y no lo dejaría incluso después de que la mayor de sus tres hijos cumpliera la mayoría de edad. Aunque sería capaz de mantener a su familia unida con amor sincero, tendría problemas con su esposa y causaría preocupación a sus hijos, las incontables veces que no le ganaba la batalla al vicio.
Abigail de quince años, se refugió del dolor de perder a Alfredo, en los brazos del novio que tenía entonces. Samuel y ella fortalecerían su conexión al enfrentar esa oscura época juntos, y en su consuelo, él se ganó su corazón al punto llegar a convertirse en su esposo y el padre de sus hijos pasados muchos años. Buscando el orgullo de su hermano muerto, se esforzó estudiando y trabajando para tener el buen futuro del que Alfredo siempre decía querer asegurarse que tuviera, para llegar a ser la mujer, nutrióloga, esposa y madre digna que llegaría a ser.
-¿Sabías que yo era el que te llevaba serenatas a tu casa? -Le dijo Ernesto a Lila tiempo después del primer aniversario de la muerte de Alfredo, cuando ésta era poco menos intolerable.
Cuando Lila era adolescente, siendo la mayor de muchas hermanas, tenía muchos pretendientes, pero nunca supo quién le llevaba serenatas porque su madre ahuyentaba a quien fuera que se encargara de cosas como tales para ella y sus hermanas. Empezando su época de universidad, perdió todo contacto con Ernesto, y fue hasta poco más de una década después que reconectó con él e hizo incluso una mayor amistad con él, ya casados y padres los dos. Fue hasta todos esos años después, tras la muerte de su primogénito, que Lila supo que había sido Ernesto quien le llevaba serenatas en la preparatoria. Ambos rieron y recordaron esos tiempos de ignorancia del futuro, y al parecer, también de ese presente.
Ernesto terminó casado con otra chica que atendía a la misma preparatoria que Lila y él, aunque en esa época él la pretendiera a ella. Evidentemente, Lila conocía a Cristina y eran también buenas amigas, siendo aquella pareja de esposos la pareja de amigos más cercana a ella hasta que cada uno perecieron a su tiempo. Era tema interesante y curioso que en su juventud, Ernesto pretendiera a Lila, y que él terminara casado con Cristina. Cristina le confesó a Lila cuando ambas estaban cercanas a cumplir los sesenta años, que había sido testigo de poemas que le escribía Ernesto de adolescente, y por ese conocimiento una pequeña parte de Cristina envidiaba a Lila, aunque también le quería, sinceramente, siendo fortalecida su amistad con los años de conocerse y frecuentarse.
Así, pasados los años, Lila llegaría a ser abuela y amiga de personas que le serían fiel por siempre, siendo especial para más personas de las que se imaginaba, y amada como no tenía idea... aun cuando ella había perdido para siempre, a una de las personas más especiales y más amadas para ella.
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