imprudentes actos se cometen
David y yo habíamos estado en una relación por ya casi un año y apenas habíamos comprado un departamento para vivir juntos, estábamos amueblando y decorando el lugar a la vez que estudiábamos la universidad.
Me emocionaba mucho, eso era el siguiente paso en nuestra relación y amé cuando me lo pidió, amé el lugar que eligió, en una zona apropiada considerando muchas cosas que de mencionarlas solo aburriría. Además, la manera en que estaba establecida cada habitación, en conjunto, lo hacía perfecto para mi inclinación hacia lo minimalista.
Tan solo el día anterior, habíamos pintado algunas paredes de un verde pastel. Una pared de la estancia, precisamente, la pintamos de se color de manera que cuando compráramos sillones cafés, combinaran este y el verde, como los dos colores de un árbol. Ya teníamos una mesita donde sentados en el piso jugábamos juegos de mesa para pasar el rato, con David siempre atento de darme una taza de café. Él bien sabía lo mucho que amaba la cafeína y cómo me gustaba; me lo entregaba bien caliente, sin azúcar ni nada más que el simple café.
Me conocía tan bien.
En esos días, en aquella mesita, sesiones de besos que habíamos tenido.
Disfrutaba de acariciar y revolver su cabello, y verlo sonreír, de abrazarlo colocando la cara en el hueco de su cuello. Encajábamos tan bien; él siempre decía que adoraba el sabor a café al besarme.
En ese instante precisamente me dirigía al departamento y ansiaba un poco de su afecto.
Llegaba de una tienda de muebles así que también en cuanto lo viera le enseñaría las fotos que le había tomado a los sillones que me habían gustado.
Saqué las llaves del coche y abrí la puerta con una caja de donas que había comprado para que compartiéramos. Saludé al portero y me dirigí al ascensor, oprimiendo el botón del séptimo piso ya dentro.
Segundos después se abrieron las puertas y saludé a la señora Schwartz que esperaba para entrar. Giré a la izquierda hacia la puerta del número once, sacando las llaves para abrir.
Al entrar, dejé mi bolsa en el piso y al cerrar la puerta tras de mí fui más consciente de los sonidos fuera de lugar; al levantar la mirada me encontré con la mirada de David directamente dirigida hacia mí con algo que a primera instancia fue extraña. Parecía ansioso y podía ver la vacilación en sus movimientos, dio un paso hacia mí pero no dio más, movió las manos de sus piernas a su cara y luego a su cabeza; se mordió el labio mirando a otra parte y otra vez a mí. Vi en su rostro la expresión que tenía cuando estaba a punto de llorar... y me imagino que temblaba.
Todas esas imágenes de él actuando tan extraño, fueron incomprensibles para mí tan solo unos segundos, porque de un momento a otro todo cobró sentido al percatarme de la presencia de Rubí, mi mejor amiga, a unos metros de él, acomodándose la blusa y el cabello con movimientos bruscos. Y entonces lo entendí todo.
Ambos se miraron el uno al otro con culpabilidad y pareciera que como yo se dieron cuenta de la absolutamente mala cosa que acababan de hacer.
Rubí tomó su bolso arrumbado y apretándolo fuerte vaciló unos cuantos pasos hacia mí.
-Y-yo... Caro...
Cerré los ojos y la corté negando con la cabeza. -Vete.
Abrí los ojos y ella ya no estaba frente a mí; escuché el sonido de la puerta al ella salir.
Sentí el peso en mi estómago de todos los sentimientos ocasionados por todo ello y anticipé las lágrimas que vendrían al devolverle la mirada a David.
Él bajó la suya abrazándose con las manos en los codos, luego volvió a mirarme y combatió mi mirada penetrante con lágrimas propias en los bordes de sus ojos. Se veía en él la frustración de sus imprudentes actos y una vez él empezó yo sentí la furia de golpe; bruscamente lo alcancé en unas zancadas y alcé la mano para darle una bofetada. Para entonces ya respiraba dificultosamente, molesta con él y conmigo por llorar haciéndome parecer débil cuando estaba más enojada que otra cosa.
Solo lo vi bajar la mirada y decir: -Me merecía eso.
Exclamé en frustración y mientras lo empujaba y le pegaba con todas mis fuerzas (aunque en mucho no le afectaba) decía una cosa tras otra, llamándolo de esta y otra manera ofensiva:
-¡Estúpido... bazofia... maldito perro... hipócrita... idiota...!
Al terminar, respiré profundamente y lo miré obligándolo a ver mi decepción por él.
Debido a la cantidad de veces que había empujado, ya casi llegábamos a topar con la pared. Entonces simplemente me hice a un lado para darle a entender que tenía el paso libre para salir, y pude ver en su vacilación que había captado el mensaje. Sin embargo miró hacia la puerta y luego a mí de nuevo ladeando ligeramente la cabeza.
-Caro... -pretendió decir mi nombre.
-Sólo lárgate de aquí -lo interrumpí con calma, claridad y lentitud. Y no lloraba más, tenía las mejillas húmedas pero había sacado toda el agua salada que necesitaba sacar mientras lo agredía. Ahora solo sentía rabia auténtica y quería que él desapareciera de mi vista.
Segundos después me obedeció y salió por la puerta sin mirar atrás.
Lo seguí con la mirada hasta que cerró la puerta tras de sí, y después incluso me mantuve mirando a esta. No sé por cuanto tiempo estuve así, pero cuando por fin regresé a mis sentidos suspiré girándome hacia la ventana principal de la estancia. Avancé hasta estar frente a ella y observé el paisaje unos segundos y luego dejé caer mi peso para terminar de rodillas.
Ahora que David se había ido, sentí más el peso de la tristeza y el enojo, pero no lloré más.
Sentí el pleno vacío.
Sólo me quedé en ese mismo sitio hasta que la posición en que estaba se tornó incómoda; me acosté boca arriba mirando fijamente el techo hasta que, allí, me quedé dormida.
Al día siguiente, desperté con el cuello adolorido y otras partes del cuerpo insensibles por la insensatez de haberme quedado allí toda la noche.
Me espabilé y me levanté para estirarme y ver la hora; era tan temprano que todavía no amanecía, sin embargo en cualquier momento ya el cielo empezaría a alumbrarse.
Acerqué una de las sillas que David y yo habíamos conseguido provisionalmente y no sin antes prepararme el café mañanero (con un nudo en la garganta al recordar a David haciéndolo por mí) me sentí de nuevo frente al ventanal para ver a la lumbrera mañanera ascender.
Al haber tomado el último sorbo, por algunos minutos estuve dándole vueltas a la taza, viendo el fondo con los restos de granos de café.
Seguidamente fui a dejar la taza al lavatrastes y me dirigí al dormitorio para escoger qué ponerme y entrar a bañarme.
La ducha fue como una especie de terapia personal, y me sentí genuinamente mejor, un peso se había aligerado de sobre mí y pude respirar con tranquilidad y profundidad.
Envuelta en toalla, salí del baño y sentí de golpe el frío después de estar rodeada de vapor, así que me apuré a vestirme y entonces salí acomodándome el cabello para proceder a preparar algo para desayunar...
Por supuesto que la calma iba a ser temporal.
Davd estaba en el umbral de la puerta, y al verlo me quedé estática donde estaba, en la exacta posición con la mano detrás de la oreja.
Procesada su presencia, me obligué a relajar los músculos y respiré hondo para enfrentar esto.
-¿Qué estás haciendo aquí? -pregunté de manera indiferente.
Cambió su peso de una pierna a otra y respondió. -V-vine por mis cosas.
-Ah, no, tú quédate con este lugar, yo me iré -respondí definitivamente.
-¿Eso quieres?
No me digné a darle otra respuesta verbal; asentí simplemente y volví sobre mis pasos para ir a la habitación, dándole a entender que iba por mis pertenencias. Después de todo no era una gran cantidad de ellas.
Terminando de recopilar lo del dormitorio, salí con mi maleta para proceder a juntar las pocas cosa desperdigas por otras partes del departamento. Viéndome lista, le di la cara a sabiendas de que ese sería el momento. Cruzaría el umbral de la puerta y dejaría todo atrás.
-Tú... -comenzé.
-Carolina... -dijo él a la vez, interrumpiéndome. Yo no dije más así que él prosiguió. -Yo... sólo quería decir que... ya sé que lo arruiné en grande, cometí un horrible error irremediable, pero aunque sé que no va a ser tan sencillo olvidarlo, sí quiero pedirte humildemente que encuentres en ti el perdonarme.
«Me conoces, y ya hemos hablado antes sobre el perdón. Así que por ti, no por mí, espero que llegues a perdonarme, aunque no sea aquí y ahora. Porque me preocupo por ti y por el dolor que te pueda causar el rencor.
«Concédeme ese perdón no por mí, sino por ti. Y conserva lo bueno, ¿sí?
Le devolví la mirada y noté esa débil súplica en el brillo de sus ojos. Suspiré, y asentí, para seguidamente girarme, y al fin, dejar todo ello atrás al cerrar aquella puerta tras de mí.
Al seguir mi camino, otra vez derramé lágrimas, pero no eran tristes. De alguna forma, sentía un peso sobre mí del que me libraba en un instante.
Perdoné a David, y agradezco lo que aprendí de todo ello.
Es cierto; es mejor quedarse por lo bueno.
Hoy en día, creo firmemente que si me lo topara en la calle, recibiría ese encuentro con una sonrisa y actitud tranquila.
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