de-lirios
Jueves, repugnante y amado jueves.
Fue anunciado por mi hermano fastidioso León.
Sí; les importe o no, mi madre decidió ponernos nombres así de extravagantes. Mi padre había muerto al tener yo un par de años. Mi madre era una abogada respetable y mi padre no era tan importante, sólo un buen chef, alguien cruel decidió matarle para devastarnos a ella y a mí, dejándome su apellido, McCune, y sólo dejándome saber su nombre; Frank.
Luego mi madre se casó con otro hombre que no merece la pena ser tan mencionado, tuvieron a León y su relación duró poco, se divorciaron al mismo tiempo. Mi hermano era León McCune para mí, siempre había sido repugnante para mí el ex-esposo de Mildred, mi madre.
-¡Ey, dormilona! Caray, ¡despierta Flora, ya amaneció! -León gritó. Y empezó a saltar en mi cama, yo le lancé mi almohada e hice a un lado las cobijas para salir de un salto con un alarido de molestia.
-León, sabes que te quiero pero te daré un zarpazo digno de tu nombre si sigues despertándome de esa manera, además... ¿Qué diablos? Un niño de ocho años no debería estar tan activo a las seis de la mañana.
Su respuesta fue un salto para quedar colgado como chango de mis caderas y un abrazo al mismo tiempo que me daba besos de una mejilla a otra.
-Vale, te diste a entender; también te quiero.
Él se zafó de mí y cayó sobre sus pies con aire satisfecho.
-Feliz cumpleaños Flora -a continuación salió disparado de mi cuarto con los brazos simulando un avión y gritando-. ¡Pachanga!
Oh, rayos, cierto.
Me dirigí al baño y me bañé veloz. Al salir dejé mi cabello tal cual, me sequé y de mi armario saqué una blusa rosa durazno delgada para el clima de mayo, unos jeans oscuros y unos converse negros de bota. Tomé mi mochila y salí a dejarla por ahí para ir a la cocina, donde los totalmente reconocibles gritos de León se hacían notar.
-¡Si, chocolate!
Entré y me encontré a mi madre colocando un pastel de chocolate en la mesa, y León fue a jalarme de la mano para apurarme a sentarme.
Lo hice y un dueto familiar me cantó Feliz cumpleaños, soplé diecisiete velas. Y el pastel empalagador fue mi desayuno, con un té de manzanilla. Amaba el té. Dejaba el vapor y el olor inundar mis fosas nasales. Con León, me lavé los dientes y se despidió de mí con la mano al irse en la camioneta con mi madre. Yo fui a mi escuela en mi bicicleta color vino.
Me encontré con mi mejor amiga cuando iba entrando por la puerta principal. Recibí un abrazo que casi me asfixia y dio saltitos mientras me entregaba un regalo.
Lo abrí rápidamente y me encontré con un libro. Ciudad de ceniza. Bélgica Ramírez me había regalado el libro que tanto esperaba poder comprar, me había quedado con la intriga de Ciudad de Hueso. Sí, mi mejor amiga también tenía una familia de nombres extravagantes, tenía cuatro hermanas: Italia, Grecia, América y África, era una de las razones por las que éramos amigas.
Le devolví el abrazo al ver mi regalo, vengándome un poco ahorcándola, y agradeciendo, ella muy bien sabía que un regalo perfecto para mí era un libro.
-¡Gracias, tú te la sabes!
Reímos y entramos a clases.
La clase de matemáticas fue una tortura. Es decir, debe tener suficiente tiempo de existencia para resolver sus propios problemas.
Así que me la pasé viendo como las hojas de los árboles eran azotadas por el viento más allá de la ventana. Y al sol entretejerse por entre las ramas, sin decidir entre dorado, naranja y esmeralda.
Y al final las matemáticas finalizaron con las otras clases. Saliendo por el pasillo el brazo de mi novio envolvió mis hombros y caminó conmigo.
Dio un beso a mi frente.
Le sonreí. -Hola.
-Hola, mi novia cumpleañera.
Con él y Bélgica quedamos de vernos en mi restauran favorito unas horas después para hacer las tareas y prepararnos.
Hacía mis tareas cuando llegó León y me zarandeó el hombro. Dejé mis tareas para después.
-Mamá me dio esto para ti, yo te ayudo a ponerlos -abrió una caja y sacó estrellas fosforescentes, las pegamos por todo el cuarto. -Bueno anda Flora, tengo hambre, prepárate.
Él saltó en mi cama mientras me cambiaba por una blusa amarilla de botones, pantalón azul marino y zapatos flats negros, acomodé mi cabello rubio casi blanco pero alborotado en un chongo alto y sólo enchiné con mis dedos mis pestañas que rodeaban mis ojos claros, estando satisfecha del aspecto de mi rostro. Saliendo del tocador León sólo ordenó algo más.
-Oscurezcamos tu cuarto. -Se abalanzó a cerrar las cortinas y estuvo un poco suficientemente oscuro para dejar las estrellas brillar significativamente-. Bien, vayámonos -a continuación me jaló y salimos de mi cuarto y de la casa para ir al restaurant.
Estaba comiendo espagueti y recibía felicitaciones, yo era el centro de atención, fui consentida y hasta los meceros cantaron lo mejor que pudieron Feliz Cumpleaños. Y durante todo ese tiempo sentía una mirada penetrante. Sí; estaba rodeada de personas, era mi cumpleaños, era el centro de atención, pero sentía una mirada vigilante... Traté de ignorarla.
-Ey, linda, yo no te he dado mi regalo -Bélgica se había ido y estaba esperando con Hank, saliendo me dijo eso, con una mano tomó mi barbilla y dirigió mis labios a los suyos en un casto beso. Luego con su otra mano me entregó un regalo. Fue un cuaderno de cien hojas con decoración de hojas secas de otoño. -Sé que te gusta escribir, aunque pienses que no eres tan buena, y sí lo seas.
-Gracias -susurré. Lo abracé.
Me había despedido de Hank, y León había pedido ser cargado, quedándose dormido en los brazos de mi madre, ya en la casa lo llevó a su cama y yo fui a mi cuarto. Al abrir mi cuarto me llevé una gran sorpresa.
León había cerrado ventanas y cortinas para ver las estrellas en la oscuridad, y seguía oscuro porque ya era de noche, pero un viento frío entraba por la ventana abierta, y las cortinas se balanceaban. Pensé que un ladrón podría haber entrado. Pero no pude sospechar más porque vi algo más en la ventana, me acerqué y vi un ramo de flores: Lirios, supe inmediatamente. Tenía que darle honor a mi nombre sabiendo un poco de flora, y los lirios me encantaban, de hecho. ¿Un admirador, tal vez? Levanté el ramo y vi una nota entre las flores.
La leí. Esto apenas empieza, Flora.
¿Qué? Alguien debe estar tomándome el pelo.
Dejé el ramo en mi buró y tiré la nota a la basura. Me puse pijama y me acomodé entre mis sábanas y cobijas. Mi cama parecía abrazarme y amoldarse a mi cuerpo para tener un buen descanso, mis ojos se cerraron inmediatamente. Pero no tuve un buen descanso.
Era una sensación exasperante. Algo me perseguía; no sabía qué, pero algo me perseguía. Algo horrendo, feo. Yo sólo corría, huyendo de aquello, y piedras dolorosas se adherían a mis pies descalzos. Sentía lágrimas cayendo por mis mejillas, y me sentía sucia y cansada, dolorida, sentía que caía a la vez que corría, y oía pasos acercándose cada vez más a mí. Mi respiración se cortaba, y escuché los pasos demasiado cerca, hasta que terminaron y es como si la cosa hubiera saltado sobre mí y me desgarrara los hombros y la garganta.
Mi corazón se detuvo a la vez que me desperté y empezó a palpitar fuertemente, sentía arcadas y tomaba bocanadas de aire, sudaba. Ser perseguida era una de las peores sensaciones para mí, mi mayor miedo, y más ser alcanzada. También caer.
Asustada, me dirigí a la cocina y tomé el sobrante de pastel de chocolate y me lo acabé todo. Eso es; chocolate, mucho, mucho chocolate, eso ayuda. También me calenté café y estaba por el primer trago cuando mi madre entró a cocinar.
Sólo me miró con cara interrogante y alzó las cejas, se interrogaba cómo estaba despierta tan temprano.
Al terminar mi taza de café vi, al fondo, que con el café se dibujaba una frase, unas palabras; las miré extrañada. Tendrás sueños así todas las noches.
Qué diablos.
Me levanté de la silla y me dirigí al tocador para lavarme los dientes. La pasta dental me quemó y sentía que me sangraban las encías, y al escupir vi sangre. Pero me vi al espejo y no había rastro de sangre, la sensación se había ido y al ver el lavabo no había sangre. Sin embargo no me atreví a repetirlo, lavé el cepillo frenéticamente y fui a mi cuarto secándome las lágrimas. ¿Qué había sido aquello?
Me senté en mi cama y tomé mi libro para matar tiempo en lo que fuera tiempo de irme. Cuando terminé la primera hoja pasé la hoja y sentí un corte en el dedo que me hizo soltar un gritito, pero vi mi dedo y no había rastros de una cortada, lo ignoré sólo un poco sobresaltada y seguí leyendo, pero al pasar la siguiente hoja pasó lo mismo, e inmediatamente aventé el libro lejos de mí, con lágrimas en los ojos; o eso pensé, porque al secarme no había quó secar, y sentí el sabor salado en mi boca, pero no había llorado. Era totalmente incomprensible. Luego sentí un tirón en mi cabello y volteé, pero nadie me lo jalaba, estaba sola. Mi madre tocó a la puerta y dijo que ya era hora. Al ponerme la mochila sentí que podría estar cargando piedras y sentía un cosquilleo en mi piel como si tuviera mil hormigas recorriéndome, y aunque supe que no era así no podía quitarme la sensación, al rodear la manija dorada de la puerta sentí un toque, alejé mi mano, y con miedo lo volví a intentar, abrí la puerta y no me importó volver a cerrarla, me alejé con rapidez temiendo hacer cualquier cosa.
Vi a mi madre irse con León y yo subí en mi bici, pero al tratar subir una pierna sentí un tirón y caí, sentí que me raspé el muslo y dolió mucho, pero al instante estaba bien colocada en el asiento, sin raspón alguno. Sacudí la cabeza y llegué a la puerta sin nada extraño. Pero ya estando en clases, en medio del aburrimiento, saqué el cuaderno de Hank y escribí mi primera frase. Estoy sintiendo cosas extrañas. A continuación escribí otra cosa que no fui consiente de escribir, mi mano movió la pluma por si sola y me extrañé con lo escrito. Hoy sientes, mañana escucharás; primer día de siete.
Cerré el cuaderno de golpe y me recargué derecha en mi asiento, esperando así no sentir nada más.
Y evadí todo para llegar rápidamente a mi casa. No quise encontrarme ni con Bélgica ni con Hank. Al llegar a casa esperé que todo siguiera en paz e intenté hacer mi tarea, pero al abrir mi cuaderno volví a sentir que me cortaba el dedo cuando no era así, y que la pluma que sostenía tenía el filo de un cuchillo cuando no era así.
Aventé todo y me aventé a mí misma a la cama, envolviendo mi cuerpo como en posición fetal. Me quedé dormida con la sensación de lo que parecían más de mil abejas picándome.
Me soñé estando en una mesa con esposas plateadas que me hacían arder, y que hacían mis brazos y piernas alejarse de mi torso.
Volví a despertarme sudando, tomando bocanadas de aire, y sobándome los hombros.
Escuché una voz aguda, como maternal, pero lo que pronunció no fue nada maternal. ¿Buen sueñito, Flora?
Sacudí la cabeza. Escuché un fuerte viento que sacudiría faldas y ropa en tendederos, pero por la ventana todo estaba tranquilo. Escuché como si alguien azotara mi puerta, pero estaba cerrada y eso no había pasado, también escuché a la ventana correrse, y eso tampoco había pasado.
Enterré mi cabeza en mi almohada y ahí ahogué un fuerte grito. ¡¿Qué está pasándome?!
Decidí salir, pero temí tomar el pomo de la puerta, vacilé y lo hice girar para abrir la puerta en un parpadeo; nada pasó. Al salir escuché pasos y agua de llave correrse, fui a la cocina y no había nadie, tampoco en el baño. Me asomé al cuarto de mi madre y ahí estaba ella, profundamente dormida en su cama, y a mi hermano igual en la suya.
Cerré los ojos un momento intentando aclarar mis pensamientos, y volví a la cocina. Me senté en una de las sillas sin saber qué hacer, acariciando mi piel recordando el hormigueo que sentí el día anterior.
Escuché otra voz.
¿Extrañada? Ayer sentías, hoy escuchas. No esperes volver a sentir. Segundo día de siete.
La voz fue rasposa, como de una persona afónica a punto de perder la voz.
Tapé mis oídos y quise no escuchar nada.
Me levanté para salir y mi madre iba entrando a la cocina, me vio extrañada.
-¿A dónde vas? Ven a desayunar.
-No tengo hambre -contesté.
-Lárgate, estás poco extraña nunca, ¿pasa nada?
No entendí la conjugación de palabras, pero negué con la cabeza y volví a mi cuarto.
Quise dejar de escuchar, intenté con música; puse música a todo volumen con audífonos pero al ponérmelos escuché un grito agudo como de un bebé al nacer en lugar de música.
Aventé los audífonos y al chocar estos con la pared escuché un golpe como de metal contra metal, que no era posible.
Dejé mi cabeza enterrada en mi almohada. Ya, ya, sólo faltan poco más de doce horas para que se acabe el segundo día.
La voz ronroneante se apagó y estuve calmada sólo escuchando las palpitaciones de mi corazón por unos minutos.
Hasta que escuché golpes en mi puerta no sabiendo si eran reales o no, pero me levanté y me arreglé como pude, decepcionada por mi cabello y mi aspecto demacrado.
Salí, y cada paso que daba, el rodar de las ruedas al yo girar los pedales, los escuchaba como si estuvieran justo a un lado de mis oídos.
Cuando Bélgica trató de hablarme preferí impedírselo.
-No me hables.
-Pera.
-Sólo, por hoy, por favor, no me hables.
-¿Desacuerdo?
Me dirigí a las clases y cada palabra que los profesores daban eran totalmente incoherentes para mis oídos, se contradecían. En matemáticas "dos más dos igual a uno, si eso no lo sabemos, y es difícil".
Al salir no pude librarme de Hank, me rodeó con un brazo y me susurró al oído. -Odio te.
Me liberé de él y lo miré como si le saliera un brazo de la cabeza, me alejé de él corriendo.
Y escuché que me gritaba -¡No me importas!
Pedaleé lo más rápido que pude, y escuché la voz de Bélgica. Está muy extraña, hoy me dijo que no le hablara. Y aunque eso no era para nada incoherente, aunque yo sabía que eso diría Bélgica, estaba muy lejos ya para poder escucharla. Y escuché campanas, miles. Escuché truenos y lluvia, pero el cielo estaba claro, de ese azul moteado de blanco que yo amaba.
En casa, traté de hacer mis tareas, pero la pluma en el papel sonaba desgarrador, que me hacía doler el tímpano.
Traté de refugiarme en mi cama, pero escuché un último par de palabras de una voz escalofriante. Dulces sueños. Y me quedé dormida.
No tuve un dulce sueño. Soñé que una oscuridad me envolvía. No le tenía miedo a la oscuridad. Pero esta oscuridad es diferente, no tenía miedo a lo que pudiera aparecer en medio de esa negrura. Le tenía miedo a la oscuridad misma, esa negrura tenía vida, y sentía como me engullía, quería envolverme y sobrepasar mi piel, revolver mis entrañas, meterse en mi corazón y oscurecerme a mí. Y casi lo logra.
Como ya era casi costumbre para mí, desperté sudando, sobresaltada, respirando fuertemente y así mismo palpitando mi corazón.
Al despertarme, nada extraño pasó, pero entonces, como parte del alivio, vino algo a mi mente, me acordé de algo. Ayer fue sábado, pero recuerdo haber ido a la escuela.
Como para aclarar mis dudas, León entró a mi cuarto y se me acercó haciendo pucheros.
-Ayer quisiste dormir todo el día. Que aburrida eres, podríamos haber salido al jardín a jugar o algo, pero eres una dormilona.-No pude responder porque tuve que tapar mi nariz inmediatamente, el aliento de León era fétido, supe que hoy era mi olfato el que sufriría.
-León, sólo... salte de mi cuarto, por favor; no me hables por hoy.
Él sólo se encogió de hombros y salió. Lo escuché decir. No sé, está muy extraña.
Y ya no supe si me lo imaginé o si era real.
Entonces me llegaron atisbos. ¿Ayer quise dormir todo el día? Entonces había soñado con seres. Recuerdo haber visto una niña que parecía fantasma escalofriante en mi cuarto, y que desaparecía al instante. Recuerdo haber visto niños que estaba a punto de atropellar con mi bicicleta, pero antes del impacto desaparecían. Recuerdo haber visto a Hank con apariencia de monstruo y haber visto un torrente de lluvia que no sentía. Supe que había soñado con todo un día de alucinaciones. En sueños, mi mente me había jugado una broma con mi vista. O ya no sabía ni cómo explicarlo.
Ese domingo, sufrí de arcadas por el olor de podredumbre, era incluso cruel, porque por un segundo olía a vainilla o a pan recién horneado y al instante me robaban eso para darme mucho olor desagradable. No quise comer nada. Y vomité una vez. Todo el día permanecí en mi cama con la cabeza enterrada en la almohada, pero eso no contenía los olores.
Me quedé dormida, al final. Y soñé con caer; un abismo. Trataba de sostenerme de algo pero no había nada, todo estaba oscuro y yo sólo caía y caía, sentía vacío dentro de mí y me mareé mucho.
Incluso al despertar me dolía horrores la cabeza.
Pero no parecía despertar en realidad.
Sentí que abría los ojos, pero todo seguía oscuro.
Escuché una voz. Ya experimentaste ver cosas extrañas, aunque creas que fue un sueño. Ahora no verás nada.
Así que así supe que ahora estaría ciega por un día.
Pero pude escuchar cuando León entró a mi cuarto. Me decidí a no abrir los ojos en ningún momento.
-Flora...
Lo interrumpí.
-León, dile a mamá que no me siento bien, pero que no se preocupe, me cuidaré sola.
-Si me di cuenta de lo extraña que has estado, cuídate -me abrazó. Pero me sentí incómoda y lo hice a un lado cuando pude.
Me pasé el día escuchando los pájaros cantar y escuchando música. Me dije que faltaban sólo dos días más, aunque ni yo lo entendiera del todo.
Y al dormir, me vi en un desierto, sedienta, sin nada más que arena a mí alrededor.
Al despertar, por instinto me levanté por agua, y al servirme, no escuché el agua caer en el vaso.
Incluso antes de que unas palabras se dibujaran en la ventana empañada, lo supe. Ahora no escucharás.
Me llevé un sándwich a mi cuarto y me di cuenta de que no había comido bien en estos días, me rugían las tripas; lo sentí, pero no lo escuché, y eso me enfureció.
Cerré mi puerta con llave y no tuve que molestarme en contestarle a nadie, ya que no escuché a nadie, ni a mi madre ni a mi hermano los escuché tocar la puerta, ni decirme nada. Sólo deslicé un papel con algo escrito bajo la puerta.
No iré a la escuela, no se preocupen por mí, quiero estar sola.
Y me la pasé leyendo Cuidad de Ceniza. Al menos saqué algo bueno de eso; pero amaba el sonido de las hojas al pasar, y era una tortura no escuchar, en realidad.
Me quedé dormida con el libro en mi pecho, y soñé que me ahogaba; esa era la peor sensación. No sabía dónde estaba ni ninguna otra cosa, no sabía nada, en absoluto, sólo que me privaban de oxígeno.
Tomé bocanadas de aire al despertar. Y fue un alivio escuchar a mi madre tocar mi puerta. Al levantarme, sufrí un tremendo mareo, y quise vomitar, pero regresé la bilis. Abrí la puerta, y mi madre se veía muy preocupada. Tomó mi frente y su preocupación se vio aumentada.
-Tienes fiebre.
Me acosté en la cama y dejé que me pusiera una toalla en la frente. Sólo que la sentí hirviendo, aunque la sensación se fue al instante. ¿Sentiría otra vez? Recordé que era el último día, pero me dije que seguro sería el peor. Mi madre me dio medicinas, y sentí que me cortaban la garganta.
Me dejó estar sola y quise leer, pero las palabras se revolvían y no entendía nada en absoluto. Luego escuché una voz. Ahora un remix.
Entendí que ahora sería todo.
Y así fue. Veía manchas de sangre en las paredes, que se borraban. Por minutos dejaba de ver o escuchar, o las dos. Veía cosas, escuchaba y sentía. Cuando dormía soñaba cosas horribles.
Pero al siguiente día volví a sentir una mirada penetrante, aunque además de eso, fue un día normal, y un alivio para mí.
En la noche, quise leer en paz y al abrir el libro en la página en que me había quedado, había una frase.
Felicidades, pasaste la prueba.
Ahora, sé que aprendí algo de esto. Y soy psicóloga.
O lo era, porque ya me jubilé. Teniendo noventa y seis años, ayudé a muchas personas. Y no, nunca llegué a entender lo que pasó, pero me sirvió.
Eso nos lleva al día de hoy.
Estoy pensando...
Ya aprendí.
Ya viví.
Ya hice algo con mi vida.
Ya ayudé.
Saqué provecho de lo sucedido.
Ya experimenté.
Ya hice muchas cosas.
Lirio, ya puedo dejar este mundo.
-
Otro de los que ya había publicado.
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