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CAPÍTULO VEINTISÉIS

Cuando decidió casarse con su ahora exesposa, Jungkook lo hizo por una vieja y arraigada idea del honor que su familia se encargó de meter en su mente durante toda su vida. De como el matrimonio daría propósito a sus días, llenando aquellos espacios que necesitaban de algún complemento que ni él sabía que necesitaba. O eso le dijeron.

Jungkook había conocido a Lisa en su primer año viviendo en la ciudad que nunca descansa y el lazo entre ellos se había dado con tal naturalidad como lo pueden llegar a hacer dos personas que provienen de un mismo lugar y coinciden en otro. Su noviazgo fue inminente cuando se dieron cuenta de que tenían muchas cosas en común, siendo la más grande de ellas, la idea de sus progenitores de sentar cabeza y comenzar a llevar una vida que diera ejemplo a sus pares.

Así que así, sin cuestionarse mucho ni ahondar en sus sentimientos, el par de chicos se comprometieron y casaron en un lapsus apresurado de un año. Cualquiera que los viera diría que sus nupcias se trataron de un romance tórrido que no podía esperar. Pero nada más lejos de la realidad, ellos eran un par de extraños cuyos corazones se guiaban por las intenciones de otros.

Los primeros meses de convivencia no fueron para nada fáciles, sus espacios personales se vieron invadidos y con ninguno teniendo la intención de ceder, los problemas no tardaron en llegar. Los horarios erráticos de Jungkook eran un dolor de cabeza para Lisa, de modo que la chica se refugió en sus amistades para pasar el día a día. Ella llevaba un trabajo como secretaria cerca del departamento, uno que odiaba, por lo que su gesto era un constante entre hartazgo y decepción.

Jungkook realmente no podía culparla por no vivir la vida que deseaba, la chica le había dado vistazos de sus sueños en las escuetas charlas que compartían para tener que retrasar el ir a la cama juntos y en ellos hablaba de como deseaba poder estudiar, tenía facilidad para los idiomas, pero con una familia de escasos recursos que había viajado a América justamente en busca de mejores opciones de trabajo, Lisa no tenía más opción que encontrar un empleo de buena paga rápido para ayudar a saldar las deudas.

En retrospectiva, no todo había sido malo, con el paso del tiempo los chicos se acoplaron lo suficiente como para mantener en pie la farsa que era su unión. Ninguno estaba feliz, ninguno amaba al otro, pero se respetaban y eso hubiese sido suficiente si ni hubiese sido porque se esperaba de ellos un hijo.

El fruto de un matrimonio joven.

Nada descabellado para sus padres, un suplicio para Jungkook y Lisa.

Ya sin el encanto inicial, en el camino rápido a colapsar de satisfacer aspiraciones ajenas; un bebé era lo que menos podían imaginarse crear entre ellos y no se trataba de que alguno de los dos no lo deseara, lo hacían, pero eran conscientes de que un niño debe venir al mundo en un ambiente lleno de amor y calidez, no como el inicio del fin.

Jungkook se había imaginado su vida futura alguna vez, en el sueño de un sueño. Sabía entonces que deseaba un hogar, una pareja que lo amara con locura y algún pequeño que se pareciera a él. Un retoño donde reconocer rasgos de si mismo tanto como los de su pareja. Una criatura que sería el vivo ejemplo del amor que sentiría en su corazón por quien se lo diera.

Más nunca lo vio así, en un plano donde era algo que le causaba dolor de cabeza de solo pensarlo. Y Lisa no lo llevaba mejor, ella se cerraba a siquiera hablar el tema, evitándolo casi tanto como lo hacía a dormir juntos.

Lo que ya era un tema sobre el cual ellos hacían el tonto.

A pesar de que usaban una sola habitación del departamento que tenía dos, cumplían con la idea de que un matrimonio debe tener un cuarto y, por lo tanto, una cama. Todo compartido y mezclado. Jungkook no era alguien que se caracterizara por tener muchas cosas, era la definición de minimalista. Así que Lisa se había visto con holgura para llevar sus cosas, las que tampoco eran demasiadas. Ella llevaba meses allí y aun mantenía cosas en cajas, como si en cualquier momento se iría. Y quizás era así, al menos así se sentía por dentro.

Sus relaciones eran prácticamente nulas, no había pasión entre ellos. La idea de amistad que en algún momento pensaron era suficiente para su unión, se vio rápidamente estropeada. Ellos ponían excusas de todo tipo para evitar usar la alcoba para algo más que dormir, hasta llegar al punto en que ni siquiera se molestaban en mentirse el uno al otro. Solo se miraban y se acostaban en sus puestos designados de la cama para que el sueño los reclamara.

Así que no, Jungkook jamás debió casarse, siempre lo supo, pero no lo quiso admitir. Porque quería hacer sentir orgullosos a sus padres, el hijo que tomó el buen camino, que estudió y trabajó para sacarlos a todos adelante. Para devolverles la mano a sus progenitores que tanto habían sacrificado para criarlo.

Pero se olvidó de sí mismo, en el peor error que puede cometer un ser humano.

El día que Lisa le pidió el divorcio no hubo lágrimas. Ni recriminaciones, ni gritos. No hubo nada, solo entendimiento. Los ojos tristes de la chica le hablaron de lo que callaba y aunque Jungkook sintió que simpatizaba solo pudo verla marcharse con la idea de la normalidad detrás de sus pasos.

Duró de manera funcional siete días, trabajó y fingió estar afligido por su matrimonio fallido ante todos los que correspondía. Entonces, en su primer día libre con tiempo para pensarse lo que estaba ocurriendo, colapsó porque en realidad no estaba siendo sincero.

No estaba triste porque se iba a separar. No había nada en él que se sintiera mal al llegar al departamento vacío. Solo paz, al fin, amada paz.

Y con ello vino la rabia, por no extrañar lo que le habían dicho que era para él.

Fue como llegó con un terapeuta, en la necesidad de desahogarse con alguien que no lo conociera ni importara.

-Creo que hay algo mal en mí. -dijo nada más sentarse frente al especialista.

Un estremecimiento recorrió a Jungkook a la vez que se iba a su habitación sintiéndose como la peor basura de la tierra, se lanzó a la cama cubriéndose por completo con las mantas en un intento de que las cosas no pudieran alcanzarlo. Los recuerdos, las emociones del momento y todo lo que callaba.

Nunca esperó que Jimin se enterara sobre sus antidepresivos mal escondidos. Mucho menos que lo mirara con lamento en sus bonitos ojos. Muy se temía que eso era más peligroso que haber visto su rabia.

A la mañana siguiente, Jungkook amaneció con un dolor danzante en las sienes. Un solo vistazo a su despertador le mostró que aún le quedaba una hora para tener que levantarse, por lo que suspiró. Si había conseguido tres horas de inquieto sueño, era demasiado, iba a tener ojeras espantosas y no había excusa buena que poner detrás. Su espalda se quejó cuando se sentó contra la cabecera de la cama para mirarse las manos.

Hubo un par de golpecitos en la puerta de su cuarto, entonces se abrió con lentitud y la cabeza cobriza de Minie se asomó.

—Estás despierto, eso es bueno. —dijo con voz tirante. Se veía... no como él. Entró cargando cafés en una mano y panecillos en la otra.

Jungkook le miró curioso.

—¿Qué es esto?

El chico se sentó cerca de él, entregándole un café.

—Hoy me desperté y pensé, Starbucks por la mañana —se encogió como si fuese cualquier cosa. Mentir se le daba fatal, Jungkook esperaba que actuara mejor que eso. Sacó panecillos espolvoreados de azúcar de la bolsa con el logo de la cafetería y se dispuso a comer.

El mayor le observó unos segundos intentando descifrar de qué iba, entonces su estómago rugió despertando ante los olores deliciosos y no tuvo más remedio que imitarlo.

—Justo a tiempo, al parecer —comentó Minie con una sonrisa y bebió de su chocolate caliente. Su pelo aún estaba húmedo y él no se veía como si hubiese dormido de la mejor manera tampoco.

Como Jungkook no era un tipo de mañanas, no a menos que tuviese un café en la mano, prefirió enfocarse en ello. Tanteó la bebida para no quemarse y luego dio un largo trago, complacido de encontrarse con que era un café negro con escasa azúcar, tal como le gustaba.

No sabía por qué, pero aquello le conmovió. Jimin conocía el pedido de su café.

—¿Dormiste? —preguntó, para no ponerse emocional.

—Como un bebé —Minie respondió y le guiñó, Jungkook sonrió de manera triste.

—Somos dos.

Comieron en incomodo silencio, chupándose los dedos para quitar la azúcar glaseada y dejando que los brebajes calientes se asentaran en sus estómagos preparándose para lo que se venía.

Por la ventana entreabierta podían escuchar el bullicio de la ciudad a primera hora de la mañana. Murmullos de la multitud habitual que comenzaba a aglomerarse, la música, los claxon sonando.

En el apartamento comenzó a entrar la realidad.

—Sobre anoche... —comenzó Jungkook.

Jimin le miró.

—¿Quieres hablarlo?

Jungkook se contuvo.

—No realmente.

El chico le ofreció una sonrisa brillante. No como las resplandecientes que le brindaba al llegar a casa, o las atontadas después de un beso. Fue diferente, inquietante.

—Entonces, no hay que hacerlo. ¿Tienes turno completo hoy? —Y solo así le dio una salida.

Algo se peleó por querer salir de la boca del doctor, algo poderoso, por lo que Jungkook se inclinó hacia adelante y tomó los labios de Jimin con emoción. El chico se ablandó en su dirección, lo que no lo hizo mejor. Probó azúcar y chocolate dulce de su boca y su lengua juguetona en respuesta.

Jimin siempre se dejaba hacer y ya era hora de que Jungkook tomará nota de eso.

—Aún me queda tiempo antes de tener que comenzar a alistarme —consiguió decir entre besos. Los ojos de Minie barrieron por su rostro. El deseo estaba ahí, como siempre... pero ahora había... algo. Jungkook no lograba alcanzarlo. O quizás no quería.

Jimin le peinó el cabello hacia atrás con sus pequeñas manos atentas.

—Entonces, hagamos que cuenten —dijo con la respiración acelerada ya trepándosele al regazo.

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