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CAPÍTULO VEINTINUEVE

Jimin aterrizó en Gimhae muerto de cansado.

Esperó a que sus maletas salieran por la cinta, haciendo nota mental de jamás volver a viajar en clase turista. No podía creer que los asientos fuesen tan incómodos. Una vez afuera, pasó cerca de la fila eterna de quienes esperaban taxis y aquellos que se molestaban en coger el autobús, aquel que hacía demasiadas paradas hasta su casa.

Se recargó en un pasamanos a esperar a su madre. Ella vivía por la puntualidad y él le había mencionado a qué hora estimada llegaría, así que de seguro que ella andaba cerca y no tardaba en aparecer frente a él.

Barajó la posibilidad de tomar su teléfono y enviar un mensaje a Jungkook en aviso de que había aterrizado, sus dedos bailaron sobre las teclas del aparato, pero en último momento, desistió.

Quizás se debiese a las kilómetros y mares que ahora los separaban, pero tras todo el terreno, no estaba seguro de en qué plano se encontraba su relación.

La duda corroyó su estómago, como lo había hecho al salir de casa.

Ellos habían logrado llegar al aeropuerto a tiempo, —de una manera desordenada, arreglándose la ropa en el ascensor y arrojándose dentro del Jeep— para que Jimin no tuviera que perder su vuelo.

Se habían despedido en medio de una multitud yendo en todas direcciones, con bullicio y distracciones varias. Jungkook le había cargado el maletín en el camino, para luego tendérselo y dejarlo marchar como a un amigo cualquiera.

Aunque Jimin habría jurado que Jungkook exhaló al rosarse sus dedos, como si él estuviese afectado por su partida, como si se controlara a si mismo de hacer o decir algo de lo que después se arrepentiría. Fuese como fuese, nada más ocurrió.

Jimin cargó su equipaje de mano hasta la puerta de embarque, resistiendo al impulso de despedirse de Jungkook como realmente hubiese querido. Se detuvo antes de cruzar, resignado a que no le vería por un par de días y la imagen de un Jungkook allí de pie, mirando hacia él fue de pronto devastadora. Se había visto hermoso. Alto, totalmente guapo, su boca con una sonrisa mínima y sus ojos con emociones danzando tras sus iris peculiarmente dorados. No se resistió a lanzarle un beso, claro que una mano cubriendo un lado de su boca. Así era medio secreto, ¿no?

Jungkook solo asintió, obviamente incómodo.

Su pobre Jungkook, siempre tan reacio a las muestras de afecto en público. Incluso de jóvenes, Minie lo recordaba igual.

Se resistía a los abrazos de Yoongi y besos de —para molestia de Jimin— sus novias.

No había mucho que él pudiese hacer ahí o eso creía. De todos modos, no sacaba mucho con pensar en ello, es por eso que lo evitaba.

La camioneta inconfundible de su madre se detuvo en media acera frente a sus ojos, tal como pensó. Ella bajó el vidrio, mientras se le aproximaba.

—Jimin, hijo —ella le llamó haciéndole una seña. Él sonrió feliz de verla. Un par de autos hicieron sonar sus cláxones en protesta cuando ella se apeó del vehículo para ir a abrazarlo y ayudarle con su equipaje. —Jiminah, querido —repitió Park Eun Ji estrujando a su hijo menor entre sus brazos. Le plantó un beso con pintalabios en la mejilla y se apartó. El muchacho sonreía de oreja a oreja, se veía sano y con buen semblante, aunque puede que algo delgado para su gusto.

Más bocinas se unieron a la protesta de los conductores molestos, por lo que, se subieron al vehículo y partieron.

—Mi querido niño, ¿qué tal te ha ido todo? —comenzó la madre de Jimin muerta de curiosa. Ella no era lo que se dice una excelente conductora, así que su hijo procuró contarle todo de manera superficial con tal de que ella no se desviase demasiado del camino.

Sus ojos brillantes le miraron con interés de arriba abajo, de esa manera que solo las madres pueden hacer, realizando un escáner preciso que no deja rincón dónde esconderse.

Minie se acomodó en el asiento.

—No me mires así, madre. ¿Qué esperas encontrar? —Ella movió su cabeza, su corto cabello sacudiéndose. —De casualidad, ¿cocinarás esta noche?

—Por supuesto, estás tan flacucho que necesitas de un buen plato de comida. ¿Te alimentas siquiera por allá? Algo me dice que no.

Jimin sonrió y revisó su teléfono. Un mensaje de TaeHyung había llegado hacía unos minutos.

Espero que tu vuelo fuese bien, ya te extraño. Llámame en cuanto puedas. Besos.

Tecleó una respuesta.

He aterrizado recién, voy camino a casa. Te llamaré más tarde. Un beso.

—Claro que como, pero no me negaré a unos de tus platos, sin embargo.

—Humm.

Guardó el aparato celular en un bolsillo de su chaqueta, mirando por la ventana al agreste y familiar entorno. Bueno, quizás no tan familiar. De una extraña manera añoró el paseo atiborrado de vitalidad, luces y música que estaba bajo el apartamento de Jungkook. Aquello, en comparación a los suburbios cercanos a la casa de su madre eran dos mundos por entero diferentes.

—¿Hay algo de lo que quieras hablarme?

Jimin se encogió de hombros.

—No especialmente. Tengo un par de días, así que pretendo quedarme tanto como pueda, si para ti va bien. —No tenía que mirar a su madre para verla asentir satisfecha. —Sobre la campaña publicitaria, espero ponerme al día mañana, quizás pasado, si Minji consigue distraerme. Mmm, la escuela es de lo más. Te alocan, si a eso te refieres. Las clases son perfectas cada una de ellas, aunque pesadas. Me he hecho un par de amistades por ahí, pero ya sabes que tengo a TaeHyung. Hemos vuelto a ser inseparables. —Soltó una risita.

Su madre por su parte, lo seguía mirando como si él le estuviera ocultando algo.

—¿Qué?

—Nada.

—Eso no es nada, me miras raro.

—No lo he notado.

Jimin suspiró.

—¿Hay algo en específico de lo que tú quieras que hable? —Le preguntó.

Los delicados rasgos de Eun Ji se crisparon sutilmente.

Era más fácil así, se dijo Jimin. O si no, ella se pasaría toda la velada con la expresión agria.

—No, para nada. Solo quería saber cómo lo llevabas estando tan lejos.

Él se relajó.

—Todo bajo control, mamá. Puedes estar tranquila.

***

Jimin entró en la cocina en el mismo momento que un grupo de chicas entraba por las puertas dobles que daban al patio. No conocía a ninguna de ellas, pero por su vestimenta de mallas y pompones podía decir que asistían a la misma escuela secundaria que su hermana y que participaban claro estaba, en las animadoras de la Universidad del condado.

Al verlo allí de pie, varias de ellas se detuvieron a mirarlo con sendas sonrisitas interesadas.

Él sonrió, cortés.

No recordaba la última vez que había flirteado con una chica, pero reconocería sus miradas intencionadas en cualquier parte.

—¡Minie!

Jimin apenas tuvo tiempo de pestañear cuando de entre las chicas, salió su hermana dando tumbos y se le arrojó al cuello.

—Te... he... echado... la... mar... de... menos —dijo enfatizando cada palabra con un beso en las mejillas de él.

Jimin la apretó en su costado y notó que había crecido bastantes centímetros desde hacía unos meses atrás, pero aún le llegaba bajo el hombro.

—Y yo a ti.

—¿Cuándo has llegado? ¿Llevas aquí mucho rato?

Minie sonrió. Ella sonaba excitada y sus mejillas arreboladas, de seguro por el cansancio, le daban un aire aún más encantador.

—No, solo unos minutos. Mamá me fue a recoger al aeropuerto.

Ella hizo un mohín, colocando sus manos con pompones en sus caderas.

—¿En serio? ¿Porque nunca me entero de nada?

Minie le quitó importancia con un gesto de la mano. Y le indicó, en cambio, al grupo de jóvenes que se habían quedado mirando las muestras de afecto entre ellos dos.

—¿No me presentarás a tus amigas?

Minji hinchó el pecho, como si estuviera hablando de la cosa más importante del mundo y señaló a Jimin.

—Chicas, él es Jimin; mi hermano favorito.

—Un placer señoritas.

Hizo una profunda reverencia coqueta y ellas lanzaron risitas.

Minji le golpeó el pecho, en broma.

—Deja de ser un coqueto y síguenos. ¿Quieres ver nuestras rutinas?

Lo jaló de un brazo y lo arrastró al patio sin darle tiempo de protestar. Aunque tampoco hubiese podido negarse; una porque la había extrañado demasiado y quería tiempo con ella y otra, porque las amigas de Minji se sumaron con excitados asentimientos y se pasaron la tarde enseñándole como es que animaban a los tigres de la universidad central de la ciudad.

***

Cuando ya había oscurecido y las amigas de Minji se marcharon —besándolo más de lo necesario— Jimin se encontraba tendido en el sofá de la salita de estar viendo televisión y esperando a que su hermana terminara su ducha y bajara a contarle como iban las cosas con sus clases y con su novio.

La puerta de entrada se abrió y su madre entró con su sobrina en brazos. Nada más verlo, una alegre Moon comenzó a revolverse para bajar al piso y correr hacia Minie.

Con tiernos tres añitos de edad bien lucidos, Moon era la única hija de Yoongi. Y se parecía mucho a él; piel nívea y ojitos claros, salvo por su pelo en rizos esponjosos heredado de la cuñada de Minie, Hana.

Minie la cogió por la cintura y se la sentó en las piernas. Ella le abrazó con sus rollizos bracitos y le dio un beso baboso en la mejilla.

—Tío Minie —chilló con sus piernitas colgando.

Llevaba un vestido rosa y una chaquetilla de lana blanca, pantys y botitas cafés. Era adorable y Jimin la apretó con ganas, internando su nariz en sus cabellos y tomando su olor a bebé.

—¿Cómo has estado preciosa? —Le dijo besando su sien.— ¿Has extrañado a tu tío Jiminnie?

Ella asintió y rio.

—¡Mucho! ¡Ya no ando en caballito! —exclamó en un puchero. Jimin se rio ante el recuerdo de él a gatas cargándola. De pronto, la puerta fue nuevamente abierta y su sobrina se puso alerta, se bajó corriendo en dirección a la cocina.

—Nada de dulces a esta hora, Moon.—riñó su madre entrando con paso enérgico. —Qué bueno es verte, Jimin —Se acercó a Minie y le dejó un beso cariñoso en la mejilla antes de correr a la cocina por su hija que se trepaba a una silla para alcanzar los cajones de la encimera.

Jimin sonrió.

Hana llevaba más de seis años con Yoongi y en todo ese tiempo, Jimin jamás la había visto salirse de sus casillas. A toda costa, era una muy buena elección la que había hecho su hermano ahí. Ella era suave y femenina; poseedora de una melena leonada que robaba miradas.

Era profesora de infantes en una escuela cercana a su casa en los suburbios y tenía una paciencia infinita que dejaba ver en como nunca gritaba a Moon, sino que andaba detrás de sus pasos siempre enseñándole algo. O en la manera en que nunca se enfadaba de las tonteras de Yoongi, porque había que admitir que aun en sus treinta, su hermano no maduraba.

Invocado por su pensamiento, Yoongi entró en casa y nada más verlo, se le fue encima.

—¡Pequeñajo! —fue su saludo. Él le tomó por los hombros, atrayéndolo para un abrazo rompe huesos. Eran ambos de la misma estatura, pero Yoongi mejor construido, de brazos gruesos y pecho de acero.

—Me sofocas —Jimin reclamó, medio en protesta, medio en serio. Él hizo ademan de echarse atrás, cosa que Yoongi no le permitió. Su hermano le besó ambas mejillas y revolvió su pelo con una mano.

A Minie no le quedó más remedio que quedarse en donde estaba, contentísimo de ver a su hermano y soportando uno de esos abrazos que había olvidado como se sentían.

—También te he extrañado, Yoongi, pero no tienes que romperme una costilla para demostrármelo.

—Niño, es que como te he extrañado —dijo con voz melancólica como si Minie no hubiese hablado nada. Su hermano era un gran bebé, pensó Jimin. Y eso de llamarlo niño. Ja. —Nunca contestas tu teléfono las suficientes veces, no sé ni para qué tienes ese aparato si no lo usas. Y Jungkook es de los mismos, tampoco me dice suficiente de ti.

Ante la mención de su mejor amigo, Minie se envaró. No se había puesto a pensar en lo que sería mirar a su hermano a la cara y ocultarle lo que él y Jungkook habían hecho por las pasadas semanas en Nueva York.

Yoongi le dejó ir como presintiendo su pelea interna, pero nada más lejos de los miedos de Minie, su hermano le sonrió igual de afectuoso que hacía unos momentos.

—Vente a sentar conmigo, tenemos mucho de qué hablar.

Y sin más le arrastró al comedor, tomando asiento en los mismos puestos auto designados que habían tenido de toda la vida, uno al lado del otro.

Para suerte de Jimin, Minji decidió bajar en ese momento a cenar, con su pelo mojado y acaparando la atención con sus historias.

Poco después se les unió Hana y Moon, y esta última fue quien ocupó a su tío, entreteniéndolo con nuevos pucheros y parloteos sobre ponys, y una canción que Minie no terminaba de comprender sobre qué iba.

Como siempre pasaba en alrededor de su familia, había tantas personas en la habitación que Minie pasó a ser uno más y menos novedad, como si nunca se hubiese ido, como si no hubiesen sentido su ausencia de seis meses. Así que Jimin optó por relajarse y permitirse disfrutar de quienes había extrañado en el último par de meses.

Comieron en familia, con la mesa llena de conversaciones para arriba y para abajo con Moon turnándose en los brazos de todos, hasta que cayó dormida. Entonces, Yoongi y Hana cogieron a su hija y se despidieron. Minji se excusó a sus dormitorios eso sí, pasada la medianoche porque puso al día a Minie en todos los enredos y desamores de su vida.

Cuando se fue a la cama, esta le pareció diferente a la que había dejado. Su cuarto por completo lo era... o quizás, era él quien había cambiado.

Se encontró añorando los grandes ventanales con vistas al paseo, las luces revotando en las paredes, las mismas de las que solía quejarse cada noche al irse a dormir, pero por sobre todo, extrañó la tensión de saber quién dormía unas puertas más allá y en último momento, un beso de buenas noches y algo más.

Su teléfono vibró con un mensaje entrante. Casi le roba el alma del cuerpo del susto, lo cogió emocionadísimo, para encontrarse con un nuevo mensaje de TaeHyung. Cayendo de espaldas contra las almohadas, suspiró antes de comenzar a mensajearse con él.

La diferencia horaria entre ellos era bastante, pero al parecer a TaeHyung no le molestaba, así que charlaron mientras que el corazón de Minie se marchitaba ante la idea de poder hacer lo mismo con alguien más. 

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