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CAPÍTULO UNO

Jeon Jungkook tenía una vida plena. Una vida común.

El viento helado de diciembre levantó el dobladillo de su abrigo largo justo antes de que lo cerrase en torno a su cuerpo y se refugiase en el interior de la torre de departamentos donde quedaba su hogar. Saludó al somnoliento portero con una inclinación de cabeza y se metió en el ascensor. El día en el hospital había sido intenso, como solía serlo en el ala de urgencias por aquellas épocas. Entre el ajetreo de las compras, entre la euforia de las vísperas navideñas, los neoyorquinos se accidentaban cada dos por tres y los doctores apenas daban abasto para cubrir la demanda. Gracias a Dios por los pequeños favores concedidos, Jungkook ya no tenía que preocuparse por la dotación de personal como años atrás. Él hacía su trabajo y se marchaba a casa. Y llegar a esta, era la mejor parte de su día. O noche, en este caso.

Abrió la puerta de entrada con su llavero de colores obra de su hijo. El lugar estaba en silencio, como correspondía a la medianoche. La luz de la cocina encendida, en la encimera un plato de cena a medio comer con una copa de vino a su lado. El pasillo en dirección a las habitaciones era largo y oscuro, excepto por la luz que se filtraba por la puerta del fondo; Jungkook se iba a dirigir hasta allí, cuando otra puerta fue abierta y una silueta pequeña y despeinada se recortó a contraluz.

Papa —Su hijo Min Ki pronunció y echó a correr a sus brazos. El rostro de Jungkook se dividió en dos con una gran sonrisa y le atrapó al vuelo. Estrechó el cuerpo pequeño de su muchacho en un abrazo, sintiendo sus bracitos enrollarse en su cuello.

El niño era bajo para su edad. Su rostro de querubín reteniendo los últimos rasgos dulces antes de comenzar a cambiar. Él ya tenía cinco años después de todo, próximo a los seis dentro de un par de meses.

—¿Qué haces despierto a esta hora Min Ki? —Jungkook exigió absorbiendo el olor a inocencia de su hijo. Su hijo. No importa si lo mimaba demasiado al sostenerlo en brazos o al tratarle con tono tranquilo cuando debería regañarle por cortar sus horas de necesario sueño. Aquel era su niño. —¿Dónde está papi?

Los ojos claros de Min Ki, verdes con vetas pardo le miraron picaros.

—Se ha dormido mientras me leía. —dijo con una sonrisa a la que le faltaban un par de dientes. —Ven, te lo mostraré. —Se revolvió para que su padre lo dejase sobre sus pies y tomándolo de la mano, lo guio hasta su habitación.

Jungkook contempló la figura dormida de Park Jimin en una cama que a todas luces le quedaba corta. Su boca estaba abierta, su cabello rubio cubriendo sus ojos. Una mano colgaba por el costado de la cama y la otra descansaba contra su pecho apenas sosteniendo el libro de cuentos. Su esposo lucía agotado y tan bello.

—Le pedí que leyera dos veces el cuento de la gansa de los huevos de oro y se durmió a la mitad. —Su hijo dijo con voz chiquita. —¿Podemos dormir en vuestra cama todos juntos por esta noche?

Jungkook se rio, negándose a mirar al niño y a los ojos redondos que de seguro le estaba brindando. Min Ki era un tramposo andante y sabía cómo tenerle. En su lugar, se acercó hasta Minie y apartó el cabello de su frente para depositar un casto beso sobre su piel nívea. Jimin estaba tan ido que ni siquiera se removió, solo una sonrisa asomó a sus labios.

—Ya veremos, vamos a dejar a papi dormir un poco más —Jungkook dejó la habitación, haciendo señas para que Min Ki le siguiera. En su pijama de una sola pieza rojo con estampado de duendes, el niño caminó detrás de él hasta la cocina. —Tomaremos un bocadillo tardío, nadie tiene que saberlo, ¿cierto?

La cabecita de Min Ki se meció asintiendo y sus ojos se iluminaron al ver el plato de galletas de jengibre que su padre sacó del refrigerador.

—Entonces, ¿qué hicieron mis dos chicos durante el día? —preguntó Jungkook tomando asiento en el comedor de diario, Min Ki frente a él y las galletas entremedio.

—Papi me recogió de la escuela. —El niño dio una gran mascada y habló con la boca llena dejando caer migajas. —Fuimos por el regalo de la abuela y papi no dejó que tío TaeHyung me llevara a su tienda, ¿cuándo voy a poder conocer la tienda de tío TaeHyung, papa?

Jungkook tuvo que disimular con una tos.

Kim TaeHyung, amigo del alma de su esposo Jimin poseía nada más y nada menos que una sex shop. Y por mucho que Jungkook abriese su mente, no quería que los ojos de su hijo se posasen en aquel lugar hasta que estuviese bien entrado en años. A su preferencia, graduado y casado si es que no era pedir demasiado.

—No lo sé renacuajo, quizás cuando tengas el porte suficiente para mentir mejor. —Recordó. El niño se congeló. —Recibí una llamada a mediodía de tu maestra. Estaba interesada en saber por qué habías faltado a la escuela.

Min Ki escondió su rostro entre sus manos regordetas, el peso de la culpabilidad evidenciándose en la caída de sus enjutos hombros.

—Papi dijo que no te enterarías, que sería nuestro secreto. No te enojes con él, también fuimos por tu regalo y es grande papa, es taaaan lindo. —Min Ki entornó sus ojos, batiendo sus pestañas a la vez. —Te gustará, lo prometo.

Jungkook tuvo que ceder. Abrió sus brazos y su hijo se coló entre ellos sentándose en su regazo. Min Ki era un niño mimoso, Jimin y él le habían acostumbrado a ello. Le gustaban los abrazos, los besos y las muestras de afecto espontaneas y solo porque sí.

Ellos charlaron un poco más. De temas sin relevancia, solo disfrutando de la compañía del otro. A las galletas les siguió un vaso de leche tibia y sin darse cuenta, el plato comenzó a vaciarse. Jungkook tendría que ir a por más la mañana siguiente, pues a Jimin le fascinaban y se las estaban acabando.

El piso que una vez había sido austero, -un piso de soltero- estaba ahora convertido en un hogar. No solo porque la decoración y el mobiliario habían mejorado, sino porque las personas que lo habitaban lo convirtieron en uno. Las paredes exhibían cuadros de Jungkook y Jimin en citas, en su luna de miel y besándose solo por el lujo de poder hacerlo. Había un mueble, al lado del recibidor, plagado de cuadros mostrándola la evolución de Min Ki. Su rostro angelical cuando recién había llegado a sus vidas con tan solo meses de vida hasta convertirse en el pequeño diablillo que era por aquel entonces.

El reloj de la sala anunciaba pasada la madrugada, estirándose Jungkook se puso de pie.

—A cepillar tus dientes y a la cama —ordenó para Min Ki. —Y sí, puedes dormir con nosotros.

—¡Genial! —El chico exclamó corriendo hasta el baño.

—No te deslices... —Jungkook quiso advertirle, pero demasiado tarde, vio al niño derrapar en sus calcetas sobre la madera lisa. No pudo hacer más que negar con su cabeza, recogiendo los vasos usados y dejándolos en el lavaplatos.

Su cuerpo cortado por el reciente día de trabajo solo quería una cosa. Y esa era su cama, con su esposo en ella. Al entrar en su cuarto, se encontró efectivamente con Jimin acurrucado en su puesto, llevaba el pijama y le brindó una cálida sonrisa. El aliento de Jungkook se contuvo por un instante, recordándole cuanto amaba a aquel muchacho. Su esposo. Su compañero. Quien solo le traía los mejores desastres a su vida. Porque sí, enamorarse de él había sido tal desastre. Había volcado el gris, pero calmado mundo de Jungkook de cabeza y lo había convertido en lo que era en la actualidad. Algo maravilloso.

—Los escuché en la cocina y no quise interrumpir. —Jimin dijo.

Jungkook le ofreció una sonrisa.

—Tu nunca interrumpes. —Se extendió hasta él y llegó a sus labios. Jimin estaba adormilado, sonrosado y dulce. Su beso fue un mero roce de labios, pero ambos cerraron sus ojos y suspiraron felices.

—Te extrañé, —dijo Jimin al separarse. —el día no fue lo mismo sin ti.

Sí, esas palabras hacían cosas en Jungkook.

Se enderezó, notando el desorden reinante a su alrededor. El closet abierto dejando ver ganchos desprovistos de ropa, las cajas regadas por el piso y las bolsas negras con libros en ellas.

—¿Estuvo tan malo empacar? —preguntó a su chico.

—No, avancé bastante. Min Ki me ayudó con su cuarto, —Él suspiró dramáticamente. —claro que revisaba tres veces cada cosa empaquetada. Juro que eso lo sacó de ti. Yo no soy el maniático del orden.

Jungkook asintió risueño. No había nada que argumentar contra eso. Tomó su pijama y se dirigió al baño, Min Ki cruzó la puerta a la carrera, trepándose a la cama gateando.

—¡Vamos a dormir todos juntos! —manifestó su euforia. Jimin le tomó por la cintura, derribándolo y atacándolo con cosquillas en la barriga. El niño chilló e intentó escapar del alcance de su padre, pero Minie lo tenía bien asido.

Con esa imagen, Jungkook fue a cambiarse. Se lavó los dientes y el rostro con agua fría. Su reflejo le devolvió la mirada sonriente. Sus ojos cansados brillantes en el fondo. 

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