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Es abril y soy Abril, sí, mis padres son unos cachondos mentales. También añado el dato de que nací en abril, quizás no sean tan graciosos como poco imaginativos, da igual, el tema es que voy directa hacia el primer gran trabajo que me han ofrecido como arquitecta. Os pongo en antecedentes, hace poco que abríl.... —Jajaja, perdón, ya paro— que abrí mi propio estudio, y aunque solo somos yo y mi secretario, hemos sido escogidos para realizar una obra faraónica; rehabilitar un antiguo castillo y hacer de ese lúgubre lugar un hogar.
Me dijeron una vez que hay que andar antes de correr y que quien mucho abarca poco aprieta, pero mira, todas esas mierdas me sobran, me veo más que capacitada para hacerlo y eso es lo que cuenta. También influye que el millonario filántropo que me ha contratado esté como un tren y que no me pasasen desapercibidas las miradas que le dedicaba a mis piernas —bien por mí por ponerme una falda ese día—.
Bueno, el tema es que voy de camino —a través de la estepa manchega— a hacerme famosa y reconocida en mi gremio y no puedo estar más feliz. Voy cantando, canto fatal, pero cuando voy sola en el coche lo doy todo ya que a mí no me molestan en absoluto mis arrítmicos berridos. Sin embargo, cuando más lanzada estoy, detengo mi gorgorito al ver algo inquietante al borde de la carretera.
Una furgoneta negra, de las que dan muy mal rollo, está aparcada de mala manera en el arcén y cinco tipos, con peor aspecto que la mencionada camioneta, se bajan de ella observándome fijamente y no parecen del Equipo A, precisamente. Como no hay que ser prejuiciosa, no doy la vuelta como me está pidiendo el cuerpo y paso a su lado mientras ellos me fulminan con la mirada, hasta que uno me saluda con la mano mientras arruga sus mejillas llenas cicatrices, le devuelvo el saludo y continuo mientras suspiro aliviada. <<No te alivies tanto, tontorrona, y mira por el retrovisor.>> El corazón me da un vuelco y pisó el acelerador, ¡¿qué coño está pasando?!
Hannibal, Murdock y M.A., han sacado unas metralletas y las apuntan en mi dirección, tardó poco en escuchar los disparos y en que las lunas de mi precioso Fiat 500 comiencen a estallar a mi alrededor. Sigo acelerando como una posesa mientras los cristales me caen encima hasta que dejo de oír los disparos, pero no voy a ser tan tonta como para aminorar ahora, ellos tienen la "siniestroneta" —como imagino que se llama—, para seguirme y mis prejuicios se han acabado confirmando como juicios totalmente ciertos. La carretera que recorro es de lo más inhóspita, ya me di cuenta la primera vez que vine a ver el castillo, no está precisamente rodeado de casas, si no en lo más alejado y profundo de un bosque de Cuenca. En principio parecía un lugar idílico apartado de todo, ahora me doy cuenta de que es el sitio perfecto para matar a alguien y que nadie oiga sus gritos de dolor. Supongo que la vida en la ciudad me ha convertido en una inocentona a la que van a dar muerte por pasar por donde no debía.
Giro un par de veces en la sinuosa carretera de montaña rodeada de árboles y despeñaderos, voy demasiado rápido y me chirrían las ruedas en las curvas. No pasa nada, se conducir, que coño, se me da de puta madre, si me vieran en este momento me ficharían para Maclaren. No me quedan ventanillas, pero puedo seguir conduciendo hasta llegar a...
Antes de la siguiente curva descubro que volvía a ser ingenua, un neumático me acaba de estallar, mi coche está patinando hacia el borde de la curva y voy a caer irremediablemente por ella. Cierro los ojos. Una, dos, tres... creo que han sido tres vueltas de campana mientras caigo por un desfiladero. Digo creo porque me he desmayado en algún momento. Me duele hasta el alma y supongo que estoy boca abajo ya que cuando logro abrir los ojos, aparte del sabor a sangre de mi encía, veo el colgante que me regaló mi padre flotando frente a mis ojos.
Al menos he dejado de dar vueltas y parece que sigo con vida, pese al dolor de mi espalda y la sangre en mi boca, y contra todo pronóstico, los tropecientos airbags de mi mini coche me han salvado la vida. De momento, claro, no nos olvidemos que unos sicarios me estaban disparando. Logró soltar el cinturón y me doy un golpe en la cabeza al caer, qué más da otro, vamos a tomárnoslo con filosofía... sí, soy ridículamente positiva cuando me da la gana. Me arrastro fuera del coche, que, como no podía ser de otra manera, ha caído sobre un riachuelo y me estoy calando a la vez que ahogando a ratitos.
Vale, he salido, punto para la nena. Mierda, el móvil, ¿Cómo se me ha podido olvidar buscarlo? Me cago en todo, pero en silencio mientras hago aspavientos, tampoco es plan de ponerme a gritar en este momento, así que respiró profundamente antes de volver al coche y tratar de encontrarlo desde la ventanilla rota del copiloto. Genial, no lo encuentro, me arrastro un poco más dentro, pero nada. O se lo ha llevado el agua o se me ha olvidado traérmelo, cosa que jamás reconoceré que me pasa demasiado a menudo.
¿Ahora qué hago? Estoy indefensa y me están buscando cargados de armas, el yoga no me sirve para una mierda en ese momento, solo puedo tratar de recordar como...
Una mano se posa en mi boca cortando el flujo de mis pensamientos, ya está, estoy más que muerta, pero el que me está sujetando se va a llevar lo suyo antes de que alguien me dispare. Le doy un cabezazo —otro chichón para mi colección— y un fuerte codazo en el vientre que ni se espera, sí, soy una mujer más que empoderada y, cuando me giro para seguir aporreándolo, no tengo más remedio que detenerme.
—¿Qué haces aquí?
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