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»Capítulo ocho.

Apenas podía contener su sonrisa mientras veía el titular en su celular, le provocaba cierta emoción leer "Spiderman tiene una nueva pareja". Como si fuera que Spidey o Peter hubieran tenido pareja antes, como sea, le llenaba de un calor indescriptible ver a Irene como su pareja; pareja para patrullar las calles, pero pareja al fin y al cabo. Las fotos que les tomaron las últimas noches tenían una calidad terrible, pero de todas formas quería imprimirlas y guardarlas en un álbum.

Se las mostraré a nuestros hijos en el futuro, pensaba soñador mientras se recostaba en su pupitre. Ese día parecía ir genial, Flash había faltado y no había alguien para molestarlo por soñar despierto. Podía sentarse a pensar en qué diría o haría esa noche con Irene, ¿tal vez debería animarla a comprar pizza?

—Adivina qué —dice Ned apenas llega al aula, tomando asiento a su lado.

—Irene está afuera con un cartel y un ramo de rosas.

Ambos ríen ante el comentario, Peter con algo de amargura.

—Incorrecto, terriblemente. Estaba mirando por ahí...

—Estabas espiando.

—Llámalo como quieras —le quita importancia moviendo la mano—. El punto es que escuché a la secretaria del director hablar con un chico.

Peter estaba sacando una bolsa de papas fritas mientras lo escuchaba, en ese punto se quedó quieto mirando con una mueca a su amigo.

—Dios, no me digas que le van los menores. Si es eso, en verdad no quiero saber más.

—No es eso, pero sería genial si le gustaran menores, ¿has visto lo ardiente que es? ¡Demonios, Parker! Me desconcentras —le recrimina, golpeándolo con su libro de matemáticas y luego robándole unas papas—. Era un chico nuevo, como de nuestra edad.

El castaño asiente vagamente, al notar que no era algo interesante, decidió vagar por "Irenelandia". En verdad, ¿le gustarán las pizzas con mucho queso? ¿Será que le gustan las hawaianas? Sería terrible, pero podría soportarlo; sacaría la piña mientras ella no esté mirando.

—El chico da tremendo cuco, en serio. Lo vi y —Ned se sacude dramáticamente— como que se me subió el muerto. ¿Crees que podría ser un villano o algo así? Tenía esa pinta.

Comenzó a explicarle a su amigo el aspecto del chico nuevo, aunque este solo asentía sin prestarle atención. Ned aun insistía en que podría ser un chico malo cuando el timbre sonó, y la clase comenzó a llenarse poco a poco.

—Puta madre —susurra, golpeando a Peter en el brazo—. El chico dark está en nuestra clase.

Volteó dispuesto a recriminarle por el golpe, pero sus ojos se fijaron en el chico nuevo y se calmó. Ingresando junto a la maestra de matemáticas se encontraba un muchacho delgado, alto, con piel aceitunada. Su cabello era muy oscuro, al igual que sus ojos, y tenía unas ojeras profundas que le daban un aire deprimente. Peter parpadeó varias veces, y cuando sus ojos conectaron con el contrario solo pudo hacerse un poco para atrás.

La intensidad en sus pequeños ojos oscuros era conocida.

—Bien, chicos, tal vez no sea muy usual tener compañeros nuevos a estas alturas, pero tenemos un caso especial —habla la maestra, señalando al joven—. Preséntate tú mismo, por favor.

—Soy Nico di Angelo —habla, con una voz profunda y aburrida.

Los cuchicheos no tardan en aparecer, y Peter sigue sintiendo algo extraño hacia ese chico. Permanece con la vista sobre él mientras este toma asiento al otro lado de la clase.

—Tiene pinta de villano, ¿no? —susurra Ned a su lado.

Tan solo le responde con un pequeño "ajá". En lo que resta de la clase, no vuelven a mencionar algo sobre Nico, aunque ambos lo miraban de vez en cuando. Todos estaban interesados en el extraño chico nuevo, el cual ni siquiera tomaba apuntes en las clases, y parecía más ansioso por salir del aula al fin.

¿Será un chico malo realmente? Llevaba una chaqueta de aviador, jeans negros algo desgastados, y una camiseta igualmente negra. Las chicas se estaban volviendo locas, pero ninguna se animaba a acercársele para formar una conversación. Ese chico era un enigma, pero también desprendía algo sombrío que alejaba a todos.

Qué más daba, Peter ya tenía su propio crush intocable. Así que en el receso intento acercarse a Irene mientras formaban la fila del almuerzo.

—¿Te gusta la pizza? —preguntó sin más, sujetando su bandeja y sonriendo un poco.

Irene apenas se giró para mirarle como si fuese un bicho raro.

—¿Para qué lo preguntas?

—Estaba en matemáticas, hablábamos sobre figuras geométricas, entonces pensé en pizzas y me pregunté si te gustaban —miente, torpemente—. Solo responde, por favor.

Ella lo piensa unos segundos, haciendo una mueca con sus labios rojos.

—Hace tiempo que no como una pizza... Pero supongo que no me desagradan —añade, ante la insistente mirada del más joven.

La ilusión creció en el pecho de Peter, y no pudo contener una resplandeciente sonrisa.

—Comamos pizza esta noche.

—Ah, Peter, ¿acaso tiene sentido comer pizza en situaciones como...?

—Podemos comer antes de salir, yo, eh, puedo llevarla a tu casa o... Si quieres podemos...

Un largo suspiro por parte de la chica hace que su tono de voz disminuya de golpe.

—Si te atreves a venir con pizza en una situación como esa...

**

Irene tuvo que ir de compras al supermercado para volver a llenar su refrigerador, y parecía ser un día cualquiera hasta que llegó a la entrada de su casa y algo se sintió extraño, más extraño de lo normal. Dio un paso atrás para examinar mejor su hogar, buscando algo diferente, y entonces se aparecieron las fantasmas que solían rondar por los pasillos de la casa.

—Señorita, vino alguien —susurra una de ellas, posicionándose tras ella.

—No es el chico que la ayuda —añade otra, refiriéndose a Peter (quien les caía de maravilla incluso cuando este no supiera sobre ellas)

Los hombros de la pelirroja se cuadraron, y maldijo el haber dejado todas sus armas en su cuarto.

—Era una mujer...

Ni siquiera fue necesario que siguiera, además de que fue interrumpida por la puerta principal abriéndose. Irene dejó el aire salir silenciosamente de sus labios mientras fijaba la vista en la persona ante ella.

Apenas unos centímetros más alta que Irene, pero solo por los tacones oscuros que llevaba puestos. El mismo tono rojo en el cabello, piel blanquecina al punto de verse enfermiza, y unos ojos azules rodeados de círculos oscuros. Lucía Miracle estaba ahí, después de tanto tiempo, mirando a su hija con una expresión difícil de explicar.

—Mamá —dice intentando no verse muy afectada, hace un movimiento con la cabeza para enviar su cabello hacia atrás—. No avisaste que volverías hoy.

—¿Acaso tengo que pedir permiso para volver a mi casa? —su respuesta/pregunta fue con un tono tan vago, tan plano, que quemó un poco el interior de Irene.

Respira hondo por la nariz antes de avanzar, causando que su madre se hiciera a un lado en el acto, para poder ingresar a la casa con todas las bolsas de compras. Se tensó un poco cuando la mayor la ayudó a llevarlas a la cocina y pusieron todo en su lugar, con el silencio total instalado en el medio, distanciándolas como si estuviesen (como casi todo el año) a kilómetros una de la otra.

Irene estaba acostumbrada al silencio de la soledad en esa casa, silencio que solo era roto por fantasmas; pero el silencio con su madre era diferente, este era aún peor que el de la soledad.

Con la muerte de los gemelos todo cambió, fue como apagar a ambas mujeres con un frío soplido. Pasaron de ser grandes confidentes y vivaces amigas, a simple familia de sangre. A veces parecía ser adecuado que su madre pasara más tiempo fuera de casa por trabajo, porque cuando se hallaba por allí todo era muy tenso e incómodo. Porque cuando se veían a la cara solo podían pensar en aquella penuria.

Cuando Lucía miraba a su hija mayor, clavándose en los ojos oscuros de esta, recordaba los pequeños ojitos marrones de sus gemelos mirándola con inocencia y cariño cada vez que le decían "mamá". Y cuando Irene veía a su madre, recordaba el día del entierro, cuando la pelirroja mayor pegaba gritos al cielo y a duras penas permitió que los ataúdes fueran enterrados. Ambas representaban un agonizante dolor para la otra, por lo que era mejor estar separadas.

—¿Cómo te va en el instituto?

De todas formas, siempre terminan sentadas en la sala, sin mirarse. Porque a pesar de ser un dolor insoportable, solo se tienen la una a la otra.

—Estoy en mi último año —dice, pensando que es necesario aclarar aquello.

—Lo sé, Irene.

Un corto silencio más, la joven respira hondo.

—Tengo buenas notas a pesar de todo, no me quejo.

—¿Aún se te dificulta hacer fracciones?

Apenas comenzaban una conversación, pero Irene estaba crispando desde que la vio en la entrada hace rato. Una sonrisa cínica se instala en su rostro.

—Creo que te quedaste atorada en sexto grado, pero se comprende. Dado que si me pongo a contar el tiempo que pasaste en casa hasta ahora sería solo dos años y medio de los seis que se supondría.

La nariz de Lucía se arruga en un gesto de molestia.

—Trabajo para que puedas vivir tranquila.

Pues no vivo tranquila, gritó en su interior.

—¿En serio es por eso? ¿No es porque odias estar aquí y haces todo lo posible para no pisar un pie en esta casa?

Los ojos azules estaban temblorosos, llenos de lágrimas. Giró hacia su hija con una expresión lamentable, tan jodidamente parecida a la de ese día.

—Todo aquí es muy doloroso, Irene.

—Lo sé, yo estoy aquí todos los días. Yo duermo aquí, como aquí, y muy posiblemente también muera aquí, mamá —La voz de la adolescente se quebró, una lágrima cayó por su mejilla mientras se levantaba—. Odio esta casa tanto como tú, pero aun así me dejaste abandonada aquí, ¿es tan difícil llevarme contigo?

Otra vez esa discusión, Lucía la miraba con el rostro empapado, y por más que la mujer buscaba darle una respuesta coherente a su hija, su mente no lograba disipar la neblina. Realmente, ni siquiera ella sabía por qué se había empeñado en dejar a Irene en esa casa a sabiendas de todo lo que significaba para ambas.

—Quiero que recuerdes que también soy tu hija, y que también puedo morir —añade furiosa al no obtener respuesta, luego se retira a zancadas a su habitación.

Su madre tembló de pies a cabeza antes de ocultar el rostro entre sus manos, y llorar como una niña confundida y asustada. Antes de llegar a casa, mientras miraba por la ventana dentro del taxi, tuvo la sensación de que tenía algo que decirle con urgencia a su hija; pero cuando llegó, cuando la miró a los ojos, todo se tornó muy difuso.

**

Peter no podía creer que Irene aceptó a la primera comer unas pizzas antes de ir a patrullar, así que la miraba maravillado mientras ella masticaba en silencio con la vista fija en el suelo de su cuarto.

¡Cristo redentor! Peter estaba dentro del cuarto de Irene Miracle, comiendo pizza, había entrado por la ventana... Esto sonaba como película adolescente romántica, como una cita, ¿no? Era fantástico.

Bueno, lo que no era fantástico era lo apagada que se veía ella, más de lo usual. Tenía ganas de preguntar, pero temía su reacción, además de que no quería abusar. Por más de que su cuerpo pedía a gritos acercarse a abrazarla y decirle que él haría hasta lo imposible para solucionar los problemas que la aquejaban, y que siempre estaría para ella.

Estaba tan jodidamente por Irene.

—¿Qué fue eso? —se removió en su sitio al escuchar algo caerse en la planta baja—. Creo que hay alguien más.

Ya se dirigía a la puerta cuando la mano de Irene tomó su muñeca, paralizándolo en el acto.

—Es mi madre.

—... ¿Tu madre?

—Sí, llegó hoy.

Ella lo soltó, y Peter pudo notar la amargura tanto en su tono como en su expresión. Así que eso era, estaba mal por algo de su madre. Le picaban las ganas de calar más en el asunto, pero no era algo adecuado en ese momento.

—Irene... ¿Sabes qué? Hoy ayudé a una señora a bajar a su gato de un árbol y me compró un burrito —comentó simpático, intentando cambiarle el ánimo—. Estaba rico, ¿te gustan los burritos?

La pelirroja deja de limpiar sus labios con la servilleta, gira a verlo apretándolos un poco. El nerviosismo se apodera de Peter, y espera algún regaño de su parte.

—Nunca he comido un burrito.

El aire se escapa de los pulmones de Parker, en parte aliviado, en parte indignado.

—¡¿Nunca?! Eso es catastrófico, debo llevarte a un puesto de burritos ahora mismo. ¿Cómo te atreves a ser una superheroína que no ha comido un burrito en su vida? —dramatiza—. Oh Dios, he dejado que me fotografíen con alguien que no ha probado los burritos.

Cuando la mejilla de Irene tiembla, todo se ralentiza, y Peter ve en cámara lenta cómo una sonrisita se aparece en el rostro de ella. Tan hermosa y frágil sonrisa, causó que su corazón latiera con fuerza, que un calor agradable se instalara en su pecho.

—Te atreves a llamarte Spiderman cuando aún eres tan niño.

Ni siquiera importa que le esté recordando una vez más que lo ve como un niño, solo importa la sonrisa con la que lo dice.

—Voy a llevarte a un puesto de burritos, no acepto un no como respuesta.

—No.

—Pues me lo tomaré como un tal vez —balbucea rascándose la cabeza, mientras Irene ríe por lo bajo.

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