»Capítulo nueve.
—Cassidy... Cassidy, preciosa, ¿dónde estás?
Silencio. La madera vieja del suelo rechinaba bajo sus pies, y al estar estos enfundados en botas sucias enormes, la tierra en estas dejaba un rastro en cada paso. Pasando por sus pantalones holgados oscuros, y su pilotín de lluvia que goteaba a un ritmo que marcaba los latidos de la joven.
No tenía que siquiera respirar si no quería que la encontrara.
—No me ignores, sabes que me duele cuando me ignoras —le hablaba con voz melosa, esa que tanto había escuchado y tanto odiaba. Ese tono solo era presagio de algo malo, de que estaba a punto de perder los estribos—. ¡Puta! ¡Sal ahora mismo!
Le temblaron los labios y sus ojos se llenaron de lágrimas. Ahí estaba el monstruo al que tanto temía.
—Si no quieres terminar como Delfi, más vale que salgas ahora, Cassidy —dijo con advertencia, quedándose quieto de pronto—. Estás comenzando a agotar mi paciencia.
Negó con la cabeza, tapando sus labios con las manos para no dejar salir sollozos. Si soportaba un poco más, tal vez él creería que no estaba allí y se iría, entonces podría escapar.
Solo quería irse. Él había matado a su hermana, la torturó y mató ante sus ojos; fue la peor imagen que vería en toda su vida. Su querida y amada hermana mayor, su protectora, la única persona que impedía que el asqueroso de su tío —y también tutor legal— la tocara como lo hacía con ella.
Él ahora quería otro juguete, y Cassidy no quería serlo.
—Siempre fuiste mala jugando a las escondidas —su caluroso susurro rozó su nuca, y la joven pegó un grito mientras la tomaban del cabello—. ¡¿Creíste que no iba a encontrarte?! ¡¿Que podrías irte tan fácil?! ¡Eres mía, Cassidy! ¿Oíste bien? Soy lo único que tienes ahora, me perteneces.
Le decía mientras la obligaba a ponerse de pie, aún tirando de su castaña cabellera. Ella comenzó a gritar e intentar librarse del agarre, pero no lo lograba, él estaba frenético.
—¡Mía!
Algo fue volando directo al rostro del hombre, logrando que se tambaleara hacia atrás, soltando a Cassidy. Ella observó la extraña sustancia que se pegó al rostro de su tío, era parecida a una telaraña.
—Los humanos no son cosas, y tampoco deberías sujetarlos de esa manera —una jovial voz llenó la habitación, y un par de figuras surgieron de la oscuridad. Una de ellas era un chico, que bajaba de una telaraña desde el techo—. Te daría una clase de ética, pero creo que eres un caso perdido.
El hombre logró despojarse de la telaraña de su rostro, y pegando un grito se dirigió hacia Spiderman, pero este volvió a lanzarle otra telaraña; una vez más cayó de espaldas. Cassidy instintivamente se movió hacia el superhéroe que tanto había visto en las noticias.
Debía ser sincera, nunca pensó que podría llegar a tener a Spiderman para librarla de su tío, no creía que él lidiara con esas cosas.
—¿Cuál es tu nombre, peque?
—Cassidy.
—Bueno, Cassidy, yo soy Spiderman —hace una cómica reverencia—. Ahora que nos conocemos, ¿te parece salir a esperar a mi amiga afuera? Ella tiene que darle unas clases de comportamiento a tu tío.
Giró la cabeza hacia la encapuchada que se mantenía en una esquina, ella se veía muy intimidante, pero confiable a pesar de todo. La joven asintió antes de dirigirse hacia la salida junto al de mallas.
—Diviértete —dijo con torpeza el chico araña antes de abandonar el cuarto.
Irene rodó los ojos. En serio, ¿por qué seguía trayéndolo a estas cosas? Al menos ahora servía para entretener a la menor.
—Gerald, ¿no? Delfi habló mucho sobre ti —murmura luego de haberle dado un par de golpes para mantenerlo en el suelo.
—¿La conocías? Una pena que esa zorra ya esté muerta.
—Lo sé, por eso hablamos.
Aprovechando la confusión del hombre, tomó su brazo y lo giró bruscamente hasta escuchar un tronido. Él gritó durante solo unos segundos antes de que un pedazo de su camisa fuera a parar a su boca.
—Sé silencioso... ¿No era eso lo que le decías? No haces lo que predicas —Con un pie presiona su rostro contra el suelo, él lloraba de dolor—. Ha pasado un buen rato, pero aún no decido qué hacer contigo exactamente... Agh, no debiste dejarlo a mi elección.
Lo dice mirando a un punto supuestamente vacío, pero donde podía ver a Delfi admirando a su asesino ser torturado. La fantasmagórica versión de la chica lanzaba balas de odio hacia el hombre.
—¿Tienes un límite?
—Cariño, a estas alturas he hecho de todo.
Hay un pequeño silencio, donde solo se escuchan quejidos de él.
—... Corta su pene y rompe sus dedos —termina murmurando, en tono determinado—. Así no podrá hacerlo otra vez con nadie más.
La pelirroja pensó en lo que sentía la chica al haber pasado por todo eso, así que se despojó el asco que inundó su cuerpo y prosiguió con lo suyo. Había dicho que ya hizo de todo, pero debía ser sincera.
Nunca había cortado los genitales de nadie, porque de todas formas siempre los mataba. Pero ahora Delfi no quería que lo matara, solo quería que siguiera viviendo en dolor, y sería un claro dolor si lo despojaran de su miembro viril.
—Tenemos que irnos ya, llamé a la policía para que pudieran encontrarlo —le dice a Peter una vez sale del lugar—. ¿Dónde está la niña?
—La llevé a casa de una persona de confianza, dijo que hace tiempo planeaba ir con su hermana junto a su antigua nana —responde encogiéndose de hombros—. ¿Vamos?
No podía evitar temblar cada vez que ella lo rodeaba por el cuello con sus brazos, y debía sujetarla de la cintura para mantenerla junto a él. Aunque a Irene poco y nada le importaba, Peter saltaba de júbilo en su interior al tenerla tan cerca.
—¿Por qué llamaste a la policía? ¿Acaso no planeabas que...?
—No lo quería muerto.
Debía admitir que eso no sonaba como si estuviese hablando sobre ella.
—Déjame en casa, ha sido el último por hoy. Dijiste que tienes examen de cálculo, debes estudiar.
—¿De qué sirve ser un nerd así, Irene? Puedo con el examen sin estudiar —alardea graciosamente—. ¿Te parece comer un burrito?
Los ojos de ella salen de las sombras de su capucha para mirarlo, y la piel del castaño se eriza.
—Tú necesitas aprender a reordenar tus ideas en momentos como este, Parker. ¿Cómo se te ocurre comer un burrito ahora? Tengo sangre en la ropa y necesito urgentemente un baño desinfectante.
—La comida es parte importante de la vida.
***
La madre de Irene decidió tomar algunas responsabilidades de la casa, como ir a la tienda a comprar lo necesario para llenar el refrigerador antes de irse. Si había algo que debía admitir, era que Irene tenía una gran capacidad para mantener limpia la casa ella sola, porque la mujer ya se había agotado con solo aspirar la mitad de la sala.
Además, salió corriendo de la casa cuando sus ojos vagaron hacia la puerta cerrada del cuarto de los gemelos... ¿Será que aún tiene su aroma o se ha perdido con el tiempo? Simplemente no pudo seguir allí luego de eso.
Cuando la imagen de una caja de cereales de avena apareció en su vista, su mente de inmediato recordó que a Irene solía gustarle comer cereal de avena con rodajas de frutas y yogurt. Le llevaría una caja, y algunas frutas para el desayuno del otro día. Notó que la chica ahora tenía una manía con el café instantáneo, y a la larga sería malo para su organismo.
Sí, sería bueno cambiar un poco el desayuno aunque sea.
—Lo siento mucho, chico, no te vi —se disculpa, inclinándose a la par que él para volver a cargar sus cosas a la bolsa.
—Está bien, ¿la ayudo?
—No hace falta, puedo sola —Entonces levanta la vista y mira al chico un poco colgada—. Eh, ¿te he visto antes?
Él niega con la cabeza, su rostro permaneciendo imperturbable.
—Acabo de mudarme.
—Oh —murmura—. Error mío. Bienvenido, querido.
Él le agradece, y Lucía retoma su camino al estacionamiento aún sintiendo algo familiar en ese muchacho. ¿Tal vez conoció a sus padres? Sentía que vio en algún otro lugar esos oscuros ojos que parecían ver a través de ella, y esa piel olivácea... Ugh, era un constante dolor de cabeza siempre tener la sensación de que olvidaba algo.
—¿Esa no es la camioneta de Miracle?
Aquella odiosa voz la sacó de sus pensamientos, y obligó a la adulta a esconderse de inmediato, sorprendiéndose por su reacción. Su corazón oprimía su pecho con dolor.
—Ya era hora de que volviera, aunque es tarde sin duda. Irene se ha criado sola durante tanto tiempo, ya está a un paso de terminar la preparatoria.
Aprieta los labios y se inclina un poco para ver al par de mujeres que la criticaban mirando su auto.
—Esa pobre niña, no ha podido crecer bien. Le ha tocado una madre descuidada.
No son más que proyectil tras proyectil impactando en su débil corazón. Ya había escuchado algo así antes.
—Algunas lo darían todo por ser madres... Y ella simplemente dejando a sus hijos sin cuidado. Es una pena.
La otra concuerda, comienzan a caminar hacia el sentido contrario y Lucía tiene los nudillos blancos mientras sostiene sus compras.
Una vez normalizó su respiración, se dirigió al automóvil, dejando las compras en el asiento trasero para luego encenderlo. Sus manos temblaban y sus ojos quemaban.
Era doloroso, pero era la verdad. Ella era una mala madre. Dejó a los gemelos solos y ellos murieron, y ahora dejaba a Irene sola... ¿Por qué la dejaba sola?
Un sentimiento dentro de ella no quería irse en viajes de trabajo, pero de todas formas lo hacía. Algo tiraba de su manga constantemente, diciéndole que debía hacer algo con Irene... Pero no lo hacía, y no estaba segura de la razón.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de su celular, y al tomarlo se tomó un tiempo para admirar la imagen que aparecía en pantalla. Era una foto de Irene, que había sacado la última vez que estuvo en casa; la foto mostraba a la joven pelirroja con el rostro contraído por el esfuerzo de concentrarse en un libro. Hizo que una vaga sonrisa apareciera en el rostro de Lucía.
—¿Pasó algo? —inquirió al descolgar la llamada.
—Dejaste el celular del trabajo en casa —Lo sabía, le estresaba verlo así que prefirió dejarlo—. Han llamado tres veces, quieren hablar contigo.
—Apágalo, ya lo arreglaré cuando llegue.
Un rápido silencio incómodo se instala, y cuando Irene estaba a punto de despedirse, su madre vuelve a hablar.
—¿Quieres que lleve algo en especial para cenar?
La joven no pudo evitar sentirse sorprendida con la propuesta, y el escepticismo se apoderó de ella.
—Lo que sea está bien.
—Vamos, Irene, ¿no te apetece algo en específico?
Había un poco de ruego en el tono de la mujer. Se escuchó un pequeño y lejano suspiro al otro lado de la línea.
—Podríamos... comer burritos.
—¡Oh! ¿Te gustan los burritos?
—Nunca he comido uno, mamá.
Lucía estaba con los ojos cristalizados mirando a un punto fijo, sabía que si parpadeaba iba a explotar en lágrimas.
—Pues somos dos —miente—. Podemos probar unos en un puesto cerca de casa, iremos en cuanto llegue y deje las compras... ¿Está bien?
El corto tiempo que se toma su hija para responder la pone de los nervios.
—Está bien. Nos vemos.
La llamada se corta, justo a tiempo para que Lucía respire de manera entrecortada mientras deja que las lágrimas fluyan.
Oh, Irene, no mereces a esta madre que siquiera puede con sí misma.
***
Nico había ido a la dirección que le entregaron y se sorprendió un poco al ver a la mujer del supermercado en la entrada de la casa. ¿Ella era la madre de la semidiosa que le encomendaron?
Era obvio. Aunque ambas a simple vista eran muy diferentes, una vez te detenías a mirarlas con atención notabas que tenían características similares. Además del gesto de apretar los labios y mover la cabeza de la nada mientras caminaban hacia el auto.
El semidiós no se sorprendió al sentir algo familiar en la muchacha, sino cuando un espíritu apareció a su lado. Una joven cuya ropa estaba hecha jirones.
—¿Puede verme? —ella había exclamado abriendo mucho los ojos—. Creía que solo la chica podía.
Los hombros del joven se tensaron ante ese comentario.
—Ella puede verte...
—Sí. Ella nos ayuda, se encarga de los malos —sonrió con cierta amargura—. ¿Eres como ella? ¿También te encargas de los malos?
No pudo evitar indagar más, hasta descubrir que la chica se dedicaba a matar a los violadores de las almas en pena que llegaban a ella. Escuchó atento las declaraciones del fantasma, intentando mantenerse imperturbable cuando casi estuvo al borde del llanto relatando lo que le sucedió. Pero esa joven se veía extrañamente confiada cuando hablaba sobre Irene, y sobre lo que haría con el hombre que la mató.
—Lo único que me dará paz ahora es saber que él no hará lo mismo con nadie más.
Con esa frase repitiéndose en su cabeza, al igual que los previos diez minutos, se encaminó al lugar donde estaba quedándose. Una pequeña casa de huéspedes donde podías encontrar unos pocos semidioses de paso, administrada por un joven hijo de Hermes. El dueño era confiable a pesar de ello.
Solicitó una llamada a través de mensajería de Iris, y en cuanto fue atendido tomó asiento en una silla tornando su rostro en completa seriedad.
—No me dijiste que era tu hija.
—Seguro fue obvio, no vi la necesidad.
Hades estaba en su palacio, parado frente a su trono. Cruzado de brazos miraba con el mismo escudriño a su hijo.
—¿Sabes algo sobre ella? ¿Sabes lo que hace? —atinó a preguntar, con la garganta seca.
—Es mi hija, y soy el dios del inframundo; claro que lo sé, Nico —suspira—. ¿Tienes sentimientos encontrados con la noticia?
La mente de Nico viajaba a velocidad de la luz.
—Ella... ella es... —la palabra asesina bailó en su lengua.
Y los ojos del dios se tornaron aún más oscuros, si es que era posible.
—Puedo comprender su estilo de vida, Nico. No es algo que yo haya inculcado... Pero tampoco lo detuve —dice entre dientes—. Si lo ves con una moral distinta, lo que hace está muy bien.
—Lo sé. Es solo que —gruñe, se pasa las manos por el cabello—. Tiene dieciocho, padre, ¿cómo ha sobrevivido hasta ahora, incluso cuando se dedica a eso?
Hades se movía, ahora dándole la espalda, hasta llegar a su trono y tomar asiento.
—Dije que no pude evitarlo. Cuando perdí a los gemelos, también dejé ir a Irene —su semblante se tornó triste al mencionar a los niños—. Ella tenía unos hermanos menores, pero una esfinge los asesinó. Tan jóvenes...
Nico se removió incómodo ante la revelación, y también al ver a su padre tan afligido.
—Cuando me alejé ante el dolor de la pérdida, dejé que alguien más entrara a sus vidas. Aunque las protegió bien, convirtió a mi hija en una de sus... Cazadoras, de una manera más radical.
— ¡¿Qué?! ¿Ella es una cazadora de Artemisa?
—No. Pero no me extrañaría si ella llegara un día a reclamarla, después de todo Artemisa fue quien la convirtió en una vengadora de las almas en pena.
—Quieres que la lleve al campamento para que ella no se convierta en cazadora.
—Quiero que tenga una segunda línea de defensa en caso de que no acepte la oferta. Artemisa puede ser rencorosa cuando se lo propone.
Di Angelo siente que su cabeza duele de pronto, y la necesidad de ir a dormir lo embriaga. Ya había escuchado un poco más sobre Irene, y sabía que sería difícil acercarse a ella, y aún más difícil intentar convencerla para llevarla al campamento. ¿Qué estaba pensando cuando aceptó esto?
—Es tu hermana, encontrarás la manera.
***
Ella es Lucía Miracle cuando reproduzco las escenas en mi cabeza, fue la primera actriz que me vino a la mente en la primera escena de la madre de Irene. Cuando imagino a una mujer afligida y rota por la pérdida, incapaz de cuidar de la única hija que le queda a pesar de desearlo con todas sus fuerzas... Pues Julianne Moore aparece en mi mente.
Cuando Irene estaba en camino, alguien dijo "Domaron a la fiera". Y vecinos chismosos se inclinaban en sus ventanas para intentar ver quién lo había logrado.
Cuando la pequeña Irene iba de su mano, y los gemelos estaban a nada de llegar, los vecinos aún la tenían en la mira. "¿No que ella era una mujer de este siglo, muy ocupada como para tener hijos?" Dijeron con veneno.
Cuando los cuatro iban al supermercado, solían murmurar "Es madre soltera, el padre la dejó seguro por su mal genio"
Cuando los gemelos murieron... A alguien se le ocurrió decir "Es culpa de ella por ser tan mala madre. Debió dedicarse a trabajar"
Cuando se fue, dejando a Irene sola, no hizo más que confirmar lo que los demás decían.
Los demás siempre hablaban demasiado sobre Lucía Miracle, pero nunca vieron lo que realmente fue Lucía Miracle. Porque ahora ella era la viva imagen de todos los chismes.
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