»Capítulo dos.
—Soy el chico más afortunado de este instituto.
—Una lástima que no puedes decirle a nadie que Irene Miracle te besó en la mejilla porque... Oh, es verdad, ella besó a Spiderman, no a Peter —le dice su amigo, bajándolo abruptamente de su nube.
Parker le dedica una mirada de odio, para luego empujarlo con un hombro.
— ¿Acaso tu principal pasatiempo es destrozar mis ilusiones?
Ned se detiene y posa una mano en el hombro del otro, con su rostro derrochando seriedad.
—Es mi deber como tu mejor amigo hacerte ver la realidad —aclara—. Y la realidad es que las chicas como Irene no salen con niños de quince años.
—No me digas niño, mira que estoy a punto de cumplir dieciséis y entonces ya siquiera se notará la diferencia.
—Tú cumples dieciséis y ella cumple dieciocho. Entonces serías ilegal —se mofa, riendo ante la cara que pone Peter.
Este aprieta los labios, quedándose con una mano levantada. Maldición, es verdad, Irene cumpliría dieciocho años y sus posibilidades de llamar su atención bajarían aún más. Además, ella siempre ha sido una chica más madura que las de su edad, y Peter... Peter tenía figuras de acción de Star Wars.
—Podrías invitarla, vi unas tarjetas de invitación de Spiderman en el mercado el otro día. Será algo así como "Te invito a mi fiestita, no faltes", con Spidey posando en un costado. No podría resistirse —Ned se ríe con más fuerza, recibiendo cada vez más golpes por parte de su amigo—. Espera, las tarjetas en verdad se ven cool, yo también las usaría... Demonios, Spiderman es genial hasta en eso.
Peter le da un último golpe en el costado y luego vuelve a caminar, acomodando su chaqueta con aires de superioridad.
—Obviamente. Le gusta tanto que besó su mejilla.
—A Spidey, no a ti.
— ¡Deja de repetirlo!
Ah, demonios. Al menos no le había confesado que en realidad Irene no lo besó, sino que él estrelló su mejilla contra sus labios. Entonces la humillación de Ned habría sido mucho peor.
La conversación termina cuando llegan a la entrada del instituto, siendo empujados por una avalancha de último año que corría lanzando confetti, solo para recordarle al mundo que estaban a poco de irse de ese infierno. Peter se aguanta las ganas de devolverle un empujón a uno de los idiotas, que se tomó especial interés en pisotearle los pies y tirar el confetti justo en su cara.
Y todo el enojo que había acumulado se disipó al ver que Irene llegaba, justo detrás de esa avalancha, tan elegante y fabulosa como siempre. Algunos decían que tenía cara de amargada, pero Peter la había visto siendo muy amable y estaba consciente de que la pelirroja ponía esa cara solo al estar junto a sus ruidosos compañeros. Avanzaba entre la multitud sola, pero de todas formas ella se veía mejor así que en medio de un grupo de chicas chillonas.
— ¿Por qué tu futura esposa siempre va vestida con algo rojo?
—No importa, el rojo le queda hermoso —susurra sonriendo como idiota.
—Escuché por ahí que la ropa interior roja también le queda de maravilla.
Pincha el brazo de Ned y le dedica una mirada fulminante, logrando que el chico se apartara mirando hacia el suelo. Peter se ponía terriblemente arisco cuando oía que hablaban sobre Irene de esa manera, odiaba cuando los chicos aprovechaban el hecho de que ella nunca se metía con los rumores y decían que ya la habían visto incluso desnuda. Según la mitad de la secundaria, habían visto los senos de Irene, cuando lo más probable es que eso sea mentira.
Porque Irene alejaba a los varones como si fuesen una paria, específicamente a aquellos que se acercaban a su edad. Los chicos solo podían hablar a sus espaldas, porque hablar directamente con la pelirroja les provocaba escalofríos. Ella parecía una muñeca sin vida mientras te observaba con sus ojos marrones, a la espera de que te dé alguna especie de infarto y te mueras para que dejes de robarle su tiempo.
Peter jodidamente adoraba a Irene desde que ingresó a la secundaria. Porque, bueno, debía admitir que toda esa niebla misteriosa que la rodeaba era atrayente. Los demás podían decir miles de cosas, pero él no iba a creerlas porque nadie conocía realmente a Irene Miracle.
Estaba dispuesto a intentar acercarse y conocerla él mismo. Claro, cuando deje de balbucear y temblar cada vez que la veía.
— ¡Ah! ¡Hola, Ire-Irene!
Ella estaba a punto de ponerse los auriculares cuando lo escuchó, y como siempre su educación iba primero. Miró a Peter, y con una pequeña sonrisa correspondió su saludo antes de sumergirse en la música, alejándose dando zancadas.
Irene casi le dedica un gruñido a aquel niño, pero pudo contenerse porque él no tenía la culpa de lo sucedido. Los demás eran los idiotas que se enfocaban más en un tipo vestido con un ridículo traje rojo y azul, que en el hecho de que las violaciones y el feminicidio iban en aumento las últimas semanas. En la mañana despertó esperando escuchar en las noticias que encontraron muerto a un bastardo abusador, pero en su lugar pasaron imágenes de Spiderman chocando contra una camioneta y arrancando la puerta.
Hay cosas más importantes, y ellos se dedican a venerar a un idiota. Piensa apretando los labios, aunque luego el recuerdo del arácnido ayudándola a llegar a casa vuelve a su mente y suspira rendida. Bien, tal vez no debería desquitarse con Spiderman, él también se dedicaba a ayudar a su modo.
Irene andaba más volátil pues sus horas de sueño eran cada vez menos, ya que los espíritus de las jóvenes asesinadas aumentaban y lloraban a su alrededor. A veces se planteaba la idea de ignorarlas hasta que estas pensaran que ya no podía verlas, pero luego una opresión se apoderaba de su pecho y notaba que era simplemente incapaz de hacerlo. Porque había algo en torturar a los abusadores que le hacía sentirse... Útil.
Si ella no se dedicaba a vengar a esas chicas, ¿qué haría? O bien, ¿quién más se preocuparía por la justicia de jóvenes que murieron sin voz?
Sacude la cabeza, elevando el volumen de la música. Había un grupo de tres jovencitas fantasmales que no dejaba de seguirla desde que salió de casa. Iba a ayudarlas, claro, pero en ese momento debía enfocarse en el colegio, no en su próxima víctima.
Además, comenzarían a molestarla de nuevo si hablaba con ellas en el pasillo. Cuando era pequeña no lograba reflexionar sobre los momentos ideales para tratar con los espíritus, y se ganó apodos como la niña fantasma, incluso hubo un tiempo en el que la llamaron Lydia por la protagonista de Beetlejuice. Las cosas hace un par de años no fueron muy amables, pues entonces apareció la serie de televisión Teen Wolf, donde había una chica que se llamaba Lydia, era pelirroja, y para más era una banshee; así que con eso vinieron más burlas.
Va al baño, y espera en la entrada hasta que este se vacía; las chicas que se encontraban antes allí la miran sin disimulo, y luego cuchichean entre ellas. Irene al fin ingresa, cerrando la puerta tras de sí y girando mientras se sacaba los auriculares. Encaró a los espíritus sin una expresión favorable para estos.
—Saben que las ayudaré, no hace falta que me sigan fuera de la casa. Esto es traspasar límites.
Intenta no sonar tan frustrada como se sentía, pero es algo difícil.
—Lo sentimos —balbucea una, la única que era capaz de pronunciar palabras comprensibles. Las otras seguían temblando y susurrando cosas—, pero... Pero nadie nos ha encontrado aún.
Eso golpea a Irene, como si fuese la primera vez, siempre sentía lo mismo. Su sangre se helaba, y las lágrimas viajaban a sus ojos con rapidez. ¿Cómo era posible...?
—Nuestros padres deben estar desesperados, no queremos irnos con ellos pensando que pueden encontrarnos aún.
La pelirroja se gira, mirándose al espejo y rozando con las yemas de sus dedos las pestañas mojadas, cambiando su expresión mientras respiraba profundo. Tenía ganas de mandar al carajo su jornada de colegio e ir a rebanar con un machete a los imbéciles que se llevaron a esas niñas, pero no podía. Ella también debía cumplir con su rol de estudiante.
—Me haré cargo, ahora vayan a casa.
Las horas pasaron muy lento para Irene, quien contenía las ganas de gritar al notar que ese grupito no fue a casa como les indicó, sino que se quedaron fuera del instituto, donde las podía ver desde la ventana del salón. Sus ojos se desviaban hacia ese lugar cada cinco minutos, ganándose así varias represalias de los maestros. Luego de que la regañaron por décima vez, apartó la vista mordiendo su labio inferior y se fijó en su cuaderno otra vez.
— ¿No puedes comportarte por un momento?
El comentario de su compañera de asiento le sorprendió. Se giró para mirar a la dulce Beth, quien sujetaba su lapiz con fuerza mientras se hundía en su silla.
—Perdona, no entiendo a lo que te refieres.
—Actúas extraño.
—Todo el mundo se distrae al estar junto a la ventana —responde un poco a la defensiva.
Muy en el fondo le afectaba un poco que alguien como Beth le dijera eso.
—No necesito más comentarios sobre mí solo por ser tu compañera de banco —Beth se rascó tras la oreja derecha, aún escuchando los cuchicheos de los demás—. Así que te ruego que dejes de ser tan rara mirando al patio vacío.
No volvió a responder, solo apretó los dientes girando su cuerpo para dedicarle una mirada gélida a sus compañeros. Estaba al tanto de que Beth sufría de acoso escolar por sus gustos, e incluso por su comportamiento. Recuerda que esa era la razón por la que se sentó junto a ella, pues supuso que alguien raro no juzgaría a otro raro.
Al parecer Irene era más rara de lo que pensaba, y no escaparía de las críticas nunca.
Suspira volviendo a anotar en su cuaderno, aplicando más presión de la necesaria. Si tan solo pudiera hacer con ellos lo que hacía en las noches...
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