»Capítulo cinco.
No era estúpida, luego de un buen rato dándole vueltas al asunto Irene fue capaz de hallar la conexión entre el niño araña y el chico Peter Parker. Era simple, ese pequeño era "Spiderman". Y cuando al fin cayó en esa conclusión, no pudo evitar lanzar un largo suspiro recostando la cabeza en el borde de la tina.
Maldita sea, en verdad solo era un niño.
Tal vez... ¿debió ser un poco más suave? Hace unas horas, cuando buscaba a ese hombre, Irene realmente se sentía histérica y con los sentimientos a flor de piel, solo quería destrozarlo y matarlo. No esperaba que Spiderman decidiera, justo ese día, meterse en los asuntos que nunca antes había controlado.
En su cabeza se repetía la imagen de Peter Parker en la mañana, cuando la miraba con sus ojos cafés llenos de admiración y nerviosismo, la mirada de un alma inocente. Durante la escena en el callejón no podía ver sus ojos, pero podía imaginarlos, llenos de terror y temblorosos por las ganas de llorar. Pudo percibir la angustia que emanaba el cuerpo de Parker, tal como pudo sentir la furia y la satisfacción al verla ahogar en su propia sangre al violador.
Irene sentía una especie de responsabilidad, una especie de instinto que la estaba invitando a buscar a Peter al día siguiente y ver cómo estaba.
Ese instinto de protección que siente una hermana mayor.
Tan rápido como eso apareció en su mente, su pecho dolió como si estuviese clavándose un cuchillo en el medio. ¿Cómo es que de alguna forma terminó pensando en eso? Sus ojos escocieron mientras terminaba su baño y salía de la tina para rodear su cuerpo con una toalla.
Al salir del baño, su burbuja de privacidad se rompió. Su única compañía estaba ahí otra vez, siguiéndola con pequeños lamentos. Pero esas almas percibieron algo diferente en la pelirroja, por un segundo se sintieron reflejadas en ella.
—Señorita —balbuceó una, no recibió respuesta.
Irene siguió avanzando hasta llegar a una habitación apartada de la casa, con la mirada vacía y los labios resecos. Le temblaron las manos antes de tomar el pomo de la puerta, abriéndolo lentamente, dejando resonar un chillido estremecedor.
Los fantasmas retrocedieron al notar que aquello se convertiría en un momento demasiado íntimo como para seguirla, y se dispersaron lejos. Después de todo, la joven que les ayudaba a encontrar la paz también se merecía algo de esta.
Al encontrarse dentro de la habitación Irene se embriagó con el aroma de esta, parecía seguir persistiendo a pesar de los años. Respiró hondo, observando los juguetes y las pequeñas camas aún tendidas perfectamente. Tomó asiento en la silla en medio de estas, observándolas de manera alternada.
—Lamento haberlos olvidado —murmura, mirando la fotografía que reposaba en la cómoda ante ella—. ¿No está muy oscuro aquí?
Nunca había respuesta, pero aun así hablaba. Se inclinó un poco para encender el velador, las imágenes de ositos no tardaron en aparecer, alumbrando el cuarto. Por un segundo todo parecía ir tan bien como antes, solo que ese lugar estaba demasiado silencioso y quieto.
Irene imaginó a un par de gemelos corriendo hacia sus respectivas camas, ambos de cabello castaño rojizo y ojos oscuros. No más de cuatro años de edad, hablando sobre piratas y cosas así, luego girándose para ver a su hermana mayor con una sonrisa.
—Ire, de verdad, ¿no quieres dormir con nosotros?
—Vamos a protegerte —siguió el otro a su hermano.
—No te creo que no tengas miedo a dormir sola, yo tengo miedo si no tengo a Ted.
El recuerdo de sus voces arrancó un sollozo de la, ahora, joven de casi dieciocho años. Rompió la ilusión, destrozándose mientras tapaba su rostro con ambas manos, inclinada hacia adelante sobre sus piernas.
—Sí, tengo miedo, Jim —balbucea—. Quiero dormir con ustedes, pero tengo miedo.
Esas palabras iban más allá de lo que sería el significado banal de dormir. Irene se refería a las veces que deseaba morir, las veces que deseaba pasar a la siguiente vida para buscar a sus hermanitos. Esos pequeños ángeles que de la noche para la mañana sufrieron un arrebato, que fallecieron de una manera tan cruel a una edad tan tierna.
Su mente intentaba borrar esos cuatro años de su vida, los suprimía casi siempre, porque no eran más que dolor y sufrimiento que le sobraba. Pero Irene siempre terminaba recordándolos, porque a pesar de todo adoraba esos cuatro años como hermana mayor. Ella entonces creía que había nacido para serlo, pero la dejaron sin la posibilidad de demostrarlo muy rápido.
Cuando fue al instituto al día siguiente, nadie habría pensado que la noche anterior se quedó llorando la muerte de sus menores en el cuarto de estos. Ella estaba tan fresca, tan normal, tan vacía como siempre. Todo hasta que, al final de la jornada, se dirigía al costado del instituto y vio algo que la atrajo como un imán.
Peter Parker parecía estar en medio de un ataque de pánico, y podía comprenderlo, había tenido uno la primera vez que pasó por algo como eso. Pero aquella vez tuvo a su abuela, aquella vez le zarandearon hasta que se quedó calmada, quieta y silenciosa, aceptando sin más su destino.
—Parker —dijo en voz baja, inclinándose junto a él.
El castaño levantó la cabeza, con los ojos húmedos y la mandíbula temblando. La observó como si ella fuese un espejismo, mientras parecía pensar en sus palabras.
—Yo... Yo debo irme —balbucea intentando levantarse, pero Irene le tomó del brazo—. Todo está bien, solo tengo alergia.
—No hace falta seguir mintiendo entre nosotros. No cuando ambos lo sabemos.
Entonces pudo divisar algo de desespero y horror en los ojos del chico.
—¿Qué? ¿Cómo lo notaste? —tartamudea, causando una pequeña sonrisa en la pelirroja.
—No soy estúpida, Peter.
Él se quedó quieto durante unos segundos, con un manojo de pensamientos contrariados en su mente. La pelirroja lo observó en silencio mientras este se relamía sus finos labios, levantando sus ojos para mirarla fijamente. Una vez más lo vio, inocencia, inocencia que se estaba quebrando.
—No pude dejar de pensarlo todo este tiempo... Menos cuando esta mañana salió en las noticias y me di cuenta de que no fue un sueño, ni nada de eso —respira hondo antes de seguir—. Debías hacerlo, ¿no? Era lo que debía suceder. Se lo merecería, sé que sí, pero...
Sus manos temblorosas fueron tomadas por la chica, quien se acercó a él suspirando quedamente. Peter ni siquiera tenía cabeza para emocionarse por ello.
—¿Cuando lo recuerdas se siente mal? Es comprensible... Pero sí, Peter, hice lo que tenía que hacer.
—No se siente mal —murmura con sinceridad, mirando hacia abajo—. Se siente bien, y eso es lo malo, ¿verdad? Nunca antes me había sentido bien por la muerte de alguien, todo es extraño.
Iba a seguir hablando de manera atropellada, pero Irene se le acercó lo suficiente como para abrazarlo. Peter fue quebrándose poco a poco otra vez, hasta que sus ojos dejaron caer algunas lágrimas mientras tenía la barbilla sobre el hombro de la chica.
—No sé si me siento peor porque me quedé mirando como idiota, o por eso.
—Shhh —lo silencia suavemente, dando unas ligeras palmadas a su hombro—. No debí hacerlo frente a ti, solo eres un niño.
Ella sonó un poco arrepentida, y Peter se separó para mirarle frunciendo el ceño.
—No soy un niño, soy un superhéroe... Soy Spiderman —finaliza en voz baja.
Quiso recordarle su rostro empapado y nariz roja, pero prefirió guardar silencio, solo mirándole con una pequeña sonrisa y una ceja arriba.
—Exacto, Peter, eso eres. Y los héroes no matan personas de esa forma —le dice con las manos sobre sus hombros, dándole un pequeño apretón—. Déjame eso a mí, ¿bien? Intenta olvidar lo de anoche, esas no son las cosas que hace Spiderman.
Luego de decirle aquello, se alejó de él causando que el muchacho se sintiera repentinamente frío. Irene le dio una pequeña última sonrisa.
—¿Estás diciendo que tú no eres un héroe? —Peter le preguntó antes de que se retirase.
Los ojos de Irene al volverlo a ver se notaban vacíos a pesar de la sonrisa en sus labios.
—No creo que me consideren de esa manera... Ve a casa y duerme, Peter.
Al fin se alejó, pero aun así alcanzó a escuchar que Peter le decía que él sí la veía como una heroína.
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