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CAPÍTULO XXXIV

Las Guardianas

—No entiendo—se escucha entre la respiración entrecortado que sale de mis labios y que extiende un dolor atroz por mi pecho.

La habitual calidez en la mirada del tío ahora se encuentra bajo sombras lúgubres. No parece dispuesto a explicar su presencia aquí.

—¿Qué... qué haces aquí?—insisto a pesar de todo.

Pero es Sargiel quien interviene al soltar una risa que podría cortar el aire si lo deseara. Noto la tensión en los hombros del tío Rodrigo cuando lo escucha.

—Los conflictos mortales son tan...—ladea la cabeza y suspira de forma dramática—aburridos.

Una ira que siento ajena hierve dentro de mis venas junto al cosquilleo de aquella energía de arenilla negra que apenas he dejado ver la libertad. No es solo su mirada, o sus palabras, es él. Es condescendiente y odio que sean condescendientes conmigo.

El nuevo sentimiento logra que la mente se despeje un poco.

—¿Qué significa todo esto?—sin titubeo, solo exigencia.

El Essential mira de soslayo al tío, con el mismo desdén que me demuestra a mí.

—¿Hablas tú o lo hago?—el tío abre los labios, pero no dice nada. Nunca creí que se quedaría sin palabras; él, que es tan elocuente. Sargiel resopla con fastidio. Descansa ambas manos en los reposabrazos de la silla—Gracias a los oportunos servicios de Rodrigo conseguí llegar a la mortal y a Nathanael sin mayor alboroto—da la impresión que el nombre de Nath también le produce repulsión. Mis ojos llegan al límite por la sorpresa.

‹‹Ya que todo le parece tan repulsivo deberíamos acabar con su sufrimiento››. Está incluso más furiosa que yo. Y la apoyo.

—Por un momento creí que sería una pérdida de tiempo y recursos—continúa como quien se sabe con derecho a ser escuchado. Aprieto los dientes, mientras el cosquilleo crece—. Pero parece que tenía razón: harías lo que sea por la mortal; s tu alma gemela, ¿verdad?—intento reprimir la impresión pero no sirve; su sonrisa le corta el rostro—Un híbrido con alma gemela. Al destino le justa demasiado jugar.

Decido ignorarlo. Dirijo mi atención al tío; no hay nada del hombre seguro y orgulloso de todos estos años.

—¿Por qué?—no necesito decir más.

El arrepentimiento asoma en sus ojos castaños, excepto que no puedo digerirlo. Hay algo muy malo aquí.

—Él no les hará daño. Al menos no a ti y a Ali. Lo prometió.

Le doy una mirada entre la estupefacción y la furia.

—¿Y le creíste?—escupo sin una pizca de educación o cariño. ‹‹Es evidente que Sargiel aborrece todo lo que no es celestial››. Enfatizo el pensamiento con un vistazo a éste, quien sigue sonriendo—¿Qué es lo que quieres?—inquiero entre dientes.

—Solo necesito que me entregues La mano de Deus. Y así devolverla de donde nunca debió salir. Jamás debieron dársela a un vil príncipe infernal.

‹‹¿Vil príncipe infernal? Creí que todos sentían un respeto absurdo por él››

‹‹El poder produce envidia, en especial de aquellos que lo anhelan con desesperación››.

De pronto, una idea comienza a formarse en las fronteras de mi mente. Solo espero estar equivocaba.

—¿Tuviste que ver con el accidente de mi hermano?—puedo sentir la arenilla serpenteando entre los dedos cerrados en puños; cimbran cuando el Essential vuelve a dirigir la mirada ambarina al hombre a su lado.

No. No. No...

Las sombras alcanzan la totalidad de mi vista, no hay más que oscuridad durante unos largos segundos. Estiro los dedos, dejando que la arenilla salga sin restricciones. Hasta que las vías respiratorias se me cierran, como si puños de acero las estuvieran contrayendo. Boqueo en el momento que las sombras reculan hacia los contornos de mis ojos.

—Que creas que no estoy preparado, me ofende, princesa—el sustantivo es un arma afilada, cargada de veneno. Condescendiente. Mira más allá de mí, hacia mi derecha, y en ese mismo molesto tono pregunta—¿La tienes?

Doy un paso al lado y me encuentro con unos ojos antinaturalmente oscuros, son por completo oscuros. La apariencia en general de la mujer no es natural, hay algo salvaje y densamente frío en ella.

Una punzada me atraviesa el cráneo. No logro apartar la mirada; sé que ella es la responsable.

‹‹Bruja››, escupe mi consciencia, en el paroxismo de la ira.

Ésta sostiene mi mirada un poco más antes de girar hacia el Essential.

—Hay un intrincado hechizo protegiendo sus memorias—tiene una voz ronca y hueca, en consonancia con su tétrica apariencia—. Puedo retener su esencia, porque no tiene control sobre ésta, pero si quieres sus memorias llevará más tiempo—un gruñido es toda la respuesta que recibe. La mujer no se inmuta y agrega—: La intrusión en estos momentos solo creará daños irreversibles.

Doy otro paso lejos de ella, por instinto. Intento liberarme de lo que sea que esté haciendo sobre mi esencia, pero choco una y otra vez con una pared de sólido hielo negro.

‹‹¡Maldita bruja! La voy a matar››

—¡Estoy harto de esta mierda!—el rugido reverbera en las paredes del estudio, por el rabillo del ojo veo al tí... a Rodrigo encogerse—¿Tienes la espada en tu poder?—la pregunta está dirigida a mí.

Sin la incisiva mirada de la lúgubre mujer puedo respirar con mayor facilidad. Aunque el cosquilleo se ha ido por completo.

—¿Me ves con alguna espada encima?—hablo desde la impotencia.

Quizás he comenzado a enloquecer finalmente, porque ni siquiera me tenso ante la iracunda mirada que me da, con aquellos ojos encendidos y aterradores.

—¿Dónde está el instrumento?—repite sin contener su molestia.

—¡No sé dónde mierda está la jodida espada! Y aunque supiera... ¿Por qué iba a decírselo a quien me ha traído aquí con engaños y coacción?

Entorna los ojos y toma una respiración profunda, como si quisiera reunir fuerzas. Vuelve a la sonrisa cortante.

—Porque te importa lo que le pase a mis huéspedes y si no tengo esa espada para el final del día no respondo de lo que pueda hacerles Nilsa—señala hacia la tétrica mujer de ojos demoníacos, quien no ha movido un músculo todo este tiempo.

Le sostengo la mirada gracias a una mezcla de terquedad, orgullo y rabia; las cuales emergen de las profundidades con el ímpetu de un geiser.

‹‹Si solo pudiera liberar la energía...››

‹‹Podemos hacerle daño de otra forma. Nos lo han enseñado››

Las ganas no faltan, pero... hay que ser claras: no podríamos ganar en una lucha cuerpo a cuerpo con él, solo basta verlo en ese traje de combate celestial. Además, no quiero arriesgar a Ali y Nath.

—¿Dónde están?

—¿Dónde está el instrumento?

‹‹Y yo molesta con la actitud de Raamiel ¡Éste sí que es un pedazo de idiota!››

—No diré o haré nada si no los veo—replico, con más seguridad de la que siento.

Sargiel me mide por unos segundos, como si esperara que el fuego de sus ojos me abrasara y terminara con el problema. Me mantengo impávida sin saber cómo.

—Trae a Nathanael—ordena sin apartar la mirada. Supongo que le habla a la bruja, porque Rodrigo sigue encogido en el mismo lugar.

No puedo dejar de preguntarme si Ali sabe con quién se relaciona su padre, si después de todo se ha enterado de mi origen. El maldito Essential parece no verse afectado por la burbuja de compresión que envuelve el lugar, porque la mirada que me da es de quien disfruta con el dolor de otros. Está leyendo mis emociones.

—Debimos dormirla—dice sin ocultar la malicia en su voz. Me tenso a pesar de mí—, se puso histérica cuando fuimos por ellos y Nathanael se interpuso—esboza una sonrisa cruel y condescendiente—. No sé por qué nos seguimos molestando en salvarlos; los mortales nunca dejarán de ser egoístas, codiciosos e irracionales. Sus engaños terminarán por destruirlos.

Basta darle una mirada al hombre que durante tanto tiempo consideré un padre para que la ilusión termine de resquebrajarse. ‹‹¿Todo esto ha sido por conseguir más poder? ¿Por qué?›› Entiendo que no le importe el daño causado a mi familia, pero Ali es su única hija.

—¿Qué le hiciste a Nath?—inquiero, apartando la vista de aquel hombre que ha roto mi corazón. No soporto ver el miedo y el arrepentimiento en su rostro.

—¿Nath?—el Essential ladea el rostro con diversión burlona.

Pero la respuesta llega de la mano de la bruja. Otra réplica surca la herida ya abierta en mi pecho cuando lo veo: tiene el cabello hecho un lío, el brillo jade de su piel es inexistente, lo que le da una enfermiza tonalidad grisácea; intenta reprimir algún tipo de movimiento o sonido al apretar los labios con demasiada fuerza. Sus ojos, siempre llenos de luz, ahora son dos piezas de carbón gastado. Es evidente que le cuesta respirar. Y... tiene la piel en carne viva alrededor de los grilletes que se cierran en sus delicadas muñecas. Son tan negros como los ojos de la mujer que lo aprisiona.

—Nath—apenas un susurro agónico deja mis labios ante su visión. El dolor y la culpa me recorren el cuerpo en agresivas ondas.

‹‹Si los dejas entrar les das el poder de lastimarte, Galadriel. El amor tiene el poder de destruirte lentamente si así lo desea››.

No otra vez. Por favor.

Hago el amago de acercarme, pero la bruja presiona el agarre en el brazo izquierdo de Nath —sospecho que es ese contacto el que evita que se desplome, pero también...— y éste deja salir un quejido bajo, reprimido; su hermoso rostro se contrae con agonía.

—Quieta—ordena Sargiel. Es una orden para mí—. No quieres que el pequeño arcángel siga sufriendo, ¿verdad?

—Basta—murmuro sin poder quitar los ojos de la frágil figura de Nath; los ojos de éste vuelven a abrirse y me mira. De verdad está sufriendo—¡Basta! ¡Déjalo ir!—exijo hacia Sargiel.

—Lo haré si me entregas La mano de Deus.

Un músculo en la barbilla me tiembla debido a la desesperación.

—¡No la tengo! ¡No sé dónde está!

Si le está haciendo esto a Nath, que es uno de los suyos... ¿qué le hará a Ali? Un inevitable escalofrío me baja por la columna ante la posibilidad.

—He escuchado que eres talentosa—pero no lo cree, eso es lo que dice su mirada—, seguro que pensarás en algo. Eso sí, ten en cuenta que no tienes mucho tiempo.

Las lágrimas pugnan en mis ojos; furiosa por mi debilidad aprieto los dientes y las retengo con todas mis fuerzas. No voy a llorar delante de éste monstruo. Vuelvo la vista a mi querido sueño asiático, quien se esfuerza por mantener la suya en mí.

‹‹¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer para sacarnos de aquí?››

Él, a pesar de su estado, alcanza a comprender lo que con tanta desesperación gritan mis ojos.

—Eres la princesa oscura—incluso su voz se escucha rota, débil, apenas un eco del Nath que prometió proteger a Ali. Sé que está aguantando más de lo que deja ver. ‹‹¿Qué le han estado haciendo?›› No sin esfuerzo mira hacia el Essential en el escritorio—. Sargiel... por favor—hace una mueca antes de continuar; me hago eco de ésta—, no hagas esto. Él le otorgó el instrumento a Ashriel... ¿vas a desobedecerlo?

No sé cuál es la reacción de Sargiel, pero su voz se vuelve más dura, más afilada.

—Ashriel nunca debió recibir tal honor, no es más que otra escoria infernal, y lo comprobó cuando se revolcó con esa mortal—los nudos en mi cuerpo reaccionan ante la mención de mamá—. Él mismo se dio cuenta de su error; ¿por qué otra razón desapareció? No merece portar La mano de Deus. Es un traidor y un cobarde. Padre entenderá cuando devuelva el instrumento al Empíreo y esté a salvo de la basura del Averno.

Nath no dice nada, pero mira al otro con lastima y una tristeza tan antigua como el tiempo mismo, lo que parece enfurecer a Sargiel, porque tras pronunciar el nombre de la bruja, Nath termina de rodillas en el suelo, doblado sobre sí mismo. Intento ir hasta él, pero una mirada de aquella mujer me frena. Si me acerco le hará mucho más daño. La impotencia me carcome por dentro como el peor ácido del mundo.

—¡Basta! ¡Libéralo! ¡Por favor!—suplico hacia Sargiel. Está sonriendo, el muy maldito está sonriendo de forma genuina. Es un sádico. Aprieto los puños hasta clavarme las uñas en las palmas; el dolor me centra. Llevo una profunda bocanada de aire antes de decir—: Lo haré. Encontraré la espada.

—Nnno...—Nath se esfuerza por hablar, pero ni siquiera es capaz de levantar la cabeza— Gala... Galadriel... no.

—Lo haré—insisto con apremio—. Déjalo. Dile que se detenga. ¡Lo haré, maldita sea!

Sargiel parece convencerse. Asiente hacia la bruja, y de inmediato Nath deja de gemir de dolor.

***

‹‹¿Qué harás si esto no funciona?››

Funcionará. Sí funcionará.

La oscuridad se ondula, mientras los colores aparecen y van tomando forma. Empujo un poco más, un poco más... hasta que una puerta de acero se materializa frente a mí. Estiro la mano derecha y toco; el sonido reverbera como las campanas de una enorme catedral abovedada.

—¡Pequeña!—Epona no se ve sorprendida, sino más bien aliviada.

Si alguien puede ayudarme en estos momentos es ella. O al menos espero que pueda.

—Necesito tu ayuda. Por favor.

Sin una palabra se hace a un lado y me deja entrar. No estoy segura si la atraje al recuerdo que tengo de su apartamento o nos encontramos en un punto intermedio —una encrucijada—, porque cuando estuve aquí llovía y era noche cerrada. Ahora, el crepúsculo pinta el horizonte que se observa por el ventanal, de violeta, rosa y naranja; lo mismo con los muebles.

Epona me insta a sentarme, pero niego con la cabeza.

—No tengo tiempo.

—¿Dónde estás?—sus ojos me recorren por completo, con el escrutinio de quien espera encontrar un indicio que arroje luz sobre un misterio—Tus autoimpuestos guardianes andan como posesos, buscándote.

—¿Vinieron hasta aquí?—no puedo ocultar la sorpresa.

Ella asiente sin despegar su perspicaz mirada verde de mí.

—Les dije que estás fuera de mi visión del mismo modo que tu padre, lo que sirvió para arreciar su molestia. Nunca los había visto tan... descontrolados. Tan humanos. Has cambiado a esos Essential, pequeña.

Abro los labios para preguntar si vinieron todos o solo Zadkiel y Raamiel. No obstante, guardo silencio cuando siento algo serpenteando entre mis pies. Mael. El gato sobrenatural del Oráculo me devuelvo la mirada con heterocromía. Maúlla una vez, para luego ver hacia Epona, ésta frunce los labios.

—Una bitia. Creí que habían desaparecido—murmura para sí. Antes que pueda preguntar agrega—¿Cómo fue que terminaste en manos de una bruja como esa?

Muevo la cabeza de un lado a otro. No tengo tiempo para esto.

—La espada. Necesito ubicar la espada—mi voz suena tan febril como me siento.

Estoy sosteniendo la conexión por pura desesperación.

—¿Por qué?—inquiere Epona con interés renovado.

‹‹Me advirtió que no hiciera nada estúpido››. Respiro hondo.

—Solo... la necesito. Por favor.

Mael, todavía entre mis pies, vuelve a maullar. Epona lo observa con los labios apretados. Cuando levanta el rostro veo la lucha interna que está teniendo. Debe ver algo en mi expresión que la lleva a decidirse. Suelta el aire entre una maldición.

—¿Entiendes que encontrar a Fragarach no significa que puedes hacer con ella lo que quieras?—no digo nada—Puede que responda a ti. Pero solo responderá a ti, a nadie más.

Mi respiración se vuelve pesada. Pero me mantengo medianamente impávida. Epona suspira, derrotada.

—Bien—asiente cruzando los brazos sobre el pecho. Adquiere una expresión seria—. Esto es solo una suposición... Si Ashriel confiaría en alguien sería en Las Guardianas—le doy una mirada interrogativa—. Son un aquelarre muy, muy cerrado. De hecho, está conformado por una sola familia. Ellas nacieron de la esencia de Ashriel, por lo que han sido sus aliadas más cercanas. Seguro que pueden ayudarte más que yo.

—¿Cómo las contacto?

Suelto la conexión en cuanto Epona me dice qué debo hacer. El problema está en cómo voy a hacerlo, porque no creo que al Coro le agrade la idea de entregar La mano de Deus al demente de Sargiel, o al menos es lo que quiero creer.

Las últimas palabras del Oráculo me acompañan al volver al asfixiante aire del estudio en el que el Essential espera una respuesta: ‹‹Las estrellas iluminan con la misma intensidad que consumen, pequeña››.

***

No puedo sentir alivio al estar frente a la enorme puerta de hierro de la mansión, aunque llegué a pensar que no volvería a verla. Porque el miedo y la ansiedad me atenazan los músculos hasta el punto de no poder sentirlos del todo.

—¿Qué esperas?—la atronadora voz de Sargiel me enfoca.

Le doy una mirada por encima del hombro. Las últimas luces crepusculares que alcanzan a colarse por el tupido dosel de árboles son absorbidas por su traje de combate, convirtiéndolo en el único punto de luz en la creciente penumbra del bosque. La bruja está a su lado, como una sombra lúgubre y estática.

—¿Qué pasará con ellos?—inquiero, viendo más allá, hacia la camioneta aparcada detrás del auto en el que llegamos, en donde Nath, Ali y... Rodrigo se encuentran.

Los subieron mientras era retenida en el estudio, por lo que no pude ver el estado en el que se encuentra mi alma gemela. Tampoco puedo llegar a ella, porque la bruja sigue comprimiendo mi esencia, lo que sigue aumentando la ira de mi conciencia.

—Estarán bien siempre que cumplas con tu parte. Abre de una vez.

Aprieto los dientes, dejando que la rabia se acumule en mis ojos. Lo odio.

—¿Y si ellos están adentro?—repongo. La esperanza de que sea así se agarra con uñas y dientes a mi interior. Pero la sonrisa de Sargiel la cercena con eficacia.

—Nilsa tiene cierta fascinación por torturar Essential. Eso no me preocuparía si fuera tú—la aludida permanece impávida.

Me trago la impotencia y abro la puerta. No me molesto en comprobar que me siguen cuando me adentro en el bosque; el cosquilleo en la piel parece despertar del letargo en cuanto la esencia de éste me envuelve, sin embargo, sigue siendo muy, muy débil. ‹‹Soy demasiado débil››.

Llego al claro en donde entreno con Zadkiel gracias a la memoria de mis pies. Doy una mirada por encima del hombro izquierdo. Solo troncos y más troncos. Pero sé que están allí, en alguna parte, esperando, observándome.

Sin perder más tiempo, cubro el brazalete con la mano derecha, cierro los ojos en un intento de reunir la concentración y calma que requiero. ‹‹Una respiración. Un latido. Un pensamiento...››

—Guardianas—mi voz adquiere la cadencia de un cántico mientras repito las palabras que Epona me dio para convocarlas —. Portadoras de luz. Espíritus elementales. Señoras de la luna. Cazadoras de oscuridad. Protectoras del Gran Árbol...—inhalo con fuerza, tragando un temblor—Por favor, atiendan al llamado del Bosque Silencioso. Atiendan al llamado de su protector.

Ruego en mi fuero interno que esto funcione mientras abro los ojos. Pierdo fuerzas en las rodillas cuando veo la ondulación en el aire a pocos pasos de donde estoy. El portal. Debe ser el portal del cual me habló Epona.

Un brillo de azul perlado comienza a formar un considerable arco de piedra, en el cual se enredan diminutas flores del mismo tono azulado. No tengo tiempo para procesar lo que veo cuando una voz de mujer surge de éste, como si viniera de detrás de un velo que se ondea como las aguas de un estanque.

—¿Quién llama a Claro de Luna?—Es solemne y suave al mismo tiempo. Y tiene un peculiar acento.

Como una tonta me quedo parada, sin decir nada. Mientras, del velo surge la figura de una mujer imponente; es alta, esbelta y con la belleza atemporal del Oráculo, aunque ésta se ve mucho mayor que Epona. Lleva el oscuro cabello recogido en un moño alto, dejando al descubierto un rostro ovalado y moreno. El traje de dos piezas que lleva desentona con el bosque, pero esto no le quita el aura de sobrecogedor poder que la envuelve.

Cuando vi a Epona por primera vez creí que era un hada, ahora, frente a esta mujer, creo que estoy viendo a una amazona.

Sus severos ojos castaños me encuentran. Una emoción que interpreto como sorpresa cruza por sus facciones como una exhalación.

—Princesa... es un honor volver a verla.




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