CAPÍTULO XXXI
Un sueño convertido en pesadilla
Creí que caería en el alivio de la nada después de la despedida de Nath; se excusó diciendo que debía sacar el licor celestial de mi sistema con unas buenas horas de sueño, porque a fin de cuentas sigo siendo mortal en lo más básico del término. Para mí que solo quería salir del paso, para no tener que aguantar mi insistencia.
La nada fue un suspiro lanzado al viento, porque la realidad surgió en fulgurantes colores tornasolados que me hicieron parpadear durante varios segundos.
El lugar me es familiar: un penthouse que emerge de las montañas; su jardín es el mismísimo bosque. Toda la pared sur está hecha de sólido vidrio, permitiendo una vista panorámica de la impetuosa naturaleza. El mobiliario es minimalista y sobrio.
‹‹Una casa en el cielo››; el recuerdo llega con la voz de mamá.
—‹‹Tenga presente que si cometo un error—por alguna razón no me giro cuando lo escucho, como si hacerlo fuera a arrancarme del mundo onírico—, lo que me ocurre algunas veces, no habrá en el mundo quien sea capaz de repararlo››.
Respiro hondo antes de dar la vuelta; quizás no haya nadie... Pero no es así. Zadkiel está ahí, frente a una de columnas de granito verdoso que sostienen el techo del lugar. Lleva la misma ropa de la cena, no obstante, hay algo... algo significativamente diferente en él.
—Creí que no te gustaba Sydney—repongo al recordar nuestro encuentro en la clase de Literatura inglesa—, y que siempre se puede hacer algo para cambiar una circunstancia desfavorable.
En definitiva hay algo atípico en él. Sus labios se curvan en una sonrisa de medio lado que no puedo interpretar más que como un gesto pícaro.
—¿Un hombre no tiene derecho a retractarse?
—Un hombre sí. Un Essential de la mayor jerarquía del Reino Etéreo... no. O al menos eso es lo que he sacado de esta convivencia impuesta.
La peculiar sonrisa no abandona sus labios; se hace más tentadora cuando ladea la cabeza y algunos rizos caen por su frente. Parece divertido.
—¿Qué somos arrogantes e intransigentes?—sugiere. No hay nada del Zadkiel controlado y estoico de siempre.
Entorno los ojos. Veo de un lado a otro, comprobando si estoy o no en el mundo onírico todavía... pues el aire no tiene un tinte azulado, ¿verdad? Además, aún percibo el aroma dulzón del licor celestial. Sin embargo...
—Si esto es algún tipo de prueba, no estoy de humor—tercio, a la defensiva. El encuentro con Nath no salió como esperaba. Giro de vuelta a la pared de vidrio—. Apreciaría que abandonaras mi sueño.
Cruzo los brazos sobre el pecho en un intento de calmar el subir y bajar de éste. No es solo la frustración y molestia de la falta de información; la presencia de Zadkiel, desde que llegamos al Bosque Silencioso, se ha convertido en un incordio de lo más... complicado. Los hilos entretejidos en mis costillas se tensan, retuercen y cimbran cuando está cerca; es casi doloroso, pero al mismo tiempo espero cada una de esas lecciones porque sé que estaremos solos.
—¿Quién dijo que esto es un sueño?—parece haberse movido.
—¿Qué es entonces?—replico por encima del hombro. En definitiva está más cerca. Frunzo el entrecejo.
Quizás Nath tenga razón y la estadía aquí les está afectando de alguna forma. Porque no puedo ser yo la razón; lo que falta es que me digan que la contaminación también es mi culpa, o que porto el sharingan.
El aire se agita cuando da un paso hacia adelante. Está a tres pasos de mí. Con toda la luz tornasolada que entra por la pared de vidrio y que gira en volutas de polvo a nuestro alrededor, sus ojos adquieren un nivel de inverosimilitud dramático. Vuelvo la vista al frente, demasiado abrumada para sostenerle la mirada.
—Es una encrucijada, un efecto de samhain.
—En ese caso... sal de mi encrucijada—replico, haciendo mi mayor esfuerzo por mantener el control de la voz. Aprieto los dedos contra mis brazos, como una especie de ancla.
En esta ocasión el aire vibra cuando percibo cómo acaricia la longitud de mi cabello, es apenas un roce, pero logra que los hilos de mis costillas se tensen de forma dolorosa. Suelto el aire de forma imperceptible, moviéndome lo mínimo.
—Puedo saber—incluso su aliento parece unirse a la caricia. Contengo un escalofrío—cuál es el motivo de tu actitud iracunda.
Eso logra sacarme del sopor, tanto de la embriagues como del inesperado acercamiento de Zadkiel. Doy medio giro, enfrentándolo. Está demasiado cerca, solo nos separan unos nimios centímetros. Contengo la impresión.
—¿Mi actitud iracunda?—repito con incredulidad—Para ser capaces de leer las emociones a veces les falta perspectiva, ¿no crees?—no se inmuta y eso logra molestarme—¿Vas a decirme quién es Gilda?
Un parpadeo es la única reacción que consigo de su parte.
—¿Por qué estás tan interesada en saber de ella?
—Porque casi incineran a Olivier cuando la mencionó—respondo con obviedad—. Porque cuando pregunté salieron con evasivas. Porque nadie quiere realmente hablar de ella. Así que debe ser importante. ¿Quién es?
Me detengo a mitad de una respiración cuando lleva un mechón de mi cabello detrás de la oreja izquierda. Su dedo roza la piel de mi mejilla. No es como aquella vez en la camioneta; el toque es incendiario, pero no del que quieres alejar.
—Samhain no es para rememorar heridas—mi entrecejo se contrae mucho más, excepto que no alcanzo a replicar, porque baja la mano hasta mis labios y termina contorneando mis labios con su pulgar. La acción es tan condenadamente pausada que no hay forma de que sea un accidente.
Cuando Nath se acerca de esta forma y acaricia mi cabello no se siente de esta forma, como si su toque tuviera el don de paralizarme por completo y abrasarme en un suspiro.
Un pensamiento se sobrepone al torbellino cálido que anega mi cuerpo: ‹‹¿Ahora puede tocarme sin que termine herida?››
—¿Qué... qué haces?—mi voz es penosa. Ridícula, soy ridícula.
No recibo respuesta por más de un minuto en el que se limita a seguir el movimiento de su pulgar por las comisuras de mis labios con la mirada. No sé qué es más abrumador: si su tacto o la intensidad de su mirada.
Los pulmones y corazón comienzan a resentirse conmigo cuando finalmente dice, tan cerca que su aliento roza mi rostro:
—Es más complicado de lo que creí.
—¿El qué?—inquiero en un hilo de voz.
Lo veo venir, pero estoy tan absorta en comprender todo lo que me está golpeando y burbujeando en mi interior que no soy capaz de reaccionar. Tampoco creo que me hubiese alejado de ser diferente.
El entretejido que tira para que me aleje de él no es más que un hormigueo cuando el cálido y suave roce de sus labios hace contacto con los míos —los cuales permanecen entreabiertos—.
Primero es cauteloso y tentativo, para luego ascender a algo más visceral; una necesidad avasallante pugna en cada célula de mi cuerpo, aplastando cualquier duda, desconfianza o reticencia que puedo albergar.
Pruebo el sabor del elixir Essential —no sé si viene de él o de mí— antes de tener un pensamiento de lo más tonto —no estaba haciendo mucha sinapsis en ese momento a decir verdad—: ‹‹¿En dónde un serafín pudo aprender a besar de esta forma?››
Quizás es el efecto del alcohol o solo parte del sueño... todo se siente magnificado: el cosquilleo que produce su barba en mi piel, el calor que emana su cuerpo, el cómo hunde los dedos en mi cadera y me presiona contra él... es más de lo que alguna vez experimenté o pensé en experimentar.
Suelto el último ramalazo de control que asía. Encuentro un camino hasta que mis dedos terminan enredados en los rizos de su nuca, los aprieto en un puño y lo acerco mucho más. Mientras me pierdo en la suavidad de su cabello, él emite un gruñido ahogado que vibra en cada recoveco que poseo. Y es cuando la burbuja se rompe.
Descansa la frente en la mía. Ambos tenemos la respiración hecha un lío. Es posible que pasen minutos u horas en aquella posición; sus dedos todavía surcando la tela del vestido, sobre la cadera; mis dedos enredados en su cabello... Pero necesito entender.
—Realmente estás aquí—mi voz sigue siendo penosa, pero por una razón diferente. Inclino la cabeza hacia atrás, deshaciendo el contacto. Y es cuando noto el círculo violáceo en sus irises, que están más claros que nunca; sus pupilas también están dilatadas.
La sonrisa de dientes completos que me obsequia es como ver hacia el mismísimo sol, sin ningún tipo de protección. Debo parpadear para alejar la bruma.
—Estoy—confirma sin desprenderse de ésta.
En un intento de ordenar los pensamientos bajo las manos hasta posarlas sobre sus antebrazos. Poder tocarlo, después de todo este tiempo, resulta extraño y eufórico al mismo tiempo. Parece que me han sustituido el corazón por toda una bandada de colibríes.
—¿Por qué?—sé que entiende cuando una línea, momentánea, aparece entre sus cejas.
Respira hondo antes de responder, como si reuniera algún tipo de fuerza.
—Porque no había comprendido la agonía de reprimir los sentimientos hasta que llegaste—hay cierta afectación en su voz que no me atrevo a siquiera intentar descifrar—. Nunca anhelé nada en mi existencia hasta que la necesidad de estar a tu lado se convirtió en un escozor insoportable que se va solo cuando la satisfago—sus palabras terminan formando un nudo en mi garganta.
›› Creí saber lo que significaba ser consumido por las irracionales emociones de las que tanto nos hemos alejado y que hemos intentado controlar en los mortales. Pero...—eleva su mano derecha para llevar una caricia arrebatadora hasta mi mejilla. Por instinto cierro los ojos en el proceso—tu esencia es la verdadera llama que lo consume todo, sin reparos. Y si seré consumido por algo, espero ser consumido por ti.
Veo el anhelo en sus ojos: quiere volver a besarme. Excepto que... inesperadamente los hilos halan con mucho más ímpetu que antes; furiosos, exigentes; aprietan, se enredan. El dolor es aterradoramente real. Aprieto los dientes para evitar el gemido que asciende por mi garganta.
—¿Galadriel?—parece desconcertado cuando doy un paso hacia atrás, lejos de su agarre.
‹‹No... no... no él...››
Aquella voz se convierte en el atronador retumbar de campanas, demasiadas campanas, todas al mismo tiempo.
—Lo siento... no puedo—alcanzo a decir antes de ser sacada del mundo onírico.
Cuando abro los ojos a la penumbra de mi habitación, un nombre se mezcla con aquella molesta voz sin género ni tiempo: ‹‹Gilda. Gilda. Gilda››.
Por impotencia, confusión, frustración; o por una mezcla de todas, termino sollozando entre las sábanas. Mientras las advertencia de Epona, las miradas preocupadas de Nath, el presentimiento de mamá y la falta del vínculo con Ali; crean una simbiosis de dolor atroz en mi interior.
***
Me tomo unos minutos para enfocar mi entorno. Primero me asusta el brillo tornasolado que envuelve el ambiente, creyendo que he vuelto a un sueño lucido, pero después comprendo que el brillo no está ahí realmente, porque va y viene con cada parpadeo. Debe ser un remanente.
Confirmo que es por el exceso de anoche cuando me levanto y la cabeza me da vueltas. Tengo el estómago pesado y los ojos me arden.
Al final salgo de la habitación por puro instinto. Ducharme y cambiarme de ropa no sirvió de mucho; sigo teniendo el rostro de alguien que estuvo llorando toda la noche, de alguien que no sabe qué carajo hacer con su vida.
Como si mi existencia ya no fuese un incordio en su máxima expresión, ahora siento unas cadenas ardientes envolviéndome, castigándome por un error que no comprendo, que ni siquiera sé por qué es un error.
—No estoy de acuerdo en ocultarle esto—me detengo en las sombras del pasillo, a pocos pasos del arco de la cocina, cuando escucho la duda en la voz de Olivier.
—Solo comprobaremos qué está pasando primero—mi cuerpo se tensa apenas lo escucha. Zadkiel.
—¿Suele hacer advertencias vacías o en broma?—el tono socarrón de Raamiel no se vislumbra por ninguna parte.
Mi respiración comienza a acelerarse debido a la ansiedad y la tensión cuando no hay respuesta.
—Dudo que apruebe que la mantengamos en las sombras después de lo de anoche—interviene Dalkiel, lo que me hace contraer el rostro con perplejidad. No espero comprensión de su parte.
—Prefiero no preocuparla... si no es necesario—es el tono tajante de Zadkiel lo que me pone en movimiento.
—¿Qué está pasando?—exijo cruzando el arco de la cocina. Todos están alrededor de la isla. Ignoro las miradas suspicaces y preocupadas que me dan cuando escrutan mi rostro—¿De qué hablan? ¿Pasa algo con Nath?—doy con la respuesta cuando el rostro de Zadkiel se ensombrece. Paseo la mirada por cada uno, desesperada—Respondan, por favor—no tengo el ánimo para aparentar entereza a estas alturas. Finalmente es éste quien habla.
—Nathanael envió una señal de advertencia—su tono cauteloso no ayuda en nada, es como si ocultara lo peor. Contengo la respiración mientras espero que continúe—. No logro comunicarme desde entonces.
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