CAPÍTULO XXVIII
Lecciones para un título que nunca se quiso
Si creí que esto era una temporada vacacional, aunque sea por un segundo, la realidad se ha encargado de bajarme de la nube absurda de la cual me colgué.
La mansión y sus alrededores se han convertido en un enorme campo de entrenamiento. Los últimos días han sido un borrón de manejo de espadas; técnicas de ocultamiento, acecho, caza, control; movimientos de kick boxing, jiu-jitsu, muay thai, jujutsu; ataque, contraataque, defensa... Y no pensar en todo lo que he dejado atrás o no avanzo un carajo en las estúpidas lecciones.
Zadkiel sugirió que descansara unos días y pensé en acceder, pero dejé que Dalkiel se metiera en mi cabeza. Porque en cuento se hizo la sugerencia, éste pasó de la helada inexpresividad a la desaprobación total. Y extrañamente, la idea de alimentar su creencia de que soy un desastre, logra carcomerme lo suficiente como para querer demostrarle lo contrario.
Pero ni todo el entrenamiento del mundo, por muy agotador que sea, ha conseguido sacar a mamá, a Ali y a Nath de mis pensamientos.
He intentado comunicarme con Nath durante el sueño, porque él me aseguró que ya que teníamos cierta conexión onírica —sin mencionar que me dio un poco de su esencia—; sin importar la distancia física, podríamos reunirnos en estos. Pero no ha pasado nada. No he soñado en días.
El único alivio —si se le puede llamar así— llegó ayer en forma de llamada. Solo hay un teléfono en la casa, ubicado en el estudio. Y se me permitió llamar a mamá.
—¿Y qué le digo si me pregunta en dónde estoy?—pregunté con escepticismo. Quería escuchar su voz, pero la idea de seguir mintiendo me revuelve el estómago.
—Habla con ella y comprueba cómo está—fue la criptica respuesta de Adriel.
En cuento terminé la llamada fui directo a la sala, en donde se encontraban todos. La confusión, la suspicacia y la incredulidad amalgamándose en mi expresión.
—¿Qué fue lo que hicieron?
Mamá ni siquiera se inmutó cuando le dije que no podríamos comunicarnos con tanta frecuencia. ¡En ningún momento preguntó en dónde estaba!
—Cree que estás en algún retiro zen; una de esas tonterías mortales que buscan la ‹‹espiritualidad››—la mofa en la respuesta de Raamiel solo aumentó mi molestia.
—¿Se metieron en la mente de mi madre?—insistí, aunque la respuesta era más que obvia.
—Lo que importa es que está bien, ¿no es así?
Quise replicar ante la seca respuesta de Adriel, pero apreté los dientes y subí a mi habitación sin decir nada más. A fin de cuentas ¿no fue lo mismo que hice con Alanna?: Engañarla para protegerla. No tengo moral para discutir los métodos que usaron con mamá, siempre que ella permanezca a salvo de todo esto.
Si hay algo en lo que soy buena es evadiendo el torbellino de pensamientos al centrarme en una investigación; al menos es lo que he hecho durante todos estos años cuando todo comenzaba a tornarse demasiado difícil de sobrellevar. Así que eso es lo que hago. Cuando no estoy en las lecciones, estoy metida en el estudio, revisando cuanto libro consigo descifrar —porque hay muchos que están escritos en lenguas que no creo que los humanos hayan desarrollado jamás—.
Ser la única que tiene permitido entrar al estudio tiene sus ventajas. Recordar cómo lo descubrimos todavía me hace reír.
—¿Y eso qué fue?—Zadkiel era eco del resto de nosotros: su rostro estaba dividido entre la risa y la perplejidad.
—¡Un maldito escudo! ¡Qué más!—ya fuera por el impacto que se llevó contra la pared frente a la puerta del estudio o por la rabia, las venas de Raamiel eran visibles en brazos, cuello y frente. Estaba tan furioso que el ámbar cubrió por completo el negro en sus irises.
Por alguna razón el ‹‹Grata silentia›› no funcionó en esa ocasión, lo que dejó claro que solo yo podía traspasar la puerta, de roble de doble hoja, del estudio. Y lo agradecí, de esa forma tenía un lugar en esa casa solo para mí.
Allí descubrí algunas cosas interesantes, como que asesinar a celestiales e infernales no era tan simple como llevar un arma y la intensión. Se debía contar con el arma adecuada; a los celestiales solo los hiere la lava negra, y ésta solo se encuentra en las fosas del Averno; mientras que los infernales son vulnerables a un tipo de mineral en simbiosis con vidrio que solo se encuentra en las minas de la Ciudad Etérea. Al menos que tengas a mano uno de los tres Instrumentos Celestiales llevas las de perder en una pelea con algún miembro de estos reinos. O... si formas parte de alguno de los aquelarres occultus con ciertos dones especiales que los ayudan a combatir la extraordinaria fuerza de celestiales e infernales.
Lo único que he logrado encontrar de los instrumentos es que no se les elige, son ellos quienes deciden quién será su portador, todo parece indicar que tienen mente propia. Y que fueron forjados hace muchos siglos en el Empíreo.
Cuando no ando perdiéndome en información —que muchas veces no comprendo del todo—, estoy siendo apaleada en las dichosas lecciones que me ayudarán a ser una mejor ‹‹princesa oscura››, como si eso me interesara.
—No se trata solo del título, princesa. Se trata de que aprendas a defenderte, a usar tu esencia como un arma—sé que Olivier tiene razón. Después de todo ahora me encuentro siendo perseguida por quién sabe cuántos, y no parece algo que vaya a cambiar en un futuro cercano.
—¿No te gustaría poder darme aunque sea un golpe?—el recuerdo del gesto arrogante de Adriel mientras preguntaba aquello sigue escociéndome de una forma molesta.
Ganas de derribarlo no me falta. Porque las lecciones físicas son tan horribles como las que tienen que ver con el manejo de la esencia, a decir verdad, no sé cuál es peor. Aunque al menos estoy segura que no me están tratando como una doncella frágil a la que hay que proteger incluso de ella misma, no sea que bajando las escaleras se tuerza el cuello. Son unos maestros rígidos y a los que es muy posible que les divierta mi sufrimiento.
Hoy fue un día particularmente difícil, en especial por las lecciones con Zadkiel y Dalkiel.
El primero está encargado de enseñarme acerca de esgrima; una tortura constante, porque además de lo complicado que es recordar cada movimiento, debo llevar un excesivamente pesado traje de protección. Y soportar que mi ‹‹maestro›› se regodee en el hecho que él no lo necesita, porque a fin de cuentas no he pasado de las espadas de madera.
—Puedes hacerlo mejor—dijo cuando lancé un tajo al descuido debido a la frustración.
—Disfrutas esto—logré decir entre un resuello. Su sonrisa fue toda la respuesta que recibí.
Para hacerlo más agónico para mí entrenamos en el bosque que se extiende dentro de la propiedad. Gracias a Raamiel sé que el bosque es un campo de energía elemental —solo hay cuatro en la Tierra—, el cual se alimenta de esencia, y parece que la mía es un manjar.
‹‹Eres hija del Ángel de la Muerte, eso es suficiente para que el bosque anhele tenerte sobre su suelo. Debes aprender a recuperar la esencia que te adsorbe, porque esa está cargada de una mezcla de más esencias que llegan a su territorio. Muchas de éstas llevan siglos condensándose entre las raíces de los árboles o en los manantiales que surcan el bosque››.
Es más fácil decirlo que hacerlo. Siempre que estoy aquí dentro siento que el aire y el silencio me comprimen hasta sacarme el último ramalazo de energía que puedo dar en el día, como una cuota que pago por pisar su ancestral suelo. Ellos lo saben, pero no les importa, me siguen arrastrando hasta aquí.
—Si consigues llevar a cabo la serie de cinco pasos sin resollar y además me asestas un golpe...—eso logró llamar mi atención más de lo que quisiera admitir, en especial porque la sonrisa que me dio me hizo sentir turbada al instante—podrás conseguir un deseo.
—¿Deseo?
—Podrás pedir cualquier cosa y tendré que cumplirlo.
—No te retractarás, ¿verdad?
—Primero consigue hacerlo y ya veremos—la sonrisa iluminó por completo su rostro.
Y allí, en un pequeño claro del bosque, con aquella espada sobre el hombro, y la sonrisa casi maliciosa en los labios, parecía todo un guerrero angelical.
Luego vino Dalkiel, a quien también le fascina entrenarme en el bosque, porque ‹‹solo aprenderás si logras sobrepasar todos los obstáculos posibles››; lo que se traduce en un: solo el dolor te hará fuerte. Un sádico es lo que es.
—¿De qué me sirve actuar como planta?—mascullé después de dos minutos de estar con los brazos abiertos, con las palmas hacia arriba; los pies en el mismo ángulo de los hombros y con la vista hacia el dosel de árboles.
Que no me respondiera no me resultó extraño; es el menos comunicativo de todos. Lo que llamó mi atención fue el indudable sonido de una risa contenida. Dejé caer los brazos mientras le daba una mirada iracunda.
—Esto no sirve de nada, ¿cierto?—estaba inclinado en el tronco de un árbol, a medio metro de donde yo estaba, con los brazos cruzados sobre el pecho; pero fue su expresión de burlona diversión lo que más logró exasperarme—¿Es posible que te comportes como un maestro que aunque detesta a su alumno le enseña porque es su deber?
—Lo cierto es que no estoy obligado a enseñarte nada—mi respiración se aceleró cuando liberó la sonrisa que había estado reteniendo, no porque era un verdadero espectáculo, sino porque se estaba burlando de mí—. Si no puedes manejar la energía del Bosque Silencioso de nada servirá lo que pueda enseñarte.
—¿Por qué?—a pesar de las ganas que tenía de salir de ahí.
—Tienes a tu disposición el control de la tormenta, ésta puede despistar a cualquiera que te esté persiguiendo. Pero si no consigues que llueva aquí dentro... jamás podrás manejarla a tu antojo.
‹‹Idiota condescendiente››. Eso es lo que es. Excepto... cierto es que desde que llegamos no ha caído ni una sola gota de agua dentro de los terrenos de la mansión, como si de verdad ésta estuviera protegida o aislada del mundo gracias a un domo absoluto.
—Epona tenía razón—mascullo a nadie en particular, porque estoy sola en la cocina. O eso creía.
—¿En qué tiene razón la adorable saeta de fuego?
Lo que me faltaba... tener que seguir soportando al idiota de Raamiel. Aunque para ser justa: de todos es el que mejor se ha portado en las lecciones, quien ha sido más paciente. Ahora... fuera de allí deja mucho que desear.
Giro con una réplica ácida en la punta de la lengua, que se queda ahí cuando lo veo. Solo lleva un pantalón de algodón; la bronceada piel parece surcada por diminutas perlas debido a las gotas que persisten en ésta. Es la primera vez que logro ver la totalidad de sus tatuajes —sigo sin comprender por qué se marcarían la piel de esa forma—; uno en particular llama mi atención: G. W; unas iniciales en el pectoral izquierdo, grabadas en una caligrafía elegante y antigua. Es el único tatuaje que está aislado del resto.
—Tienes que saber que todo lo mío es tuyo, chao meum—la sensualidad oscura de su voz me arranca del escrutinio.
—Créeme cuando te digo que eso es algo que me tiene sin cuidado—replico sosteniéndole la mirada.
De lo poco que puedo rescatar de todas estas lecciones es que poco a poco he dejado de sentirme tan intimidada con sus presencias, he aprendido a manejarme en cada una de sus esencias y personalidades avasallantes. Excepto cuando actúan de forma atípica, como es el caso de Zadkiel y Dalkiel.
El idiota se encoge de hombros; entorno los ojos cuando la sonrisa se vuelve endemoniadamente perversa.
—Estoy a tu disposición, para lo que desees.
Hago una mueca de fastidio y vuelvo a lo que estaba: verter agua hirviendo en la taza que ya tenía con la bolsita de té y las gotas de zumo de limón.
No lo escucho moverse, por lo que casi dejo caer la taza cuando termino y giro para subir a la comodidad de mi habitación; está justo detrás de mí.
—¡Mierda!—exclamo entre dientes. Cierro los dedos en la cerámica de la taza—¡Pude quemarme, maldito idiota!
—Confío en tus reflejos—entreabro los labios, incrédula. A veces se supera a él mismo. Ladea la cabeza, llevando algunos mechones húmedos hasta la frente; esto le divierte: el molestarme.
—¿Qué demonios quieres Raamiel?
—Dilo otra vez.
—¿Que diga qué?—inquiero con el entrecejo fruncido. Me niego a retroceder, por lo que debo elevar un poco el mentón para verlo a los ojos. Está tan cerca que el alto nivel de su temperatura corporal golpea mi cuerpo como ondas de brisa cálida.
—Mi nombre—se inclina peligrosamente hacia adelante, mientras baja la mirada hasta mis labios—. Dilo de nuevo.
‹‹Si no lo enfrentas ahora te seguirá molestando››
Aprieto los dientes y respiro hondo.
—Esto se está tornando tedioso, Raamiel—imprimo tanta dulzura en su nombre que resulta evidente mi intención. Y espero que esté viendo lo mismo en mis ojos—No sé si eres así con todos o es un trato especial hacia mí; como sea... no lo quiero. No me interesa. Me resultas insoportable, ¿entiendes?
Obtengo la reacción contraria a la que esperaba: su sonrisa es casi cegadora e ilumina su mirada como si cientos de estrellas hubiesen decidido brillar al mismo tiempo en una noche cerrada.
—Es imposible no pensar en el hogar cuando estás cerca—contraigo la expresión, confundida—. Eres como el Empíreo: de una belleza deslumbrante, y una esencia con regusto etéreo en la que da miedo posar la mirada, porque puede ser una ofensa imperdonable, pero que al mismo tiempo no se puede evitar... porque existes para ser adorada. Eres el sueño de las almas rotas, chao meum.
Parpadeo el tiempo suficiente para alejar cualquier pensamiento estúpido que se abrió paso mientras hablaba.
—No tengo ni idea de que estás hablando. Hazte a un lado—ordeno sin delicadeza. Hago el amago de dar un paso a la derecha, pero él lo impide cuando me agarra por el brazo.
—Si te sigues reprimiendo de esta forma te harás daño—no hay burla, ni malicia, ni provocación en esas palabras; ¿entonces por qué me siento tan molesta?
—¿Qué mierda sabrás tú?—escupo deshaciéndome del agarre.
Cuando estoy por cruzar el arco de la cocina vuelve a hablar, con el mismo tono preocupado de antes, como si temiera por mí.
—Galadriel... sé que no confías del todo en nosotros. Pero, por favor, debes confiar en cuántas veces he visto cómo la duda y el miedo consume todo lo bueno en alguien, hasta no dejar más que un vacío que nunca está satisfecho con nada. No permitas que eso te pase.
Salgo de la cocina hecha unafuria. Y en el fondo sé que no toda está dirigida a Raamiel.
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