CAPÍTULO XXVII
La mansión en el Bosque Silencioso
Regresamos a la carretera en cuento volví al vestíbulo; entre las plantas parecían verdaderas estatuas de mármol, alabastro granito. Nadie comentó nada, como si el pesado aire del lugar hubiera creado una telaraña en la cual las palabras se quedaron atrapadas.
Tampoco es que desee hablar, tengo demasiado en qué pensar: no le agradan a Epona, en más de una ocasión dejó claro que estaría mejor sin ellos, de hecho, lo último que me dijo fue: ‹‹Los Essential son arrogantes, orgullosos y egoístas... Pero quiero creer que en esta ocasión es diferente, porque tú los haces diferentes. Ten cuidado con ellos, pequeña››. ¿Cómo se supone que eso me haría sentir mejor si no tengo idea de qué estoy haciendo?
Por otro lado, la sensación de que Lucas pudo verse envuelto en esta cacería absurda no deja de punzar. Si eso es cierto, entonces... ¿su muerte no fue un accidente? ¿Ellos lo saben?
Y por último: ¿Qué es eso de la herencia y la espada y el ‹‹eres más parecida al Ángel de la Muerte de lo que se esperaría››? Antes lo detestaba por habernos abandonado sin una razón aparente —porque ni siquiera mamá es capaz de dar una razón válida—, ahora lo aborrezco por haberse ido y dejarnos envueltos en todo este lío.
Un trueno hace vibrar las ventanillas de la camioneta. E inmediatamente, Zadkiel se hace escuchar, el primero en hablar desde que salimos del edificio.
—¿Qué fue lo que te dijo el Oráculo?—la misma mezcla de sentimientos que tuvo en el apartamento de Epona, antes de ser echado, vuelve a nadar en la miel de su mirada.
Reprimo las ganas de contraer el rostro, frustrada: ‹‹Es muy difícil seguirle el paso››.
—Al parecer solo soy sombras y colores destellantes—me encojo de hombros, aunque lo último que siento es despreocupación. Su entrecejo se frunce; la intensidad de su mirada comienza a ponerme nerviosa, así que decido cambiar de tema. Dirijo los ojos al espejo retrovisor—¿Qué le hiciste?
Sé que comprende a qué me refiero cuando el espejo refleja una mirada de oscura malicia pícara —‹‹La idiotez debe provenir de él, definitivamente››—. Respiro hondo para reunir fuerzas cuando además deja salir una sonrisa socarrona, después de todo fui quien preguntó.
—Nada que no hayamos disfrutado. ¿Por qué tu instinto es asumir lo peor de mí?—que lo pregunte con aquella sonrisa en los labios es suficiente respuesta.
—¿Qué demonios pudo ver en ti?—es un pensamiento en voz alta. Epona parece el tipo de mujer que no se deja engañar por nadie y que no permite que nadie esté por encima de ella, entonces...
—Aún no era el Oráculo—‹‹es decir: ¿era muy joven para saber en qué se estaba metiendo? Ella lo dijo, ¿no?››. Vuelvo a enfocarme en el espejo cuando siento la insistencia de su mirada; ésta se ha vuelto provocadora—. Además, ¿qué te hace creer que no tengo lo necesario para conquistar a alguien como el Oráculo?
Entorno los ojos; las ganas de estirarme en el asiento y golpearlo me hormiguea en las manos.
—Algo debe faltarte, porque uno no va rompiendo la nariz de los amantes cuando se está satisfecha—cierro con una sonrisa de medio lado antes de volver a ver por la ventanilla, a pesar de la oscuridad imperante.
Muerdo el interior del labio inferior cuando escucho la risa baja de Zadkiel. Sé que el idiota me sigue observando por el espejo retrovisor porque es casi tangible en mi piel. Lo ignoro; no es el único que puede jugar a este juego, y ya que no tengo nada más que hacer que compartir mi tiempo con ellos, pues lo aprovecharé.
Después de lo que me parecen interminables horas bajo la lluvia y entre la bruma de la noche, Raamiel da un giro hacia la izquierda, adentrándose en un estrecho camino de tierra que nos va adentrando en el tupido bosque. Es imposible distinguir algo cuando la oscuridad es una muralla ondeante a ambos lados del camino, ni siquiera la lluvia parece penetrar el dosel natural.
Cuento unos diez minutos hasta que finalmente la camioneta se detiene. Zadkiel abre la puerta trasera para mí; estoy tan ensimismada en el hecho que hemos llegado a quién sabe dónde que no me detengo a pensar en cómo se tensa cuando lo rozo con el antebrazo al bajar.
El frío y la humedad es lo primero que percibo, como hilos entretejiéndose a mi alrededor, no obstante, hay algo ¿familiar? en el ambiente. Éste se ve sobrecogido por una repentina sensación de déjà vu. Pero nada de eso es relevante cuando comprendo que no hay sonido.
La brisa serpentea entre los árboles, pero no hay sonido. La humedad indica que sigue lloviendo más allá del dosel de ramas y hojas, pero no hay sonido. El resto del Coro se acerca desde la otra camioneta, pero no hay sonido.
‹‹¿Acaso me he quedado sorda de pronto?››
—Bienvenida al Bosque Silencioso, chao meum—ahogo el grito en cuanto logro escuchar a Raamiel.
No obstante, mi respiración sigue siendo pesada —y lo sé por el movimiento que hace mi pecho—; las palabras parecen llegar a través de agua, se siente como cuando asciendes por una montaña y los tímpanos comienzan a contraerse por la presión. Intento que la desorientación no me maree.
Sin atreverme a dar ningún paso más giro el rostro hacia el frente, en donde las luces delanteras de la camioneta permiten ver una imponente puerta de doble hoja que parece formarse de la penumbra. Entrecierro los ojos para enfocar mejor la puerta: en medio hay un círculo perfecto, el cual es cruzado de forma vertical por una espada —‹‹He visto esa espada antes››—.
El abrumador silencio es interrumpido por la voz de Adriel. Inevitablemente doy un respingo.
—¿Cómo se supone que entraremos?—no lo escuché acercarse. Y está justo a mi derecha, con los ojos fijos en la puerta. Al menos sé que no es una alucinación.
—Por la puerta—otra novedad: Raamiel es idiota con todos; incluso se atreve a señalar la doble hoja de ésta. No obstante, Adriel no está dispuesto a darle el poder de molestarlo.
—¿Y mientras cruzamos terminamos hechos cenizas o locos? ¿Esa es tu brillante idea?—mis ojos se abren más de la cuenta; eso no suena a broma. Veo de la puerta al grupo.
—No mencionaste que había salvaguardas tan poderosas—el enojo de Zadkiel es casi ensordecedor en el peculiar estado silencioso de este lugar—¿Sabes lo peligroso que es tenerla en este bosque?
Mi corazón ya pasó el umbral de la histeria, ahora comienza a experimentar un ataque de pánico. Nunca antes había estado en un bosque, pero seguro que no son tan peligroso, ¿verdad? Y como una respuesta surgida de las profundidades de mi memoria, soy arrastrada a un recuerdo.
Es de día, y estoy del otro lado de la puerta. Soy tan pequeña que ésta me parece el Monte Fuji. Enredaderas se mezclan con el sólido hierro y se expanden hasta un muro igual de alto al que conquista sin restricciones.
No estoy sola.
Una mano de dedos largos, firmes y delicados cubre mi diminuta mano izquierda, mientras observamos al gigante de hierro y enredaderas —el sentimiento de seguridad y felicidad por estar a su lado es una flecha directa en el corazón, porque no logro alcanzar la totalidad del recuerdo—.
La niña del recuerdo gira hacia su acompañante cuando éste habla, pero por más que lo intento, no puedo ver su rostro; solo su voz está grabada a fuego en mi memoria —es profunda, cálida y cargada de una dulzura que solo es para nosotras—, junto a sus palabras: ‹‹Mientras estés dentro del muro estarás a salvo. Este siempre será tu hogar, mi Tenebris Principis››.
Cuando soy echada del recuerdo casi estoy resollando, excepto que se pierde la extrañeza del bosque. La voz de Raamiel llega con más dificultad por el esfuerzo.
—¿Esperabas que la puerta estuviera abierta de par en par?—la sonrisa que le da a Zadkiel es cualquier cosa menos encantadora—Has pasado mucho tiempo resguardado en la Ciudad Etérea, Zadkiel—me tenso cuando la oscura mirada de Raamiel se ve surcada por relámpagos ambarinos—. Que estés aquí no te hace el héroe intachable que crees que eres, siempre sacrificándose por la causa. Todos estamos aquí por ella; deja de comportarte como el centro de la existencia—Raamiel ladea la cabeza, y entorna los ojos como si una idea acabara de aparecer en su mente—¿Crees que de esta forma puedes redimirte?—el aludido no dice nada, pero un círculo violáceo enmarca sus irises, lo que provoca una risa jactanciosa de Raamiel—Oh... es eso entonces.
En estos momentos es que la presencia de Nath es tan necesaria. ¿Qué pasa si...?
—La conversación está demás de interesante—es Dalkiel quien interviene, con la misma apatía de siempre, sin embargo, hay cierto tono de apremio en sus palabras que no pasa desapercibido—, pero no es el momento ni el lugar. ¿Por qué no terminamos con esto de una vez?
De nuevo el miedo araña mis articulaciones. ‹‹¿Qué es lo que oculta este bosque que incluso alguien como Dalkiel quiere salir alejarse de él?››
—Abre la puerta.
Parpadeo como tonta cuando se dirige a mí. Él no se inmuta y mantiene esa cortante mirada oscura que posee sobre mí, hasta que consigue que mi entrecejo se contraiga. Estoy por decirle que si es estúpido; ellos me trajeron aquí, por qué iba yo abrir nada. Pero las palabras de Epona iluminan la bruma de mi mente como cientos de reflectores: ‹‹El lugar a donde te llevan. Tu hogar››.
Veo hacia el brazalete y luego hacia la puerta. Inhalo y exhalo dos veces antes de comenzar a caminar hacia el frente; debo dar todo de mí para no tambalearme debido a la incómoda falta de sonido. Además de tener que ignorar la atención del Coro en cada paso que doy.
El bosque parece tragarse hasta el desafuero de mi corazón, aunque el golpeteo está allí, y para completar, los hilos de tensión entre las costillas han decidido salir a flote.
La puerta sigue siendo igual de imponente que como lo era en el recuerdo. Trago grueso. Llevo la mano derecha hasta la hoja de la espada, con la palma abierta; el hierro está tan gélido como se esperaría. Cierro los ojos y dejo que la sensación que me embargó hace un momento, mientras rememoraba, fluya por mi sistema. El cosquilleo que comienza a ser mucho más familiar llega hasta la palma.
Abro los ojos cuando un ‹‹clic›› resuena a mi alrededor, como cuando la puerta de una enorme bóveda es abierta. Mis ojos se detienen en el brillo cobalto del guardapelo, el mismo que se extiende en los símbolos de la espada; en el momento que éste asciende al pomo de luna menguante las hojas de hierro se abren hacia adentro. Una felicidad, que no sé de dónde sale, hace vibrar mi cuerpo.
Y es debido al extraño destello de euforia que mis pies se mueven por sí solos; apenas cruzo la línea delimitada por la puerta una corriente crepitante barre cada recoveco de mi cuerpo, como si la propiedad me diera la bienvenida; una sola palabra hace eco en mi cabeza: ‹‹Hogar... hogar... hogar...››. Las comisuras de mi boca se curvan en una sonrisa de agradecimiento.
—Yo no haría eso.
La burbuja de felicidad se rompe cuando escucho las palabras de advertencia de Dalkiel. Doy un giro completo hasta enfrentarlos. No es a mí a quien le habló, sino a Zadkiel, quien quedó a mitad de dar otro paso en mi dirección.
—Las salvaguardas no se han ido—explica el rubio cuando Zadkiel lo mira por encima del hombro—. Si ella no nos invita no podremos cruzar.
—Comienzo a cuestionarme de parte de quién estás, Dalkiel—masculla Raamiel con tono de reproche y un dejo de decepción, lo que le gana una mirada furibunda por parte de Zadkiel.
Algo me dice que está a una palabra de perder el autocontrol, y Olivier parece llegar a la misma conclusión porque después de un suspiro de cansancio se sitúa a centímetros del idiota.
—Raa. Por favor—no es un pedido, es una advertencia.
El aludido, ondeando su estupidez, le guiña un ojo a Zadkiel con toda la intención de provocarlo, antes de enfocarse en mí.
—Solo debes decir ‹‹Grata silentia››, con la genuina intención de dejarnos pasar.
‹‹Bienvenidos al silencio››; mis cejas casi se tocan cuando la traducción llega a mí con la naturalidad de quien conoce el idioma. No estoy ni cerca de saber latín. Pero claro, darle vueltas a eso es caer en otro pozo sin fondo. Así que me limito a respirar hondo, para luego repetir las palabras en voz alta. Solo terminar, una nueva corriente me recorre el cuerpo, pero ésta vez se expande a lo largo de las hojas de hierro abiertas y se pierde a ambos lados de las mismas, en la penumbra.
Raamiel me da una sonrisa complacida, genuina, sin dobles intenciones; por lo que entrecierro los ojos con suspicacia. A él parece no molestarle.
Vuelven a las camionetas sin agregar nada más. Suelto el aire que no sabía que retenía cuando éstas cruzan la línea sin desintegrarse. Subo a la primera una vez que estoy segura que las hojas de la puerta se cierran por completo.
El camino de grava asciende por una pequeña colina circundada por más árboles, terminando en una impresionante mansión de estilo gótico. Ni siquiera me molesto en pensar la razón por la cual las luces de ésta están encendidas.
Acá el silencio sigue siendo un puño en el corazón, sin embargo, queda relegado por lo mucho que el lugar me recuerda a mamá.
El musgo cubre gran parte de la escalera de piedra que lleva hasta una amplia terraza frente a la fachada de la mansión; muchas de las plantas que la decoran se encuentran en el jardín de casa, aquella en la cual crecí. Al final de las escaleras, como guardianes, se encuentran dos enormes vasijas de granito en donde arden dos fuegos... contraigo el rostro. Miro hacia arriba. No está lloviendo. El cielo no es más que un domo de pura oscuridad, pero no está lloviendo.
—Has despertado a la mansión del Bosque Silencioso—anuncia Raamiel a mi lado—. Bienvenida a casa, Tenebris Principis.
No puedo evitar el escalofrío que me recorre la columna vertebral ante aquellas últimas palabras.
Vuelvo la vista hacia la mansión y... en definitiva parece haber despertado de un largo e impuesto sueño.
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