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CAPÍTULO XXV

Una visión cegada por el rencor


La perplejidad y algo muy parecido al terror en las siempre controladas facciones de Zadkiel no dejan de repetirse en mi mente. Fue lo primero que vi cuando abrí los ojos; él estaba detrás de Raamiel, quien se inclinaba sobre mí; mis ojos encontraron su camino sobre el hombro de éste, hasta el remolino de miel que me observaban sin parpadear.

Una vez que Raamiel se aseguró que estaría bien, cada uno volvió a su puesto. En ese momento noté que los otros también se habían detenido; Adriel y Olivier estaban bajo la llovizna, observando la situación a través de la puerta trasera abierta.

Nadie dijo nada después de eso. Raamiel me daba miradas de cuando en cuando por el espejo retrovisor, pero nada más. No hacía falta, fui capaz de percibir la tensión en el ambiente, la rabia y la confusión.

No fue sino hasta que nos detuvimos en un discreto motel, al que llegamos por un estrecho camino de tierra, circundado por un espeso bosque, y me dejaron sola en la habitación, que noté las marcas en los brazos y la mejilla izquierda.

Eran inconfundibles huellas de dedos, como si me hubiesen agarrado dedos de hierro ardiente, con la fuerza suficiente como para dejar marcas de un rosa enfermizo. El hecho de tener una piel tan clara empeoraba la visión de éstas. Entendí por qué la mandíbula de Zadkiel se tensó cuando se atrevió a verme antes de que Raamiel cerrara la puerta de la habitación que habían alquilado para que descansara de forma cómoda.

Fue evidente que él era el responsable de las marcas, pero... ¿por qué lo había hecho?

El análisis quedó relegado por el agotamiento que me golpeó apenas me recosté en la cama de sábanas blancas que ocupaba el pequeño espacio. No pretendía quedarme dormida, solo cerrar los ojos y descansar un momento de la intensidad del Coro. Pero el cansancio pudo más que mis planes.

Creo que es el hambre lo que me termina despertando. Durante un latido de puro pánico no sé dónde estoy, por lo que me levanto de golpe de la cama, a donde vuelvo un segundo después gracias a un mareo.

Parpadeo con furia para luego cerrar los ojos y tratar de acompasar la respiración. ‹‹Está bien. Estoy bien. No pasa nada. Estoy...››

‹‹Estás jodida. Estás bien jodida si sigues dándoles tanto poder››

Entrecierro los ojos, fijos en un pequeño cuadro pastoril colgado de la pared del frente. Inhalo para reunir paciencia.

‹‹¿Tienes algún conocimiento acerca de defensa contra demonios del que no me haya enterado?››

‹‹Seguro que sé más que tú. Y... aquí el verdadero problema no son los demonios››.

Suelto el aire de golpe y vuelvo a levantarme. Es suficiente. Estoy harta de mi conciencia y su arrogancia condescendiente. Un psiquiatra haría su carrera conmigo, eso es seguro.

‹‹He dormido todo el día››, pienso en cuanto pongo un pie fuera de la habitación. Luces crepusculares bañan el dosel de árboles que rodean el motel, y se cuelan como agujas iridiscentes entre las gotas que consiguen entrar por éste.

El sonido de un ocasional auto se abre paso entre el bosque. Antes no había notado que estaba más cerca de la carretera de lo que creí.

Gracias a un angosto corredor de madera puedo seguir sin preocuparme por la llovizna. Decido ir hacia la izquierda, hacia el pasillo más largo desde mi posición. No hay rastro del Coro, pero tengo demasiada hambre.

Cuando estoy a dos pasos de la esquina del pasillo, justo frente a la ventana de una habitación, distingo la voz de Olivier y me detengo.

—En estos momentos parece nuestra mejor opción.

—Es el puente entre reinos. Ella no debe intervenir—repone Adriel con obviedad desdeñosa.

—No somos nosotros los que solicitaremos sus servicios—replica el primero; percibo fastidio en su voz.

—¿Y que Galadriel pague la cuota?—escuchar de nuevo a Zadkiel me tensa por alguna razón—Olvídalo. No iremos con ella.

—¿Qué es lo que te preocupa, solecito?—sé que si me asomara vería la iracunda mirada de Zadkiel hacia el idiota, parece ser el único capaz de colarse en su autocontrol——¿Qué se entere de algo que no quieres?

—Tenemos compañía—anuncia Dalkiel con ese tono desprovisto de emociones que me resulta tan chocante.

—¡Carajo!—mascullo por lo bajo. Sé que se refiere a mí.

Quedo a mitad de reaccionar, porque la pétrea figura de éste prácticamente se materializa frente a mí, demasiado cerca; la frialdad que emana me cosquillea en la piel. Le sostengo la mirada por una irracional necesidad de retarlo; lo cierto es que me causa cierta aprensión que esté enfocado en mí.

—¡Chao meum!—nunca creí que iba a agradecer la intervención del idiota en algo. Dalkiel se hace a un lado cuando éste aparece con una sonrisa complacida iluminándole los ojos—¿Descansaste?—ni siquiera me da la oportunidad de responder— ¡Claro que sí! ¡Mira ese rostro sublime!

Revoleo los ojos en el momento que el atrevido pasa una mano por mi cintura y me acerca a su costado, arrastrándome con él hasta enfrentar al resto del grupo.

—A que es la criatura más irreal que han visto nunca—exclama señalándome como si fuera una atracción a la cual presentar. Me inclino lejos de su tacto cuando lo veo acercar la otra mano a mi rostro—. Ya casi no se ve—dice sin el tono socarrón.

—Heredaste el poder curativo—repone Adriel, lo que logra que vea hacia ellos. Incluso Zadkiel tiene sus ojos en mí, bueno, no en mí, en el brazo que el idiota tiene alrededor de mí. Hasta que levanta la vista y se enfoca en mi mejilla izquierda; de nuevo un músculo en la mandíbula se le tensa.

De pronto, el excesivo calor que desprende el cuerpo de Raamiel me resulta abrumador. Hago el amago de alejarme, pero el muy imbécil afianza su agarre. Responde con una sonrisa torcida cuando le lanzo una mirada furibunda.

—Suéltame—exijo con los dientes apretados.

No hace caso, por el contrario, la sonrisa se convierte en un gesto malicioso y provocador.

La molestia viaja por mi cuerpo y se va concentrando en mis palmas; un cosquilleo familiar aparece bajo la piel. Empujada por el instinto llevo una mano a su costado y otra a la mano que se cierra en mi cintura. Creo escuchar un chisporroteo, pero estoy más concentrada en dejarle ver lo mucho que detesto que esté cerca de mí, en especial si se comporta como el idiota que es.

—Dije que me soltaras—uso casa palabra como empuje para dejar salir más de aquella energía que pugna en la punta de mis dedos. Con satisfacción veo cómo trata de no contraer el rostro; me es suficiente ver desaparecer la arrogancia de sus ojos.

—Raa—la tensión en la advertencia de Olivier confirma lo que pienso: ‹‹Soy capaz de causarle dolor››. Excepto que éste o es demasiado orgulloso o demasiado masoquista, porque insiste en seguir a mi lado.

—Raamiel deja la idiotez, no la provoques—ese es Adriel.

Ya sea por la seriedad en el tono de éste o porque percibe cómo se expande la energía por mi cuerpo... se aleja, con las manos en señal de rendición.

—Siempre agresiva, chao meum—me molesta no haberle podido borrar esa estúpida sonrisa.

Adriel interviene antes que pueda dar un paso hacia el idiota, movida por la rabia y el orgullo.

—Debes tener hambre, ¿por qué no vamos a ver qué conseguimos?

Respiro hondo antes de sacarle la vista a Raamiel de encima. ‹‹Sí tengo hambre, pero...››

—¿De qué hablaban antes?—no tiene sentido fingir que no los escuché—¿Quién es ella?—ninguno dice nada. Paseo la mirada por cada uno, dejando fluir la furia que ya había despertado el idiota—Decidí venir con ustedes y aceptar toda esta mierda, pero me siguen ocultando cosas. He dejado tirada mi vida por esto.

—No dejaste tirado nada, porque esa no era tu vida—repone Dalkiel. Había olvidado que estaba aquí.

Movida por la rabia giro hacia éste y lo señalo con un dedo.

—¡Era mi jodida vida! Ni tú ni nadie tiene derecho a cuestionar eso. Ustedes pueden vivir las suyas cazando a híbridos o perdiendo el tiempo en guerras absurdas; es su problema. Yo no pedí nada de esto. No lo quiero.

Un sentimiento que no alcanzo a discernir ilumina sus ojos de cuervo.

—Pues... no es algo que puedas decidir—dejo que la mueca de lo que pretende ser una sonrisa corte el hilo de mis pensamientos. Al menos espero que pueda ver en mis ojos aquello que no alcanzo a decir en voz alta: ‹‹Jódete››.

Un audible y exagerado suspiro me hace volver la vista hacia el otro idiota mayor.

—Debimos traer a Nathanael—dice en una especie de quejido—. Aquí ninguno parece poder controlarse.

—Habla por ti—replica Adriel.

‹‹Se están yendo por la tangente››.

—¿De quién mierda hablaban?—repito sin paciencia, sin molestarme en ser educada.

Termina respondiendo al que menos esperaba. Zadkiel. La tensión en la mandíbula sigue allí, pero no parece dispuesto a ser controlado por lo que sea que esté sintiendo.

—Del Oráculo.

La rabia es sustituida por la curiosidad y la sorpresa.

—¿Un Oráculo? ¿Cómo el de Delfos?

—Menos tétrico—responde Olivier recuperando su tono jovial.

Desde la derecha llega un bufido escéptico, de parte de Raamiel.

—¿‹‹Menos tétrico››?—repite con un atisbo de burla incrédula—¿Hablamos del mismo Oráculo? Esa mujer es espeluznante.

Recupero la conversación antes que se desvíe.

—¿Y de qué forma puede ayudar ir con este Oráculo?—indago.

—Quizás sepa en dónde se encuentra la espada y su portador—dice Olivier, aunque algo en su voz me indica que no está convencido de esto—, o quizás sepa quién o quiénes están detrás de los ataques que has recibido. Incluso podría decirnos cómo desenredar esto.

Conocer el paradero de la espada y su dueño me tiene sin cuidado, pero lo otro...

—Entonces debemos ir.

—No es tan sencillo como aparecerse en su puerta y solicitar una consulta—repone Zadkiel con cierto nivel de aprensión.

—Pagaré lo que tenga que pagar—aseguro, recordando lo que dijo antes de ser descubierta.

—Galadriel, no tienes ni idea de...

—Lo único que sé es que si puede ayudarme con esto, haré lo que sea—seguro que no les pasa desapercibido el mensaje detrás de mi declaración: Quiero librarme de ellos.

***

Conclusión del viaje: Es preferible que el idiota esté al volante, de esa manera se ocupa en una sola cosa. Su incapacidad para mantenerse quieto es exasperante.

Llevamos poco más de un día en carretera desde que salimos del motel. El clima frío y gris nos sigue a donde vamos.

—¿De dónde sale el dinero?—pregunto en un intento de evitar que Raamiel vuelva a cambiar la emisora o intente hacerme comer algo del montón de cosas que compró en la última parada que hicimos hace una hora.

—¿Cómo?—logro mi objetivo cuando aparta la mano del reproductor y se gira hacia mí.

Zadkiel se mantiene impávido en el asiento del conductor, como lo ha hecho desde hace horas. No me ha dirigido la palabra desde que habló del Oráculo, ni siquiera porque ya no hay rastro de marcas sobre mi piel.

—El dinero para pagar la universidad, la ropa, el transporte... ¿De dónde viene?—prefiero enfocarme en el idiota en estos momentos, pensar en lo que perturba a Zadkiel me produce dolor de cabeza.

—No lo robamos si es lo que piensas—no me sorprende la broma de Raamiel y se lo hago notar, lo que le causa gracia—¿Cómo fue que terminaste con la falta de humor del Reino Celestial?—niega con la cabeza cuando se da cuenta que no voy a caer en su juego. Aunque mantiene la sonrisa—Tenemos tiempo y recursos a nuestra disposición.

—Creí que pelearse entre ustedes los mantendría mucho más ocupados—repongo con honestidad.

Raamiel ríe mientras le da una mirada de soslayo a Zadkiel, éste lo ignora de forma categórica.

—Es lo que se creería, sí... Pero nos gustan los lujos y placeres que se pueden encontrar en la Tierra—le resta importancia al tema encogiéndose de hombros.

Una idea comienza a formarse cuando voy uniendo las piezas. Ladeo la cabeza y entorno los ojos hacia Raamiel, quien espera a que diga lo que pasa por mi mente.

El Purgatorio es de ustedes.

—Depende de a qué Purgatorio te estés refiriendo—repone con el tono juguetón que logra enervarme; esta vez lo dejo pasar porque me interesa lo que vaya a decir—. Si hablas de ese peculiar y encantador territorio sin reino, pero bajo el régimen de un príncipe... no, no somos los dueños; somos más bien jueces y guardianes. Ahora, si hablas del club cerca de la universidad... sí. Es nuestro—Zadkiel deja salir un indefinido sonido gutural, sin despegar los ojos del frente. Raamiel revolea los ojos—. Sacando a ‹‹los hijos de papá››; ellos no se involucran en ningún tipo de negocio que les dé beneficios. Eso es demasiado egoísta y ruin para sus altos estándares morales.

Me giro hacia la ventanilla y dejo que mi mente vague un rato por aquella información, evitando en el proceso que los Essential se enzarcen en una de sus tantas discusiones. Hasta que otra duda se sobrepone al lío que llevo dentro.

—¿Por qué si tienen los recursos no viajamos en avión?

Raamiel vuelve a girarse hacia mí, parece complacido de que me dirija a él. Reprimo las ganas de dedicarle una mueca de fastidio.

—Tampoco usamos móviles; y alquilamos autos sin ningún tipo de dispositivo satelital—sonríe cuando abro los labios, sorprendida al darme cuenta de ello. Es cierto, nunca los he visto con aparatos electrónicos encima—. Los occultus han aprendido a usar los avances mortales para rastrear con más eficacia, así que si quieres pasar desapercibida para las sombras debes evitar cualquier contacto con la tecnología.

‹‹Por eso no me permitieron traer el móvil ni la laptop››.

—Viven en la Edad Media—pienso en voz alta.

Con tantas cosas en mente terminó quedándome dormida.

Despierto con la cabeza sobre una almohada improvisada por la chaqueta de cuero que llevaba Raamiel. La camioneta se ha detenido. Doy un respingo cuando la puerta a centímetros de ésta es abierta. Me siento con la mayor dignidad que puedo, enfrentándome a un Zadkiel circunspecto, sosteniendo un paragua oscuro.

—Hemos llegado—anuncia Raamiel desde el asiento del copiloto antes de bajar y unirse a Zadkiel.

Al bajar compruebo que ya es de noche. El resto también han bajado de la otra camioneta. Todos llevan paraguas; la lluvia ha arreciado un poco.

La luz de algunas farolas en la calle me permite observar en dónde nos estamos. En otros tiempo debió ser una prospera zona industrial, ahora convertida en el hogar de algunos y el negocio de otros.

Mientras nos dirigimos a un armonioso edificio de ladrillo, acero y vidrios polarizados, no me pasa desapercibida la formación que el Coro adquiere a mi alrededor.

‹‹¿Desde cuándo necesito una formación militar?››

‹‹Mejor ellos que nosotras››.

La réplica nunca llega porque apenas pongo un pie dentro del vestíbulo del edificio el aire se estanca en mis vías respiratorias; debo esforzarme para mantener el funcionamiento de los pulmones. Sin mencionar el escozor en los ojos y el incómodo hormigueo que me recorre la epidermis.

—Te sigues resistiendo, Galadriel—giro el rostro con el entrecejo fruncido hacia Adriel, quien está a mi derecha. Enarco las cejas, como diciendo ‹‹¿De qué demonios estás hablando?››. Pero lo único que recibo es una mirada enigmática.

Veo a los otros y parecen tan frescos como siempre. Como no dicen nada, yo tampoco lo hago. Sin embargo, mientras más arriba vamos, más difícil me es respirar o mantenerme enfocada, es como si me hubiesen metido en una de esas cámaras que adsorben todo el aire para evitar la humedad y no sé qué mierda más.

El ascensor se abre a un corto pasillo lleno de plantas, lo que resulta contradictorio ¡porque el puto aire está viciado! ¡Ni siquiera sé si se le pueda llamar aire a esto!

—Haz los honores Raamiel—Zadkiel señala la única puerta en el lugar, a pocos pasos del ascensor. A pesar del esfuerzo logro percibir cierta malicia burlona en la voz y el gesto de éste, como si estuviera disfrutando de una broma privada.

El aludido se limita a darle una mirada retadora y dar los dos pasos hasta la puerta de acero con la dignidad de un rey.

—Esto será interesante—dice Adriel entre el atisbo de una sonrisa.

—Quizás no fue una buena idea después de todo—tercia Olivier por su lado. Hay cierta pena en los ángulos de su rostro.

Más allá del esfuerzo que me resulta respirar o mantenerme en pie, el miedo comienza a serpentear por mis extremidades: ‹‹¿El Oráculo es así de aterrador?››

Raamiel no tiene oportunidad de llamar a la puerta porque ésta se abre dejando a la vista a una impresionante pelirroja de aspecto fiero y delicado a partes iguales. Recuerda a uno de esos espíritus del bosque que aparecen en los cuentos de hadas o poesías feéricas.

Su altura, la simetría irreal del cuerpo, los miembros largos y estilizados, las sutiles pecas que le recorren el rostro; un rostro de facciones delicadas y angulosas. El verde de sus ojos parece adsorber los otros tonos verdosos que la rodean, dándole un aire inverosímil a los mismos. Y para agregar más misticismo a su presencia: la abundante melena rojiza que le cae por hombros y espalda.

Que lleve un pijama de seda azul celeste, bajo un kimono negro con bordados dorados, y vaya descalza agrega más fuerza a la idea de que es un ser salido de un mito druida.

Ahora... Nunca había visto una mirada con la capacidad de sacar un corazón, triturarlo y lanzarlo al viento para que se lo coman las aves. Si yo fuera el idiota me alejaría de su campo de visión de inmediato.

—¡Mi querida saeta de fuego!

No ha terminado de pronunciar la última sílaba de esa frase cuando un puño se estampa directo en su tabique nasal. Parpadeo entre la perplejidad y la sorpresa. No me sorprendería si algo se rompió allí.

‹‹¿Cómo algo tan delicado puede ser tan letal?››

‹‹La delicadeza nada tiene que ver con debilidad››

Debido a lo inesperado del suceso y al hecho de que en cualquier momento voy a terminar en el suelo, tardo en captar las risas. Solo Olivier se ve afectado por el ataque hacia Raamiel; los demás están riendo, ya sea de forma abierta o por lo bajo.

‹‹Increíble... el témpano de hielo sabe cómo reír››.

—Sabía que esta tormenta significaba algo—mi atención vuelve a la pelirroja cuando la escucho; es como escuchar campanillas al viento, si éstas pudieran sentir rencor—, pero ¿ustedes? No sé qué es lo que estoy pagando, pero tampoco creo que merezca...—se quema a mitad de frase cuando en su escrutinio se encuentra conmigo. El verde de sus irises se expande hasta lo imposible—¡Qué mierda están haciendo!—masculla entre un gruñido y un pasmo.



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