CAPÍTULO XXIV
Un viaje sin retorno
Sólo tuve dos días más para practicar. Nath me aseguró que todo saldría bien, porque finalmente había absorbido parte de su esencia. No se lo cuestioné; primero, porque no tengo ni la más mínima idea del tema; segundo, porque la apariencia demacrada de la otra noche se debía a eso y a que lo expulsé de mi mente sin darme cuenta de lo que hacía —‹‹A la esencia no le gusta ser invadida››; repitió con una sonrisa floja mientras lo hacía sentarse en una de las sillas de la isla—. Tercero; desde entonces llego al sueño lúcido como si llevara vidas en ello, además, he podido cambiar de un escenario a otro a voluntad. No conseguí cruzar las barreras de Nath, pero según él no es algo grave.
—Mi esencia es muy diferente a la de Alanna. Ella no necesita protegerse de infernales y occultus, y tampoco debe pasar desapercibida ante otros mortales. No tiene ningún tipo de defensa.
Eso no me hizo sentir más tranquila. Pero lo entendí. Moldear la mente de Ali sería mucho más sencillo, porque no hay nada Essential en ella. Y así fue.
Un suspiro que parece salir desde las profundidades más inhóspitas del universo llena el espacio. Comprendo que soy la responsable cuando la voz de Zadkiel lo acompaña.
—Ella estará bien—como no digo nada, ni siquiera aparto la vista de la ventanilla, agrega—. Nathanael no la dejará sola. No permitirá que le pase algo.
A la mención de Nath, pequeñas gotas de calidez descienden por mi pecho; las ondas que crean alivian un poco la tensión entre mis costillas. Fue el único que comprendió o al que le importó mi inquietud.
—¿Y si no es suficiente hacer esto? ¿Y si de todas formas llegan hasta ella y le hacen daño?—el temor era palpable en mi voz.
Había esperado que Ali se quedara dormida para subir hasta el apartamento del idiota, en donde el Coro me esperaba. Esa noche debía incursionar en el subconsciente de mi mejor amiga, de mi alma gemela.
—Confía en nosotros. Será suficiente. Los infernales menores no son conocidos por su suspicacia—el rostro de Olivier reflejaba diversión y seguridad. Pero no había forma que la compartiera.
Había perdido a mi príncipe celestial y eso casi me quiebra por completo, lo único que lo evitó fue tener a mamá y a Ali, y ahora debía dejarlas atrás.
—Yo me quedaré con ella—todos vimos hacia Nath; me dio una de sus sonrisas completas y destellantes—. Me aseguraré que todo vaya bien, que ella esté bien.
Allí comenzó una discusión que bien pudo durar horas si Nath no la hubiese detenido. Su mirada, fija en Zadkiel, estaba envuelta en llamas nocturnas que le daban una apariencia regia e impetuosa.
—Estoy bajo tus órdenes. Conozco mi puesto y la responsabilidad del mismo. Pero ahora no estamos en la Ciudad Etérea. La princesa me necesita; es por ella que estamos aquí.
El corazón golpeaba con tanta fuerza dentro de mi pecho que estaba segura que podían escucharlo. La convicción, la lealtad —para mí, sin ningún fundamento—de Nath me escocía en la piel; incluso ahora sigo sintiendo un hormigueo serpenteante recorriéndome los nervios.
Nunca me he considerado alguien capaz de liderar a otros, tampoco quiero hacerlo, y mucho menos a un grupo de seres mitológicos. La sola idea me sesga el aire de a tajos. Sin embargo, estoy más que agradecida con él por haberse enfrentado a los demás, a Zadkiel, quien era el más reacio a dejarlo atrás.
La decisión de Nath quitó un poco del peso que se había asentado en mi cuerpo cuando acepté irme con ellos. Eso no hace este viaje más fácil.
Salimos en medio de la bruma causada por la todavía presente lluvia; está menos inclemente, pero sigue aquí, como un recordatorio de que el mundo se ahoga, de que la realidad se resquebraja y las sombras toman el poder.
Que no haya preguntado cómo explicarán la ausencia de más de un estudiante, así, de la nada, habla mucho de cómo estoy llevando esto. Sin mencionar a mamá: ¿Qué pasará cuando intente llamarme y no pueda contactarme?
Entreabro los labios para dejar salir el aire que comienza a sentirse pesado y agrio en mi interior. El vidrio se empaña al instante. Las sombras del exterior parecen contraerse contra la carrocería, quieren atraparme, quieren llevarme con ellas...
—Deberíamos parar para que descanses—me detengo a mitad de una respiración cuando lo escucho, lo que logra enfocarme un poco.
Los ojos miel de Zadkiel resaltan en la penumbra de la camioneta. Creo distinguir preocupación en estos, pero es difícil estar segura con ellos, en especial con él, quien siempre está en control, como si le fuera ajeno lo de sentir —‹‹bueno, esa es la verdad: no se ve afectado por nimiedades mortales››—.
—Estoy bien—miento. La voz me sale ronca; tengo la boca seca, como papel de lija. Trago, pero no hay saliva.
Una botella de agua es sostenida frente a mí.
—Por favor, tómala.
El lado defensivo y orgulloso de mí quiere negarse, pero es el lado débil y tonto el que gana. Bebo. Frunzo el ceño cuando las comisuras de Zadkiel se curvan en una sonrisa complacida. Pasa de la inexpresividad absoluta a gestos arrebatadores. Ya estoy lo suficientemente confundida como para agregarle esto. Vuelvo la vista a la ventanilla, en donde el mundo pasa en un borrón de grises y negro, mientras el agua lo lava todo.
Los otros vienen detrás, en otra camioneta idéntica a ésta. Hasta ahora no me han dicho a donde vamos, tampoco he preguntado. Estoy en una especie de negación; mientras menos sepa, menos perdida me sentiré, menos anormal. Además, la mayoría del tiempo no tengo ni idea de a qué se refieren.
Hace dos noches, en una de las aparentemente normales discusiones entre Raamiel y Zadkiel, el primero dijo, con un tono que mezclaba desdén, amargura y burla; de una forma magistral y sutil: ‹‹Es evidente que nada ha cambiado por allá, siguen bajo su "omnipotente" sombra; ustedes nunca comenten errores, nunca hacen nada malo... La oscuridad existe incluso en el Empíreo››.
Algo pasa entre ellos, más allá de ser Essential en diferentes posiciones, pero no logro discernir cuál es el verdadero problema. Nath es el único que evita que las discusiones despunten; ahora que no está no sé cómo será la dinámica. Hasta ahora se han comportado, quizás porque no se han dirigido mucho la palabra.
En algún punto del viaje me voy dejando arrastrar por la inconsciencia —llevo días sin descansar adecuadamente—, mientras una duda se entreteje en la oscuridad de ésta: ‹‹Si existen seres con tanto poder sombre la humanidad ¿cómo es que ésta está sumida en el caos?››.
—¿Te vas a quedar ahí?
Creí que había sido silenciosa al entrar. Esperaba poder verla un poco más.
—¿Cómo supiste que estaba aquí?—inquiero con verdadera curiosidad. No debería haberme notado hasta que yo lo decidiera.
Ali aparta la vista del bloc de dibujo en el que crea sus bocetos y me permite ver el cristal aguamarina de sus ojos; me da una sonrisa que le da profundidad a estos.
—Siempre sé dónde estás.
Contengo el temblor de mi labio inferior; en cambio, le devuelvo el resto. Pero ella lo nota.
—¿Qué sucede? ¿Por qué te ves tan acongojada?
Inhalo una honda bocanada de aire antes de acercarme a la cama y trepar hasta su lado. Ella hace a un lado el bloc y los colores, sin despegar la mirada de mí.
—Has estado actuando extraño estos días—dice cuando no soy capaz de hablar—. Creí que era por lo de Lucas... pero no es eso, ¿verdad? Está pasando algo—asiento. La garganta se me ha cerrado, por lo que encontrar aire resulta complicado. Ali aprieta mi muñeca derecha—¿Qué sucede, Gali?—el temor se cuela en su voz.
No sé cómo hacer esto sin romperme en el proceso. Supongo que es el precio a pagar. Dejo de darle vueltas al asunto. Ellos están esperando que haga mi parte para irnos. Agarro las manos de Alanna y las aprieto contra mi pecho ante su perpleja mirada.
—Hay algo que debes hacer—doy todo de mí por sonar calmada, aunque el agua que choca contra las ventanas parece luchar por entrar y anegar todo. Ali espera a que continúe—. Tienes que dejar de pensar en mí como alguien importante en tu vida—su entrecejo se contrae—, debes guardar nuestras memorias, como si no hubiésemos sido nada más que compañeras de clase que tuvieron momentos afines. Nada más. Y ahora, después de todo, nuestros caminos...
—Te irás—no sé qué me duele más, si lo rota que se escuchan esas dos palabras o la certeza del abandono en su mirada acuosa—. Iré contigo—mis ojos se abren, no por la sorpresa, sino por la repentina seguridad de ella, como si supiera a qué está accediendo—. Iré a cualquier lugar al que vayas. Siempre. No me dejes atrás... por favor.
Mi resolución se tambalea cuando las lágrimas comienzan a rodar por su rostro. El dolor en sus ojos es reflejo del mío. Pero las palabras de Nath hacen eco por la estancia, como una exhalación de autocontrol: ‹‹Debes convencerla de que nunca tuvieron un vínculo. Si tú no eres firme, ella tampoco lo será. No servirá de nada que te alejes››.
Trago el maldito nudo que me contrae la garganta y la observo sin titubear. Doy un apretón a las manos que mantengo contra mi pecho.
‹‹Es la única forma de protegerla. Debo hacer esto››.
—No puedes venir conmigo. No quiero que vengas conmigo—mi voz es tan helada como la lluvia de afuera e igual de cortante—. Te quedarás aquí; seguirás yendo a clases, irás a fiestas, al gimnasio... como si nada hubiera pasado. Mi ausencia no significará nada para ti, porque nunca fue importante. Confiarás en Nath... él va a cuidarte.
›› A cualquiera que te pregunte por mí le dirás que no tienes idea, porque hace mucho que no sabes de mí, que nuestros camino se separaron una vez terminamos la secundaria y que no tienes por qué saber qué ha sido de mí—reafirmo el agarre en sus manos—. Tú y yo no somos nada, Alanna. Nada. Tienes que guardar todos nuestros recuerdos y sueños en lo más profundo de ti y olvidarlos. ¿Entiendes?
Asiente, pero necesito más que eso.
—Promete que lo harás. Promete que me olvidarás—veo la reticencia en su mirada, incluso aprieta sus labios temblorosos. Nuevas grietas aparecen en mi pecho—¡Promételo Alanna!—creo que nunca le había gritado. Ella da un respingo, mientras abre los ojos con sorpresa.
—Lo... lo prometo. Te olvidaré.
—Olvidarás que una vez fuimos almas gemelas—insisto.
—Olvidaré que una vez fuimos almas gemelas—repite como una autómata.
En cuanto el peso de lo que he hecho se asienta, me odio por hacerle esto. El agujero en el pecho que creí haber controlado se expande hasta lo imposible; el dolor es atroz. Lo merezco. Soy quien la está dejando, no importa si es por su bien; hicimos una promesa y la estoy rompiendo.
***
Despierto con la desesperación de no poder respirar, no alcanzo a llevar aire a mis pulmones. Tampoco quiero abrir los ojos, hacerlo significaría cortar el delgado hilo que todavía me une a ella.
De pronto, el escozor en los pulmones se expande y se asienta en la piel de los brazos, el rostro; hasta el cabello ha sido alcanzado por las llamas. Todo el cuerpo palpita, consumido por lenguas de fuego.
—¡Galadriel, despierta!
Un alarido se arrastra por mi garganta, abriendo grietas sangrantes. El fuego está abrasando mi alma. Nunca había sentido un dolor como éste. Voy a morir.
—¡Le estás haciendo daño!
Con aquel rugido llega un poco de alivio. Las llamas parecen haber reculado ante la autoridad de aquella voz.
De forma paulatina, muy lentamente, como si luchara contra el fuego, el frío se abre paso a empujones por mis sistemas. La sensación de estar siendo consumida persiste, pero la certeza de la inminente inexistencia desaparece.
—Chao meum, debes despertar. Vamos—el frío se concentra en mi mejilla izquierda; una caricia de oscuridad helada.
‹‹No sé cómo hacerlo. No quiero hacerlo... si abro los ojos no habrá vuelta atrás››.
Mi vida ha sido consumida por el maldito Ángel de la Muerte.
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