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CAPÍTULO XXII

Moldeando la realidad

‹‹¿Alanna es mi alma gemela?››

No es que no quiera creerlo; hace mucho tiempo que ambas nos llamamos de ese modo. ‹‹Tenemos suerte. Ya encontramos a nuestra alma gemela, ahora solo falta que aparezca el amor de nuestras vidas. ¡Es genial! Lo mejor de ambos mundos››; sus palabras se mezclan con las contradictorias emociones que surcan mi cuerpo.

El problema es que... con mi nueva realidad ¿qué significa que seamos alma gemelas?, ¿estará en mayor peligro por ello? Lo último que quiero es tener que vivir con la culpa de saber que la he puesto en peligro. Como si hubiese verbalizado mis temores, Nath aprieta su agarre en mi mano, llamando mi atención.

—Son pocos los que logran encontrar un vínculo como el que ustedes tienen—dice, y por alguna razón su tono suena contrito.

—Quizás la atrajiste hasta ti—tercia Adriel. Mi entrecejo se contrae, confundida, por lo que él agrega—: Es posible que lo hayas hecho de forma involuntaria. Tu esencia buscaba estar completa, así que movió los hilos para lograrlo.

Eso es ridículo, ¿cómo podría hacer algo de lo que no tengo idea? Pero de nuevo: la realidad ya no es una verdadera realidad; al menos no una lógica y con reglas inquebrantables.

—¿Por qué atraerla al peligro?—inquiero a media voz, a nadie en particular. Las rodillas comienzan a fallarme.

—Es algo instintivo—responde Zadkiel con aquellos increíbles ojos excesivamente atentos a mí—. Cuando no manejas tu propia esencia, ésta trabaja por su cuenta; con el tiempo se vuelve rebelde, impetuosa e impulsiva. Hará aquello que crea correcto, aquello que la haga sentir bien.

Le sostengo la mirada. ¿Acaso está insinuando lo que creo que está insinuando?

Como en la madruga, sombras oscuras comienzan a arrastrarse por los bordes de los ojos.

—Necesito sentarme—suena más como un ruego que como una simple observación. Nath me lleva hasta el sofá verde musgo que tenemos justo al lado derecho, el mismo en el que Ali y yo nos tumbamos a leer o charlar de trivialidades.

El alivio que trajo el té se disipa abruptamente mientras la punzada en el cerebelo reaparece, pulsando como una imparable máquina de guerra.

—No es tu culpa...—comienza a decir, pero alejo mi mano de la suya, como si quemara y lo observo sin pestañear.

—A mí me parece que la responsabilidad está más que implícita—a diferencia de hace unos segundos, mi voz es inquietantemente inexpresiva—. Quizás no sea mi culpa el que me hayan dado a luz, pero... ¿atraer a Ali?—muevo la cabeza de un lado a otro, como si pudiera deshacerme de tan loca idea con ello—¿Qué más he hecho sin estar consciente de ello?

El silencio es una respuesta más contundente de la que estaba esperando, que no era que esperara una.

Ninguno emite sonido alguno por lo que me parecen horas, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Yo, en mi caos.

Siempre había creído que no encajaba entre los demás, pero hasta ahora había asumido que era por ellos más que por mí, que era porque no querían aceptarme. Excepto que no era eso; el problema siempre fui yo. De alguna forma sabían que no era buena para ellos, como presas que están más que conscientes del peligro de un depredador en las inmediaciones. Pero... ¿realmente soy un depredador? ¿Sería capaz de hacerle daño a alguien de forma deliberada?

—Deja de morderte el labio de esa forma Galadriel, vas a terminar haciéndote daño.

La advertencia de Zadkiel llega tarde; puedo sentir el sabor a cobre de la sangre mezclándose con la saliva y descendiendo por mi garganta. Es algo que hago de forma inconsciente; Alanna también me regaña por ello.

Libero mi labio inferior de la saña de los dientes y paso la punta de la lengua por éste para eliminar los restos de sangre, mientras parpadeo, como si con eso pudiera desterrar la bruma que embarga mis pensamientos.

—Sigues abrumada—dice Zadkiel, como un eco que ha encontrado su camino fuera de mi mente—, deberías descansar un poco más.

—El tiempo apremia—lo interrumpe Adriel; le da una mirada a su compañero que claramente dice ¿Qué es lo que pasa contigo?—. En cuanto el resto regrese deberemos salir.

‹‹¿Esto es en serio? ¿Me alejarán de la universidad? ¿Tendré que dejar mi vida atrás?››

‹‹Siempre puedes dejar que lleguen hasta ti y acaben de una vez con esto››.

Últimamente me pregunto si es posible que tu conciencia te odie, o si es posible odiarla hasta el punto de querer erradicarla de tu mente.

Un sonido muy parecido a un bufido parece ser la respuesta de la arpía. La ignoro.

El problema no es que esperen que vaya con ellos, así, sin más, el verdadero problema es que no logro encontrar una sólida resistencia de mi parte, como si dejar mi vida de lado por la aparición de un grupo que dicen ser seres mitológicos fuese la cosa más normal del mundo. ‹‹¿Por qué no estoy entrando en crisis? ¿No estarlo significa una forma de crisis? ¿Por qué no estoy siendo tan dócil?››

‹‹Quizás has sucumbido a sus encantos o están haciendo algo para que no te opongas a ellos››.

La empujaría a su hueco si no tuviera la misma duda. Y sin embargo...

—¿Cómo ocultaré la conexión? ¿Qué debo hacer?—mi voz es como la superficie calma de un mar profundo que alberga las criaturas más extrañas y letales.

—Galadriel...

Corto a Zadkiel antes que usé ese tono autoritario que le sale tan natural y al que al parecer me cuesta resistirme.

—Mientras más tiempo deje pasar más difícil se me hará ocultarle la verdad a Alanna. Nunca he tenido que mentirle. Puedo soportar la idea de una vida de mentiras y engaños, pero no puedo vivir con la culpa de provocar dolor a quienes me importan. No si puedo evitarlo—dejo que todo el peso de lo que siento se asiente en mis ojos antes de agregar—; porque puedo evitarlo, ¿no?

Zadkiel asiente de forma solemne sin apartar su mirada miel de mí. Soy yo quien rompe el contacto al girar hacia Nath.

—¿Cómo lo hago?

—¿Segura que no quieres descansar un poco más?—insiste.

—Estoy bien—replico. A fin de cuentas no me siento enferma; toda esa energía que siempre he tenido está bullendo en mi interior como un volcán que despierta después de mucho, mucho tiempo. En algo debo usarla.

—Bien—acepta al ver mi determinación—. Todos los Essential tienen la capacidad de moldear la realidad que los circunda, a ellos y a otros: recuerdos, pensamientos, sueños... todo lo que conforma a un ser puede ser modificado. La esencia es de suma delicadeza; el más mínimo cambio en ésta puede sacudir la vida de alguien de forma irrevocable.

—¿No existe el libre albedrío?—inquiero con un sutil atisbo de horror ante la posibilidad de una existencia manejada por otros.

—Todos toman el camino que desean, pero no siempre es el que les conviene.

No tenía que decir más. Una rabia desconocida comienza a ascender de las profundidades, tensando músculo y contrayendo órganos.

‹‹Somos piezas en su tablero››.

‹‹Solo si le permitimos ese poder››.

Cuando vuelve a hablar lo escucho como si estuviera bajo agua: densa y helada.

—Si estamos en lo correcto y eres la combinación de dos Essential, entonces eres más que capaz de moldear la realidad. Y al ser el alma gemela de Alanna todo será más fácil.

Eso último logra sacarme del sopor.

—¿Qué será más fácil?—inquiero.

—Borrar el vínculo que las une—la respuesta viene de Adriel, quien parece no tener problemas para soltar las cosas, por mucho que cuesten digerirlas.

Abro los labios para decir algo, pero nada sale. Espero que sea suficiente la dura mirada que le doy. Una cosa es soportar su actitud durante las lecciones; esto ya va más allá que solo arrogancia.

—Es imposible borrar vínculos de esa índole—lo contradice Zadkiel sin verlo; hay un casi imperceptible línea entre sus espesas cejas negras—. Las almas gemelas están incluso fuera de nuestra comprensión.

No hay replica por parte de Adriel.

—Es cierto—secunda Nath—, no puedes borrar la conexión con tu alma gemela por más que lo intentes—estoy por interrumpirlo cuando agrega—. Pero sí puedes camuflarla. Puedes hacerle creer a ella y a quien se acerque que ese vínculo se debilitó, que no fue más que una etapa de euforia adolescente; que a fin de cuentas son muy diferentes y que cada una debe seguir su propio camino.

Sé que no soy como Alanna, justo eso es lo que ha mantenido el equilibrio de nuestra relación. Ella lo sabe, yo lo sé, ¿podría hacerle creer lo contrario?, ¿si quiera deseo hacerlo?

Sin Lucas, lejos de mamá; y ahora... ¿debo abandonar a Ali?

—Dalkiel puede ser un maldito pozo de negativismo, pero tiene razón en algo—de nuevo Adriel sacando a flote lo que los otros no se atreven o no quieren, porque Zadkiel le da una mirada que bien podría haberlo incendiado ahí mismo, solo que éste ni se inmuta—: si no sales de aquí pronto las cosas se pondrán feas. Muy feas. A los que están detrás de ti no les importa ser sutiles, si tienen que llevarse a otros por delante para llegar a ti lo harán. De hecho, lo disfrutarán; los alimenta el caos y el dolor.

—Entonces no tengo opción—mascullo, dejando entrever la rabia que me burbujea en las venas.

Se encoge de hombros; excepto que el brillo en sus ojos indica cualquier cosa menos despreocupación.

—Puedes quedarte y ver como el campus se convierte en una zona de caza.

—Adriel—advierten Zadkiel y Nath al unísono, lanzando toda la intensidad de sus miradas en su compañero.

No sé si admirar el temple de Adriel o sospechar de su falta de reacción ante la clara molestia de los otros.

—Maquillar la verdad para hacerla sentir bien no solucionará nada—arguye dirigiéndose a sus compañeros, antes de ver directo a mis ojos—. Quieres proteger a tu alma gemela, eso también es instintivo. Y en estos momentos solo hay una forma de hacerlo...—ladea la cabeza; la mueca en sus labios se vuelve el foco de aquel rostro de líneas perfectas— al menos que quieras llevarla contigo.

‹‹¿Llevar a Alanna? ¿A dónde? Si ni siquiera yo sé a dónde voy o qué pasará conmigo››.

—Eso no está en discusión—replico, tajante. Él asiente sin decir nada más. Vuelvo la vista a Nath, más convencida que antes—¿Qué debo hacer?—cada palabra es una sentencia autoimpuesta. Lo sé.

—Lo primero es que aprendas a manejar tu propia mente, moldear tus pensamientos y recuerdos a tu antojo, así como ir y venir por cada recoveco de ésta—sonríe ante mi confusión—. No puedes pretender cambiar los recuerdos de alguien más cuando no eres capaz de controlar los tuyos, ¿verdad?

—Jamás se me ha ocurrido hacer tal cosa, así que no me sorprende que no pueda pensar en dicha posibilidad—repongo con tono cortante.

—Por supuesto.

‹‹Me alegra ser su centro de entretenimiento››; pienso cuando veo cómo su sonrisa se ensancha.

—Para llegar allí debes seguir los principios de la meditación—continúa, ignorando mi indignación—, los cuales tengo entendido manejas—enarco las cejas y ladeo la cabeza en un claro ‹‹¿Cómo demonios sabes eso?››; desdeña mi reacción con un movimiento de mano y sigue con la explicación—: postura, respiración, imagen y voluntad. Cuando llegues a ese punto medio en tu mente seguimos con lo demás.

Me sostiene la mirada por un largo segundos antes de darme cuenta que espera que empiece.

—¿Qué? ¿Ahora?

—¿Tienes algo más que hacer?—inquiere con cierto tono divertido que tensa mis músculos ya al límite. La paciencia está por abandonarme, o quizás es la histeria anunciándose— Ya has escuchado: no hay tiempo. Alanna no está. Es el mejor momento para comenzar.

Aprieto los dientes con la fuerza suficiente para que rechinen. ‹‹He tomado una decisión. Yo. Debo atenerme a ella››; repito como un mantra para alejar la rabia que me hiela por dentro. Cierro los ojos, inhalo y exhalo en busca de una cadencia rítmica; subo los pies al sofá, en posición de loto y descanso la espalda en el respaldo mullido. Principios básicos. Ya he hecho esto con mamá, puedo hacerlo.

Claro que es más fácil decirlo que hacerlo. Tengo demasiados pensamientos yendo y viniendo, además de sentimientos —de los cuales no comprendo ni la mitad— que chocan entre sí.

Para cuando doy la décima exhalación estoy segura que no lograré ningún estado de calma. No ayuda que esté consciente de la presencia de ellos. Sin embargo, antes de tener la oportunidad de abrir los ojos y rendirme, siento unos delicados dedos cerrándose en mi muñeca izquierda. Una calma que comienza a resultarme familiar fluye por mi helado sistema, llevando no solo calidez sino también luz, como si estuvieran inyectando dosis de sol en mí.

Concentro toda mi atención en esa sensación, dejo que cada respiración fluya entre las ondas de calor. De forma paulatina y casi sin darme cuenta los nudos de tensión y contracción se aflojan y diluyen en lo que sea que esté haciendo Nath.

Puede que pasen segundos, minutos u horas; cuando un velo de oscuridad absoluta desciende por mi mente, como una especie de domo protector o... de contención. Una nueva certeza golpea mi realidad: ‹‹He mantenido a todos fuera››; la idea de que sabía que no era como los otros es una comezón molesta de la que no puedo deshacerme.

‹‹Serás la clave para el final››.

Aquella voz inmaterial reverbera entre el velo de oscuridad. Por un momento la calma que proviene de Nath tiembla y recula ante la inexplicable frase que viene de todas partes y de ningún lado. Pero me aferro con todas mis fuerzas a la calidez, a la luz. Los pliegues del velo dejan de ondear.

—Galadriel.

Un destello acompaña el llamado, pero no logro enfocar nada entre tanta oscuridad; lo es todo.

—Galadriel—el sonido es más claro y casi tangible—. Visualiza un lugar que te resulte familiar, luego llévanos hasta él. Tú puedes hacerlo.

Pero la oscuridad...

—Es tú oscuridad, Galadriel—una brisa fría recorre el domo. ‹‹¿Pensé en voz alta? Ni siquiera sé dónde estoy exactamente››—. Es tu mente. Puedes hacerlo e ir a donde quieras. Solo enfócate en la tarea, por favor. Moldea.

Recupero la cadencia en las respiraciones, manteniendo cualquier pensamiento o sentimiento de duda en los límites del velo. Después de todo, de esto depende la seguridad de Alanna y posiblemente de mamá. Tengo que hacerlo. Puedo hacerlo.

Justo ahora lo más familiar es el apartamento en el que me encuentro, no obstante, apenas parpadea en mi mente, un recuerdo lo hace a un lado.

Una perfecta y variada gama de verdes comienza a destellar aquí y allá, a lo largo y ancho del domo; se mezcla con rosas, naranjas, amarillos y marrones, hasta que dejan de ser manchas fluorescentes y le dan forma a arbustos, flores, frondosos árboles, una gran extensión de césped; y finalmente una pérgola de madera oscura con una silla colgante y más cojines de los que se esperarían.

‹‹Éste es el jardín de mamá. Estoy en casa››.

La densa oscuridad ha quedado atrás; ahora estoy sentada en la silla de la pérgola. Me pierdo en los detalles: las ondeantes ramas amarillas del árbol favorito de mamá —el lluvia de oro—; el exuberante aroma de las flores, la madera y la húmeda tierra; incluso el roce de los rayos solares contra la piel expuesta, acompañado de la fresca brisa. Es como si realmente estuviera en casa, como si nunca me hubiese ido.

—Hermoso.

Doy un respingo que me devuelve a... ¿la realidad? No creo que pueda llamar a esto realidad. Aunque en estos momentos todo es muy confuso y extraño.

Nath se encuentra sentado a escasos centímetros de mí, observando el jardín con una sonrisa encantadora en sus labios.

‹‹No... esto no es real. Él no forma parte de este recuerdo››.

—Sabía que eras extraordinaria—la sonrisa se refleja en sus ojos, como la superficie de aguas nocturnas reflejando el brillo lunar.

Sin embargo, algo en su tono me hace verlo con una mezcla de suspicacia e indignación.

—Dudabas que fuera capaz de hacerlo—lo acuso. La vergüenza baña sus facciones. Abro los labios con verdadera indignación.

—No es que no crea en ti—replica antes que pueda decirle algo—. Eres tú quien se limita. Podemos enseñarte lo que sabemos, pero si no tienes la disposición de desarrollar tus habilidades, no lo harás—como me limito a fruncir el entrecejo, él continúa—. Llevas dieciocho años reprimiendo lo que eres—contraigo mucho más el rostro, porque lo que dice no tiene sentido. No sabía...—. Atraer a los demás debería ser natural en ti.

›› Ésta apariencia—se señala en un grácil movimiento de mano—, como te dije antes, es más que vanidad. Es la forma en la que evitamos que los mortales salgan espantados ante nuestra presencia—vuelvo a mirarlo con suspicacia, y algo de incredulidad. Lo nota y ríe con lo que asumo es diversión—. Sé que crees que no es más que un arma que usamos para controlarlos y obligarlos a hacer lo que queramos... quizás algunos siguen ese camino. Muchos otros... no tenemos control sobre eso; es parte de nuestra naturaleza, de nuestras esencias. Los mortales siempre se sentirán atraídos, irremediablemente a nosotros.

›› Que tú, todos estos años, te hayas mantenido al margen habla mucho de tu fuerza de voluntad y de tu terquedad. Pudiste tener a tus pies a todo aquel que desearas, pero decidiste aislarte y retraerte.

—Creí que era mi forma de ‹‹autopreservarme››—replico, recordando algo de lo que me dijo en la madrugada.

Asiento, sin desprenderse del gesto divertido que achica más sus ojos.

—Has vivido con miedo a descubrir quién eres más allá de cómo te ven los demás—abro la boca para replicar, pero no salen las palabras—. Temes que si ahondas en ti, lo que encuentres no les gustará del todo. Por eso los has alejado, de esa forma evitas lastimar y que te lastimen.

—¿Y eso es malo?—muerdo el interior de mi labio inferior ante la fragilidad con la que me sale la voz. Ridículo.

—No. Justo esa duda es la que te ha mantenido lejos del radar durante todos estos años—ladeo la cabeza, no muy segura de comprender qué quiere decir.

›› Los Essential conocemos el miedo, la duda, el odio; el cariño, o cualquier otro sentimiento. Pero no son conceptos que nos afecten de la misma forma que afecta a los mortales; para nosotros no son más que reflejo de la inmadurez de los humanos y de lo efímera que es su existencia.

›› La forma en la que experimentas la realidad te ha alejado de la insensibilidad de nuestra especie. Y eso a su vez ha creado un camuflaje perfecto. Infernales y occultus se guían por la esencia; ésta es más fácil de detectar cuando no hay emociones interviniendo con su flujo.

—¿Qué son los occultus?—es lo primero que sal de mis labios, aunque hay muchas cosas que quiero preguntarle.

—Aquellas criaturas que tienen conocimiento de los reinos y que tienen cierta habilidad en la esencia. No son celestiales ni infernales, pero de alguna u otra forma están relacionados.

Asiento, sin querer darle muchas vueltas al tema.

—Entonces ustedes andan por ahí sin sentir nada de nada—digo con un deje de perplejidad. Lo siguiente es apenas un murmullo—. Por eso parecen tallados en piedra—de soslayo compruebo que Nath escuchó, porque vuelve a sonreír. Sin embargo, hay algo que no cuadra del todo—. Sí con capaces de sentir, ¿no?

—Supongo que no puedes trabajar tanto tiempo manejando emociones sin aprender algo de ello, o sin sentir curiosidad.

—Pero la curiosidad no es bien recibida en el cielo—concluyo con la certeza de los retazos de información que he recogido todas estas horas. Él no dice nada y esa es suficiente confirmación.

Tampoco digo nada por varios minutos, solo me abstraigo en el recuerdo del jardín de casa, en donde he compartido con los únicos a los que dejé entrar —los mismos que ahora están en peligro por ello—. Ahora esa vida resulta más lejana de lo que creí cuando llegué a la universidad.

—¿Qué se supone que debo aprender de esto?—inquiero sin verlo. Tengo los ojos clavados en el vaivén de la lluvia de oro al otro lado de la pérgola.

—Somos escultores. Podemos crear desde cero, con los materiales adecuados; o podemos moldear partiendo de algo ya existente—guarda silencio por unos segundos, en los cuales pétalos amarillos se desprenden de las ramas del árbol que danza ante el ritmo del viento—. Deberás moldear los recuerdos de Alanna, hasta que el cambio se refleje en sus sentimientos hacia ti. El vínculo que las une tiene que verse oculto por las típicas emociones egoístas de los mortales.

—¿Y si no puedo hacerlo?

—Eres la princesa oscura. Podrás hacerlo. Además, tienes algo que muchos otros no tuvieron—le doy una mirada de soslayo esperando que se explique—: un grupo de Essential a tu disposición.

No puedo evitar la risa que surge como una represa a la que le han abierto las compuertas sin aviso alguno. La sombra de la histeria, sin duda.

***

Paso el resto del día entre las sábanas de mi cama, al menos hasta la llegada de Alanna. Estar con ella ahora es una necesidad casi visceral.

Ellos se quedaron en la sala por no sé cuánto tiempo. Solo sé que cuando Ali regresó ya no estaban por allí. Cuando volví al sofá, cuando los enfrenté de nuevo, el agotamiento pudo más que cualquiera necesidad de orgullo o defensa. ¿Qué sentido tiene seguir discutiendo?

Con cada vuelta en la cama, con cada respiración; con la incesante lluvia golpeando las ventanas...El rencor hacia el responsable de todo esto no hace más que aumentar, hasta el punto de sentir que me ahoga.

Gracias a él estoy siendo cazada.

Gracias a él quienes me rodean están en peligro.

Gracias a él tendré que abandonar mi vida.

‹‹¿Por qué maldita sea no pudo saciar su deseo sin arruinarle la vida a alguien?››

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