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CAPÍTULO XXI

Olvidar para proteger

No quiero levantarme.

No quiero abrir los ojos.

No quiero mover ni un músculo.

No quiero enfrentar la realidad.

En cuanto abandono el anestésico vacío de la inconsciencia la realidad se abalanza sobre mí como una incontenible pared de bruma, confusión y locura. Porque todo lo pasado en la madrugaba debe ser producto de noches de insomnio, de algún desajuste químico en el cerebro. Sí, debe ser eso.

Los indicios de un ataque de pánico exhalan desde el pozo en donde mantengo todo aquello con lo que no quiero lidiar.

Nunca había deseado tanto una vida aburrida y exasperantemente común.

‹‹No naciste para ser ordinaria, cariño. Tu camino será el de la grandeza; ya sea que los demás lo acepten o no››.

Dijeron que mamá no sabe nada del hombre con el que decidió tener una familia, pero me pregunto si en el fondo no se hacía una idea. Ella siempre ha sido muy intuitiva.

‹‹Reencarnada››. La palabra viaja por cada rincón de mi mente, dejando una estela de duda e incredulidad. ‹‹¿Desde cuándo mi vida se convirtió en una historia de fantasía?››

Gruño y me retuerzo entre las sábanas. Abro los ojos cuando escucho la perilla de la puerta girando; al instante mi cuerpo entra en alerta, con la ansiedad mezclándose en mi sangre. Pero unos rizos azabaches aparecen por la abertura y dejo ir el aire entre los labios. Solo es Alanna.

Trabajo en controlar mi respiración mientras la sigo con la mirada hasta que se mete entre las sábanas y quedamos frente a frente. Sus ojos tienen un efecto hipnotizaste en las sombras y con la poca luz diurna que se cuela por las cortinas cerradas. Es evidente que sigue diluviando afuera; el mundo se desdibuja en una escala de grises.

—¿Cuál es el informe?—susurra, como si temiera despertar a alguien más.

Los sucesos de las últimas horas se desbordan por todos lados, desorientándome. Me limito a enfocarme en el agua cristalina de aquellos ojos que conozco tan bien. Porque el ataque de pánico ahora es un quejido con la fuerza suficiente como para hacer vibrar mi pecho. Cierro los ojos y espero que mi vida vuelva a su complicada realidad. Prefiero seguir siendo la chica que recibe miradas soslayadas a la hija de... a alguien que necesita la protección de un peculiar grupo de ángeles.

‹‹¿Debo decirle? ¿Podré mentirle? ¿Quiero engañarla?››

—Estoy... no sé cómo me siento—confieso en un hilo de voz. Lo que no es de todo una mentira.

No hay respuesta por lo que vuelvo a abrir los ojos. El que esté tan cerca y frente a la poca luz de la habitación me permite ver cómo sus facciones se han vuelto sombrías, tristes. No comprendo cómo algunos asumen que Ali es arrogante y fría.

Se arrastra por la cama y envuelve sus brazos como puede a mi alrededor, estrechándome con la fuerza de lo que está sintiendo.

—Si pudiera arrancar ese dolor, lo haría—murmura con vehemencia contra mi cabello. Puedo sentir el latir de su corazón—. Si pudiera llevarlo solo yo, también lo haría. Pero lo que realmente me gustaría es que nunca hayas tenido que experimentarlo.

Trago el nudo que se ha formado en mi garganta, pero éste no se mueve. ‹‹Yo también desearía nunca haberlo sentido››, pienso, e incluso el pensamiento tiembla y se contrae en su propio dolor, trayendo consigo otra idea: ‹‹Si me cazan a mí... ¿Podrían lastimar a Ali, a mamá?››. Una fuerte sacudida me recorre el cuerpo ante la perspectiva. Ali aprieta más su agarre.

—¿Qué te parece si nos quedamos hoy en el apartamento y hacemos algún maratón?—sugiere con un fingido tono de entusiasmo. Es su forma de distraerme.

La idea es tentadora, de hecho, me encantaría poder ir a casa y estar con mamá. Pero tengo la terrible sensación de que mi vida ya no es mía para ir con libertad. Al parecer nunca lo fue.

Doy todo de mí para parecer tranquila cuando me alejo un poco de su abrazo, o si no tranquila al menos no a un suspiro de hiperventilar.

—Tienes actividades importantes en clases hoy—le recuerdo. La mueca que hace me dice que está muy consciente de ello, pero que no le importaría perderlas por acompañarme. Le doy una sonrisa que sé que la convencerá—. Ali, no puedes detener tu vida por mí. Es lo que busca el dolor: paralizarnos y aislarnos.

Su entrecejo se frunce mientras entorna los ojos.

—Pero tú sí piensas quedarte—mi sonrisa se ensancha. ‹‹Ha adivinado mis intenciones››—. No tienes que estar sola.

—Sé que no. Si no tuvieras esos trabajos, créeme que te mantendría aquí por puro egoísmo—suelta un sonido exasperado ante mi uso de palabras. Adquiero una expresión más seria cuando continúo—. Necesito algo de espacio para ordenar mis pensamientos y emociones.

Cualquier otro se ofendería ante la implicación de esto, pero no Ali, ella me entiende de una forma que creo que ni mi hermano lo hacía. Sabe que a veces solo necesito estar sola para despejar el caos, así como otras sabe que debe saltarse eso y quedarse conmigo por más que le insista en decir que estoy bien. Puedo ver cómo se produce el debate en su cabeza mientras me sostiene la mirada.

Lucho contra la ansiedad que me anuda los órganos. Alanna no puede saber que le estoy ocultando algo. Nunca he tenido que ocultarle algo. No sé si puedo.

—Confío en ti—un golpe directo habría dolido menos. Mantengo la máscara. Aprieta los labios y me mira como si estuviera viendo algo que no le gusta, pero que al no comprender decide dejarla, por ahora—. Por favor, cuídate—deja un beso en mi frente y sale de la cama—. Llámame por cualquier cosa; estaré al pendiente del móvil, ¿de acuerdo?

Asiento antes de darme cuenta que la habitación está en penumbras.

—De acuerdo. Nos vemos más tarde.

***

Nunca me sentí tan identificada con Alicia: viviendo una imposibilidad tras otra.

Ahora el mundo me parece algo extraño y deformado. Todo me causa desconfianza y cada paso que doy está cargado de cautela, ansiedad y un molesto temor que mi conciencia no pierde la oportunidad de echarme en cara. Por lo que no es una sorpresa que mientras hago el esfuerzo de preparar el desayuno y dos golpes en la puerta principal resuenan por el apartamento, termine dejando caer el cuchillo para mantequilla con el que untaba el pan. El repiqueteo de este se suma al primero y me resulta el sonido más insoportable del mundo.

La cabeza no me zumba como hace horas, pero la molestia sigue allí, latente, como un recordatorio de la verdadera cara del mundo.

Antes de darme cuenta estoy levantando el cuchillo, lo sostengo con fuerza en una posición defensiva y voy hasta la puerta. Evito pensar en cómo las piernas me tiemblan o cómo respiro como si acabara de regresar de correr; tampoco me fijo en el temblor de la mano cuando giro el pomo.

—¿Mal momento para hacer una visita?—la visión de Nath casi me hace caer al suelo de alivio, hasta que proceso el tono divertido de su voz y lo miro de mala manera.

—Si solo fuera una visita no—al menos mi voz no tiembla—. Pero como no lo es—dejo que Adriel y Zadkiel, quienes lo acompañan, también se lleven algo del filo de mi mirada. Parecen tan entretenidos como su compañero.

—¿Qué esperabas lograr con eso?—Inquiere Adriel señalando el cuchillo con un movimiento del mentón. Ladea la cabeza como si estuviera verdaderamente interesado por la respuesta.

Entorno los ojos y aprieto los dientes; al menos la molestia evita que me sigan temblando las extremidades.

—Que no me llevaran con tanta facilidad—mascullo con sarcasmo.

—Es un alivio saber que el instinto guerrero está en ti—agrega Zadkiel sin ningún tipo de inflexión, aunque me parece distinguir algo en sus impresionantes ojos, los mismos que parecen ver más allá de mi piel.

—¿Estás sola?—pregunta Nath.

Dejo que el caos dentro de mí responda.

—No creo que necesiten preguntar eso, teniendo en cuenta que me han estado vigilando todo este tiempo.

Me arrepiento al instante, pero Nath no se ve particularmente afectado. Aunque no es como que esté mintiendo. ‹‹¡Viven en el mismo edificio que yo y no me había dado cuenta!››.

—Me gusta ser educado. Ya has tenido suficiente por una noche—‹‹¡Qué manera de hacerme sentir más horrible!››. Frunzo los labios y bajo la vista, avergonzada de mi actitud; a mamá tampoco le gustaría ésta—¿Podemos pasar?

Suelto el pomo con un suspiro cansado. Supongo que sería peor dejarlos en el pasillo en donde alguien más pueda verlos; ya hablan de nuestro repentino acercamiento; además, tenía la intención buscarlos por mi cuenta. Sin embargo, no sé si es una buena idea dejarlos libres en el lugar que comparto con Ali.

‹‹Es que parece que se te ha fundido el cerebro de tanto estudiar››, suelta mi conciencia con un veneno letal.

‹‹¿Tienes una mejor idea?››

‹‹Muchas. Pero no estarías de acuerdo con ninguna, porque eres igual de estúpida que muchos mortales››.

Contraigo el rostro, perpleja: ¿‹‹mortales››? ¿Ésta qué se cree que es?

—¿Qué pasa?

La pregunta de Zadkiel me hace dar un respingo junto a la puerta que ellos se encargaron en cerrar. Parpadeo en su dirección más del tiempo permitido, delatándome.

—Aaah...—niego con la cabeza; una forma de despejar la mente— Nada. Solo... Ali no puede verlos aquí—lo que no es del todo una mentira.

Me mira como quien sabe que se está mintiendo pero decide no seguir insistiendo; supongo que es su forma de demostrar que puedo confiar en ellos. Es Nath quien responde.

—No lo hará. Puedes estar tranquila.

Dudo mucho que pueda volver a conocer esa maravillosa sensación poco valorada.

—Aunque no creo que le moleste si nos encuentra aquí—agrega Adriel con cierto tono que me hace entornar los ojos hacia él.

—Ali no es el tipo de persona a la que se puede engañar por mucho tiempo—replico, dejando muy claro que suponer que Alanna no es más que una chica movida por la vanidad o las hormonas es más que estúpido.

Vuelvo a la cocina menos turbada de lo que me sentía hace pocos minutos. El instinto de defensa logra llenarme de una energía avasallante; puedo agarrarme de eso cada vez que esté con ellos.

—¿Lograste descansar?—pregunta Nath desde una de las sillas de la isla. Los otros lo siguen y también se sientan.

La risa burbujea en mi garganta, quizás por la inesperada imagen que presentan en la cocina de un apartamento estudiantil, con sus simétricas facciones y auras atrayentes; o quizás por lo absurdo de toda la situación y el hecho que haga esa pregunta. Como sea logro contenerme antes de demostrar lo trastornada que estoy.

—Tanto como podría esperarse en tales circunstancias—respondo dándoles la espalda. Lo mejor es mantener las manos ocupadas.

Excepto que no contaba con lo abrumador que resulta su presencia en mi espacio personal, el mismo que comparto con mi alma gemela; se siente como la estática que carga el aire antes de que el cielo se abra y deje caer todo su poder fluvial. Semanas de práctica con Olivier y Adriel parecen no haberme preparado para esto.

Es más difícil de lo que estoy dispuesta a admitir en voz alta el terminar el supuesto desayuno, respirar con normalidad y no terminar con una lesión grave en el proceso; aunque no estoy manejando nada peligroso. Y que se mantengan en absoluto silencio me está enloqueciendo.

—¿Quieren algo? ¿Té, café, agua... nada?—veo por encima del hombro izquierdo esperando una respuesta.

Si me dicen que esas nimiedades humanas no les afectan voy a sentirme como una completa estúpida. ‹‹No... Nath ha compartido con Ali y conmigo. Lo he visto comer y beber como cualquier...››

—El café de Alanna es maravilloso—lo intento, de verdad lo hago, pero me es imposible no devolverle la sonrisa a Nath.

Cuando le dijo eso mismo a mi pequeño huracán las mejillas de ésta adquirieron un intenso color rosa como pocas veces lo he visto. Alanna puede ser enamoradiza y puede adorar el coquetear, pero no es de las que demuestra lo mucho que alguien la afecta, porque ‹‹eso es mostrar tus cartas antes de que siquiera comience el juego››, según sus propias palabras. Pero con Nath transgrede sus propias reglas.

Asiento y me dispongo a servir el café. Yo no soy de tomar café tan temprano, pero ella no puede salir de casa sin éste, por lo que siempre hay a disposición; muchas veces pasa todo el día en el termo, hasta que llega y lo vacía. Hago mi mayor esfuerzo por llevarla al mundo del té, pero no es fácil.

—¿Tienes té?—dejo el termo en la encimera, junto a la segunda taza de café y me giro hacia el dueño de aquella voz.

Con la grisácea luz de otro día lluvioso la miel de sus ojos son lámparas hechas de una peculiar luz de estrellas, con una inesperada capacidad de envolver el ambiente en calidez. El que esa calidez me resulte casi sofocante es lo que no me deja tranquila; verlo es sentir que he olvidado algo importante, eso es lo sofocante: no recordar.

Me obligo a reaccionar. Trago con fuerza.

—Solo tengo de lavanda, limón y jengibre—una fórmula que ha resultado mejor que cualquier calmante, o quizás es mi forma de engañar mi perturbado cerebro.

Mi corazón se detiene a mitad de un latido cuando sonríe. ‹‹¿Me había sonreído antes?››

—De acuerdo.

‹‹Ahora sí que pareces una completa estúpida››. El veneno de mi conciencia es más certero que cualquier otro. Sin embargo, no puedo replicar. ‹‹¡Quita los ojos de sus labios! ¡¿Cómo puedes darles tal poder, Galadriel?!›› Salgo del estupor ante aquel rugido.

Tiene razón: estoy actuando de una forma atípica. El Coro es la representación de mis mayores miedos, esos en donde permito que una cara bonita me distraiga de lo verdaderamente importante. He luchado toda mi vida por demostrar que las apariencias son solo eso; máscaras que no te dicen gran cosa de lo que una persona realmente tiene para ofrecer.

Sin decir nada me giro hacia la encimera y continúo con lo que hacía. Aprovecho para cerrar los ojos e inhalar y exhalar un par de veces. No puedo olvidar mis principios.

Primero llevo las tazas con café hasta la isla, después dejo una taza de té frente a Zadkiel, y otra para mí. Al menos la isla es lo suficientemente ancha como para dejar un buen espacio entre ellos y yo.

Al dejar el plato con el emparedado junto a la taza de té pienso en algo y los veo.

—¿Querían uno? No les ofrecí.

—Para estar molesta con nosotros estás siendo muy amable—no hay reproche en esa afirmación, de hecho, Nath se ve divertido.

—¿Quién dijo que estoy molesta con ustedes?—replico haciéndome la tonta.

—No es necesario que lo hagas.

La sensación de que me estoy perdiendo algo importante vuelve a resurgir ante sus palabras. Pero ya sea por todo lo que debo procesar o por algo más, no logro dilucidar nada. Por lo que dejo de devanarme los sesos; es muy temprano, no he comido nada en horas y este día ya de por sí es el más horrible del año.

Durante varios minutos el único sonido en el apartamento es el incesante repiqueteo de la lluvia contra los cristales de las ventanas. Así que eso también comienza a desesperarme.

—¿Y los demás?—pregunto como quien no quiere la cosa mientras trago el último bocado del emparedado. A pesar de todo sí tenía hambre.

—Necesitas un lugar en el cual entrenar sin arriesgarnos a que te descubran—dice Nath en el mismo tono despreocupado.

Bajo la taza de té que había llevado a los labios con parsimonia, procesando la información. Mantengo la mirada de Nath.

—Están asumiendo que deseo entrenar, sea lo que sea que eso significa—permito que la calidez del té se lleve el frío que acecha con la intención de envolverme nuevamente.

—Tienes que hacerlo—replica Adriel con la convicción de quien cree tener la razón—. No se trata solo de tu seguridad.

Ladeo la cabeza en su dirección, estudiando las líneas de su rostro, pero lo único que muestra algo es aquella mueca en sus labios.

—¿De qué hablas?—inquiero, interesada por aquella nueva información.

—Quedarte aquí es muy peligroso, Galadriel—interviene Zadkiel antes que Adriel pueda seguir hablando. La idea de que se me está ocultando algo es una flecha ardiente en mi interior.

Aprieto los dientes. Ahora que estoy menos hecha un lío que en la madrugada hace que esté demasiado consciente de la mención de mi nombre. Cada que lo pronuncian siento que estoy sobre importantes fallas tectónicas que amenazan con desestabilizar todo lo que soy.

—¿Esperan que me aleje de la universidad?—la falta de respuesta es menos chocante que las miradas que me dan. Mis ojos se abren con incredulidad y quizás temor, pero hago a un lado esto último—¡Están jodiéndome!—exclamo. De nuevo no hay respuesta—¿Qué pasará con Ali, con mamá, con mis clases? ¡¿Qué pasará con mi vida?! No pueden pretender que abandone todo solo porque decidieron aparecer de la nada, diciendo no sé qué locuras.

—No aparecimos de la nada—me contradice Zadkiel con calma—, y no estamos diciendo ninguna locura. Sabemos que esto es muy difícil para ti...

Suelto una especie de risa-bufido que lo interrumpe.

—Difícil—repito con ironía—. Eso es todo un eufemismo. Mi vida era ‹‹difícil›› teniendo que soportar las impertinencias de los demás cuando me veían. Ustedes la han convertido un completo disparate.

—Nosotros no te hicimos lo que eres—replica Adriel usando el mismo tono racional de antes. Le doy una mirada afilada. Cuando quiere es un imbécil.

—Pudieron dejarme en paz, en el sosiego de la ignorancia—repongo entre dientes.

—Jamás habrías sido feliz en la ignorancia. Lo sabes—la seguridad con la que Zadkiel vuelve a contradecirme me revuelve el estómago. La idea de perder ante sus argumentos es insoportable.

—No iré a ninguna parte—suelto, tajante. Porque no sé qué más decir—. No abandonaré mi vida porque alguien no pudo seguir sus propias malditas reglas.

—Galadriel—como un trozo de metal arrastrado por un enorme imán llevo la mirada hasta Nath. La mandíbula me palpita por la fuerza de la tensión; cada respiración que doy es audible. Sus oscuros ojos no son realmente oscuros, hay un brillo inamovible en estos—. Nuestra intención no es imponerte nada. Pero debes comprender que quienes están detrás de ti no descasarán hasta lograr su objetivo, y eso implica usar aquello que más te importa para socavar tu voluntad.

Aquello es un golpe directo en el pecho, que se acrecienta con el intrusivo recuerdo de tierra paleada sobre el ataúd que guardaría para siempre la parte más dulce y humana de mi alma. El aire sale de mis labios en un jadeo agónico con matices de terror.

—Mi familia—mi voz es apenas un susurro.

Y como si la angustia hubiese viajado entre el espacio-tiempo el teléfono del apartamento comienza a sonar, sobreponiéndose el rugir de mis latidos. Veo hacia éste sin verlo realmente, petrificada en el sitio, sin saber cómo moverme o cómo respirar. El sonido se detiene, pero al segundo vuelve a llenar el espacio, insistente, desesperado.

—Debes atender, Galadriel—insta Nath. Es el tacto de su mano sobre la mía lo que me devuelve a la realidad.

Voy hasta la mesa en donde descansa el teléfono, frente a una de las ventanas en donde choca furiosamente la tormenta. Cada paso es complicado, porque ya no soy de carne y hueso, sino de plomo líquido y denso.

Apenas llevo el auricular a la oreja derecha la voz del otro lado solidifica mi nuevo ser.

—¡Princesa! ¿Eres tú? Dime que eres tú, Galadriel—mamá se escucha al borde de un ataque de pánico. Y es justo eso lo que termina de enfocarme—. He intentado comunicarme desde hace rato; si no contestaban aquí iba a llamar a Alanna. ¿Dónde tienes tu móvil? ¿Estás bien, cariño?

—Mamá—no me deja decir nada más. Creo que ni siquiera me escucha.

—No dormí muy bien—sé que está perturbada porque habla sin tomar aire—. Se siente como ese día... como si algo malo estuviese pasando, pero no logro saber el qué. El corazón late más rápido de lo normal dentro de mi pecho y es difícil llevar aire a los pulmones, por lo que el cuerpo me duele. Sé qué es y al mismo tiempo no tengo idea. Es como ese día—su voz se vuelve un susurro casi imposible de descifrar—. En mis sueños te llamaba y no podías escucharme, ibas directo a la oscuridad, cariño.

Las lágrimas me nublan la vista, del mismo modo que la lluvia empaña el vidrio frente a mí. Siento como si el agua entrara por mi garganta y cerrara el paso de oxígeno.

‹‹Es como ese día››... Ese día. El día en que ocurrió el accidente.

El tío Rodrigo y Lucas salieron muy temprano para la última medida del traje que éste último usaría en la fiesta. Estaba tan entusiasmado con esto que su rostro resplandecía más de lo habitual; entonces era la viva imagen de un pequeño príncipe celestial.

No obstante, apenas salieron de casa mamá comenzó a comportarse de un modo atípico: debíamos repetirle las cosas dos o tres veces antes de que las comprendiera, cada pocos minutos, lo que sea que tuviera en las manos terminaba en el suelo; se quedaba viendo un punto en específico por más tiempo del necesario. No era ella misma. Estaba en otra parte.

Lo atribuí a los nervios porque todo saliera perfecto. Conmigo no había tenido la oportunidad de demostrar todas sus dotes de organizadora de fiestas; en cuanto fui lo suficientemente mayor para evitar que planificara un evento al que de todas formas no asistiría casi nadie, y en el que terminaría sintiéndose mal, lo hice. Pero con Lucas... él era tan diferente a mí.

Debí saber que no tenía que ver con eso. Ella siempre era muy minuciosa con los detalles; sabía que todo saldría perfecto. Además, ya eran muchos años organizando los cumpleaños de Lucas. Debí saber que algo malo estaba pasando.

Incluso mientras íbamos al hospital, después de aquella fatídica llamada, seguía sin comprender la magnitud de la actitud de mamá durante todo el día.

Eileen White había sabía el hueco que se abriría en nuestras vida mucho antes que éste comenzara su expansión.

—¿Galadriel, está todo bien? Por favor, dime—el miedo en su dulce voz es un hierro ardiente contra mi garganta.

Quiero decirle que sí, que todo está como debe estar, que la universidad es todo lo que esperaba, que ni siquiera he pensado en el dolor con el que vivo hace cinco años, que estoy segura que ahora sí comenzaré a aceptar el hecho de que él no regresará, que podremos seguir adelante juntas, porque así lo hubiese querido Lucas. Pero el hierro se abría paso entre piel, tejido y hueso. No podía hablar.

La necesidad de preguntarle si de verdad no sabía quién era el hombre al que le había entregado su corazón lucha contra aquel hierro ardiente, contra las lágrimas que ahora ruedan por mis mejillas. Decirle que por culpa de éste estaban cazándome como si fuese cualquier animal hacía mi lengua pesada.

Noto que he cerrado los ojos y que las manos me tiemblan sin control cuando unos dedos cálidos y delicados se entrelazan con los dedos de mi mano izquierda. Es un gesto de apoyo absoluto, de compañía y comprensión. Muerdo el interior de mi labio inferior para no soltar el sollozo que pugna por salir.

Sin abrir los ojos sé que se trata de Nath. Sin que hable sé lo que me está diciendo: ‹‹Estoy aquí. Puedes hacerlo. Encontraremos la forma de protegerlas››. No puedo darme el lujo de no creer en eso.

—¿Galadriel?—el apremio de mamá me saca del sopor.

Trago con cierta dificultad, esperando que eso sea suficiente para alejar cualquier indicio de que no estoy bien de mi voz. Ella no necesita más preocupaciones o dolor. Decido ir por un camino que ambas compartimos y comprendemos.

—Este día siempre es malo, mamá—inhalo una bocanada de alivio, porque mi voz no suena tan rota—. Es solo eso. Ali quiso quedarse pero le pedí un poco de espacio. Necesitaba tiempo para drenar. Lamento no estar allí—me tiembla la voz en esas últimas palabras. Escucho el suspiro tembloroso de mamá.

—Princesa—está usando su tono azucarado, ese que oculta todo el sufrimiento que ella misma lleva dentro—, tienes que continuar con tu vida. Ambas debemos continuar con nuestras vidas. Permitir que la pérdida nos controle es manchar su memoria, porque Lucas fue luz, energía, futuro; vivir de una forma diferente significa que su existencia no nos marcó. Él siempre estará aquí; siempre que nosotras lo recordemos sin dolor.

Más lágrimas desciende por mi rostro, al mismo tiempo que saboreo el metálico sabor de la sangre. Siempre he envidiado su entereza, no entiendo cómo puede hablar o pensar en él sin sentir que la desgarran lentamente. Por eso sé que no soy tan fuerte como ella.

El agarre de Nath se acentúa, pero el calor que mana de éste no es capaz de sobrepasar la capa de hielo que se ha formado alrededor de mi corazón.

—Me gustaría ser tan fuerte como tú mamá—confieso a media voz.

—Oh, cariño. Lo eres, eres mucho más fuerte de lo que crees. Y tienes mucha más luz de la que muestras. Un día descubrirás la guerrera que hay en ti, y nada ni nadie podrá detenerte.

Fue mucho más difícil de lo que esperaba el despedirme de mamá; quería seguir escuchando su voz; ésta siempre ha logrado llenarme de una fe que no soy capaz de tener en mí misma. Al menos creo que logré tranquilizarla. No puedo decir lo mismo de mí.

Nath no aleja su mano, ni siquiera cuando dejo el auricular en su sitio y enfrento al resto, quienes permanecen en la isla, observándome. Debo ser un interesante caso clínico para ellos.

—¿Qué pasará ahora?—hago caso omiso del tono ronco de mi voz o de lo terrible que debo verme. Es lo menos que me importa en estos momentos.

—La mejor forma de proteger en estos casos es la ignorancia—es Adriel quien responde.

—¿No fue ese método el que causó todo este lío?—replico con escepticismo.

—Ese método te mantuvo protegida, a ti y a Eileen—no me pasa desapercibida la omisión de mi hermano. Frunzo los labios.

—¿Y cómo harán eso? ¿Pueden desaparecer la existencia de alguien de la memoria colectiva?—hay cierto tinte ácido en mi tono que no pretendo ocultar.

—Eres tú quien debe ocultar la conexión que tiene con Alanna—informa Zadkiel—. Si intervenimos es posible que no sea tan efectivo. El vínculo que tienen es el de las almas gemelas. Como su alma gemela—con cada palabra pronunciada el corazón golpea con más ímpetu dentro del pecho—eres la única que puede protegerla de aquellos que siguen el aroma de tu esencia.

Sorpresa, felicidad, confusión, miedo... todo se arremolina dentro de mí, creando una vorágine que amenaza la poca cordura que conservo.

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