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CAPÍTULO XX

El verdadero Coro... o algo así

Todos mis sistemas se detienen ante aquella acusación; no sé si es malintencionada, pero en definitiva ha logrado perforar cualquier resquicio de esperanza que pude haber albergado hasta ahora.

‹‹Esto es real. No estoy soñando. Jamás podría crear a un ser más letal que la daga más afilada del mundo, que con pocas palabras y voz fría es capaz de herir de muerte››.

No obstante, pasado el golpe de la impresión, algo recta desde las profundidades de mi ser; defensivo, corrosivo, hambriento.

—¿Cuál es tu maldito problema?—inquiero entre dientes. Mis palmas vuelven a cerrarse en puños sobre el regazo. Dalkiel se mantiene impávido—Si te molesta estar aquí y no haciendo lo que sea que se supone que haces, no es mi jodido problema. No creo que deba ser el objetivo de tu frustración, así que deja la mierda condescendiente conmigo.

Sé que he llegado a mi límite porque he soltado más de una palabra soez en menos de un minuto. En general trato de no ser grosera con nadie. Pero éste ya ha colmado mi paciencia, o quizás solo es la gota que ha causado la destrucción de la represa.

Puedo sentir la sorpresa y la expectación burbujeando en el aire. Sin embargo, solo puedo centrarme en los ojos entornados de Dalkiel y en cómo la oscuridad de estos parece danzar de nuevo, posiblemente por la ira. No lo sé. Lo único seguro es que me importa una mierda su reacción. Le sostengo la mirada con el mentón en alto, esperando que replique. Cuando lo hace, la idea de que es un instrumento hecho para matar se vuelve más real.

—Que creas que no eres mi maldito problema solo habla de lo poco que has comprendido hasta ahora—el dolor en la mandíbula por la presión que ejerzo en mis dientes se une a las punzadas incesantes de la cabeza—. Estoy aquí por ti. He tenido que soportar todo este tiempo entre mortales por ti. He tenido que convivir con celestiales por ti—la palabra ‹‹celestiales›› le sale en un siseo desdeñoso—. Eres mi maldito problema—repite, haciendo énfasis en cada palabra, lenta y significativamente.

Una emoción que no comprendo por estar envuelta en sombras densas y danzarinas, me deja sin habla, sin aire, sin la capacidad de racionalizar. Es la palmada de Olivier la que me enfoca lo suficiente como para no parecer perpleja.

—¡El encanto de Dalkiel saliendo a flote!—aunque su tono es jocoso, el brillo en sus ojos indica reproche y una emoción más oscura.

—No tiene que ver contigo, chao meum—se excusa Raamiel antes de lanzarle a Dalkiel una mirada mucho más oscura que le da Olivier—. Es mi culpa; sé lo que le hace estar alejado de sus mascotas y aun así lo traje conmigo.

Todos tienen los ojos en él, en Dalkiel, pero éste parece completamente ajeno al escrutinio, a la amenaza en la mirada de los demás. No aparta los ojos de mí, yo tampoco puedo apartar los míos de él, como si me hubiese encallado en esa oscuridad que se transforma con cada parpadeo que doy.

Por fortuna. Nath llega a mi rescate y me saca de aquel trance.

—Creo que ahora sí debes ir a dormir, Galadriel. Es demasiado tarde para que estés fuera de la cama y seguro que te hemos dado más información de la que puedes procesar en pocas horas. Lo último que necesitas es enfermarte.

—Nunca lo he hecho—mientras sale de mis labios en un hilo de voz, comprendo la magnitud de ese hecho.

‹‹Nunca me he enfermado. Ni el más mínimo resfriado. Nada››.

—¿Esa cosa volverá?—pregunto, dejando que Nath vea el miedo en mis ojos. No tiene sentido ocultarlo ahora.

—Los spectrum no son más que sombras; materializan anhelos, culpas, dolores... Una vez que los descubres ya no tienen poder. Además, estaremos aquí. Nada volverá a llegar a ti.

Sé que no debería sentir alivio ante su convicción, porque lo verdad es que no sé nada de ellos. No lo sabía antes, mucho menos ahora. Ni siquiera comprendo cómo es que no he estallado en un ataque de histeria, producido por la escena bajo la tormenta, aquella extraña energía fluyendo por mis venas, el desmayo, y todo lo que me han dicho. ‹‹Mi vida no ha sido más que una completa mentira››. Y a pesar de todo, confío en lo que Nath me dice. Quizás sea parte de lo que son capaces de hacer, ¿no?

Trago con fuerza; de pronto me ataca la necesidad de demostrar mi ignorancia acerca de todo este asunto.

—Yo no sé nada de espadas, ni de ángeles; no sé nada de guerras. Mucho menos tengo intención de involucrarme—las palabras me salen atropelladas, pero aun comprensibles.

Los ojos de Nath vuelven a ser compasivos y mi estómago se retuerce con la amenaza de las náuseas.

—Lamentablemente no es algo que le importe a aquellos que desean el poder del Ángel de la Muerte. Harán lo que sea para llegar a ti. Nunca te dejarán en paz.

Contraigo el estómago cuando siento la ascensión de la arcada; no me puedo permitir tal nivel de debilidad. No frente a ellos.

—Al menos que te enfrentes a ellos—repone Raamiel; la sonrisa colgada en su rostro empeora mi estado—, y te conviertas en lo que estás destinas a ser.

Mantener cierto nivel de deducción ante momentos confusos siempre ha sido uno de mis fuertes. Por ello Ali suele decir que en otra vida seguro fui una verdadera criatura élfica, nada que ver con el irracional proceder de los humanos. No dejo de pensar en algo que han estado diciendo desde que desperté.

—Todos son Essential—comienzo. Tomo un segundo para ordenar la idea lo mejor posible—, pero no forman parte del mismo grupo; si no todos vienen del mismo lugar, ¿entonces de dónde son? ¿Y por qué si son de bandos diferentes se han unido?—frunzo el ceño, a nadie en particular, es solo para demostrar un punto—Y no quiero una respuesta genérica, como que se unieron por mí.

No es una sorpresa que Raamiel deje salir su risa fácil y sensual. Le doy una mirada de labios apretados.

—Si fuese posible caer una segunda vez lo haría por ti chao meum, de eso no tengo dudas—ni la risa ni la burla logran ocultar la sombra de pesar que le cruza la mirada como una exhalación desesperada.

Acentúo las líneas entre mi entrecejo.

—Están los que siguen respondiendo a Deus—dice Nath, lo que evita que sigue tratando de comprender las palabras de Raamiel—, y aquellos que solo responden a Ashriel—mientras lo dice sus ojos van hasta el sofá en donde se ubican Olivier, Dalkiel y Raamiel.

—¿Y él no responde a Deus?—inquiero; la curiosidad y la confusión mezclándose en mi voz. Además de lo absurdo que me resulta hablar de Dios; asumir que hay un Dios.

—Lo que algunos olvidan con demasiada frecuencia—dice Zadkiel como quien confirma lo obvio. La miel de sus ojos no está en mí, sino en Raamiel, quien le devuelve una mirada aburrida.

—Es obvio que siguen siendo unos insoportables ‹‹hijos modelos››; siempre bajo la sombra de Él—hay demasiado desdén en ese último pronombre como para no darle importancia—. Sé que tenemos el tiempo de nuestro lado, pero, por favor, búsquense algo mejor que hacer que arrastrarse detrás de un ser que ni siquiera se molesta en dar la cara.

No cabe duda que estoy presenciando un verdadero conflicto ¿familiar?; no sabría cómo llamarlo, porque no estoy muy segura de cuál es la relación entre ellos. Antes que puedan darle libertad a mis nuevas dudas, Nath se adelanta.

—Aquí lo único obvio es que en la naturaleza de los serafines se encuentra el ser un insufrible imbécil—gira para mirar de Zadkiel a Raamiel, dejando muy claro a quién va dirigida la afilada punta. El primero solo arquea las cejas, en apariencia sorprendido; mientras el segundo se lleva una mano al pecho y abre la boca en una exagerada ‹‹Oh››. Nath no le da gran importancia a ninguno de los dos. Vuelve la atención a mí—. Mucho antes de la primera traición ya existían aquellos Essential que ‹‹habían caído››—el gesto de las comillas es grácil entre sus delicados dedos de jade blanco—para estar al servicio de Ashriel; una vez que entraban en su ejército no podían volver a la Ciudad Etérea.

›› Luego de ese evento, fueron muchos los exiliados. Entonces surgió un nuevo término, una forma de diferenciar a esos Essential de los que permanecían bajo la luz del Empíreo. Los primeros fueron llamados infernales; para los mortales ‹‹caídos››; mientras que los segundos conservaron su ‹‹divinidad››: los celestiales.

La mayoría de los exiliados terminaron siendo indultados por Ashriel y le juraron lealtad, del mismo modo que antes lo hicieron con Deus.

—Esa traición de la que hablas... —espero que vea en mis ojos la esperanza de que me contradiga o me detenga antes de decir una locura. No lo hace—¿Existe... el diablo es real?

La risa de Nath me confunde. Ladeo la cabeza, con la esperanza todavía calentando mi pecho. Sé que absurdo esperar lo contrario, porque no es posible que exista solo una cara de la moneda.

—Yo no lo llamaría así. Detesta ese nombre—la llama de la esperanza se extingue con la misma rapidez que encendió. Suelto el aire que había estado reteniendo.

—¿Qué pasó con los demás?—decido seguir, solo por mantenerme ocupada. Nath me mira sin responder, por lo que me explico—Dijiste que ‹‹la mayoría›› fueron indultados. ¿Qué pasó con el resto?

Algo muy parecido a la tristeza cruza sus facciones, pero es tan rápido que no puedo estar segura.

—Solo... se perdieron en sí mismos. Para nosotros es importante tener un objetivo, si se nos es arrebatado quedamos a la deriva. Dejar que el orgullo conquiste lo que eres te convierte en una criatura solitaria y te encierra en una oscuridad de la que pocas veces puedes escapar.

Aprieto los labios, pensando en el significado de esa afirmación. Por primera vez creo que Nath es mucho más viejo de lo que se observa en la delicadeza y dulzura de sus ángulos. Pero justo ahora no puedo analizar cada detalle de la información que se me está proporcionando; el palpitar en mi cerebelo, el bullir de mis pensamientos y la tensión entre mis costillas no me permite más que guardar para estudiar después.

Celestiales e infernales. Bien—mi voz no suena con la seguridad que quiero. Asiento, como si con eso pudiera llenarme de confianza—. Es evidente que existe un conflicto interno con eso de determinar quién es un mejor ‹‹Señor››, y quizás es por esto o por algo más, pero no se llevan bien; ¿por qué someterse a esto por ‹‹proteger›› a la hija de alguien que tampoco está dando la cara?—No oculto mi escepticismo ante la idea de la protección. Además, dejo salir mi mejor lado mordaz al usar las palabras de Raamiel de hace unos minutos. Por el rabillo del ojo noto que tiene los suyos clavados en mí.

Durante un largo e intenso minuto Nath no dice nada, solo se limita a observarme de esa forma que parecen compartir todos: como si supieran algo que yo no. Es molesto.

—Hemos aprendido que no todo es seguir órdenes. Y que cuando es necesario hay que romper las reglas y dejar conflictos absurdos de lado por un bien mayor—parpadeo, sin comprender a dónde quiere llegar—Hace mucho tiempo que te esperamos, Galadriel.

—¿Por qué? ¿Para qué?—mi voz es apenas un susurro.

—Eso es lo que queremos averiguar—en general no me molestan los enigmas, pero que yo sea el centro de éste es detestable.

El dolor ha llegado a un nivel insoportable; siento los ojos llenos de lágrimas. No quiero que crean que es signo de debilidad, o que estoy tan abrumada que no puedo contener el llanto.

—Es suficiente. Debes ir a descansar, Galadriel—como atraída por un imán dirijo la vista hasta Zadkiel; algo insondable nada en la miel de sus ojos, la cual está al menos dos tonos más oscura que de costumbre.

No tengo la fuerza para replicar. Pero antes de poder intentar levantarme de la silla que me ha sostenido Olivier se pone de pie con un entusiasmo que parece fuera de lugar, o lo sería, si él no fuera así siempre. Al menos lo que he visto estas últimas semanas.

—Creo que es importante que nos presentemos apropiadamente—seguro tengo la apariencia de alguien que está en cualquier parte menos en el presente, porque sonríe abiertamente y agrega—: has conocido la fachada de mortales corrientes—elevo las cejas. ‹‹No sé si alguien se atrevería a decir que son corrientes››. La sonrisa de Olivier se vuelve más luminosa, como si supiera lo que pasó por mi mente—, no lo que somos en realidad.

Negar que siento curiosidad por eso sería mentirme descaradamente. Así que me mantengo en mi asiento, esperando que continúe. Dudo que pueda ponerme de pie sin caer al suelo, incluso en mi posición siento cierto temblor en las rodillas.

Y nuevo, como si supiera lo que pasa en mi cuerpo más que yo misma, Olivier se acerca en seguros pasos y deja caer la rodilla izquierda al suelo de madera, a pocos centímetros de mí. Nadie dice o hace nada.

Mientras proceso lo que pasa, estira la mano derecha hasta el puño derecho que mantengo en mi regazo; con una facilidad, producto de mi perplejidad, abre los dedos y lleva el dorso hasta sus labios, dejando un casto beso en éste, sin apartar sus felinos ojos de los míos.

Su tacto ya no me resulta tan chocante como antes, sin embargo, entreabro los labios ante la corriente de energía que cruza mis sistemas ante el mismo. Sé que ha sido adrede cuando veo la sonrisa maliciosa y pícara que me da.

—Olivier—dice, haciéndose eco de la sonrisa que curva sus labios. Mantiene nuestras manos unidas cerca de sus labios, por lo que el aliento cálido causa un sutil hormigueo en mi piel fría. Trago con fuerza—. Antiguo miembro del Octavo Coro. Ahora general del segundo batallón del Ejército de Caídos. Mi campo son las decisiones difíciles y las encrucijadas—guiña un ojo, y por un momento absurdo espero que sus pestañas dejen largas líneas de polvo oscuro sobre sus pómulos—. A tu servicio, princesa.

El latido de mi corazón se sobrepone a todo el lío que llevo dentro. No estoy segura de por qué me siento tan sobrecogida.

En un parpadeo, Olivier deja mi mano, se levanta con una gracilidad irreal y le da paso a alguien más. Raamiel no me da espacio para rechazar su agarre o cercanía. Sigue los pasos de Olivier con la misma naturalidad de éste, como si estuvieran acostumbrados a tales actos.

Quedo atrapada en la oscuridad de sus ojos, la misma que brilla con diversión y algo más que prefiero no entender. Contengo la respiración cuando se lleva la mano hasta los labios; quiero creer que es porque la inesperada energía que golpea mis sentidos me aturde a niveles insospechados, se siente como una ola de noche en la que titilan pequeños puntos de luz iridiscentes. Después de todo, el tacto de Olivier todavía hace eco en mi interior, y ahora...

—Raamiel—intento no pensar en la profundidad de su voz o en la intensidad con la que me mira—. Duque infernal y general del Ejército de Caídos. Juez de las almas en el Purgatorio—al estar tan absorta en la presentación no me percato que se ha inclinado hacia adelante hasta que su aliento roza mi perplejo rostro. Me tenso, pero no encuentro la fuerza para alejarme o empujarlo. A esta distancia sus ojos parecen la noche misma, en medio de un desierto—. Pero los títulos que me producen verdadero placer son—mientras habla comprendo que el aroma embriagador que percibí en la habitación proviene de él. Mis entrañas se retuercen con furia incluso antes de que termine de hablar—: Guardián y futuro consorte de la Princesa Oscura.

‹‹¿Qué? ¿Está hablando de...? ¿Qué?››

Los pulmones comienzan a gritarme cuando dejo de enviarles oxígeno. Cierro los ojos ante las manchas que aparecen en mi visión. Creo que me tambaleo en la silla, evito el suelo gracias a que alguien me toma de un brazo y me mantiene en el sitio. Vuelvo a respirar, con dificultad, cuando la voz de Zadkiel se escabulle entre las sombras que nublan mi mente.

—Continuemos. Y tratemos de evitar comentarios estúpidos—gracias a la dureza de su tono creo ver la expresión circunspecta de su rostro.

Me pierdo el momento en el que Raamiel se aleja. Pero el alivio por su ausencia es apenas un suspiro. Como si mi cuerpo reaccionara a su sola voz; cuando Dalkiel habla, la tensión se aprieta en nudos dolorosos por cada uno de mis músculos. No obstante, soy capaz de dirigir mis ojos hacia él y sostener la inexpresividad patentada de éste.

Al menos se mantiene en el sofá, lo suficientemente lejos de mí como para no verme envuelta en esa energía que los envuelve de forma tan particular. La curiosidad no me llega hasta allá.

—General del primer batallón de caídos. Guardián del Purgatorio. Guía en la oscuridad y la quietud de la muerte.

Sé que me le quedo viendo más de la cuenta, que debería apartar la mirada, pero... ¿Por qué la euforia mezclada con expectación? ¿Por qué la oscuridad en mi interior se estira y retuerce como si quisiera acercarse a él?

Adriel me salva de una respuesta que no deseo escuchar. Ocupa el lugar que antes ocuparon Olivier y Raamiel, con la misma gracilidad de estos, aunque con menos grandilocuencia. No es que la necesite de todas formas.

Comienzo a comprender las sutiles diferencias entre ellos; la energía de los primeros, aunque intensas, son más fáciles de asimilar, como si fueran afines a la mía; mientras que la de Adriel es más densa, más lejana e inhóspita. Extraño, teniendo en cuenta que Nath forma parte de su grupo.

No se lleva mi mano a los labios; la sostiene entre la suya, sobre la rodilla flexionada.

Potestad; miembro del Sexto Coro. Soy un puente entre el Purgatorio y el Empíreo. Y fiel creyente de que la justicia está por encima de cualquier cosa en la existencia—finalmente lleva mi mano hasta sus labios, en donde dejar caer el susurro de un beso.

Ya sea por todo lo que está entrando en mi cerebro o por algo más que no puedo comprender; un escalofrío me recorre la columna, hasta llegar en sutiles olas hasta mis extremidades. No soy capaz de devolverle la sonrisa.

La tensión recula considerablemente cuando Nath deja la silla y también se arrodilla delante de mí. Su tacto es una brisa de verano. Su sonrisa un rayo de sol en medio de una ventisca de invierno, deslumbrando el mundo. Ahora tiene sentido lo hermoso que es.

—Nathanael—la comisura de mis labios se curva de forma espontánea. ‹‹Por supuesto. El nombre de un ángel. Todos tienen nombres angelicales. Debí verlo antes››—. Soy un guía para los mortales; intento que comprendan que cada acción tiene una reacción y que cada sueño es tan fuerte como deseen que sea. Otorgo fuerza y claridad a quien se lo gana—sigo el movimiento que hace cuando eleva nuestras manos unidas y sus labios rozan el dorso de mi mano. Es un gesto que siento más allá de lo físico. Sus ojos de pedernal refulgen cuando agrega—: Siempre estaré de tu lado, princesa.

Sus palabras son las únicas que dejo calar en mí. Quizás no sea lo correcto, quizás lo correcto es que desconfíe de todos y todo, pero no puedo resistirme a la honestidad que ilumina su piel de jade.

Cuando se levanta, casi le pido que no se aleje. Pero sé que queda una presentación más. De inmediato la tensión se reanuda, con la furia de quien ha sido contenido contra su voluntad. Parpadeo para alejar la bruma. Excepto que la bruma llega envuelta en miel, oscuridad y llovizna primaveral. Una combinación desconcertante y extraña.

Verlo de rodilla anega mi interior de una fuerte sensación de déjà vu que me hace entreabrir los labios, como si realmente me estuviese ahogando en el momento. No intenta tomar mi mano y lo agradezco. Sus ojos vuelven a ser de miel pura y cálida.

—Formo parte del Primer Coro—escucho su voz como si viniera del fondo de un fuego antiguo e insaciable. Los vellos de mis antebrazos se erizan—. Soy guardián del karma y de la Llama de Deus, uno de los tres Instrumentos Celestiales —no oculto la sorpresa que esto me produce. ‹‹¿Eso significa que está al nivel de... de él?››. De pronto, un peculiar brillo violáceo aletea en sus ojos, como una ilusión óptica, producto de la tormenta que sigue corriendo afuera—Estaré a tu lado todo el tiempo que así lo requieras.

No me está tocando y puedo sentir cada terminación nerviosa que poseo bullendo con una efervescencia poco sana. Mis costillas duelen, no por los hilos que las aprisionan, sino por el desaforado latir de mi corazón.

‹‹Estaré a tu lado todo el tiempo que así lo requieras››.

Me llevo una mano a la frente con la intención de evitar que me explote. Demasiadas emociones, demasiada información sin procesar, demasiadas omisiones, demasiados sentimientos encontrados.

Un quejido pasa a través del zumbido en mis oídos; tardo varios segundos en comprender que soy yo quien lo emite.

—Vamos—las suaves, pero firmes manos de Nath me ayudan a ponerme en pie—. Es suficiente de presentaciones. No me perdonaré si enfermas bajo mi cuidado.

Dejo caer mi peso en su costado, entre sus brazos. Él evita que me desplome. Las sombras comienzan a ganar terreno desde el borde de mi visión. Solo quiero llegar a mi habitación y envolverme en mis sábanas. Sin embargo, cuando estamos cerca de la puerta recuerdo algo, así que veo por encima del hombro y pregunto con los ojos entornados:

—¿Quién cambió mi ropa?—sé que es una tontería si lo comparamos con todo lo demás, pero no podré dormir si... La sonrisa perversa de Raamiel detiene cualquier función que pueda tener.

Aprieto los dientes mientras llevo a mis ojos todo el caos que se arremolina en mi interior. Un único pensamiento ilumina todo: ‹‹Voy a borrarle la sonrisa para siempre››.

Excepto que Nath interviene de forma oportuna, de nuevo. Aprieta su agarre en mi cintura, llamando mi atención.

—Yo lo hice—asegura con la vista al frente—. Y te aseguro que mi única intención era que estuvieras cómoda. Lamentablemente...

—Es mi ropa—lo interrumpe el idiota, al que sigo observando con la misma intención de antes. La idea de hacerle daño se acrecienta cuando su sonrisa se vuelve más provocadora y maliciosa—. Mi habitación. Mi cama. Mis sábanas.

Nath me quita la oportunidad de replicar o de adelantarme y golpear al idiota hasta que me duelan los nudillos.

Antes de darme cuenta estamos dentro del apartamento que comparto con Ali. Está igual que cuando lo abandoné hace unas horas, como si no hubiera creído ver a mi hermano, como si no hubiese sido atacada, como si no hubiesen lanzado una bomba atómica a mi vida en una madrugada tormentosa.

Estoy tan metida en mi propia oscuridad que no me molesto analizar cómo entramos al apartamento. Tampoco me opongo cuando Naht me guía hacia mi propia habitación y me mete entre las sábanas. Pasa una mano por mi ya seco cabello, llevándolo hacia atrás, despejando mi rostro; la caricia se siente como el beso de hace un rato: más allá de lo físico.

—Descansa, Galadriel.

Los relámpagos que siguen surcando la noche me permiten seguir sus pasos hasta la puerta que dejó entreabierta. Antes que pueda salir por ésta dejo que las palabras salgan:

—¿Por qué?

La blanquecina luz de afuera choca contra la oscuridad de su mirada como si se encontrara con un espejo reflector. No parece necesitar una explicación.

—Porque quizás ya es hora de que las cosas cambien. Porque por primera vez tengo el deseo de compartir mi tiempo, sin ataduras ni compromisos que no comprendo. Porque eres tú.

Y así, sin más, me deja en la penumbra de mi habitación.

Contra todo pronóstico no me siento sola ni tan temerosa como debería, porque sé que él cumplirá su palabra.




 Gané esto por esas últimas palabras de Nath hacia Galadriel. Las palabras de un ángel guardián a su princesa. 😍💓
(Gracias a editorialsol2022)

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