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CAPÍTULO XVIII

Objetivo revelado 

 La última vez que experimenté este sentimiento de liberación fue hace cinco años.

Era Navidad, habían pasado dos meses del accidente. Mamá intentaba con todas sus fuerzas permanecer entera y seguir las fiestas lo más normal posible —por mí, decía ella—. Yo no pude; las luces, las decoraciones, los regalos, las risas... se sentían como dagas que traspasaban más que solo músculo.

Mientras en la sala se daba una reunión habitual de las fechas decembrina, con amigos y familia, yo me escabullí hacia arriba, a una habitación que nunca más sería ocupada. No había entrado allí desde su cumpleaños.

Su aroma me golpeó con más fuerzas que la ‹‹normalidad›› de la reunión; seguía impregnado en cada rincón de la habitación, como si se negara a irse del todo. Entreabrí los labios por la impresión. Como halada por la energía que se adhería al aire, fui hasta su cama y me acurruqué junto a su peluche de Harry Potter.

Las lágrimas se sentían calientes contra mi piel, la cual, las últimas semanas, había ido bajando y bajando su temperatura habitual, como si quisiera dejar de sentir, como si exteriorizara lo que pensaba: Quería dejar de sentir, alejar el dolor, que el vacío latente desapareciera.

No sé cuánto tiempo estuve así, entre sus pertenencias. Tampoco recuerdo mucho de lo que pasó mientras estuve ahí. Lo único que logra pasar la bruma de frío, viento y sombras es la expresión de Alanna cuando abrió la puerta de la habitación. Lo primero que emergió a la superficie de su mirada aguamarina fue miedo, seguido de preocupación, para finalmente terminar en un dolor consonante con el mío.

Nunca he podido alejar esa mirada de miedo, casi terror de mi mente. Mi soulmate jamás me había visto así. Pero esa noche sí; lo que sea que vio en mi rostro despertó sus instintos.

Y ahora... ahora vuelvo a sentir la misma bruma de entonces. Solo soy consciente a medias, como si la tormenta hubiera creado una crisálida a mi alrededor que me aleja de la realidad o el control total de mis acciones.

Ya no hay temblor, ni respiración agitada; tampoco siento el corte impetuoso del agua y el viento. Los pensamientos también se han detenido. No hay más que una calma fría y el crepitar de una energía oscura que eriza los vellos de mi cuerpo.

Princesa—esa voz... mis cejas casi se tocan cuando contraigo el rostro ‹‹¿Por qué sigue diciéndome así?››—Gala, debes calmarte—parece preocupado. ‹‹¿Es por mí?››

Por alguna extraña razón esa posibilidad me hace sonreír. No es mi sonrisa. Del mismo modo que esta calma que me hiela la sangre me es ajena.

Me parece que me muevo, que camino hasta la sombra que sigue sosteniendo a... al pequeño. Algo cálido roza mi brazo derecho, pero queda atrás. Cuando cierro mi mano derecha en la muñeca de la sombra soy capaz de enfocar su rostro. El idiota de Duke. Cualquier emoción que pueda cruzar la capa de hielo que recubre mi interior es diluida por el torrencial.

El brillo de los relámpagos convierte sus facciones cinceladas en verdaderas líneas extraordinarias, afectadas por una ira que destella ambarina en sus ojos. Un pensamiento se abre paso a la superficie, como el eco de un grito: ‹‹No es humano››.

—Suéltalo—tardo unos cuantos segundos en comprender que la orden ha salido de mí.

Chao, esto no es tu hermano—repite con una mezcla de rabia y apremio.

Veo hacia el niño que tiene entre su mano, como si no fuera más que una tira de papel. Es Lucas, pero... aparto los ojos y vuelvo a Duke.

No sé por qué lo hago, porque el miedo inicial porque le hiciera daño a mi pequeño príncipe celestial ya no está. Pero aprieto mi agarre en su muñeca y empujo el crepitar de la energía oscura hacia mi palma, en donde cosquillea y se convierte en hilos de arenilla negra que serpentean por su antebrazo y ante una orden silenciosa se cierran en su piel. Se convierten en conductores de la caótica energía que bulle en mi interior.

Escucho un golpe seco a mi derecha, cuando la corriente hace que Duke abra la mano y retrocede un paso. No puede ir más lejos, porque sigo sosteniendo su muñeca. Un relámpago me permite ver el asombro incrédulo en sus perfectas facciones inhumanas. Y de nuevo, mis comisuras se curvan en una sonrisa que no es mía.

Como si la tormenta me susurrara al oído o quisiera protegerme, percibo un movimiento detrás de mí. Un instinto intrínseco que no tenía idea que poseía se mueve antes que sea capaz de racionalizar cualquier acción.

Sin dejar de observar a Duke, llevo la mano izquierda hacia atrás, con la palma en la misma dirección. Por segunda vez empujo el crepitar hacia mis dedos, y por segunda vez siento cómo se convierte en hilos de arenilla negra que impactan contra algo sólido. Algo que emite un sonido ahogado.

Los ojos, antes pozos oscuros, de Duke; son dos llamas ambarinas en medio de la tormenta. Llamas que parecen querer envolverme. Ladeo la cabeza, divertida por lo que percibo. Si quiere intentarlo, estoy dispuesta a...

Galadriel—cada célula de mi cuerpo se tensa ante aquella voz, como si la mención de mi nombre fuese una cadena de hierro envuelta por un fuego eterno, que busca aprisionarme—. Es suficiente.

Trago con fuerza, furiosa por la orden. Furiosa porque no puedo contradecirlo. Mi pecho sube y baja con fuerza debido al fútil intento por librarme de aquella voz. Giro el rostro hacia la derecha, con una calma que no siento ni por asomo.

Zadkiel.

La miel de sus ojos parece más clara que nunca, como si el agua estuviera limpiando cualquier impureza en ésta. Hay algo más. Un delgado círculo violáceo enmarca sus irises como el inicio de un fuego que no parará hasta arrasar todo a su paso. Contengo la sensación de déjà vu me recorre la piel ante su visión.

Parpadeo, confundida por la abrumadora sensación, en el momento que él se inclina hacia el niño arrodillado en la acera, con la cabeza gacha y el cabello como una cascada de agua oscura. Posa una mano en la nuca de aquel, y con una brusquedad alarmante lo pone en pie. El grito del niño queda ahogado entre el rugir de la tormenta y la orden de Zadkiel.

—¡Muéstrate!

Por instinto suelto la muñeca de Duke y doy un paso hacia la brutalidad de Zadkiel. Pero quedo a medio paso cuando aquel que creí era mi hermano levanta el rostro. ‹‹¿A dónde ha ido el rostro de mi príncipe celestial?››

Lo que me devuelve la vista —si puede usarse ese término— es una masa amorfa de una horrible tonalidad grisácea. De hecho, ya no hay ni un ápice de piel escarchada en ese cuerpo que sostiene Zadkiel. Podría jurar que ni siquiera hay vida ahí, pero sigue emitiendo un sonido lastimero, como si el tacto de Zadkiel fuese ácido contra su piel.

Las náuseas me golpean y resquebrajan la crisálida que me había apartado durante los últimos minutos. El agua, el viento, el frío, la oscuridad... todo se sobrepone sin control y me arranca el aire de los pulmones.

Unas manos cálidas, suaves y reconfortantes me sostienen antes de terminar en el asfalto. Me siento pesada; la crepitante energía de antes parece haber vuelto a las profundidades, dejándome vacía. No, no vacía; el dolor pulsa por todo mi cuerpo.

—Descansa princesa. Te cuidaremos—susurra cerca de mi oreja izquierda. Su aliento es tan cálido como su tacto.

‹‹¿Por qué sigue llamándome princesa?››

‹‹Eres demasiado débil››

El desdén helado de mi conciencia es lo que me acompaña a la nada en la que caigo. Estoy agotada. Todo duele. Demasiado.

Cuando vuelvo en sí decido dejar la inspección al resto de mis sentidos. No abro los ojos.

Lo primero que percibo es que el agua no corta mi piel y el rugido del viento ya no llena mis tímpanos. Estoy sobre una superficie blanda, suave y agradablemente cálida. Un contraste con lo helada que sigue estando mi piel.

Siento el cabello húmedo, pero nada más. Respiro hondo, para llevar a mis pulmones el aroma que se respira en el aire; es embriagador. No es la primera vez que lo percibo. Justo esto es lo que me hace abrir los ojos.

No estoy en mi habitación.

‹‹¿No fue una simple pesadilla?››

Aun en la penumbra logro observar ciertos detalles: la cama en la que estoy es mucho más grande que la mía; las sábanas son de algún tipo de seda oscura. El mobiliario es asimétrico, pero de una elegancia exagerada; innecesario en un campus. ‹‹¿Quién necesita tanto lujo para estudiar?››.

Una idea comienza a emerger del lío que tengo dentro, pero la detiene el murmullo de varias voces hablando a la misma vez. Me levanto con tanta prisa de la cama que un leve mareo me envía de vuelta a ésta. Aprieto los ojos, mientras inhalo y exhalo tres veces.

El murmullo viene de afuera, más allá de la puerta cerrada de la habitación. Una habitación que no es mía.

Vuelvo a levantarme. Antes de dar un paso, veo hacia abajo y dejo salir el aire de golpe.

‹‹¿De quién demonios es esta ropa? ¡¿Quién demonios se atrevió a...?!››

‹‹Hay cosas más importantes, Galadriel››

‹‹¿Más importante que alguien tocándome mientras estaba inconsciente?››

La respuesta llega casi en un grito de desdén.

‹‹¡Sí! ¿O acaso has olvidado que el Coro evitó que nos derritieran el rostro, porque eres lo suficientemente estúpida como para caer en una trampa tan ridícula como en la que caíste?››

Abro la boca, furiosa y ofendida. Pero no replico, porque las imágenes comienzan a destellar en mi mente, desorientándome: el torrencial, Lucas en la oscuridad, el vacío de sus preciosos ojos, las sombras que se materializaron de pronto, los gritos, los hilos de arenilla negra... ‹‹Realmente no fue una pesadilla››.

‹‹Están ahí afuera. Nos deben una explicación››.

Y como si ella tomara el control de mis extremidades, comienzo a caminar hacia la puerta cerrada, en busca de respuestas que no estoy segura de querer escuchar.

Presto poca atención a mi entorno, lo único que me guía es el murmullo de sus voces; parecen estar discutiendo. Mientras más me acerco a la sala, las palabras más cobran sentido —bueno... no es que comprenda de qué hablan, pero al menos distingo algo—. Hablan sin ningún orden, por lo que sus voces chocan entre sí, haciendo difícil saber cuál es cuál.

—Hemos perdido demasiado tiempo aquí.

—No podemos protegerla con tantos de ellos alrededor.

—Ya la han encontrado y no hará más que empeorar.

—¿Empeorar? Diría que una tormenta como esta ya es lo peor que nos puede pasar. Es como si hubiese gritado a los cuatro vientos en dónde está.

—No es su culpa. No sabe lo que hace.

—Yo creo que sabe muy bien lo que hace.

—¿Insinúas que quiere convertir el mundo en un pozo de agua helada y viento cortante? Eso es absurdo.

—Absurdo es que hayamos dejado que esto avanzara hasta este punto. Tenemos que...

—Ha despertado.

La convicción de esa afirmación es un latigazo de tensión que me recorre el cuerpo por completo. No me detengo a pensar en cómo lo supo —si estaba pegada a la pared, oculta por las sombras del pasillo, casi sin respirar para no alertarlos de mi presencia—, ni mucho menos en la familiaridad de esa voz inexpresiva; un tempano de hielo tendría más más emoción si pudiera hablar.

Doy un paso al frente, lejos de la penumbra, en el momento que Nath rodea uno de los sillones de la sala —el único espacio iluminado del apartamento. Un apartamento que en definitiva es más amplio y lujoso que el que comparto con Ali—, con la intención de acercarse a mí.

La cautela en mi rostro debe ser como una máscara extravagante y llamativa, porque éste se detiene a dos pasos de donde estoy. Por un momento creo visualizar dolor en sus lindos ojos de pedernal. Aparto tal idea, porque no quiero sentir ningún tipo de compasión por ellos en estos momentos. Ni siquiera por el dulce Nath.

—Todo está bien, Gala—su tono es un nivel más bajo de lo normal, como si estuviera tratando con un animal salvaje, que podría alterarse ante cualquier movimiento brusco.

Entorno los ojos, mientras mis labios se vuelven una línea fina y rígida.

—¿Todo está bien? ¿Qué significa eso?—Suelto con mordacidad. Nath parece no inmutarse.

Señala hacia el sofá a su lado, en donde supongo había estado sentado.

—Siéntate, por favor. Debes estar cansada.

Así es, pero eso es algo que no admitiré en voz alta, no ante ellos. Paseo la mirada por la iluminada sala y compruebo que los seis están aquí, como si no hubieran estado junto a mí bajo la lluvia. Nada de fuego en los ojos ni criaturas sin rostros y piel gris.

Prin... —Nath se corrige en cuanto vuelvo la mirada a él—Gala. Por favor. No te haremos daño—vuelve a señalar hacia el sofá.

‹‹No. Claro que no››

Ni idea de dónde mi conciencia saca tanta seguridad, pero decido que es mejor que el miedo y la confusión que pugnan por salir.

—Estoy bien así—digo. Ignoro el hecho que todos tienen sus ojos en mí, y que la tensión y algo más comienzan a pasarme factura. Un molesto temblor va en crescendo desde mis rodillas hasta la punta de los dedos de las manos.

Como si fuera una pieza de domino, en fila con otras; en el momento que un relámpago entra a través de los ventanales con las cortinas corridas, mis rodillas seden, Nath se apresura a evitar la caída y percibo movimiento por el rabillo del ojo izquierdo.

—Estás sobrecargada—dice Nath mientras me deposita en el sofá azul cobalto, justo al lado de Zadkiel. Hago un esfuerzo en no resollar; no quiero demostrar más debilidad—. Necesitas descansar.

—Lo que necesita es apagar la sirena o terminaremos en medio de un ejército de...

—Cállate, Dalkiel—Doy un respingo ante la orden de Zadkiel. El rubio de ojos oscuros, sentado en el otro sofá, frente al que ocupo; no dice nada más, pero la negrura de sus ojos parece despertar como una llama densa y sofocante.

Dalkiel.

El nombre deja un regusto extraño en mi interior. Me estoy perdiendo de algo importante, pero no sé qué es. Y la duda queda opacada cuando percibo cómo una mano se acerca a mi rostro, desde la izquierda. Zadkiel. Éste se detiene a escasos centímetros —tan escasos que soy capaz de sentir una onda de energía abrasadora que se mete bajo mi piel—; quizás debido a que me eché hacia un lado, evitando su tacto.

—¿Te duele?—Pregunta mientras deja caer la mano a su costado. No alcanzo a sentirme mal por rechazarlo así, porque no comprendo qué quiere decir—En donde te tocó; tienes su marca todavía.

Llevo los dedos a mis mejillas, recordando el ardor que sentí cuando... aquello posó sus manos en mi rostro. Y aunque en ese momento sentí que mi piel se derretía, ahora no siento más que un frío reparador, como un escudo que me protege del mundo.

—¿Qué, y a mí nadie me preguntará por mis marcas?—Aunque suena dolido, cuando dirijo la vista hacia Duke, éste me devuelve una de sus sonrisas maliciosas y provocativas. Dejo caer las manos en el momento que él levanta su brazo derecho, en donde delgadas líneas rojizas surcan la piel bronceada, como hilos...— Sigo comprobando que eres una persona violenta, chao meum—mueve la cabeza de un lado a otro, en apariencia indignado—. Es de muy mala educación pagar la ayuda de esta forma.

Mi rostro se contrae entre la confusión y la incredulidad.

‹‹¿Yo hice eso? ¿Yo...?››

‹‹Él se lo buscó››

—Ya déjala en paz, Raamiel—el tono de Zadkiel es igual que antes. Aunque a diferencia del rubio, el idiota se hace el desentendido.

‹‹Y siguen apareciendo nombres extraños... ¿Raamiel?››

—Está bien—dice Duke/Raamiel, restándole importancia al asunto con un gesto de la mano. Se inclina hacia adelante, como si me contara un secreto, aunque hay una mesa de por medio y todos pueden escuchar a la perfección—. Me gustas, chao meum. Puedes hacerme lo que te plazca y lo aceptaré.

Parpadeo, sin saber qué decir. De pronto, una nueva onda me recorre la piel, más abrasadora, con la clara intención de causar daño. Algo me dice que no está dirigida a mí. Raamiel aparta sus ojos de mí para clavarlos en Zadkiel, quien parece mucho más tenso que yo, si eso es posible.

—¿Quiénes son ustedes?—Inquiero a media voz—¿Qué era esa cosa? ¿Qué hago aquí?

Ninguno dice nada por lo que me parecen minutos, hasta que Adriel, al otro lado de Zadkiel interviene, con un tono cansado.

—Supongo que no tiene sentido seguir ocultándonos.

—Ya están aquí—agrega Olivier, sentado a la derecha de Raamiel. Éste último está molestamente relajado. Frunzo el ceño en su dirección. Olivier mueve la barbilla a un lado, señalando el ventanal o lo que está más allá de éste—. Y es evidente que ha despertado.

Vuelven a guardar silencio. Paseo la mirada por cada uno, y por un momento estoy segura que estoy en un museo que expone esculturas hiperrealistas, hechas de mármol, alabastro y algún tipo de cristal capaz de guardar fuego en su interior.

Intento calmar el avance acelerado de mi corazón, pero mientras más tiempo permanezco entre ellos más cargada me siento, como si yo fuera algún tipo de contenedor que atrae energía y que no sabe cuándo parar.

Cuando mi respiración comienza a llenar el silencio, Nath posa una mano en mi hombro derecho, en un gesto que podría pasar por natural, pero que en definitiva tiene un trasfondo significativo. Ahora estoy segura de ello. Mientras habla, esa energía sosegada que emana acaricia la tensión de mis músculos, hasta que afloja los nudos. Aunque la respuesta que da es...

—Somos Essential. Lo que te atacó era un spectrum, una sombra del Averno. Estamos aquí por ti, para protegerte.

Cualquier momento de calma que su tacto pudo darme se evapora a medida que pronuncia cada palabra.

‹‹¡¿De qué demonios está hablando?!›› 

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