CAPÍTULO XV
Más allá de la tormenta
En general soy alguien más paciente; sacarme de quicio requiere un esfuerzo extraordinario —excepto con ciertos chicos que han terminado en mi camino últimamente—. Y lo llevo al extremo cuando se trata de quienes amo, pero... ¡Ya no puedo más! Alanna va a volverme loca.
Ha pasado toda la mañana y lo que llevamos de tarde de aquí para allá, y de allá para acá. En cualquier momento deja caer la laptop o termina ella misma en el suelo del apartamento de tantas vueltas que ha dado.
Cualquiera diría que es ella quien se enfrentará al equipo visitante en el juego de Polo al que Nath nos invitó.
—Alanna Camille Fernández Claudel. Basta—mi tono es lo suficientemente calmado como para llamar su atención. Me mira con los ojos muy abiertos desde el pequeño sillón en el que acaba de sentarse, cuando cinco minutos antes lo había hecho en la isla de la cocina—. Redacto un ensayo acerca del trastorno de personalidad múltiple y me preocupa ver ciertas similitudes con lo que pasa en mi mente en estos momentos—mueve ligeramente las cejas, confundida. Suspiro al tiempo que entorno los ojos—. Una voz me dice que te encierre en tu habitación, otra que te mande fuera de una buena vez, y hay otra que se pregunta cuál es la razón por la que pules el suelo del apartamento.
La comprensión llega a sus ojos cristalinos, mientras un sutil rubor aparece en sus mejillas.
—No logro concentrarme—admite a media voz.
—Lo noté—suavizo la mirada. Molestarme por esta actitud de Ali no tiene sentido, ella siempre ha sido así y seguro siempre lo será: creando mega expectativas acerca de chicos atractivos—. ¿Por qué no vas a alistarte para el juego? Ya casi es la hora—veo la objeción en las líneas de su rostro— Ali, seguro no has terminado ni un trabajo hasta ahora. Ya no lo harás. Ve y cámbiate.
Resopla, pero la sonrisa la delata.
—A veces no te soporto.
—Lo sé—le doy una sonrisa completa.
—No tardes mucho—dice mientras se levanta y comienza a caminar a su habitación—, también debes cambiarte.
—¿Qué tiene de malo lo que llevo?—Oculto la broma detrás de una expresión de confusión.
Consigo lo esperado, que se gire y me dé una mirada de ¿es broma?
—Todo. No saldrás así—no hay cabida para la objeción en su voz. De hecho, no dice nada más. Vuelve a girar y reanuda los pasos.
Río por lo bajo. No tendría problema en salir con mi jersey de Cazadores de sombras, el short de jean desgatado y el cabello agarrado de cualquier forma. Pero a Ali le daría un infarto si hiciera algo así.
***
—¿Qué?—Pregunta Alanna al descubrirme mirándola por segunda vez.
Sonrío con inocencia.
—Es solo que me sigue asombrando cómo terminas encontrando vestuario para cada ocasión—confieso con la admiración colándose en las palabras.
Se ve hermosa, con el jean negro ajustado, camisa Tommy blanca que realza sus curvas; sobre ésta una chaqueta azul marino tipo americana y para complementar unas botas altas. Es como ver a un jinete con mucho estilo.
Yo opté por algo sencillo y cómodo, como siempre. Suéter cuello tortuga oscuro, overol de jean holgado, botas beige y una cola de caballo.
—Es una habilidad—responde con su sonrisa más deslumbrante. Se la devuelvo. Entrelaza su brazo derecho con mi brazo izquierdo y seguimos caminando hacia el campo de Polo, un poco más allá del edificio deportivo—. Del mismo que tú tienes una habilidad para verte irreal aunque no te esfuerces—revoleo los ojos por pura costumbre, lo que le causa gracia, como de costumbre.
El buen humor va muriendo mientras más nos acercamos al campo. Aunque hoy no hay lluvia, las sombras siguen cubriendo el cielo. La ansiedad hace su jugada y lleva un frío molesto a mis rodillas, como si me dijera corre o muere.
A veces hay que hacerle caso a las señales del cuerpo.
Cruzando el túnel de madera que lleva al establo, al campo de Polo y Equitación; iluminado gracias a las ventanas dispuestas cada tanto en ambos lados del mismo. Nos topamos con un verdadero jinete y su caballo, un descomunal semental negro alquitrán; como si la vida me estuviera gritando algo que me niego a ver.
El impresionante animal enloquece apenas percibe mi presencia. El sonido de sus relinchos reverbera en el túnel y se mete debajo de mi piel, hasta que hace vibrar mis huesos. Por un breve momento creo escuchar una voz mezclada en el ensordecedor sonido: ‹‹¿Qué eres?... no eres como ellos... eres un monstruo...››.
Ali me arrastra a la pared izquierda, colando un brazo protector frente a mí. Pero ambas sabemos que no podríamos hacer mucho contra un semental de ese tamaño y poder.
Hago algo que no debí hacer: dirijo la vista a los ojos oscuros del animal. Entre mi propio miedo y confusión, soy capaz de ver el profundo terror en la negra mirada del caballo, terror que crea vibraciones en sus poderosos músculos, al tiempo que patea el suelo de madera y se agita en la rienda que sujeta con ímpetu el chico a su lado.
Las facciones del jinete se desfiguran en una mezcla de asombro, perplejidad y miedo. Hay mucho miedo en este túnel. Los latidos de mi corazón luchan contra la desesperación del semental por salir corriendo y la de su jinete por controlarlo. Las superficies de madera parecen contraerse y encerrarnos más.
—¡SR. DARK! ¡ES SUFICIENTE! ¡QUIETO, CHICO!—Vocifera el chico, con tanta autoridad como lo permite la situación. Es evidente que no es un comportamiento normal en el caballo.
Si no salgo de aquí el Sr. Dark terminará por ceder todo el control al terror que se refleja en el vacío universal de sus ojos y acabará con aquello que lo ha puesto en tal estado de alteración. Yo. Así que me arrastro a un lado, lejos del brazo de Ali —quien está tan aterrada y perpleja como el jinete—, y corro lejos del túnel, dejando atrás al pobre chico que intenta calmar al semental enloquecido por mi presencia.
‹‹Porque fue por mí. Sé que fue por mí››.
Los ecos de sus relinchos, y lo que creí oír, me persiguen hasta más allá del arco del túnel, mucho más allá.
—¡Galadriel, espera!—El pedido de Ali llega a través del bullicio que hay en mi interior: corazón, tímpanos, respiración, sangre... todo zumba, palpita, aúlla. Seguro no es la primera vez que me llama—Gali. Por favor.
Dejo de huir. El pecho sube y baja con una fuerza demoledora. Mi mirada debe ser un reflejo de éste: frenética, sin ningún tipo de control.
‹‹Eres débil››. Es un rugido de puro desdén.
—No puedo entrar ahí—farfullo cuando Alanna llega frente a mí; su rostro contorsionado por la angustia.
—Yo...—pasea los ojos por cada línea de mi rostro, en donde seguro no hay nada. Pero mi mirada... toma mi mano derecha entre las suyas y la aprieta. Su piel tan helada como la mía— Lo lamento. No debí insistir. Regresaremos al apartamento.
—No—muevo la cabeza de un lado a otro con vehemencia.
—Regresaremos y veremos un maratón de alguna serie violenta—replica, con el amago de una sonrisa.
—No—insisto—. Puedes ir al juego—intenta refutar, pero no la dejo—. Pasaste toda la semana esperando que llegara el sábado, Ali. Te gustan los caballos. Quieres ver a Nath montado en uno. Ve. Yo estaré bien. Ya me harás una descripción detallada de cómo se ve en su traje de jugador de Polo—mi sonrisa sale con más fuerza que la suya.
—¿Y qué harás?—Algunos dicen que la mirada de Ali es fría, sin embargo, es imposible no ver todo lo que siente a través de las aguas cristalinas que anegan sus irises—No moriré por no ver un partido de Polo. Regresaremos, o caminares por ahí un rato. Pero no...
Llevo la otra mano sobre las suyas, que todavía sostienen mi mano derecha.
—Ali, no soy una niña. Estaré bien. Yo caminaré por ahí un rato. Ve a disfrutar del juego y la vista.
En ocasiones no puedo evitar sentirme egoísta al estar cerca de Ali, porque sé que ella ha sacrificado muchas cosas por nuestra amistad. No es que se lo haya pedido o ella me haya recriminado algo, pero sé que lo ha hecho y no quiero ser un obstáculo para ella. No quiero que se sienta atada a mí por ninguna circunstancia, como si me debiera algo. Quiero que experimente y disfrute todo aquello que desee, porque verla feliz, me hace feliz.
—Por favor—insisto—. Necesito caminar un rato en soledad.
Noto cómo analiza la situación por varios segundos. Finalmente mira al cielo, todavía encapotado. De hecho, la estática comienza a cargar el aire. Frunce los labios y me mira. Todo está allí, en el agua de sus ojos, expuesto.
—De acuerdo—acepta a regañadientes. No le convence la idea, pero tampoco insistirá. Sabe que en ocasiones necesito estar sola—. Pero mantén el móvil activo, por cualquier cosa. Si llueve... no te quedes bajo el agua—no hay mucha seguridad en esa última parte.
Sonrío en comprensión. Me he quedado bajo la lluvia muchas veces, hasta que siento cómo el frío cala en mis huesos y encuentra refugio en estos. Asiento, porque no creo poder asegurarle eso en voz alta; hay algo en la lluvia que me hace sentir en casa, en paz.
Ali envuelve sus brazos a mi alrededor antes de dejarme ir y volver sobre sus pasos hacia el campo de Polo. Por un momento me preocupa que el semental siga allí, alterado, pero sé que el problema no es con mi soulmate, el problema es conmigo. Siempre ha sido así, por lo que el apodo que me ha dado mamá no tiene mucho sentido si se toma en cuenta el desprecio que los animales sienten por mí.
Por unos segundos me tienta la idea de finalmente regresar al apartamento, pero estar allí, con todas esas paredes alrededor, sola... es una fórmula para el desastre. Así que dejo que los pies me lleven a donde quieran.
Hay mucho movimiento en el campus. No le doy más de una mirada a nadie, aunque sí siento más de una en mí. Hubo un tiempo en el que eso me ponía los nervios de punta, ahora solo aumenta la idea de que estoy rodeada de estúpidos. Hablan de respeto, aceptación e inclusión, pero a la hora de la verdad aplastan todo eso en prejuicios y curiosidad maliciosa.
Lo único que siento muy presente es el viento que corta su paso en el mundo, los nubarrones oscuros que se siguen arremolinando en el cielo, y la sensación de que cada paso que doy adsorbe la poca luz que permanece. Sin mencionar que cada trueno que suena en la distancia parecen un latido de mi propio corazón.
Muchos ya comienzan a resguardarse de la inminente tormenta que caerá en cualquier momento.
Antes de darme cuenta estoy fuera de los terrenos de la universidad, en las calles llenas de todo tiempo de tiendas, mismas que prosperan gracias al campus y sus habitantes.
A pesar de la estática que se respira en el ambiente, hay muchas personas en las tiendas, cafés y restaurantes por los que paso. Aprovechando las horas fuera de clase, disfrutando de la compañía de otros.
Un relámpago ilumina el vidrio de la librería en la que me he detenido, observando los ejemplares que promocionan. Gritos ahogados y exclamaciones de susto se dejan escuchar a mi alrededor. También me sentiría alarmada; la estática ya es algo vivo que serpentea entre los cuerpos, como si esperara una señal para atacar. Sin embargo, esa misma energía que a todos les da terror, a mí me mantiene en pie, más o menos.
Con la caminata esperaba deshacerme de esta pesadez que me quiere tirar al suelo, pero no ha hecho más que incrementar, como si la tormenta que ruge en el exterior alimentara la de mi interior, o viceversa.
‹‹El maldito octubre››
Los pensamientos comienzan a sucederse como una película que está siendo reproducida con demasiada velocidad, logrando que todo se desdibuje: dos días para mi cumpleaños... mamá está sola en casa... Alanna no deja de verme como si esperara que en cualquier momento me derrumbe, como hace cinco años... yo misma espero derrumbarme... por alguna razón mi conciencia está más entrometida que de costumbre...
Otro relámpago. Otro trueno.
Un vistazo a mi alrededor y me doy cuenta que las calles han quedado vacías, solo un ocasional auto, nada más. No obstante, quiero seguir caminando. La necesidad de seguir en movimiento cosquillea por mis extremidades. Camino hasta que lo único que ilumina el mundo son relámpagos. La electricidad se ha ido.
Cada respiración que doy se convierte en vaho a mi alrededor; la temperatura ha bajado de forma considerable. Percibo el torrencial antes de que caiga y suma la realidad en agua helada y oscuridad pesada. De inmediato estoy empapada.
No sé cuánto tiempo sigo caminando bajo la lluvia. Sigo incluso cuando la ropa se adhiere a mi cuerpo, pesada; y mechones de cabello se pegan a mi rostro y cuello como venas oscuras. Sigo incluso cuando el agua parece meterse bajo mi piel y bañar mis huesos, hasta casi asfixiarlos.
Para frente a un café que ha cerrado sus puertas. Giro, escudriñando la penumbra; paso una mano por los ojos, alejando las incesantes gotas de lluvia. No veo nada. No hay nadie. Pero... los hilos se entretejen y tensionan entre mis costillas, igual que aquella noche en El Purgatorio.
Otro relámpago ilumina las vacías calles. Solo hay sombras y agua.
Debería volver con Ali, lo que me lleva a pensar: ‹‹No he escuchado el móvil en todo este tiempo. Seguro ha muerto el pobre››. Dirijo mis pasos al campus; Alanna debe estar histérica sin saber en dónde estoy, en especial porque no hay electricidad y parece que la tormenta seguirá eternamente.
La molesta sensación en mi esternón sigue ahí, palpitante, como si un grito de advertencia resonara por todo mi cuerpo, un instinto primitivo de defensa se activa en mis nervios. Pero lo ignoro, porque cada vez que veo sobre mi hombro no encuentro nada ni a nadie siguiéndome.
‹‹No es garantía de que no esté pasando››
‹‹¿Eso qué?›› Espeto con los dientes apretados. Las manos han comenzado a temblarme, no sé si por el frío o por la idea de estar siendo acechada. Las aprieto en puños a mis costados mientras acelero los pasos.
‹‹Solo digo que este mundo está lleno de peligros para alguien como tú››
‹‹¿Cómo que alguien como yo?››
La respuesta no llega, porque un nuevo relámpago aleja la oscuridad, capto algo por el rabillo del ojo derecho; a pocos metros del arco de entrada del campus. Giro el rostro. El tiempo se detiene en la luz del relámpago, al igual que mi corazón.
En la acera, a una considerable distancia de mi posición, se encuentra un... entorno los ojos, buscando más enfoque; ¿es solo una ilusión óptica o realmente es la figura de un niño? Al menos creo que lo es. No logro distinguir nada más que una sombra con una forma casi perfecta, tan empapada como yo. Pero un niño no tendría nada que hacer por aquí, mucho menos con este torrencial. Sin embargo... el tiempo reanuda su marcha y la oscuridad vuelve a bajar su velo, tragándose la infantil sombra. Mis latidos también regresan, con demasiada fuerza.
La estática lanza chispas cuando choca contra mi piel, reverberando hasta lo más profundo de mi ser, se siente como un choque de realidad, un grito de ¡Muévete de una maldita vez! Así que lo hago. Corro tan rápido como me lo permiten los miembros entumecidos por la lluvia, con la terrible convicción de que estoy siendo observada.
Intento poner en práctica lo que Olivier nos ha estado enseñando y lo el conocimiento que yo misma ya manejaba: inhalar y exhalar con calma, equilibrando el peso del cuerpo, conectando mente y cuerpo. Pero... de pronto, el frío me parece demasiado cortante, clavando sus garras en cada superficie al que tiene acceso, aprisionándome. Respirar, mientras corro, y soy arrastrada por la tormenta, es más de lo que puedo manejar.
Trastabillo y resoplo como cualquier animal siendo cazado sin tregua en medio del bosque. ¡No veo una maldita cosa! Me muevo por puro instinto.
El mundo se ilumina durante un parpadeo y veo por encima del hombro, arriesgándome a caer estrepitosamente. Maldigo entre un resuello.
‹‹Está demasiado cerca››
‹‹Tengo ojos. Gracias››
El miedo me hiela la sangre más que la tormenta que cae sobre mí. No necesito que empeore las cosas con comentarios que nadie le ha pedido. Vuelvo la vista al frente cuando la luz se esfuma y sigo corriendo como no creo haberlo hecho nunca. Pero entonces... termino estampándome contra algo, con la fuerza suficiente como para mandarme de espalda al suelo.
Excepto que eso no pasa. Y no he chocado contra algo, sino contra alguien.
Una mano, que se siente como brasas sobre mi piel helada, se cierra con fuerza en mi brazo izquierdo, impidiendo la caída. Estoy demasiado aturdida para detenerme a analizar la situación, por lo que me lanzo de lleno al instinto primitivo que muerde mis nervios: Debo defenderme.
Y sin embargo, otro pensamiento se sobrepone como uno de los relámpagos que siguen fragmentando el mundo: ‹‹¿Vendrá alguien a rescatarme? ¿Si grito alguien me escuchará?››
Una risa desdeñosa y tan fría como el agua que baja por mi cuerpo resuena en mi cabeza.
‹‹¿Rescatarte? ¿Acaso eres una damisela en peligro, Galadriel? Deja de actuar como una humana pusilánime y haz algo››
La contundencia de esas palabras me paraliza por un segundo, hasta que las mismas parecen llevar una nueva descarga de energía a mi sistema, activando todas las alarmas. Entonces otra voz se abre paso en mi memoria:
‹‹Usa la tensión y el instinto de supervivencia para mover tu cuerpo, él sabe lo que tiene que hacer y cuándo hacerlo, solo debes darle la libertad. Cree que serás capaz de romper un hueso en un solo golpe y lo lograrás. No se trata de fe... es puro y crudo instinto››.
Entonces no creí que alguna vez fuera a necesitar tal brutalidad. Ahora... cada célula de mi cuerpo ruge en violencia; puntos rojos llevan color a la negrura, mientras la rabia se mezcla con el temor y estalla en un intrínseco instinto de supervivencia que todos alguna vez necesitamos despertar.
Aplico una de las técnicas defensivas que tanto he odiado practicar con Adriel, porque aunque soy capaz de recrear cada giro, contracción e impulso no he podido deshacer su agarre sobre mí. Ahora es diferente, porque ahora tengo toda esta energía efervescente hormigueando debajo de la piel, energía que uso en cada movimiento que hago.
Sé que he conseguido mi objetivo cuando un gruñido bajo llega seguido de la libertad —aunque en el fondo echo en falta la calidez de su tacto—, luego un latigazo recorre mi brazo y se asienta en mi estómago. Eso dolió. Pero no puedo detenerme, debo salir de aquí, alejarme de la tormenta.
No llego muy lejos cuando de nuevo soy atrapada. Esta vez pasa una mano por mi cintura y me arrastra hacia atrás, hacia un cuerpo demasiado sólido y cálido como para ser producto de mi imaginación. Mi errático latir se sobrepone al bramar de la lluvia que nos envuelve, pero no pierdo el instinto. Clavo las uñas en la piel expuesta del antebrazo que me retiene. El agua entra a mi boca debido a los jadeos desesperados que se abren paso en ésta. Sigo sin poder ver nada, es como haber caído en un mundo de oscuridad y hielo eternos.
Es por esto que me paralizo cuando una combinación de suavidad y calidez se posa en mi oreja derecha.
—¿Así es como agradeces la ayuda?— Esa voz...— No creo que te hayan enseñado eso en casa, chao meum— la provocación y energía de esa voz... vuelvo a respirar, dejando que más agua entre a mi boca.
Parpadeo solo dos veces antes de seguir luchando por liberarme de aquel brazo. De pronto, el calor que emana es insoportable, la oscuridad de su energía sofocante. Estoy segura que le sacaré sangre si sigo presionando mis uñas de esta forma. Pero no me deja ir. Está disfrutando de la futilidad de mis intentos.
—Suéltame—escupo con rabia gélida, como si surgiera de la misma tormenta. Él ríe, con los labios todavía demasiado cerca de mi oreja. Contengo el escalofrío—. Qué me sueltes—exijo con los dientes apretados, es casi un rugido gutural, acompañado de un relámpago de energía que me recorre los dedos. Libera mi cintura y me alejo de inmediato del calor de su cuerpo.
Lo enfrento en el momento que la luz de un relámpago cae sobre el campus. No puedo dejar de pensar que es como si hubiera salido del mismo relámpago, combinado con la oscuridad que se ha adherido al mundo. Hermoso, sensual y peligroso.
El idiota de Duke.
—¡¿Qué carajos crees que estás haciendo?!—rujo, mientras una corriente de aire agita las crueles gotas de lluvia.
El relámpago muere, pero no sin antes ver una sonrisa despreocupada y burlona.
—¿Además de ayudarte y ser correspondido con violencia?—Percibo la burla en sus palabras. Parece no necesitar esforzarse para ser escuchado—Nada.
Veo hacia todos lados, buscando un punto de referencia. Quizás no esté tan lejos de la residencia. Quizás...
—Estamos justo frente a la residencia—dice, como si hubiera hablado en voz alta. Vuelvo la vista hacia donde creo que está—. Puedo acompañarte hasta...
—No necesito nada de ti—lo corto sin remordimientos. La rabia y el miedo todavía libran su batalla en mi sistema.
Ríe, aunque no le he contado ningún chiste. Aparto con furia el agua que sigue cayendo por mi rostro.
—Eso es evidente—entorno los ojos, como si así pudiera verlo. Se escucha más cerca que antes—. Pero soy un caballero y no dejaré que andes por ahí sola bajo la lluvia y la oscuridad.
Estoy por lanzar un comentario mordaz cuando, por segunda vez, se atreve a pasar una mano por mi cintura, quedando él de costado, y me arrastra a lo que supongo es el frente.
—¡No me toques!—Exijo con suficiente autoridad como me lo permite la ensordecedora lluvia. Clavo los dedos de ambas manos en la suya, tratando de alejarlo de mí, pero no logro moverlo ni un centímetro, como si lo hubiesen pegado con cemento a mi cintura.
Respiro con dificultad, y no sé si es por el esfuerzo, el miedo o el calor que vuelve a envolverme al tenerlo tan cerca.
—¿Puedes dejar de luchar, chao meum?—Es la misma voz de antes, pero creo percibir cierta exigencia significativa en el fondo. Acelera el paso—Debemos llegar a resguardo pronto.
No le doy la satisfacción de preguntar a qué se refiere. Solo dejo caer las manos y permito que me guie. Después de todo, comienzo a sentir los huesos pesados; los hilos en el esternón se han cerrado casi por completo, dificultando la respiración; y un zumbido conocido va en crescendo en mi cabeza.
Jamás admitiré que evité el suelo en un par de ocasiones únicamente porque él me sostenía. Jamás.
En cuanto percibo la seguridad de las paredes y el hecho que la lluvia no sigue golpeando contra mí, le vuelvo a exigir que me suelte.
—¿Quieres despertar con un moretón mañana o con un hueso roto?
—No veo por qué eso es tu problema—replico con desdén—. Además, ¿cómo es que no tienes problemas con la oscuridad y yo sí?
—Más tiempo entre ella, chao meum.
—¿Eso es un intento de ser críptico y misterioso?
Su risa hace eco entre las paredes del edificio.
—Al menos no has perdido el sentido del humor—‹‹No estaba siendo graciosa››—. Cuidado, primer escalón—aprieta su agarre a mi alrededor para dar énfasis a la advertencia. Si pudiera verlo con claridad habría encontrado la forma de estamparlo contra la pared o lanzarlo por la escalera.
Mientras ascendemos, le doy vuelta a la razón por la cual me exaspera de la forma que lo hace. Y no llego a ninguna conclusión lógica, por lo que me enfurruño aún más.
Doy un respingo cuando un brillo cegador explota a nuestro alrededor; el zumbido en mi cabeza lanza una punzada furiosa. Parpadeo completamente confundida.
—Galadriel Leila Black White—conozco esa voz. Pero... nunca había sonado tan fría—¿En dónde demonios has estado?
Tres parpadeos más y logro ver el contorsionado rostro de Ali a pocos pasos de donde estoy, detrás de Nath, quien me mira con algo que identifico como alivio. Creo... ¿Nath? ¿Dónde...?
—En la seguridad de tu apartamento, chao meum. De nada.
No alcanzo a replicar a la sonrisa condescendiente que me da. Porque la oscuridad vuelve a asir su poder sobre mí.
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