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CAPÍTULO XIX

La verdad no es verdad si solo conoces una parte    

No puedo más. Exploto. Ante la atenta mirada del Coro, me levanto del sofá y voy de un lado a otro de la amplia sala, como si realmente fuese un animal salvaje atrapado. De hecho, no puedo respirar con normalidad. Es posible que esté teniendo un ataque de pánico. Y no ayuda que mi conciencia esté rastrillando mi mente con comentarios despectivos hacia mí.

—Gala, tienes...

Giro a mitad de un paso cuando escucho a Nath. La mirada que le doy está en consonancia con mis dientes apretados, las manos en puños y el escozor del frío que viaja por mi torrente sanguíneo.

—No termines esa frase—le advierto con una calma capaz de cortar el aire.

Quizás sea producto de la turbación que me embarga, pero puedo sentir cómo las palmas comienzan a cosquillearme. Abro los puños y tamborileo los dedos contra los muslos, en un intento de alejar la sensación, lo que me gana más de una mirada. Mantengo el mentón en alto.

—¿Van a explicarme de una maldita vez qué está pasando?—Exijo, con menos calma de la que esperaba demostrar.

—Si te sientas de una maldita vez y te mantienes callada, quizás sea posible decir algo—replica el último al que esperaba escuchar: el rubio sin emociones.

Su voz, a diferencia de su pétrea expresión, es suave, como la caricia de una mota de algodón —si el algodón pudiera cortar a profundidad—.

Hasta ahora no había podido confirmar nada, pero, sin duda, no le agrado. Y si fuera algo que me preocupara, estaría devanándome los sesos para comprender por qué soy el objetivo de esa mirada helada e inhóspita como un pozo oscuro. Pero no me importa. Lo que sí me indigna es que me hable de esa manera; no tenemos la confianza. Cuando estoy por replicar con todo mi arsenal ácido, se me adelantan.

—Cuida cómo le hablas—si las palabras del tal Dalkiel fueron afiladas, la advertencia de Zadkiel fue una sucesión de hojas doblemente afiladas. Ni un ápice de suavidad en su voz, sí control, pero un control delgado, muy delgado.

‹‹Bueno... aquí pasa algo. Y no creo que sea por mí››.

Las comisuras de Dalkiel se curvan en lo que supongo sería una sonrisa, que resulta siendo más una mueca desdeñosa; no alcanza a replicar, porque el ahora nombrado Raamiel —anteriormente ‹‹idiota››—, interviene. Gira el rostro de forma despreocupada hacia el rubio a su lado, casi parece aburrido.

—Olvidar con quién tratas es estúpido—incluso su tono parece aburrido. Sin embargo, algo me dice que hay mucho más en su actitud indiferente—. No puedes hablarle así. No debes hablarle así.

Quizás me lo imaginé, pero me pareció ver un destello ambarino en la mirada de Dalkiel, así como un músculo crispado en la mandíbula. Pero de nuevo... quizás solo me lo imaginé, porque no parece probable que una estatua de alabastro sea capaz de sentir algo.

‹‹Leer tanta fantasía me está pasando factura. Eso es. No pueden estar hablando de mí. ¿Por qué iban...?››

—Estamos aquí por ti—repite Nath, como si hubiese pensado en voz alta. Sigue de pie, junto al sofá cobalto. Una de sus sonrisas ilumina sus facciones, pero esta vez la calma no me alcanza—. Has reunido a un grupo muy peculiar.

—Los mortales le llaman a esto... milagro, ¿no?—Adriel habla a nadie en particular; una idea lanzada al aire.

La risa despreocupada y contagiosa de Olivier vieja entre los presentes, y por un segundo parece que la tensión cede.

—Quién diría que tendría que caer para presenciar uno de esos—dice éste entre los ecos de la risa.

Sin embargo, Adriel y Zadkiel no parecen compartir la gracia de aquellas extrañas palabras. Yo tampoco a decir verdad, tengo demasiadas cosas andando en mi cabeza; seguro terminaré con un buen dolor después de esto.

‹‹Serás la clave para el final››

Las palabras vienen de todas partes, de una voz sin género, sin edad, sin materia... Bajo la cabeza, para que no se note la contracción de mi rostro. ‹‹¿De dónde ha salido eso?›› No es mi conciencia, a ésta la tengo detrás del muro, furiosa por ello. Una idea o un recuerdo, no lo sé, se abre paso en el caos de mi mente. Termino murmurando algo incomprensible. Trago con fuerza y vuelvo a alzar el mentón, enfrentándome al Coro.

—¿Qué significa que son Essential?

De forma instintiva los dedos de las manos tamborilean contra mis muslos; una forma de contrarrestar el hormigueo que sigue recorriendo a estas.

Nuevamente, es Nath quien habla, como si supieran que de todos al que menos le tengo desconfianza es a él. Lo que me diga, por muy loco que sea, lo tendré en cuenta. Una locura, claro, pero una locura de la que no puedo desprenderme.

—En la historia de los mortales somos... ángeles—hay cierta cautela en su tono, como si intentara buscar las palabras adecuadas para no alterarme. No obstante... ‹‹¡¿Ángeles?!››

Por un nanosegundo detengo cualquier función en mi cuerpo, para reanudarlas con fuerza demoledora, de esa capaz de descarriar trenes. Debo ser la viva imagen de la perplejidad. Cierro los ojos un segundo, porque un dolor punzante comienza a ganar terreno en el cerebelo.

Ángeles...—repito a media voz— Es decir, no son...

—No somos mortales—termina Adriel, no sé si desesperado por mi titubeo o por ayudar. Aunque eso de la ayuda en estos momentos está muy lejos de mi comprensión.

Quizás me entró agua en el cerebro; lo de la lluvia ácida es serio. Quizás nunca desperté. Quizás he terminado volviéndome loca.

Noto más de un intento de llegar a mí cuando pierdo el equilibrio y me tambaleo. El rugido de un trueno me devuelve a lo que creo es la realidad. Aunque respiro con cierta dificultad, logro detenerlos con una mirada, una en la que está claro ‹‹ni se les ocurra acercarse a mí››.

La idea de demostrar debilidad me revuelve el estómago, sin embargo, necesito sentarme o terminaré estampándome en el suelo de madera de este ridículo apartamento. De hecho, debería salir de aquí. Ya. ¿Qué pasa si Ali se despierta y no me encuentra?

Veo a los lados y encuentro una silla de estilo victoriano, con estampado de hojas otoñales; está lo suficientemente alejada de los sofás como para darme algo de tranquilidad. Me siento en ésta con toda la dignidad que logro reunir.

—Entonces...—me aclaro la garganta, porque soné como un animal desesperado en una trampa, más que como alguien que controla sus emociones— Son ángeles. No son... humanos—de forma descontrolada intento hacerme con todo el conocimiento que tengo acerca de este tema: literatura fantástica, teología, teorías conspirativas, verdaderas locuras fanáticas... Porque el conocimiento es poder, ¿verdad? De algo debe servirme tantas horas de lectura e investigación ociosa. Con los labios fruncidos, y es posible que con la mirada enloquecida, los enfrento—¿Qué demonios es lo que quieren de mí?

—Protegerte—responde Zadkiel de inmediato, con una intensidad en sus ojos miel que no comprendo. ‹‹¿Acaso le preocupa que no les crea? Porque es absurdo que pretenda que confíe en cada cosa que me digan. Nunca he sido ingenua››.

—Eso ya lo han dicho—replico, cortante—. ¿Por qué tendrían que hacer eso? Hay millones de personas en el mundo, ¿qué tengo de especial para que unos... ángeles deban protegerme?—Dejo claro lo que pienso en el énfasis de esa última palabra.

Una especie de bufido escéptico me lleva a mirar hacia la derecha, hacia Raamiel, quien descansa la cabeza en el sofá, mirando hacia el techo. Por lo que la mirada de desdén absoluto que le doy se pierde.

—Lo de protegerte es algo rebuscado. El único capaz de hacer eso no está.

—Raamiel—más palabras no habrían resultado una advertencia más contundente. Ni siquiera la mirada afilada que le da Zadkiel desde el otro lado de la mesa.

Hay demasiadas cosas que no se están diciendo aquí.

Raamiel ladea la cabeza y baja la mirada hasta Zadkiel; hay una mezcla de fastidio, aburrimiento y cansancio en las cinceladas facciones del primero, como si estuviera harto de lo mismo.

—¿Qué? ¿Le estoy mintiendo?— En un movimiento ridículamente grácil, gira el rostro en mi dirección—¿Alguna vez has sentido que debes ser protegida?—No hago más que mirarlo mal, gesto que toma como respuesta— Porque no necesitas que nadie te proteja, chao meum. Tú eres el peligro.

El cosquilleo en los dedos cobra la fuerza de un latigazo. Vuelvo a cerrar las palmas en puños, esta vez sobre mi regazo.

‹‹El arma absoluta. Eso eres››

Nuevamente esa voz, que está en todas partes y en ninguna. Reprimo el escalofrío que nace en la base de mi columna. Ya era suficiente con la paranoia, ¿ahora también debo lidiar con voces? ‹‹Cada vez mejor...››; pienso con ironía, mezclada con el terror de lo desconocido.

—La cosa es—sigue Raamiel, en apariencia ajeno a la tensión de mi cuerpo. El destello de algo que no alcanzo a comprender, le ilumina la mirada, fija en mí—: No andamos por ahí ‹‹protegiendo›› mortales. Jamás nos habríamos reunido, de no ser por ti.

Toma todo de mí no dejar que el lío que llevo dentro salga a la superficie. Mantengo una inexpresividad que muchas veces me ha resultado en el pasado.

—Creí que el objetivo de ser un ángel era proteger mortales—replico con una afilada mezcla de mordacidad y sarcasmo.

Capto el brevísimo gesto de desdén que transforma la pétrea expresión de Dalkiel ante mis palabras. Pero comienzo a entender que con este grupo no puedo estar segura de nada, así que lo dejo pasar.

—Comprensible que creas eso, chao meum—concede Raamiel con una sonrisa burlona curvando los labios. Antes que pueda agregar algo más, Nath interviene, con su habitual calma.

—Porque es así. La existencia de los Essential está ligada a los mortales.

—Pero acaban de decir que...

—Que no nos mostremos ante todos no significa que no estemos al tanto de lo que hacen. Nuestro trabajo es guiarlos—me interrumpe Zadkiel, después de darle una mirada furibunda a Raamiel, quien se limita a sonreír, malicioso.

Me muerdo el labio inferior para no decir lo que pienso: ‹‹Están haciendo un trabajo terrible, si ese es el caso. Porque los humanos somos un desastre en toda norma››. La risa baja de Raamiel me saca de la mente. Entorno los ojos en su dirección.

—¿Qué quisiste decir con que el único que puede protegerme no está? ¿O que yo soy un peligro?

Son ellos los que dicen ser seres salidos de la mitología, de la necesidad de las personas por creer en un poder mayor, al que pueden recurrir o culpar, de acuerdo a las situaciones que vayan viviendo. ¿Qué tengo que ver yo en todo eso? Ser sarcástica, cínica y físicamente peculiar, no me hace un peligro; podría darles una larga lista de personas con la mismas características.

—Hablo del Ángel de la Muerte, tu padre—aquellas palabras son como dedos cerrándose alrededor de mi cuello, presionando, con tanta fuerza, que podrían traspasar la piel, llegar al hueso y hacerlo añicos.

Y sin ningún espacio para procesar la primera respuesta, llega la segunda, de los labios de Adriel, quien me observa con una inusitada e incomprensible intensidad a través del vidrio de sus gafas.

—Los híbridos, como tú...—la mueca habitual en sus comisuras se realza cuando parece titubear—siempre han sido difíciles de manejar.

Clavar las uñas en mis palmas hechas puño no es suficiente para mantener el caos dentro. Mi pecho sube y baja con demasiada fuerza como para pasar desapercibido; mi respiración también se ha vuelto molestamente audible en la pasividad de ellos.

—No es que seas un híbrido común—repone Olivier, con lo que creo es una sonrisa de complicidad—. Ser la heredera de nuestro Señor no es poca cosa. Tú eres nuestra...

‹‹Hija... clave... híbrido... arma... heredera...››

Mis pensamientos se mezclan con aquella extraña voz, llevándome a un túnel de cacofonía abrumadora. Una sucesión de punzadas en la base del cráneo me hacen agachar el rostro, ocultando la contracción de dolor en éste.

—Es suficiente—la orden, tajante, en la voz de Zadkiel logra cruzar el túnel al que he sido arrastrada—. Ya habrá tiempo para decirle la verdad.

Uno de ellos suelta una risa mordaz. Al instante, la habitación comienza a sentirse más pesada, más angosta; y cargada de una energía abrasadora. Debo abrir los labios para conseguir oxígeno.

Siento la calidez de unas manos suaves antes de que la voz llegue a mí. Está muy cerca.

Galadriel—mi primer pensamiento es: ‹‹¿De dónde ha sacado mi nombre?››. Pero se pierde en el momentáneo alivio que experimento cuando aquellas manos hacen contacto con la helada piel de mis brazos, es como si alejara el dolor con eficaces centellazos de fuego—. Princesa... Debes descansar. Vamos, te acompaño...—comienzo a mover la cabeza de un lado a otro, arrastrando mechones, todavía húmedos, al rostro; intento hablar, pero él insiste. Su aliento también es cálido; es una acogedora fogata a la orilla del mar— Estás agotada; si te sigues exigiendo de esta forma, enfermarás.

Me obligo a abrir los ojos. Durante un segundo de terror, creo que he perdido la visión, porque no hay más que sombras arremolinándose a mi alrededor. Pero entonces él... Nath. Con una dulzura que me resulta familiar y reconfortante, susurra que respire. Lo hago.

Está lo suficientemente cerca de mi rostro como para apreciar cada línea de preocupación grabada en su delicada piel de jade blanco, incluso sus ojos están más rasgados de lo normal; estoy tan perturbada que notar el destello de llamas ambarinas en el fondo de estos no me causa gran impresión.

—Yo... necesito... —trago con fuerza, para desenredar el molesto nudo que me imposibilita hablar, como si de verdad tuviera dedos sobre mi cuello—No entiendo nada. Necesito saber.

La comprensión y la pena se mezcla en sus ojos de pedernal, y quizás algo de culpa, pero no estoy segura de eso último.

—Pero...

—Tiene derecho a saber—lo interrumpe Raamiel, quien extrañamente suena serio, sin ningún atisbo de su habitual molesto tono burlón.

Nath me sostiene la mirada. Hago lo mismo, aunque el dolor sigue presionando dentro de mi cráneo. Al final asiente.

Creo que volverá al lugar que ocupaba antes, junto al sofá cobalto, cuando suelta mis brazos; no obstante, termina arrastrando una silla a juego con la que uso. Al sentarse en ésta, lleva las manos hasta las mías; mis puños se abren, como si su tacto fuese una llave maestra, y lo dejan envolver mis dedos.

Ese lado defensivo y alerta que no sabía que tenía tan arraigado me dice que está tratando de controlarme, que esto es una forma de evitar que explote, que reclame, que exija. Sin embargo, no es más fuerte que el alivio que me recorre las venas. Es como si mi cuerpo supiera algo que mi mente todavía no es capaz de procesar.

—Sé que es mucho que procesar—comienza; su voz es una extensión de la acogedora energía que envía por mi sistema. El resto permanece como las estatuas que tienden a parecer cuando están demasiado quietos. Mi atención está por completo en Nath—, así que intentaré ser lo más sucinto posible. ¿Crees que puedas escuchar sin interrumpir?

No es hasta que presiona sus dedos en los míos que comprendo que acaba de hacerme una pregunta. Asiento, poco convencida. La sonrisa de Nath me dice que tampoco me cree, pero no dice nada.

—Como ya te dije: Somos Essential. Los mortales, durante siglos han creado cualquier clase de teorías acerca de lo que somos, de nuestro aspecto y de lo que hacemos; algunas más descabelladas que otras—su sonrisa se vuelve divertida, como si recordara algún chiste interno—. Podrían acercarse más a la verdad si reunieran una pieza aquí o allá, pero sabemos que no lo harán hasta que dejen de luchar por ver quién tiene la razón.

››Uno de los puntos en los que han acertado es que somos guías —‹‹ángeles›› la palabra resuena en mi mente, por encima del barullo, como si quisiera resquebrajar la delgada capa de realidad en la que he vivido todos estos años—; nuestro objetivo es mantener la esencia en equilibrio. Somos parte de una gran rueda, que solo seguirá girando si los mortales se mantienen en el camino asignado— no puedo evitar que mi entrecejo se frunza ante esa declaración tan... rotunda, como si la vida de todos ya estuviera escrita y fuese imposible borrar y volver a escribir. Pero me mantengo en silencio, aceptando el tacto de Nath —. Si todos seguimos el camino asignado.

Nuestro propósito es ver que nadie se desvíe, y que lo que hemos logrado todo este tiempo no se venga abajo. Para lograr eso, debemos permanecer en las sombras; intervenir de forma abierta solo causaría confusión y miedo. Es por eso que los hemos dejado inventar sus propias historias, unas que han calmado su curiosidad.

—Entonces...—no me duró mucho el silencio. Es solo que... quiero entender esto. Nath me mira sin decir nada, esperando que continúe—¿Sí existe un Dios?—me es imposible ocultar el escepticismo en la voz.

Una risa burlona interrumpe lo que sea que fuese a decir Nath.

—En definitiva tiene las actitudes de uno—ese es el tono mordaz de Raamiel—. Siempre se ha creído el ombligo de la existencia—. Veo por encima del hombro izquierdo de Nath en el momento que Raamiel esboza una sonrisa provocativa hacia Zadkiel, quien podría abrirle un hueco en la cara con la intensidad con la que lo mira—¿Siguen sin aceptar críticas constructivas... o la verdad?

—¿Tú sigues olvidando que tu Señor le rinde cuentas a Él?—La calma de Zadkiel es una trampa, mortal. La forma en la que pronuncia ‹‹Señor›› deja claro que siente poco respeto por el mismo. Al menos no de la forma en la que lo hace el otro, el cual entorna los ojos, desafiante.

Seguro se abrían enfrascado en una discusión si no fuese por la intervención de Nath, quien les habla sin molestarse en girar. No es necesario de todas formas, porque su tono es tan contundente como un látigo cortando el aire.

—Dejen su rivalidad para cuando Galadriel no tenga que escuchar sus idioteces.

Ninguno replica ni reprocha ni se altera más allá de una casi imperceptible tensión en la mandíbula.

Hasta ahora había creído que eran Zadkiel y Raamiel quienes llevaban las riendas del grupo, pero que se hayan detenido solo por unas palabras del dulce Nath... aprieto los labios, pensativa, antes de volver mi atención a aquellos ojos rasgados que me transmiten un sosiego más allá de lo físico.

Deus es nuestro Señor—continúa Nath como si no lo hubieran interrumpido—, nuestro guía, nuestro padre. Él es esa entidad que la mitología mortal ha intentado comprender desde siempre y no lo ha conseguido. Ni siquiera nosotros lo hemos logrado—él parece leer lo que pienso en las líneas de mi rostro, porque dice—. Pocos de nosotros lo hemos visto en persona, y aun así... nunca su forma original. Nunca mucho tiempo—sonríe ante la clara confusión que experimentan mis facciones—. Eso es algo que podemos discutir después. Ahora lo importante eres tú.

Asentí, por pura educación. Lo cierto es que estaba escuchando, pero no esperaba que nada de eso calara realmente en mí, ¿para qué? Mejor tomarlo como lo que esperaba que fuera: un sueño. Uno en exceso largo, extraño y demasiado lúcido. Me despertaría y todo volvería a estar bien.

La cosa es que mientras lo pensaba, mi conciencia seguía arañando las paredes. Y así era difícil dejar que la convicción me tranquilizara.

—Hay una regla tácita entre nosotros—sigue al ver que no diré nada—: No dejar que los mortales noten nuestra presencia, al menos que sea estrictamente necesario. De dicha regla se desprende otra, quizá mucho más importante—Nath no se inmuta ante el sonido despectivo que deja salir Raamiel. Yo solo lo miro por el rabillo del ojo; de nuevo tiene la cabeza contra el respaldo del sofá—: No tener ningún tipo de relación con ellos, evitando de esta forma la procreación de híbridos.

—He de suponer que no les ha funcionado muy bien esa regla—suelto con algo de sarcasmo, sin poder contenerme.

Mi comentario causa que Raamiel y Olivier rían por lo bajo.

—Los mortales tienen razón cuando dicen que mientras más prohíbes algo, más atractivo lo haces—comenta Olivier, socarrón. Su sonrisa es de una sensualidad encantadora.

—Es que...—Raamiel se detiene, como si le estuviera dando vueltas al asunto, cuando está claro en su semblante que es algo que ya tiene concluido hace mucho—¿Por qué obligarnos a mantener este vínculo y prohibirnos al mismo tiempo ir más allá? ¿Qué tiene de malo que interactuemos? Me parece que Deus tiene un problema grave de racismo... ¿o sería especismo?

Una nueva oleada de la energía abrasadora de antes golpea la estancia, obligándome a entreabrir los labios.

Nath suspira de forma audible. Mira por encima de su hombro, hacia Raamiel.

—Sé que a los tuyos les fascina escucharse hablar—su tono es más cortante que antes; incongruente con la ternura que exuda—, pero ¿podrías cerrar la boca y permitir que le cuente la historia a Galadriel?—ahora que estoy un poco más calmada, la mención de mi nombre me resulta chocante. Solo mi familia me llama así.

El aludido finge estar muy ofendido, pero no mira a Nath, sino a Zadkiel.

—¿Dejarás que diga esas cosas de nosotros?—Eleva la manos hacia arriba, en apariencia indignado—¡Ya no hay respeto por la autoridad! ¡¿En dónde ha quedado la jerarquía?!

—Perdiste ese derecho hace mucho—es Adriel quien responde, sin ningún tipo de inflexión en la voz.

—Lo quieran creer o no, seguimos siendo Essential—replica Raamiel; la sonrisa provocativa vuelve a sus labios—. Sé que es algo que les carcome, pero...

—Cállate ya, Raamiel—ordena Nath perdiendo la paciencia. El volumen de su voz es normal, pero tajante.

‹‹Si alguien como Nath pierde la paciencia con el idiota, no puedo esperar mucho de los demás... de mí››, pienso en una verdadera revelación.

De nuevo, Raamiel guarda silencio ante la intervención de Nath; se encoje de hombros y tuerce los labios en un gesto desdeño.

Intento prestar atención a cada detalle, pero seguro que hay mucho que se me está escapando, en especial porque insisto en ver esto como una extensión de mis pesadillas.

—Cuando hablas de híbridos...—digo en un hilo de voz, movida por la curiosidad; es suficiente para que Nath vuelva su atención hacia mí. Trago grueso antes de continuar— ¿Te refieres a los nefilim?

Una sonrisa que no puedo descifrar ilumina la oscuridad de sus ojos.

—Nunca fueron descomunales gigantes, pero sí. Así los conoce la humanidad. En apariencia son tan mortales como cualquier otro, o casi—ladeo la cabeza, intrigada, a pesar de todo—. Los híbridos tienden a heredar el encanto que envuelve a nuestra especie—lleva la mano izquierda hacia atrás, en un giro que pretende abarcar al resto, para después hacer lo mismo con él—; nuestra apariencia es una forma de...

—¿Control mental?—Suelto antes de poder morderme la lengua.

Esta vez la sonrisa de Nath es una que ya he visto otras veces: completa y destellante, como una estrella naciente.

—Tu rechazo a la belleza física tiene su origen en cómo has intentado reprimir lo que eres—intento replicar, pero no me lo permite—. No te estoy juzgando, es tú forma de autopreservación. Ahora, volviendo al tema: Sí, nuestra apariencia puede ser un arma, pero en general es una forma de no infundir terror, producto de la ignorancia.

››Más allá de la apariencia; estos híbridos heredan habilidades que terminan por consumirlos, porque sus cuerpos no están hechos para manejar la esencia como nosotros. De allí nacen los mitos de criaturas monstruosas capaces de acabar ciudades enteras cuando perdían el control de sí mismos.

En vista de que algunos parecían dispuestos a pasar por encima de las reglas, se creó un grupo Essential, quienes encontrarían a estos híbridos y los llevarían ante Deus.

Los sabuesos celestiales—dice Raamiel, como si estuviera pensando en voz alta.

—¿Qué hacen con ellos?—me niego a pensar en mí como uno de esos híbridos. Y sin embargo, siento cómo el corazón late en cada célula que se separa en mi cuerpo.

—Mi teoría es que los lanzan a los calabozos de hielo estrellado para drenarles la esencia celestial y luego devolverlos a la Tierra—Olivier hablar como alguien que le ha dado muchas vueltas al tema. Por lo que no lo tomo como algo personal; aunque debo reprimir el escalofrío que vibra en la base de mi columna ante tal idea.

—¿Pero qué es lo que han estado consumiendo?—Inquiere Adriel; está muy cerca de parecer indignado.

—¿Has visto a alguno de ellos en la Ciudad Etérea?—Repone Raamiel.

Una nueva punzada en el cerebelo me hace contraer el rostro. Quizá por esto, un músculo se crispa en la mandíbula de Nath, o quizá es por la interrupción.

—¿Conoces a todos los habitantes de la Ciudad Etérea?—arguye Adriel con cierto tono irónico.

Antes de que Nath interrumpa lo que sea que fuera a decir Raamiel, una abrupta e impetuosa pulsión de energía golpea la estancia, como si estuviéramos dentro de un contenedor de plástico en el cual se ha dejado caer un pequeño explosivo. El aire se calienta y densifica. El aroma de una enorme hoguera playera invade mis fosas nasales.

—Si vuelven a interrumpirme, sacaré a Galadriel de aquí—me tenso a la mención de mi nombre. ‹‹¿Por qué siguen llamándome así? ¿Por qué siento que es más que una simple mención?››—. Ya está confundida, y sus idioteces no hacen más que empeorar la situación.

El silencio se asienta en la sala del mismo modo que los últimos ramalazos de la repentina energía.

No hay atisbo de molestia en las facciones de Nath cuando se centra en mí de nuevo, pero tampoco está su dulzura habitual, solo una circunspección antigua, como el tiempo mismo.

—Formas parte de estos híbridos—no hay nada de rodeos esta vez—, porque eres producto de la unión del Ángel de la Muerte con una mortal—una mínima, una casi imperceptible línea aparece entre sus cejas—. Hay muchos... rumores en torno a esa unión. Muchas teorías. Por lo que es difícil llegar a una sola conclusión.

—¿Qué rumores?—no puedo evitar abrir la boca, es un impulso, una necesidad incontrolable de comprender.

La línea en el entrecejo de Nath se acentúa, pero no dice nada, como si no encontrara las palabras.

—¿Qué rumores?—insisto.

—Por alguna razón, la presencia femenina entre nuestras filas en prácticamente nula. En la actualidad no son más que un mito de nuestra historia. Sin embargo, muchos creen que ésta mortal, tu mamá, es parte de este mítico grupo.

Entreabro los labios, no sé si para decir algo o simplemente para alejar el ardor en los pulmones; el dolor tirante entre las costillas. Ni siquiera el apretón de Nath logra sacarme de allí. Lo escucho a medias.

—Una reencarnada—continúa, sin perder nada: la contracción de mis facciones, mis labios entreabiertos, el crescendo de mi respiración, la renovada frialdad de mi piel—. Una Essential que tomó la decisión de vivir como mortal, dejar su vida en la Ciudad Etérea y experimentar las emociones como solo los mortales saben—es capaz de leer mis pensamientos nuevamente. Se encoge de hombros antes de agregar—: No todos aspiran a la inmortalidad. Y no es la primera vez que escuchamos algo así. Una vez que tomas la decisión, dejas todas tus memorias atrás; hay quien dice que siempre queda un resquicio de lo que fuiste, sin importar cuánto desees desprenderte de ello.

›› Por eso se cree que el Ángel de la Muerte quedó encantado con ella—los hilos entre las costillas se cierran con una fuerza brutal, haciéndome jadear de forma imperceptible, o al menos eso espero. Su sola mención...—.

Hay jerarquías muy marcadas en los reinos. Y él... él está por encima de todos nosotros, está más cerca de Deus que cualquier otro ser en la existencia. Es el único príncipe celestial—el sabor metálico de la sangre me embarga el paladar. ‹‹Príncipe celestial››—, y uno de los príncipes infernales. El único Essential capaz de viajar entre los reinos sin el obstáculo de las fronteras y los acuerdos. Uno de los portadores de los Instrumentos Celestiales; solo hay tres de estos, y muchos creen que el que él porta es el más poderoso de la tríada: La mano de Deus, la espada de la verdad justa e inquebrantable.

—Cualquiera diría que eres su agente publicitario—mascullo, con la rabia mezclándose con la sangre que todavía persiste en mi boca. No soporto la mención de ése... ahora ni siquiera puedo decir ‹‹el hombre ése››, porque resulta que no es humano. Yo no soy... ‹‹¡Qué ridiculez!››.

Nath niega de una forma sutil, calmada.

—No es eso. Se trata de que comprendas de dónde vienes, cuál es tu origen, y...

—Dicen que están aquí por mí—lo interrumpo, porque el frío comienza a crear esquirlas en mis venas; la ira es su conductor. De hecho, me deshago del agarre de Nath, porque su calidez me resulta insoportable—, que han venido a protegerme. Pero lo único que puedo deducir de toda esta locura es que cazan a estos híbridos, aunque la culpa es de ustedes, por romper sus propias reglas. Que se los llevan y que ni siquiera saben en dónde terminan—a medida que sigo hablando mi voz se eleva, intransigente, helada—¿Cómo encajo yo en todo esto? ¿Han venido a llevarme? ¿Por qué hasta ahora? ¿Por qué esperar tanto?

—Eres hija del Ángel de la Muerte—es Raamiel quien habla, repitiendo esa frase que comienza a resultar una lanza que se hunde en mi costado cada vez que es dicha—. Muchos abandonan a sus hijos una vez que satisfacen sus propios deseos egoístas; eso es lo que se logra al reprimir las emociones y los sentimientos. Porque ‹‹los Essential no son gobernados por más que el propósito de mantener el equilibrio››—esa, sin duda, es una frase aprendida. Una a la que parece despreciar, si mi análisis de su expresión es correcto—. Fue una sorpresa para todos saber que Ashriel—‹‹Ashriel... ¿ese es su nombre?››—, el príncipe de príncipes, señor de la muerte; había roto una regla que él mismo ayudó a mantener por tanto tiempo.

›› Pero no fue una sorpresa que mantuviera todo lejos de las garras de los reinos—de pronto, la mirada de Raamiel es de una transparencia que cae como ácido en mi estómago—. A él solo le importaba proteger a la familia que había decidido tener.

Nadie te llevará a ningún lugar, porque tú, chao meum, no eres un híbrido común. Eres la princesa oscura—el dolor recrudece en la base de mi cráneo cuando algo en mi interior cimbra con una fuerza titánica; es tan fuerte que el dolor busca salir en forma de arcadas. Las contengo a tiempo—. Te buscan, pero por razones muy diferentes; después de todo eres su heredera, esperan que sepas en dónde está.

—¿Por qué demonios iba a saberlo cuando nos abandonó antes de que Lucas siquiera pudiera considerarse un bebé?—Escupo, con la ira como un vaho saliendo de la boca; incluso menciono su nombre sin titubeos.

Raamiel se mantiene inmutable ante mi actitud poco receptiva, lo que logra que me exaspere mucho más. A estas alturas todos pueden escuchar mi respiración.

—Estuvo con ustedes tanto como le fue posible.

—¿Y qué mierda significa eso?—Mascullo. Debo ser la viva imagen de una ira helada y oscura.

Es Nath quien interviene, usando su tono conciliador y suave.

—Los híbridos cuentan con dones extraordinarios—dirijo la mirada hacia él con parsimonia—, muchas veces estos se mantienen ocultos, hasta que están cerca de los dieciocho o los cumplen; momento en el cual los embargan y confunden, convirtiéndose en una diana para los cazadores.

›› Si los rumores son ciertos—el negro de sus ojos se vuelve más profundo e indescifrables—, y tu mamá es una reencarnada, entonces eso lo complica todo. No solo tendrías esencia celestial por Ashriel, sino por ella. Eso te convierte en un ser único. Ni siquiera sé si podríamos llamarte híbrido.

Cuando estoy por hablar, Adriel interviene, como si hubiese leído mis pensamientos.

La aprehensión está convirtiendo mis músculos en una masa hecha de nudos.

—Eileen es una mortal en todos los aspectos que importan—abro los ojos desmesuradamente ante la mención de mamá. ‹‹¡¿Cómo demonios saben el nombre de mamá?!... Esto tiene que ser una pesadilla››—; ella abandonó su inmortalidad por el sentir.

Algo en sus palabras, o quizás es el tono, o aquella mueca en sus labios; lo que sea, me produce un tirón entre las costillas. Frunzo el entrecejo sin ninguna intención de ocultarlo.

—El punto aquí es—continúa Nath con naturalidad, como si no hubiera sido interrumpido—que debido a tu origen, no solo llamas la atención de los celestiales, sino también de infernales y cualquier occultus lo suficientemente versado en los asuntos de las sombras. Han querido llegar a ti desde que supieron de tu existencia—Nath debe ver la réplica en mi rostro. Porque antes de que pueda decir nada, él agrega—: No solo para saber del paradero de Ashriel, sino por quien eres.

—¿Cómo es que nadie sabe en dónde está?—pregunto sin demostrar gran interés, solo llana curiosidad, para cubrir los agujeros de la absurda historia.

—El Señor tiene una habilidad impresionante para desaparecer cuando le place—responde Olivier; es evidente la admiración que sienten hacia ‹‹su Señor››—, en especial si es para proteger a alguien que le importa.

Las líneas de mi entrecejo se acentúan al no comprender aquella aseveración.

—Mientras más poder, más fácil es ser un objetivo—dice Raamiel, respondiendo una pregunta que no formulé—. Ocultarlas durante tres años fue una verdadera hazaña, pero no podría hacerlo para siempre. Al final lo mejor para su supervivencia era que él se alejara. Si Eileen es una reencarnada, entonces esa divergencia crearía el camuflaje perfecto para mantener a cualquier posible cazador lejos. Al menos el tiempo necesario para que supieras cómo lidiar con ellos.

Elevo ambas cejas en señal de incredulidad; no puede estar hablando en serio. La sonrisa que me da me dice lo contrario.

—Desde tu alumbramiento el juego se puso en marcha, chao meum. Uno en donde todos tenemos un papel—en un fluido movimiento de la mano derecha abarca a todo el Coro—: el nuestro es mantenerte a salvo mientras aprendes cómo hacerlo por tu cuenta.

Bajo la vista hasta los puños, fuertemente apretados, que descansan sobre mi regazo. Quiero acompasar mi respiración, pero está tan errática como mis pensamientos. Demasiada información. Demasiada absurdez. Demasiados vacíos.

El rugido de un trueno más allá del edificio residencial me hace dar un respingo, es como si siguiera ahí afuera, bajo el torrencial.

Ellos me permiten un momento de introspección. Claro que me niego a agradecerles nada; pesadilla o no, yo tenía razón: había algo muy raro con ellos.

—¿Mamá sabe...?—debo carraspear para aclarar la voz que sale como si estuviese estrujando dos hojas de lija nuevas—¿Ella sabe lo que es... quién es él?

—Creemos que no—responde Nath de inmediato. No puedo levantar la vista de mi regazo—; omitió su origen como un medio para mantenerla lejos del mundo oculto.

‹‹O porque simplemente es un maldito desgraciado mentiroso››, pienso, con toda la fuerza de la ira que crear esquirlas en mis venas.

—Dicen que se fue para protegernos a nosotras. ¿Qué hay de... Lucas?—esta vez sí trastabillo un poco en su nombre.

—No estaba al tanto de la existencia de Lucas cuando decidió alejarse—la convicción en la voz de Raamiel logra que alce la cabeza.

—¿Cómo es que estás tan seguro de eso?

—Porque nos reunimos hace unos años.

—¿Y no te dijo a dónde iba? ¿O en dónde había estado?—inquiero con escepticismo.

Raamiel se encoje de hombros, restándole importancia a ese detalle.

—Hablo de lo único que necesitaba saber: Debía protegerte, a ti, y tu mamá. Evitar que los carroñeros se acercaran; vinieran de donde vinieran.

Entorno los ojos; debo morderme el interior del labio inferior para no soltar lo que pienso: ‹‹¿Haciendo el trabajo sucio mientras él se toma unas vacaciones indefinidas de sus responsabilidades? ¡Un líder maravilloso es!››. Pero en cambio digo:

—¿Hace cuánto están detrás de mí?

—El suficiente como para poder convencer a los rayitos de luz—dice con ese aire de superioridad, sensualidad y burla maliciosa; que comienza a resultarme familiar.

—¿Convencerlos de qué?

—Una vez que abandonas las cadenas, te resulta insoportable respirar el mismo aire que los condenados—su sonrisa se ensancha cuando le doy una mirada afilada. Pero no dice nada más. Idiota.

—¿Pudieron evitar el accidente?—paseo la mirada por cada uno de ellos, deteniéndome lo suficiente como para estudiar el más mínimo movimiento en sus facciones. Una acción fútil, porque son verdaderas esculturas de mármol, alabastro y jade.

Los hilos que comprimen mis costillas se tensan y cierran, dejándome sin aire, mientras espero la respuesta. Ni siquiera sé qué es lo que espero o quiero de ellos. No obstante, la compasiva mirada de Nath se siente como un profundo latigazo de calidez; uno que no deseo.

—No estábamos aquí. Fue después de eso que... nos reunimos.

La energía que emana de él se vuelve insoportable, como si mi cuerpo resintiera el confort, como si solo anhelara el frío de la ira, la impotencia y la duda. Vuelvo a guardar silencio por unos minutos más, en un intento por ordenar la maraña de pensamientos que se envuelven en mi mente.

—¿Por qué creen que tengo La mano de Deus?—dos eventos se sobreponen al lío en mi interior—Lo que me atacó en El Purgatorio y lo de esta noche... ¿está relacionado, no? Buscan la misma cosa.

—Hermosa e inteligente ¡Qué peligro!—hago caso omiso del estúpido comentario de Raamiel. Por el rabillo del ojo lo veo mover la cabeza de un lado a otro, como si estuviera verdaderamente impresionado.

—Solo un estúpido se atrevería a soñar con siquiera acercarse al Señor, y arrebatarle el control del Instrumento Celestial que lo ha acompañado desde siempre—Olivier parece estar pensando en voz alta; la línea entre su entrecejo lo confirma.

—Al menos que esté debilitado o distraído—agrega Dalkiel con la inexpresividad de una piedra.

Se encoge de hombros ante la mirada que le da Raamiel.

—Al ser su heredera—dirijo la vista a Nath cuando habla—, todos asumen que sabes más de lo que piensas. Y quizás sea así—frunzo el ceño, sin entender—; es posible que él haya dejado pistas en tu memoria. Después de todo, estuvieron juntos durante tres años. Además, al ver todo lo que hizo para protegerlas...—vacila un instante cuando mi mirada se vuelve agría— no es descabellado creer que encontró la forma de saber de ustedes.

¿Y se supone que eso debe hacerme sentir mejor? ¿Todos estos años y no pudo dar una vuelta por casa, una sola vez? No por mí, a mí ya me da igual su sola existencia, de hecho, hasta ahora había suprimido todo lo relacionado a él de una forma impresionante; lo digo por mamá, que contra todo pronóstico lo sigue amando; por Lucas... nunca lo conoció.

Un relámpago encuentra su camino al apartamento, iluminando las absurdas figuras perfectas del Coro —‹‹Ahora todo tiene mucho más sentido››—, con hilos plateados, haciéndolos más inhumanos; le sigue el rugido de un trueno que hace temblar el suelo bajo mis pies. Otra idea sube a la superficie. Abro la boca, sin enfocar la vista en nadie ni nada en particular.

—¿Soy peligrosa? ¿Represento un peligro para... para los demás?

Ninguno parece querer ser el primero en responder, o responder en general. Creo percibir un tirón en el ambiente, como si la tensión se hubiese fundido con las partículas de oxígeno de la habitación. Hasta que Zadkiel crea ondas en los hilos que la sostienen al hablar.

—Estamos aquí para evitar cualquier... inconveniente—frunzo los labios. Eso no responde a mi pregunta, si acaso...—. Eres mucho más de lo que otros puedan creer—por alguna razón, la seguridad en su voz me oprime el pecho, como un insensible puño de fuego.

—Si no salimos de aquí y la entrenamos, nada de eso importará—agrega Dalkiel. Tontamente giro hacia él, encontrándome con el abismo inhóspito que tiene por ojos. No hay nada en ese rostro de líneas simétricas—. Sumirás el mundo en una tormenta helada y oscura.

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