CAPÍTULO VI
‹‹Con que ése es el Coro...››
Despierto sobresaltada. Las sábanas son una extensión siniestra de largas ramas revestidas de sombras. Abro la boca en busca de aire; los pulmones me arden y las costillas se clavan en mi piel. Pateo las sábanas fuera de mi cuerpo; necesito libertad, necesito volver a respirar. Paso el dorso de la mano derecha por la frente, y compruebo que está perlada de sudor frío.
Creí que había dejado estas pesadillas en el pasado, en casa.
—¿Qué es lo que está pasando?—mascullo entre dientes.
Primero los recuerdos, segundo la melancolía, y ahora esto: pesadillas. ‹‹¿De dónde viene ésta molesta sensación de estar perdida?›› Sin mencionar la antigua angustia de algo rectando y pugnando desde las profundidades; es como estar envuelta en una armadura de cristal que se hará añicos ante otro golpe de esta insondable oscuridad, porque lleva demasiados años arañando su camino hasta mí.
—¡A divertirnos!
El entusiasmo de Alanna traspasa el umbral de la habitación antes que ella. Doy un respingo. En cuanto sus cristalinos ojos de aguamarina encuentran mi rostro, la tensión la golpea como un cable de alto voltaje.
—¿Qué pasa?—pregunta mientras llega hasta mi lado en pocos pasos.
Desde que nos conocimos hemos sido capaz de leer en el rostro de la otra lo que intentamos ocultar al resto del mundo. Por lo que intentar ocultar mi alteración es inútil; puedo hacer un esfuerzo y alejar su escrutinio de mí, pero...
—¿Pesadillas de nuevo?—indaga. Posa una palma sobre mi frente; frunce un poco el ceño con preocupación cuando percibe el frío que perdura en mi piel.
Cierro los ojos y asiento. El calor de su palma es reconfortante. Alanna se ha convertido en un faro en medio del oscuro y helado océano que a veces envuelve mi vida.
Su melena rizada cubre mi rostro cuando se inclina y me envuelve en un abrazo. Ella conoce lo difícil que me resultan estas pesadillas, ha estado allí muchas veces, incluso en las peores, cuando ha tenido que susurrarme que todo ha pasado, que he despertado.
Una pesadilla con múltiples caras. Una pesadilla velada por el mismo terror visceral de estar siendo vigilada, cazada, y medida cada segundo de la vida.
—Sabes que siempre estaré aquí, Gali—susurra con la vehemencia de una promesa con una larga historia detrás. Susurra en mi oído, vehemente. Es una promesa que tiene una larga historia.
Mi respiración y latidos comienzan a acoplarse a los de Alanna. Me echo un poco hacia atrás para verla a los ojos. Espero que la sonrisa sea suficiente.
—Estoy bien—puedo ver en sus ojos que no me cree—. Quizás solo sea la época—eso sí lo entiende. Estuvo ahí después de todo; cuando perdí una parte de mi alma.
—¿Quieres que nos quedemos?—propone, como si no estuviera muriendo por recorrer a cabalidad los terrenos del campus.
Termino sentándome en la cama. Esta vez logro una sonrisa más aceptable.
—Nada de eso. Vamos a conocer lo que tiene que ofrecer esta universidad. Espero que sea más el desangrar a nuestros padres—el cinismo cubierto de sarcasmo le causa gracia. No creo que olvide el otro tema, pero por ahora lo dejará pasar.
—Entonces—comienza levantándose de la cama con la misma energía con la que entró—¡Apresúrate! Hay mucho que ver y tengo hambre.
Inhalo y exhalo cinco veces, con los ojos cerrados, una vez ha salido de la habitación; quiero soltar hasta el último residuo de la pesadilla. Tengo que dejar de permitirle a esto que determine mi vida. Venir aquí, sacrificando la cercanía con mamá, significaba dejar las sombras atrás.
***
En cuanto cruzamos las puertas de la residencia nos envuelve un viento helado, que hace temblar a Alanna. Para mí resulta agradable.
—¡Maldición! ¿Y el día fresco y soleado en dónde está?—se queja entre dientes. Se abraza a sí misma, protegiéndose del frío—La gente de meteorología tiene que ser un poco más seria.
Sonrío, aunque intento que no me vea. Claro que lleva algo de razón; consultó anoche, y se supone que haría un día perfecto para salir y dar un paseo en ropa fresca, pero estamos bajo un cielo encapotado y un aire que lleva la promesa de una tormenta.
—¿Quién es la que dice que ningún clima puede acabar con una diversión ya planeada?—pregunto en broma. Paso un brazo por el suyo, para entrelazarlo y así acercarme a ella y proporcionarle algo de calor.
Me da una mirada torva.
—No todos tenemos la habilidad de tu cuerpo para soportar cualquier temperatura—masculla con los labios fruncidos. Le doy una sonrisa inocente.
—¿Nos regresamos para que puedas cambiarte?—propongo. Llevar un crop top con este inesperado clima debe ser incómodo.
—¡Ni hablar! Los estúpidos de meteorología no nos van a arruinar el plan.
Mientras exploramos los terrenos de la universidad y sus edificios, logramos atraer la mirada de más de uno en el camino. Alanna es la que más miradas apreciativas se lleva, por qué no lo haría; con sus curvas exuberantes, sus lindos rizos oscuros, su tersa piel canela y sus preciosos ojos aguamarina; Alanna es maravillosa y no solo físicamente. Por mi lado... jamás me he menospreciado, pero sé por qué me miran: mi apariencia es exótica de una forma peculiar. Además, a diferencia de Ali, yo prefiero la ropa holgada, oscura; ir sin maquillaje y ataviada con muchos accesorios.
‹‹Otro poco más y eres la profesora Trelawney››, suele decir mi mejor amiga cuando me ve salir de la habitación ya vestida. A lo que siempre respondo con humor, porque al final del día, ella sabe que algo he aprendido de su fascinación por la moda. No es como si agarra lo primero que veo en el armario.
Al final pasamos un día agradable. Logramos visitar todo el campus, cosa que no habíamos hecho desde que llegamos. Fuimos a las aulas, las oficinas de los profesores, la enfermería, la zona de deporte, en donde hay canchas de tenis, de baloncesto, una piscina enorme y aclimatada, también hay un campo de futbol, incluso ¡hay un gimnasio!
Mamá y tía Anne —la mamá de Ali— no bromeaban cuando decían que esta era una universidad de élite. Ambas son egresadas de aquí, por lo que encontrar una plaza no fue un problema, sin mencionar que nuestro promedio académico fue un importante incentivo. Muchos de los que terminan aquí lo hacen por herencia, por eso lo de ‹‹universidad exclusiva››.
También fuimos al comedor, al jardín botánico, y los establos; estos últimos los vimos desde una distancia prudente. Los animales y yo tenemos una relación complicada: ellos me odian y yo hago lo posible por respetar ese odio sin sentido.
Creo que sólo Fantasma, una labradora que tuvimos en casa hace años, logró soportarme. Y seguro que fue por él... o quizás porque era gruñona y con tendencia a la soledad.
Mi parte favorita del recorrido, de lejos, fue estar en la biblioteca, con todos esos libros perdiéndose en la distancia, a lo largo y ancho de las paredes, y la hermosa cúpula de vidrio reforzado que arroja luces de colores a estos, como si estuvieran dentro de un arcoíris perpetuo. Ni la impotencia natural de la muralla verde que rodea el campus es tan fascinante como el aroma a conocimiento.
A eso de las cuatro de la tarde salimos del campus, para comprar una merienda: muffins de vainilla rellenos de chocolate y dos malteadas extra grandes con trocitos de galleta oreo y sirope de caramelo. Era una sobredosis de azúcar asegurada, pero debíamos cargar nuestro sistema de serotoninas antes del inicio de las clases.
Fuimos hasta el jardín trasero del edificio administrativo con nuestro botín, en donde los cerezos comienzan a vestir sus galas otoñales. No éramos las únicas por ahí. Ya había más afluencia de estudiantes; después de todo, solo quedan dos días para el inicio del año académico.
Muy a pesar del tiempo sombrío —que parecía haber menguando ante el naranja intenso del sol que bañaba todo lo que tenía a la vista—, todos estaban animados.
—¿Crees que tendremos algún profesor sexy, de esos que tienen clase llena solo porque son terriblemente sensuales?
Casi boto el sorbo de malteada que recién llevé a la boca. Estos años con Alanna no me han preparado para lo natural que le salen ciertos temas que no deberían ser naturales, porque no deberías esperar que tus profesores sean sexys, punto. Sin embargo, mi reacción no es de alarma, sino de risa. Cubro mi boca con una mano para apagar la carcajada que asciende por la garganta.
—Pero... —trago la risa y la veo con ojos muy abiertos—¿De dónde sacas esas cosas?
Se encoge de hombros, fingiendo inocencia. Excepto que sus comisuras se curvan con picardía.
—Películas, series, kdramas, anime, libros...—va enumerando con los dedos— Se me haría un abuso no experimentar el tener un profesor sexy, una estafa de la universidad—. Esta vez la carcajada no encuentra obstáculos. Cualquiera que la escuche y no la conozca, creería que está hablando muy en serio, aunque... no me sorprendería si mete una queja ante la junta administrativa.
—Creí que ya habías encontrado tu objetivo—capto su curiosidad; me mira con ojos interrogativos—: Los ángeles de Murillo—explico. La comprensión ilumina sus ojos al instante; una perfecta ‹‹Oh›› se forma en sus labios. Y de pronto...
—¡Por la mente de Sacher-Masoch!— chilla. Doy un respingo; por segunda vez, casi me hace voltear la malteada que sostengo en las manos.
Le lanzo una mirada torva, de ceño fruncido. Pero su atención no está en mí; tiene los ojos clavados en un punto más allá de mi hombro derecho. Giro con los ojos entornados, buscando aquello que la ha turbado tanto, aunque creo hacerme una idea de qué es.
‹‹Sí. Ahí están››.
Cruzan el jardín, entre miradas atentas, descaradas y alarmantemente famélicas. Es como una de esas escenas de Animal Planet donde los depredadores observan a sus presas con el anhelo palpitándoles en cada músculo del cuerpo. Excepto que estos chicos son todo menos presas, están en la cúspide de la cadena alimenticia, y lo saben. Solo basta darles una mirada.
—¿El Coro?—inquiero con el volumen necesario para que Ali me escuche. Apenas recibo un ‹‹sí›› susurrado. Es evidente que son ellos.
Un grupo de seis chicos, entre dieciocho y veinte años. Seis chicos imposiblemente atractivos. ‹‹¿Quién demonios se ve así?››, pienso con incredulidad.
Es como presenciar la llegada de una comisión de las Naciones Unidas, en donde sus miembros representan lo mejor de los genes de cada nación, quizás genes que han sido alterados en un laboratorio, porque esos rasgos son ridículos, como si hubiesen sido tallados por Luo Li Rong: delicados, etéreos, perfectos.
Contraigo el rostro ante el último adjetivo: ‹‹perfectos››. Siempre me ha molestado el absolutismo del término, porque no creo en algo como la perfección. Sin embargo, estos chicos, el Coro... encajan muy bien en esa idea de belleza perfecta que tantos problemas le ha acarreado a la especie humana.
Si debo describirlos a través de colores, diría que son una armoniosa mezcla de blancos y negros. Son la técnica del claroscuro hecha carne. El sueño de cualquier pintor renacentista: facciones angelicales y cuerpos esculturales; una irreal simetría por donde observes. Sin mencionar sus movimientos gráciles, seguros, y seductores, y en apariencia intrínsecos en ellos; no parecen hacerlo con intensión de llamar la atención.
Tienen el aura de los seres que han sido bendecidos por el universo con belleza, confianza, autoestima, comprensión del mundo, control del entorno... y sobre todo, la convicción de que pueden obtener todo aquello que se les antoje.
Afortunadamente tengo la oportunidad de estudiarlos, porque al final se sientan a unos tres cerezos de donde estamos. Punto a su favor por no molestarles el sentarse en la hierba y ensuciar lo que parecen ser prendas exclusivas.
∞
Unos ojos de miel y café, protegidos por exuberantes pestañas de noche cerrada, se cierran a mi alrededor como una prisión de fuego. El fuego se agita cuando le sostengo la mirada, reacia a volver a apartar los ojos.
No es hasta que comienzo a sentir un extraño y familiar escozor en el pecho, que creo que ha sido suficiente del Coro. A media voz llamo la atención de Alanna, pero sin poder apartar los ojos de aquellos que me han aprisionado.
—Con que ése es el Coro.
—Te lo dije—responde del mismo modo que yo. Por lo que sé que sigue con los ojos en ellos también.
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