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CAPÍTULO V

‹‹Una ilusión nocturna››

Pasamos el resto del día hablando de horarios, clases, profesores; planificando cada cuánto debíamos comer fuera y cuánto en la residencia; a dónde debíamos ir si necesitábamos materiales para las clases, según lo que nos habían informado nuestras madres. Incluso hablamos de qué haríamos cuando tuviésemos algún tiempo libre, si es que teníamos, porque contra los consejos de nuestras sabias madres, cargamos nuestros horarios con más clases de las necesarias.

Esto no persuadió a Alanna, quien ya estaba pensando en qué usaría para cuando comenzaran a invitarnos a fiestas — ella era muy optimista en cuanto a ese plural —. Para ella las fiestas son un evento de relaciones públicas, en donde hay alcohol, baile, risas, bromas, sudor, manoseo... y claro, drogas. Siempre que agrego esto último Alanna frunce el ceño y niega, resignada, por mi poco espíritu fiestero. Yo lo llamo sentido común, saber en dónde estoy parada.

Por eso, contra mi sentir, terminé yendo a cada fiesta a la que fue invitada en la secundaria, porque ¿quién más iba a cuidarla? Solo allí podían verme ‹‹compartiendo›› con mis compañeros de clase; lo que realmente hacía era mantener sus tentáculos lejos de mi soulmate, excepto cuando ella hacía lo que le daba la gana y se me perdía en la multitud. Alanna siempre ha tenido debilidad por los imbéciles que le rompen el corazón, porque es demasiado ingenua para ver lo único que están buscando cuando la ven; ella tiene mucho para dar, mucho, pero los demás parecen ver únicamente su exuberante belleza. Odio que la califiquen como si fuese un maldito aparato de última generación.

En la cena, cuando vuelve al tema del Coro, no logro ocultar mi molestia. El ciclo vuelve a comenzar. Jamás me cansaré de cuidarla, pero me preocupa que si algún día no estoy, le hagan tanto daño que no pueda volver a unir las piezas. Todavía recuerdo cuando se empecinó con conquistar a Michell Pine, quien era dos años mayor que nosotras; no se detuvo hasta que consiguió que la invitara a salir. Estuvieron juntos todo ese año, hasta que la verdadera naturaleza de Michell salió a flote.

Si me hubiese permitido hacer lo que mi alma me pedía a gritos, el preciado auto de Pine habría servido únicamente para chatarra una vez terminara con él. Al menos el idiota tuvo la sensatez de no acercarse más, seguro era capaz de percibir la vibra asesina que me envolvía cada vez que estaba mínimamente cerca.

Ahora, comenzando la universidad, su nuevo objetivo son seis chicos invocados por fuerzas divinas. Esto no puede salir mejor... No los conozco y ya son una espina en mi existencia.

Luego de cenar y terminar de ver 10 cosas que odio de ti, por centésima vez, porque amamos a Heath Ledger, y porque la trama de la película también nos fascina; cada una toma el camino de su habitación, a cada lado de la sala. Se supone que a dormir, pero lo menos que hacemos es eso.

Mientras estoy sentada en el mueble acolchado, justo bajo el alfeizar de la ventana, apreciando la arquitectura de la exclusiva universidad; capto movimiento en la linde del pequeño parque frente al edificio.

La luna, a medio camino del cielo, es acariciada por la espesa muralla verde que rodea los terrenos del campus. Su luz, además de mantener a raya la oscuridad absoluta, sume el mundo de misterio y la peculiar magia nocturna.

El movimiento se repite, sacándome por completo de mis cavilaciones. Paseo la mirada por la penumbra del parque. No veo nada más que la sombra de los árboles que se agitan bajo la dirección del viento. Quizás solo...

¡Ahí está!

Esa sombra, sin duda, no es un árbol, ni siquiera un arbusto.

Entorno los ojos, en un intento de aguzar la vista, me inclino un poco más hacia el vidrio de la ventana. Es... ¿hay una persona allí? O está vestido completamente de negro, o estoy viendo la materialización de la oscuridad en un hombre, con la piel de luz de luna.

La inquietante seguridad de que me está observando me eriza todos los vellos del cuerpo. Mis músculos se retuercen ante las garras de la tensión. No obstante... no puedo moverme, sigo clavaba frente a la ventana, atraída por una mirada de oscuridad inhóspita e insondable.

Pero lo peor no es la parálisis que atenaza mi cuerpo, sino el absurdo sentimiento de familiaridad que golpea mi pecho y se expande hasta las profundidades de mi memoria. Intento hacerme con el recuerdo: ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿quién...? Se escurre de mis manos, como si tontamente estuviera tratando de atrapar la oscuridad.

El raciocinio vuelve a mí cuando la vigilante sombra da un paso fuera de la linde del parque. Cierro las cortinas en un solo movimiento brusco, salto del mueble y camino hasta la cama, en donde me dejo caer.

Una vez fuera de aquella extraña hipnosis, soy capaz de sentir el ímpetu con el que mi corazón golpea dentro del pecho, las ondas llegan hasta las costillas, en donde se mezclan con el esfuerzo de los pulmones, que parecen estar recibiendo llamas en vez de oxígeno. Todo el cuerpo me zumba, cargado con una energía ajena a mí.

‹‹Ya. Solo lo he imaginado. No es nada...››; me digo, en un intento por encontrar la calma. No sería la primera vez. Quizás... quizás solo era alguien que esperaba a otra persona. Quizás no era más que una ilusión óptica. Quizás...

Suspiro hasta que los pulmones no pueden retener más aire y lo suelto, tirándome hacia atrás, en la cama.

—Te estás superando, Gala—susurro a la nada.

No entiendo por qué sigo rebuscando en el pasado. Ni siquiera sé qué estoy buscando con tanta desesperación.

Como si mi cerebro quisiera darme la respuesta a una pregunta que no sé si quiero responder, una frase llena mi mente: ‹‹... Que tu cabello te hace ver como una hermosa ilusión nocturna...››. Es una tontería, y sin embargo, me encuentro levantándome de la cama y yendo hasta el monstruoso espejo de cuerpo completo que Alanna me obligó a meter a la habitación.

‹‹No te estoy pidiendo que metas una pitón en la habitación. Solo es un espejo››. Ella sabe que no me gustan los espejos, pero sigue insistiendo, y a veces solo no quiero discutir por todo. La idea de tener una superficie que me devuelva la vista siempre que esté frente a ella me pone los nervios de punta. ¿Por qué iba a querer ver una imagen de la que estoy demasiado consciente gracias a las miradas de los demás?

Ahí está: Galadriel Black; una proyección de luz y oscuridad.

Durante mis primeros meses de vida solo fui luz; tan rubia que parecía no tener cabello, pestañas o vello en general. Una rubia platinada como mamá. Pero a partir de los siete meses las cosas comenzaron a cambiar: mis cejas se tornaban oscuras, sin una explicación aparente, y mi cabello también comenzaba a cambiar. Para cuando llegué a los tres años mi trasformación parecía haber culminado, como una mariposa que finalmente sale de su crisálida.

Mi cabello era una mezcla del rubio platinado con el que nací, gris plata y negro vacío, como si me hubieran hecho una extraña versión de un balayage. La piel, nívea, que pudo ser como escarcha inmaculada sino fuera por los pequeños puntos negros que la recorrían aquí y allá; era tersa y sensible a cualquier tacto. Las líneas del rostro, aunque aniñadas, era perfiladas y frías; era una pequeña estatua de alabastro. Y claro, la cereza de ser Galadriel Black: heterocromía congénita completa. El ojo derecho es del azul del alba —como los ojos de mamá—, mientras, el izquierdo es inquietantemente negro; es casi imposible para el ojo humano distinguir la pupila del iris; una absoluta noche sin estrellas ni luna.

Todo esto aunado a la mirada desdeñosa —que tenía incluso entonces—, los gestos aburridos, y las facciones obstinadas; me convirtieron en una niña extraña. Y la niña pasó a ser una adolescente que perturbaba la tranquila normalidad de los demás con su apariencia peculiar. Mamá se esforzó por vestirme como si fuera una princesa hada, pero no hay atuendo que cambie lo que está a la vista de todos: Siempre he sido diferente al resto, y ser diferente no es algo que se acepte de buenas a primeras.

Aparto la congoja que recta desde las profundidades del agujero en mi pecho. Eso ya no importa; no le debo nada a nadie. Por mucho tiempo quise cambiar, quise ser tan normal como el resto. No tener heterocromía, poder cambiar el color de mi cabello, no ser una versión extraña de Blancanieves... No quería ser yo. Pero he tenido a personas en mi vida que han alejado las sombras que el resto del mundo han arrimado a quien soy.

‹‹Siempre has creído que tu apariencia te hace diferente, que es tu culpa que el mundo no te acepte. Ese no es el problema. El problema son ellos, quienes no pueden aceptar lo que no entienden. Puedes cambiar tu apariencia a antojo, pero jamás podrás cambiar lo extraordinaria que eres››. Sí, tengo una madre maravillosa.

Veo el reflejo en el espejo. Sonríe, una sonrisa complacida y feliz.

Estaba decidida a cambiar mi apariencia. Pasé de los vestidos de ensueño y los colores claros, a los estilos boho chic, el hallyu, hípster y vintage; siempre en tonos oscuros, nada de paletas rosas, primaverales o pasteles. En mi cabeza tenía sentido, porque si no resaltaba mi ropa, y si la combinaba con mis ojos y cabello, la monocromía me haría pasar desapercibida.

Excepto que la imagen en el espejo contradice mi lógica. No importa lo que haga, siempre provoco miradas de soslayo y comentarios entre cuchicheos.

Mi cabello sigue siendo un ondulado torrente de extrañas aguas en claroscuro. Mis ojos siguen siendo de dos colores: día y noche. Las líneas de mi rostro se volvieron más angulosas y perfiladas, rayando en lo frágil, y demasiado simétricas para el estándar. La piel de alabastro manchado de pequeños puntos negros, sigue siendo la misma. Tengo miembros largos y estilizados. Como dice mamá: ‹‹Es por eso que eres mi princesa élfica››

Este aspecto, extrañamente, cambió la forma en la que era percibida por muchos de los chicos en el instituto. De pronto, parecieron olvidar que siempre me consideraron extraña, demasiado extraña para encontrarme atractiva.

Acompañar a Ali a las fiestas fueron momentos educativos, porque comprobé que realmente les gustaba la forma en la que mi cuerpo comenzaba a cambiar.

¡Cómo odié esos días!

¿De la noche a la mañana ya no era la niña de apariencia perturbadora, la que los hacía sentir inquietos?

Podían irse todos al carajo. Y se los dejé muy claro. No me interesaba entablar ningún tipo de relación con personas absurdas e hipócritas. Siempre viviendo de apariencias.

Por eso terminé rindiéndome: abracé mis rarezas. Si nací siendo diferente, seguiría siendo diferente.

Nací siendo ‹‹unailusión nocturna››. Seguiría siendo una hasta el fin de mis días.

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