Los compañeros de caceria
El invierno arreciaba sobre la helada tundra de Jotunheim. Las altas montañas que flanqueaban la zona hacían muy difícil la supervivencia pues el poblado de Asgard se encontraba más allá estando prohibida la entrada a todo aquel no autorizado.
Tholl estaba fuera de su cabaña contemplando la alta y majestuosa Galdhøpiggen, el punto más alto de Jotunheim, analizando en qué región cazar la cena de ese día. Ya había peinado la zona desde las heladas tierras de Helheim hasta los límites con los bosques de Elfheim, el límite norte de Asgard sin exito.
—Bien pues, ire a la zona noreste esperando tener suerte esta vez.
Busco su arco y flechas montando su fiel caballo Þrymr, legado de su padre, compañero del que no podían prescindir no importando las carencias alimenticias que tuvieran. Así, Tholl encaminó sus pasos con precaución para no ser descubierto por ningún guardia imperial pues, cazaría en una zona no muy lejana de los límites del poblado.
Al mismo tiempo, en otra region distinta ubicada a kilómetros de ahí, un joven desterrado de la sociedad, estaba a la caza de la comida para toda una semana. Bud diviso un grupo grande de renos que estaba con la guardia baja. Llevaba una lanza en la mano derecha observando a la manada cual animal salvaje, listo para la embestida. De pronto, sintió la presencia de alguien cercano notando la aparición de un hombre de altura descomunal montado en un caballo igual de grande.
—¿Quién eres, jotun? Este no es tu territorio.
—Y lo dice un vagabundo como tú. La linde del bosque es parte de Jotunheim y los jötnar podemos disponer de la tierra como mejor nos plazca. Eres tú el invasor.
Bud observó sin impresión al enorme jotun delante de él. Mediría más de cuatro metros de alto, tal y como su gente aún así no se dejaría intimidar por el recién e inesperado llegado.
—Te equivocas, he cazado aquí por muchos años y es la primera vez que un jotun me dice esto. ¿Qué te parece si nos dividimos la caza? Yo solo quiero un reno, una sola cabeza es suficiente para mi, con eso comeré siete días.
—Distribuyes una sola pieza para siete días... impresionante, vagabundo. Veo seis cabezas frente a nosotros. Tu solicitud me parece justa. Cinco cabezas para mi gente que muere de hambre y una para el vagabundo que debe comer el resto de la semana.
—Andando entonces. ¿Cuál es tu nombre, jotun?
—Soy Tholl, ¿y el tuyo, vagabundo?
—Soy Bud. Del valle de Vanaheim.
Tras haber intercambiado nombres es que ambos se prepararon para cazar a los seis renos frente a ambos. Así los dos hombres se abalanzaron sobre sus presas haciendo uso de sus extraordinarias habilidades como cazadores veloces y eficientes. Tholl noto que el vagabundo de nombre Bud tenia algo especial pues, su velocidad y habilidad como cazador, no era propia de alguien que se hubiere dedicado a mendigar por comida.
—Lo subestime... —pensó el gigante observando a Bud con sus ojos claros— Sus habilidades son impresionantes.
En menos de cuatro horas, la manada de renos estaba distribuida como acordaron.
—Eres un cazador excepcional, jotun Tholl.
—Y lo mismo tu, Bud el vanir. Veo que estás herido.
—¿Cómo dices?
Bud noto su brazo derecho una amplia linea roja que abarcaba una parte de este dejandole sin saber que decir.
—No es nada —ya me curaré en casa—, debo irme Tholl.
El joven de los cabellos azulados estaba por retirarse cuando, de pronto, Tholl sacó un pequeño recipiente que llevaba oculto debajo de su capa.
—Me ayudaste a cazar los renos y, a cambio, te daré esto —le entregó el pequeño envase el cual Bud observó con interés—. Es ungüento. Lo usamos cuando salimos de caza pues, casi siempre, los animales terminan lastimándonos. Es de preparación natural. Te aseguro que no está envenenado o algo por el estilo.
—Bien, Tholl. Lo acepto —Bud abrio el recipiente colocando una cantidad de medicamento en su brazo. Estaba hecho de hierbas y plantas medicinales, posiblemente, provenientes de los bosques de Alfheim.
Bud se sintió mucho mejor tras vendar su herida observando que el jotun Tholl se retiraba de ahi tras haber colocado la caza en el trineo que jalaba su alto corcel.
—¡Ey Jotun, ¿te marchas sin tu ungüento milagroso?!
—¡Quedatelo, tenemos más de eso en casa! Ya nos veremos de nuevo, vanir.
Ambos se miraron por un momento más desde la distancia antes de dar media vuelta y proseguir con su camino. No sería la última vez que se toparían ya que, de ahí en adelante, se volvieron compañeros de cacería.
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