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Bud, el viaje del desterrado

Bud, el viaje del desterrado

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Svensby, extremo norte de Noruega

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El cansado viajero dejó sus pertenencias en la cama apenas logró llegar a la habitación de la pequeña cabaña en la que se encontraba. El viaje de regreso hasta Noruega había sido demasiado largo dejándolo agotado. Bud se quedó recostado sobre la cama tratando de no pensar en nada, cerró sus ojos analizando un poco su situación antes de levantarse y tomar un largo baño.

—No imaginé volver a este país luego de cuatro años —se dijo—, hace cuatro años salí de Asgard creyendo que jamás regresaria y ahora... Estoy en una pequeña ciudad en Midgard ubicada lo más al norte del país.

Se puso de pie yendo al cuarto de baño sumergiéndose en el agua caliente por un buen rato.

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Cuatro años atrás

Bud salió del reino de Asgard aquel día más furioso que nunca. Tras darse cuenta de que su situación social jamás podrá ser cambiada, no le quedó otra opción más que dejar el reino odiando a todos a su alrededor. El gemelo sin derechos se alejo de la zona lo más que pudo dirigiéndose hacia el sur, hacia los espesos bosques y las montañas adentrándose más y más hasta dejar atrás a los guardias del Bifrost quienes lo siguieron un buen tramo.

Finalmente, Bud cruzó la frontera con Suecia y Finlandia internándose en la zona montañosa de Pältsastugan, en Suecia, vagando por semanas y semanas. El mundo de Midgard le causaba algo de miedo ya que no tenía idea de a donde ir o cómo conseguir alimentos o donde refugiarse permaneciendo en una pequeña cueva por casi un mes mientras su coraje bajaba y lograba pensar con la mente fría.

—Calmate... calmate... —se decía sujetando su cabeza con ambas manos— Tenemos que pensar. Ahora estoy en Midgard y, como sea, debo encontrar el modo de sobrevivir, y luego daré otro paso para cambiar mi vida o algo, pero, por ahora necesito paz en mi mente.

Conforme pasaron los días, salió de su refugio dirigiéndose a la zona de un pequeño lago el cual tenía su nombre marcado en dos idiomas muy diferentes, según los señalamientos locales, Bud no entendía ninguno de los dos yendo hacía sur apenas logró bañarse en el lago ya que su aspecto era terrible.

Su camino lo llevó hasta el poblado de Kummavuopio donde la policía lo detuvo.

En la comisaría Bud fue interrogado varias horas, sin embargo el joven apenas si pudo responder sus preguntas ya que no lograba entender el idioma, por lo que con dificultad pudo describir desde donde venía, pero parecía que los oficiales de la ley no le creían. Bud solo sabía que esos hombres eran algo asi como guardias del gobierno.

—No tenemos idea del lugar del que dice que viene —indicó el policía ya bastante cansado de lidiar con el andrajoso del cabello verde—, pero sabemos que usted no es de este país. —Espera —intervino otro oficial luego de pensar un poco—, seguro que usted viene de la comunidad de locos que viven en las montañas de Tromso.

Bud afirmó al escuchar el nombre Tromso, el cual si le resultaba vagamente familiar.

—Bien, si es así puede entrar a los baños y arreglarse, después de eso lo llevaremos a la frontera. Como no tiene papeles, no puede quedarse en Suecia.

Se le indicó donde estaban los baños donde Bud logró tomar una buena ducha decente luego de mucho tiempo, le entregaron ropas más adecuadas y suministros de higiene personal, además de eso le arreglaron el cabello. El reflejo en el espejo le devolvió la visión de un joven de veintitrés años que se veía más refrescado.

Fue deportado de regreso a Noruega donde pudo entender mucho mejor el idioma preguntando a quien le saliera por el camino cómo dirigirse hacia el sur, principalmente a los oficiales de policía quienes le mostraron donde estaban las estaciones del tren. Para esos momentos Bud ya se había acostumbrado un poco al ruido a su alrededor: los autos, la gente, las naves voladoras y ahora los trenes.

El joven se volvió un hábil pasajero no registrado en los trenes de carga, en los cuales viajó por todo el país hasta el bonito sur el cual le gusto bastante. El aire era fresco, la gente en los poblados no lo miraba raro tratándolo como a cualquier gente que pasara por ahí y sobretodo, el magnífico clima ya que hacía un calor muy agradable.

En cosa de un mes llegó a la ciudad de Stavanger donde se cuestionó nuevamente que haría para poder sobrevivir pues había vivido de los alimentos en conserva que llevaba el tren de carga además de hacer escala ocasional en una que otra ciudad ganándose la vida brevemente en trabajos sin importancia.

Estando en la ajetreada ciudad es que se dio cuenta de que no había nada ahí para él, no se sentía parte de la ciudad que hablaba su mismo idioma y usaban ropas muy similares a él. Estaba harto del ruido de los automóviles y de los turistas pensando alejarse aún más de la ciudad topándose con una agencia de turismo la cual le trajo un recuerdo del pasado a la cabeza.

—Grecia... El Santuario...

¿Podría llegar al Santuario, valdría la pena visitar esa tierra tan lejana en la cual vivían los sujetos a quienes llamó enemigos en el pasado?

—Bien, no tengo nada que perder.

Nuevamente busco como viajar hacia el sur cruzando el continente en tren conociendo gente aquí y allá, ya que jamás había visto tanta variedad de personas como las que se topó en países como Dinamarca, Alemania, Austria y otros llegando a Grecia casi un año después de dejar Asgard. A esas alturas sus ojos habían visto una gran cantidad de ciudades, paisajes y personas. Su boca había probado cantidad de platillos diferentes y había escuchado tantos tipos de sonidos y ruido. Midgard era la tierra de los estímulos y parecía que nada tenía control ni final.

—Me pregunto si podría vivir en alguna de las tantas ciudades por las que he pasado —se decía pensativo viajando en tren hacía el sur del continente.

Su meta era Grecia, lugar que idealizó como la tierra de los santos de Atena estando seguro de que encontraría a Ikki por alguna parte e, incluso, llegó a imaginar que se toparía con la mujer con quien combatió, la joven de cabellos verdes cuyo nombre jamás conoció.

Así llegó a Grecia una sofocante tarde de verano.

No obstante, el Santuario resultó ser un sitio decepcionante, decadente y repleto de turistas molestos que no le permitían revisar el lugar con calma o buscar donde sentarse siquiera, además de que el ardiente clima del verano griego estaba volviéndolo loco. Atenas parecía un centro de interminable diversión para los cientos de miles de turistas que le salían de un lado y el otro no encontrando a ningún caballero de Atena en los alrededores.

—Me pregunto dónde estarán los valientes santos de bronce y los dorados que tanto menciono Ikki en nuestro combate. ¿Dónde está el santuario de la diosa Atena? No encuentro respuestas en este sitio horrible y bullicioso.

A menos de dos años de su salida de Asgard, Bud estaba harto de la gente, del ruido del transporte público, de la música y del interminable calor de Grecia sospechando que, de viajar más y más hacia el sur, el calor se incrementaría acabando con él y su entusiasmo.

—Midgard es una tierra temible... ¡detesto estar aquí!

Esa noche estaba frente al malecón del puerto del Pireo considerando que haría a partir de entonces. No podía volver a Asgard, eso era un hecho, pero quizás más hacía el norte volvería al clima que conocía y quizás sería mucho más tranquilo ya que, en varias de las ciudades por donde pasó, se topó con cosas bonitas e interesantes. Incluso, una o dos, caras bellas se le atravesaron por el camino.

Bud determinó volver al norte cuanto antes dejando Grecia al día siguiente.

El tiempo y el viaje de vuelta al norte no le trajo lo que había pensado. No encontró alguna ciudad lo suficientemente tranquila como para quedarse ni ningún rostro bello lo motivó a permanecer en el lugar en cuestión. Solo había personas y más personas por las calles de cada ciudad y pueblo que cruzaba.

—No, Midgard no es para mí —se decía viajando en trenes de carga que lo llevaron desde cierto punto de Europa hasta Dinamarca, desde donde viajó hasta la ciudad sueca de Malmö tomandose un tiempo más para pensar sus pasos con cuidado.

El gemelo asgardiano se quedó en Suecia durante un año entero recorriendo las ciudades sureñas de Helsingborg, Gotemburgo, Uddevalla y Fjallbacka donde vivió un poco más de tiempo ahora que ya se entendía mejor con los suecos llegando a establecer una breve relación con una joven a quien conoció en el pequeño pueblo costero.

Sin embargo, tampoco halló su camino en esa bonita ciudad ni con su actual compañera con quien no lograba entenderse como habría querido no sabiendo exactamente por qué. El joven le propuso mudarse más hacia el norte siendo rechazado, la chica no deseaba moverse del poblado pues su familia vivía en ese lugar.

Así, el lazo entre ellos terminó y Bud emprendió el regreso al norte nuevamente volviendo a Noruega casi cuatro años después de su salida de Asgard. Se desplazó por toda Suecia desde el sur hasta la ciudad fronteriza por donde ingresó al país por primera vez tiempo atrás terminando su viaje en el pequeño poblado costero de Svensby.

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Bud salió del cuarto de baño desempacando sus pocas pertenencias en el armario de la residencia rentada por la cual pagaba una cantidad muy pequeña. Se dirigió a la terraza que daba al mar aspirando el aire de la tarde. Aquel poblado apenas si tenia un numero muy pequeño de personas que no le molestaba pues el ruido era mínimo: casi no había automóviles, no había escuchado ni una sola de esas infernales nave aéreas que odiaba con el alma y su vecino más cercano estaba a un par de kilómetros a la distancia.

—Esta parte de Midgard me parece mucho mejor para vivir.

Fue que noto que en la terraza de la pequeña casa cuadrada, en color rojo y techo negro a dos aguas, estaba colocado un telescopio que llamo su atencion. El gemelo se acercó poco a poco observando con curiosidad el dispositivo que parecía haber sido olvidado colocando su ojo. Noto que tenía una vista ampliada de la tierra frente a él, la que estaba cruzando el pequeño mar que separaba esas dos partes del país mirando con cuidado y curiosidad esa tierra lejana.

—Un momento... —se dijo excitado buscando el modo de amplificar aún más la imagen moviendo las lentes sin un orden hasta lograr magnificar lo que veían sus ojos—No puede ser... —su corazón latía furiosamente al percatarse que conocía aquella tierra al otro lado del pequeño mar.

Era Asgard.

Bud se acercó una silla analizando lo que veía: lo primero que logró enfocar fue el oratorio, el sitio donde Hilda de Polaris pasaba sus días elevando plegarias por la seguridad de su nación, la barda que separaba Asgard del mar era claramente visible desde su posición y se alzaba por debajo del oratorio. Su vista recorrió el oratorio hacia la derecha topándose con la silueta de la estatua de Odin más allá, luego se alcanzaban a ver las altas montañas de Jotunheimen y más allá de eso, el manto verde de los bosques de Vanaheim y Svartalfheim cubría las faldas de la cadena montañosa notando los glaciares sobre el mar de Jormungandr. Así, se dio cuenta de algo muy diferente a lo que creía.

—¿Barcos? Pero, según sabía, nadie en Asgard está autorizado a navegar. No hay puertos marítimos, ¿que son esos barcos?

Los barcos se divisaban a muchos, muchos kilómetros al oeste del oratorio en una zona muy apartada que le era desconocida.

—Hay un poblado ahi... pero... no hay territorio habitado más allá de los bosques negros. A menos que...

Se rumoreaba que un poblado ubicado al extremo oeste del reino estaba deshabitado y tenía un puerto marítimo sin usar. Bud pensó que, tal vez era mentira que no hubiera pobladores y realmente si los hubiera, un grupo de personas vivían en la lejana ciudad de Herleif y aprovechaban su acceso al mar desde el puerto de Hledra para navegar a sus anchas.

El joven desterrado de Asgard dejó el telescopio un rato poniéndose de pie para analizar lo que había visto pues se sentía muy inquieto y la cabeza le daba vueltas. Volvió a ocupar el sitio frente al aparato regresando a la zona del oratorio donde noto algo diferente: una figura delicada estaba de pie en dicho lugar rodeada por un aura color lavanda.

Bud enfocó un poco más la mirada identificando a Hilda quien realizaba su tarea devotamente. El joven se sorprendió pues era la primera vez que veía tal espectáculo quedándose donde estaba frente al telescopio por un largo rato.

La tarde cayó cuando se despegó del aparato pues Hilda terminó de orar retirándose de ahí.

El joven de los cabellos verdes se volvió adicto a mirar Asgard a la distancia no queriendo reconocer abiertamente que extrañaba el que fuera su hogar. Odiaba a la gente que lo habitaba debido a lo que ocurrió con él, pero añoraba el silencio y tranquilidad de los bosques de Vanaheim a pesar de los terribles inviernos y otros factores. Algo en él quería volver allá, a lo que llamaba "casa".

Pero había algo más, sin percatarse, había dedicado varios días a mirar a Hilda, a verla orar durante horas y horas y días y días disfrutando la visión que miraba fijamente cada vez que ella bajaba desde el palacio hasta ese balcón. Observarla se convirtió en un especie de placer culposo descubriendo algo interesante de ella.

Le gustaba mucho verla. No había pensado en la joven durante los pasados cuatro años descubriendo en esos momentos lo bella que era y lo mucho que disfrutaba verla durante todas esas horas notando su ferviente devoción a Odin y las expresiones de su rostro logrando identificar cuando estaba molesta o estresada, incluso su corazón se acongojo un poco al verla llorar hacía unos días.

—¿Por qué lloras? —se decía el joven dejando una bebida que tenía en la mano sobre la mesa más cercana prestando más atención a la sacerdotisa— ¿quien te ha hecho llorar?

Ese mismo dia, Hilda se enjugó las lágrimas acercándose a la barda del oratorio recargándose por un rato mirando a la nada. A Bud le habria gustado saber por qué lloraba y consolarla.

Apenas la joven se retiró por ese día, Bud se levantó de la silla estirando un poco sus extremidades. Se sentía culpable por la forma en que la espiaba mientras ella realizaba sus tareas a Odin, pero no podía evitarlo ya, pues consideraba que Hilda era una mujer muy bella y habria deseado tener la oportunidad de conocerla un poco más antes de su trágica salida del reino.

—Al menos puedo verla desde aquí —en esos momentos se dio cuenta de que realmente le llamaba la atención, le gustaba a su modo aunque no pudiera ni hablar con ella.

Pasaron un par de semanas más en las que Bud tuvo que forzarse a realizar otras actividades lejos del telescopio abandonado en la terraza de su cabaña ya que se percató del tiempo que invertía en esa actividad. Era su placer culposo y nadie podría prohibirselo.

Aquel día se trasladó hacia el poblado vecino para comprar varias cosas observando que una nave extraña se veía en la lejanía desde su ubicación sobre la carretera.

—¿Un antiguo barco vikingo? —no entendía lo que sus ojos veían por más que enfocaba su mirada una y otra vez acelerando el paso hacia aquella ciudad.

¿Era un barco real o parte de alguna exposición temporal? Apenas llegó al puerto de la ciudad, se acercó a uno de los pescadores del mercado preguntando por el origen del barco y la razón del por qué se aproximaba al puerto local.

—Disculpe, ¿qué es ese barco? —el pescador levantó brevemente la mirada sonriendo un poco.

—¡Ah! Son los mercaderes de Herleif, un poblado al otro lado del mar. Vienen muy seguido hasta acá a vender mercancía.

—Así que hay habitantes en esa ciudad...

El gemelo del cabello verde esperó a que el barco llegara y concluyeran las maniobras de desembarque presa de una enorme curiosidad. Varios minutos más tarde, los mercaderes descendieron del barco confirmando las sospechas de Bud: estos vestían una variante más moderna de las ropas locales de Asgard, usaban botas, pieles de oso y otras prendas que los hacían ver hombres auténticos del reino y no personas disfrazadas.

Cuatro de ellos bajaron llevando cajas grandes y otros objetos dirigiéndose hacia la zona de embarque donde presentaron sus mercancías. Al mismo tiempo, el personal del puerto de Svensby les entregaban papeleo que el mayor de los cuatro mercaderes revisaba inventariando lo que llevaban en los contenedores. Para Bud fue una extraña mezcla entre la modernidad de Midgard y la antigüedad del estilo de vida de Asgard gustándole mucho lo que veían sus ojos.

—¿Se te ofrece algo? —uno de los hombres de Herleif se le atravesó por el camino pues Bud se aproximó a ellos con calma, como hechizado, sin darse cuenta de lo cerca que estaba del muelle.

—Ah, si. ¿Ustedes son asgardianos? —pregunto muy seguro de sí mismo.

—¡Claro que no! —respondió otro de ellos— ¡Somos habitantes de Herleif, no nos insultes!

—¡Oye, Hoor! —el más joven llamó al tercero de ellos— Este midgardiano cree que venimos de Asgard. ¿Qué dices a esto?

—¡Digo que dejen al chico y vengan a ayudar!

Los tres hombres se agruparon desembarcando lo que llevaban mientras las maniobras de registro de toda la mercancía continuaban. Durante esos momentos, Bud no se movió de ahí hasta que terminaran ya que tenía varias preguntas que hacerles.

—¿No vas a moverte de aquí? —el mismo hombre se dirigió a Bud con intenciones de divertirse un poco— Supongo que te llamamos la atención por nuestra forma de vestir.

—Nada de eso. Soy un desterrado del reino y siempre tuve la idea de que la navegación estaba prohibida.

—¿Desterrado? —el mercader lo miró sin entender— ¿qué fue lo que hiciste que te corrieron?

—Soy un gemelo abandonado —dijo Bud sin dar rodeos yendo directo al grano—, viví casi toda mi vida en Vanaheim. Cuando las guerras terminaron solicité una audiencia en el Valhalla para pedir que se me permitiera incorporarme a la sociedad y me rechazaron.

—Espera —el hombre aguardó a que los otros tres terminaran llamándolos enseguida—, ¡Jarl, Hoor, Fitch, vengan acá!

—¿Y ahora que quieres Buri? —Jarl, un hombre alto y fornido de espesos cabellos rojizos lo miro fastidiado— Deja al midgardiano y volvamos al barco.

—Este hombre es un vanir, un gemelo desterrado del reino.

—¿De verdad?

Los tres mercaderes se aproximaron a Bud mirándolo con curiosidad.

—Asi que te desterraron del reino por pedir algo tan simple como querer ser parte de la gente de Asgard —dijo Fitch, otro hombre igual de enorme y barbudo luego de escuchar el relato de Bud—, no me sorprende. El consejo de ancianos de Asgard solo replica las mismas ideas inútiles una y otra vez. Cuanto me alegro de no vivir ahi.

—Tengo una pregunta —dijo Bud—, ¿desde cuando hay personas habitando Herleif?

—Desde siempre —Hoor el lider del barco se adelantó a responder la pregunta—, hace varios años, Volker, uno de los "grandes guerreros" de la guardia, nos tacho de rebeldes por vivir al otro lado del territorio llevando a sus tropas hasta allá para masacrar a nuestra gente. Somos guerreros es verdad, pero amamos más nuestra libertad así que calmamos nuestras actividades hasta que el reino se olvidara de nosotros.

—Si, oí hablar de Volker —el rostro de Mime se dejó ver en la mente de Bud—, siempre lo tuve por guerrero orgulloso y honorable.

—Desde luego que no, era tan terrible como otros de su calaña, pero no podíamos parar nuestras actividades por tanto tiempo volviendo al mar en cosa de meses mientras restauramos nuestra sociedad.

Los cuatro helfnir narraron cómo era que la gente del poblado prefirió quedarse ahí a volver a Asgard ya que eso les permitia ser independientes para comerciar a sus anchas con Midgard; eran navegantes, pescadores, leñadores, granjeros, herreros e incluso mineros.

—Nos hacen falta manos, es verdad —indicó Buri—. Ademas nuestra gente hace varias cosas que causarían el horror del gobierno de Asgard, es por eso que nos valemos de la barrera que representa el bosque negro que nos permite conservar nuestra autonomia. Asgard está a casi cuatro días a caballo desde Herleif para nuestra buena fortuna.

—No nos regimos por las leyes ridículas del reino —indicó Jarl—, en Asgard puedes terminar en las cárceles de Kelby si llegas a enamorarte de una midgardiana.

—Si, eso lo toman como "alta traición" y podrías pasar hasta diez años en prisión o morir desde antes —añadió Hoor—. En cambio, hombres y mujeres de Herleif han salido de nuestra ciudad por matrimonio, o bien han entrado a nuestra sociedad gracias al matrimonio.

—¡Si, puedes tener una novia o novio en este pueblo y a nadie en Herleif le molesta!

Bud escuchaba aquello maravillado ya que algo así era lo que buscaba: volver a casa, a su mundo conocido, pero como parte de una sociedad nueva donde fuera útil pues era un hábil cazador.

—Si yo quisiera formar parte de su sociedad, ¿que tendría que hacer? —pregunto firme mirándolos fijamente.

—Si ya vives en Midgard y eres libre, ¿por qué querrías volver a una tierra que pertenece al pasado?

—No me siento útil aquí. Soy un cazador eficiente, leñador y carpintero. Creo que mis habilidades podrían servir en su ciudad. Además... extraño allá, no Asgard como tal, sino las tierras que recorría todos los días.

Los cuatro hombres se miraron entre ellos antes de responder pues, de varias formas, no creían totalmente lo que decía Bud.

—Antes de eso, tendríamos que hablar con nuestros líderes —Hoor lo miró fijamente—. Te daremos una respuesta en nuestra siguiente visita en tres semanas.

—Estupendo.

Bud se sintió muy animado al escucharlos decir eso conservando grandes esperanzas de poder formar parte de esa sociedad. Un par de horas después, el barco se hizo a la mar mientras el joven asgardiano lo miraba alejarse y perderse en la lejanía. Volvió a casa tras hacer unas compras en el mercado esperando que esos líderes accedieran a una audiencia con él.

Luego de almorzar algo, Bud se sentó nuevamente delante del telescopio enfocando el oratorio observando a Hilda en su tarea diaria. Su corazón latía rápidamente al percatarse que, quizás existiera la posibilidad remota de volverla a ver en persona, de escuchar su voz o, al menos, estar en la misma nación que ella. Nada perdía con fantasear un poco.

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Tres semanas después, volvieron los mercaderes topándose con Bud en el muelle como la primera vez. El chico parecía ir en serio con sus intenciones de incorporarse a los helfnir y, el verlo firme en el muelle el día acordado, era clara muestra de la veracidad de sus palabras. Además de que llevaba un pequeño maletín alargado con sus pertenencias.

—Nuestro líder, Sigmund de Fafnir, está interesado en tu historia, pero tendrás que ir hasta nuestra ciudad para tener una audiencia con él —anunció Hoor—. Nos iremos en unas cuantas horas, si estás interesado en continuar con esto, deberás estar listo entonces.

—Ya estoy listo, los esperare a que terminen con sus actividades.

A Bud se le permitió subir al barco luego de que Hoor lo autorizara haciéndose a la mar más tarde. Sus días en Midgard habían terminado definitivamente, ya que estaba seguro de que sería aceptado en Herleif esperando encontrar su camino perdido en un lugar nuevo y sintiéndose más entusiasmado que nunca en esos cuatro años.


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FIN

*Notas: Esta historia ya forma parte del universo Asgard que he creado a partir del fanfic "La balada de Saori y Freyr". Todos los lugares que aparecen en este OS forman parte de ese worldbuilding. Espero les agrade. :)

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