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¡Emparedado De Pan!

Era cerca de las once de la noche cuando un pequeño niño de cabellos dorados abrió sus ojos mostrando un hermoso color celeste en ellos, se le pintó una sutil sonrisilla en los labios. Tenía unos ocho años y todavía compartía habitación junto con su hermana dentro del castillo del Rey Harrow, eran de cierta manera, un tanto más privilegiados que otros niños pues eran los hijos de Viren, la mano derecha del Rey y se les concedió un espacio dentro del palacio.

Antes de anunciar su insomnio, el pequeño niño tomó sus precauciones con su hermana, ya que ella no dudaría en mandarlo a dormir por las buenas o usando esos nuevos hechizos de magia oscura que aprendió. En total concentración el chico se levantó un poco de la cama, al menos lo suficiente para divisar que Claudia estaba más allá de la línea del descanso.

—Eso Claud —murmuró por debajo con ese tonto tono de voz tan respectivo de él—. Duerme, duerme y sueña con angelitos.

Puso el primer pie descalzo en el suelo y un horrible frío asaltó su regordetes dedos. Soren no tenía la costumbre de dormir con calcetines porque sentía que le estorbaban para moverse debajo de las mantas, pero ahora comienza a comprender la importancia de ellos; ¡Demonios, no quería pasar tanto frío ni bien se levantó!

—Oh, perfecto —se dijo de pie y con los pies descalzos recibiendo toda esa frescura innecesaria—. Supongo que tengo tiempo suficiente para ir al baño.

Tomó su almohada e hizo de ella su figura al dormir, la cubrió con la sábana y observó orgulloso por poco tiempo su obra de arte. En caso de que alguien entrara a la habitación o Claudia se levantara a beber agua, no percibirían nada extraño.

Volvió a sonreír como solo él sabe y sin más demora tomó camino en ese penumbroso pasillo de baldosas que lo llevaría al retrete. De haber tenido dos años menos, Soren ya habría gritado aterrado por lo amenazante y terrorífica que podría parecerle la oscuridad, pero ahora era un hombre hecho y derecho, se intentaba convencer mientras daba pasitos pequeños y temblorines. Cada unos cuantos y extensos metros (al menos para él, quien tenía un corazoncito de pollo) se podía topar con una antorcha encendida, pero no le era suficiente así que intentó acelerar el paso todo lo posible, tenía una cita en el cuarto de las despensas del reino y no quería llegar tarde dando así una mala imagen suya.

Haciendo poses extrañas al caminar, si era por las ganas de mear o por el miedo a la oscuridad era lo de menos cuando momentos antes de dar vuelta en un pasillo escuchó una risa en medio de tanto silencio. Pensó que había sido solo su imaginación y después de restarle importancia con un gesto y seguir con su camino, volvió a escuchar la misma risa acompañada de otras un poco más agudas y sin forma.

¡Este caso era para Soren el detective! Si a él mismo le parecía raro tener que ir a las despensas casi a media noche, aún más le pareció raro escuchar risas a esa misma hora. Enarcó una ceja con tanta curiosidad que con el murmuro de las hojas moviéndose por la brisa nocturna, llegó al umbral de la habitación de los hijos del Rey Harrow. Por suerte la falta de iluminación lo ocultaba muy bien y le fue más que accesible el primer lugar para admirar una escena bastante inusual tratándose del mismo Rey de Katolis.

—¿Pero qué está pasando? —cuestionó en voz baja haciendo acopio de todas sus fuerzas para no mojarse los pantalones durante ese tiempo.

Al punto, el Rey con hijo en brazos, recostó al mayor de los dos pues no querían irse a dormir aún. Logró hacer que se mantuviera bajo las cobijas y con aquel que seguía en sus manos pronto se encargó de dejarlo también en una cama un poco más pequeña. La escena le contaba a Soren todo y a la vez nada, todo lo que su corazón deseó y también lo que nada se le entregó.

Los ojos celestes del joven tomaron un brillo excepcional y una extraña emoción lo invadió cuando fue testigo del acto más hermoso que un hombre puede tener con sus retoños: el Rey de Katolis, el rey Harrow cumplió con el papel de padre e inclinó su cabeza para depositar un divino beso en la mejilla del hijo menor, después se encaminó al segundo e hizo lo mismo pero en su frente. Ciertamente en ese momento faltaba ese hermoso y único toque femenino pero ni siquiera Soren podía recordarlo, ya suficiente arremetida tuvo su corazón siendo testigo de tal muestra afectiva.

A la sazón tuvo una pequeña, corta pero en extremo hermosa visión. En ella sentía la sangre correr en su cuerpo como si fuera plomo y su corazón respondió a un calor que había olvidado con el correr de los años. Recordó a borrones las veces que su mamá y papá los despendían en la noche con un beso, y si bien ahora no era lo mismo, Soren tampoco lo quería tanto como una simple risa de su padre, unas simples palabras como "Bien, hecho Soren" y tal vez, sólo tal vez, un abrazo. No tenía que ser una gran muestra de afecto o un carnaval, pero sí al menos una que él pudiese guardar en su pequeño y blanco corazón.

—¡No queremos dormir! —escuchó la voz del pequeño Ezran y por consiguiente pensó que le dirían lo mismo cuando él no quiere dormir: "O lo haces, o las brujas vendrán por ti y nunca más volverás a vernos" entonces se escondía temeroso bajo sus cobijas.

Pero la respuesta del Rey estaba muy lejos de toda idea del joven. De hecho, el moreno se echó a reír, de modo que fue interrumpido por Callum, su hijastro.

—Ezran, debemos ir a dormir —regañó a su menor lanzándole una mirada reprobatoria, pero después ésta se suavizó cuando se giró al mayor:— o bueno... Lo haremos si nos cuentas un cuento ¿Sí? Por favor.

El Rey levantó una ceja y guardó silencio por unos momentos. Incluso Soren tenía miedo a que no se contase el cuento, pero pronto el hombre habló para sacar a todos de ese a gran apremio y duda:

—¡Bien, trato hecho! —dijo entre risas—. Esta vez les voy a contar la historia del príncipe triste y la bestia feliz.

Ambos niños levantaron las voces en júbilo, adoraban esa historia y Soren sintió un poco de curiosidad por conocerla ya que su padre a duras penas les daba las buenas noches y algunas órdenes para el día siguiente, en lugar de un amoroso y tierno cuento. Su corazón jamás culpó de nada a Viren y de hecho, sólo deseaba un poco de atención, si acaso la mitad o menos de la mitad que Harrow dedicaba a los príncipes.

En el momento en que el rey tomó asiento Soren bajó su mirada acunando en su pecho un sentimiento un tanto más extraño que cómodo. Temiendo ser encontrado espiando a la realeza, retomó su camino bastante pensativo. Entró al baño y después de hacer sus necesidades sin temor al monstruo del retrete, salió directo a su cita con la niña más impaciente del mundo.

Por suerte no se topó con ningún mozo durante todo el trayecto a las cocinas, se aseguró también de que nadie le siguiera la pista. Dio, con poco disimulo, unos vistazos a su alrededor, con la cocina vacía y un par de empanadas que robó, llamó a la puerta de la despensa con cierto ritmo al golpear y una voz infantil le dio el visto nuevo a su intromisión.

—¡Llegas tarde otra vez! —lo recibieron con quejas y cuando por fin logró sentarse, divisó la identidad de su acompañante.

La jovencita que le esperaba desde hace casi treinta minutos era un año menor que él; sus ojos eran de un color semejante al del trigo o tal vez la canela, sus labios dos líneas finas que sin necesidad de ningún pigmento lucían el mejor tono del rosado del reino. Era un poco más pequeña para su edad, pero su diminuta estatura era compensada por ese color de piel tan saludable, esas mejillas gorditas y rojas y ese color castaño claro de cabello, el cual le llegaba por los hombros y en cada extremo tenía una trenza con listones amarillos.

Cada dos noches Soren asistía a una junta con su mejor amiga Torba, una hija de las sirvientas del lugar y hermana de un guardia, y charlaban sobre de todo un poco: adoraban hablar sobre sus familias y pese a tener una gran brecha de diferencia social ellos parecían ignorarlo y solo se dedicaban a disfrutar de su compañía. Soren de cuando en cuando le contaba cómo era trabajar para el Rey más de cerca y ella le relataba cómo era que crecían las zanahorias en el campo, o la forma en cómo cuidaban al ganado.

—¡Ah, eres muy molesta Torba! —se quejó el chico rascándose la nuca al tiempo en que le extendía a la niña una deliciosa empanada—. No llegué tarde, son imaginaciones tuyas.

—¡¿Imaginaciones mías?! —bufó tomando la empanada, dio el primer mordisco y así habló con la boca llena—. Llevo tanto tiempo aquí adentro que se me entumieron mis piernas. Vuelve a decir que son imaginaciones mías y...

Extendió su mano libre para asestarle un golpe a Soren en la cabeza. Por fuera sólo se escuchó un golpecillo y cualquiera podría atribuirlo a las ratas o alguna otra plaga. Pero dentro, según Torba, se lo tenía más que merecido aunque tal vez usó demasiada fuerza ya que pronto se escucharon los quejidos del niño.

—¡No tenías que hacer eso! —le recriminó—. Te advierto que...

—¿Que qué? Vamos Soren, te lo merecías —le interrumpió terminando con el último bocado. Se llevó las manitas a las rodillas y balanceándose, sonrió—. Dejemos de lado tu mala costumbre de llegar tarde. Mejor cuéntame ¿Qué te retrasó?

La expresión del joven pasó por varias etapas y una de ellas era la sorpresa, hasta llegar a la duda y después a la seguridad. Formó varias muecas con sus labios en el tiempo en que intentó buscar las palabras correctas porque supuso que Torba no deseaba escuchar sobre su gran historia y la meada que tuvo hacía poco.

—Bien —masculló a regañadientes notando la impaciencia de la niña y temiendo otro golpe o mordida, se sinceró:— te diré la verdad, pero si te atreves a burlarte o contarlo fuera de aquí, te va a ir muy mal.

La jovencita fingió reír divertida, de repente cambió su expresión a una más sería y levantó su meñique.

—Te lo juro por mi dedito —le dijo y los dos cruzaron sus meñiques sellando de tal forma una de las promesas que arrastrarían durante todas sus vidas—. Además, ya tengo suficiente burlándome de ti y no creo que a nadie en todo el reino le importe lo que te pasó casi a media noche.

—Espera, ¿Qué? ¿Burlarte de mi? —dijo Soren—. ¿Desde cuando te burlas de mi?

—Ya Soren, no estamos hablando de eso —musitó Torba con apremio viendo que el tiempo se les acababa—. Ya dime qué te retraso.

—¡Bueno, bueno ya! —le señaló con su pequeño dedo como si la estuviera amenazando—. Pero ya hablaremos después de esas burlas tuyas. Verás, antes de llegar vi algo que... Que a lo mejor cunado crecí olvidé.

—¿Qué viste? —preguntó ella con la mirada perdida en las expresiones de Soren—. ¿Un elfo?

—¡¿Qué?! ¡No! No hubiese estado vivo para contar esto. Lo que vi fue aquello que en su tiempo conocí —sintió cómo una triste herida se abría en su pecho, pero al toparse con el ocre mirar de su amiga supo que podía sincerarse, que no habría pérdida alguna y que al menos juntos podrían compartir el fardo, como siempre lo han hecho. Se encogió de hombros y tímidamente sonrió con un tinte melancólico—. En pocas palabras... Vi cómo el Rey le contaba un cuento a los príncipes y... Bueno, yo me pregunté, ¿hace cuánto papá no hace eso?

Al escucharlo Torba quedó muda. Más que nadie entendía esos pensamientos de su amigo no por estár en la misma situación, sino porque lo conocía, conocía su dolor y aquello que lo venía perturbando desde hace tiempo. Frunció su pequeña nariz y retrocedió un poco.

—Ah, ya entiendo. Supongo que el Rey también se esfuerza por no descuidar a los príncipes...

—Sí... —fue lo único que pudo atinar a decir Soren porque ya estaba a nada de caer en el llanto—. No sabes todo lo que yo daría por tener un poco de eso... De esas sonrisas tan sinceras, esos ojos llenos de amor y esas palabras de complicidad que sólo un papá puede tener... También extraño a mamá, pero papá es al único que tengo y a la vez no...

Torba intentó decir algo, cualquier cosa para romper esa aura tan pesada para dos niños de pocos años, pero cualquier chiste o comentario que su mente podía dar vida, le era innecesario o estúpido. Calló al menos por unos momentos, pero haciendo honor a esa personalidad suya, levantó la cabeza y olvidó el pesar.

—¡Hey! —le llamó con rabia en la voz, a la vez que le golpeó en el hombro. Ni bien Soren levantó la mirada, se encontró a Torba con el ceño fruncido y con una gran sonrisa—. No tienes porqué olvidarlo, tú mismo lo has dicho, tienes aquí a tu papá.

—Sí, pero no es tan simple como piensas...

—¡Y un cuerno! —gritó la niña dando un salto fuera de la despensa. Un par de cebollas rodaron por el suelo pero Soren no dejó de prestar atención a Torba y su porte "heroico"—. Ya escuché todo lo que tenía que escuchar la noche de hoy. Ahora tu me vas a escuchar, niño; tus sentimientos son bonitos si así lo quieres, pero es hora de actuar si quieres volver a ver a tu papá así.

—¿Actuar? —preguntó Soren saliendo del lugar. Sacudió el polvo o suciedad que sus ropas pudieron coger y pensó que no habría ni un solo hechizo para volver al pasado donde su padre no era tan seco.

—¡Así es! —le aseguró—. Hace unas noches me contaste que Claudia ya estudia magia y me imagino que tu papá sonríe por ello. Entonces ¿Por qué no haces algo similar? Inventa algo que pueda atraer la atención de ese señor.

Soren detuvo cualquier acción y pensó las cosas por un momento. De hecho, esa idea no le parecía tan mala, pero ¿Qué podía ser ese algo que superara a la magia? No era bueno para nada y él lo sabía más que nadie.

—Pero... ¿Qué puedo hacer? —fue lo único que emitió al ser arrastrado fuera de las cocinas por la niña.

—Yo que sé, ya te di una idea, no puedo pensar más por ti —dijo Torba mirando el corredor por el que volvería con su madre—. Estoy segura de que puedes hacerlo. Soren, ya es tarde, ¡nos veremos luego!

El jovencito la observó alejarse con la mente si bien creativa, también un poco confusa. Fue cuestión de segundos para que su cabeza ideara algo nuevo, algo creativo y nunca antes visto, pensó, por Viren. Pero no era hora de ponerse a inventar, así que tuvo que volver a su habitación donde Claudia aún seguía dormida.

Se recostó y cobijó las mantas de siempre, más no pudo acunar el sueño porque su corazón estaba tan despierto y su mente en función que se dijo a sí mismo que el día de mañana sería uno grande, uno en el que recibiría al menos una media sonrisa de su mayor.

Con ese emocionante sentimiento dentro de Soren, el sol tuvo la valentía de aparecer en el horizonte y Claudia abrió los ojos con él. La chica de cabellos oscuros le dio el Buenos días a su hermano después de haber bebido su brebaje mañanero, entonces y sólo después, le sonrió con todo ese amor puro e inocente de hermanos.

—Buenos días So —le dijo ella estirándose—. ¿Cómo dormiste? Sabes, soñé bastante extraño ¿Qué sentido tiene una langosta con vestido verde y lunares?

Las sabanas salieron volando como respuesta, y Soren se levantó tan rápido que dejó a Claudia con la boca abierta. Ni bien la joven le iba a preguntar si todo estaba bien él ya había tomado carrera fuera de la habitación. En su camino, a diferencia de la noche anterior, los mozos le saludaban, e incluso uno se atrevió a darle una pequeña tarta de jalea.

—¡Gracias! —le dijo al cocinero y éste le otorgó una de sus mejores sonrisas—. Disculpe pero ¿Será mucha molestia si me regala unas piezas de pan?

—¿Unas piezas de pan? —cuestionó el hombre dubitativo—. ¿Para qué querría usted el pan?

—Para...uh... —rodó la mirada, y en la ventana viendo una paloma encontró la respuesta—. ¡Quería alimentar a las palomas! Si, alimentar a las bellas y dulces palomitas, esas que vuelan.

Una leve sombra de sospecha corrió no sólo por el rostro del cocinero sino de todos quienes escucharon la tonta mentira de Soren pero aún así, se le concedieron tres piezas de pan cortadas en cuadrados. El obsequio fue tan bien recibido por el niño que su sonrisa y agradecimientos fueron suficientes para todos.

¡Muy bien! Ya tenía todo lo que necesitaba para desarrollar su plan, pensó, ahora lo único que necesitaba era encontrar a su padre. Detuvo un momento su andar y pensativo se llevó su manita a la barbilla.

—¿Si yo fuera mi papá, donde estaría a esta hora? —se preguntó y la respuesta le vino por dos jóvenes que hablaban sobre el encargo de Viren, quien se encontraba en la sala real—. ¡La sala Real! Ya lo sabía.

A la sazón tomó carrera, se tropezó con más de una persona y sin detenerse a preguntar su estado, logró llegar a la presencia de Viren. El hombre le recibió con una suave expresión de duda y con las manos en las espaldas lo estudió.

—¿Soren, qué haces aquí? Deberías estar desayunando con tu hermana —le dijo con aplomo. Su mirada era la de siempre, tan aburrida y triste bajo esas dos cejas pobladas.

—Sí, lo sé papá pero espera, tengo algo para ti —dijo el niño con el sudor en la piel, las mejillas rosas y el aliento cortado. Aún así, la emoción se podía sentir en su voz y sus ojos—. ¡Mira!

Viren sorprendido observó el objeto en las manos de su hijo y sólo pudo sentir que perdía el tiempo, el Rey ya le esperaba dentro de la sala y lo único que lo retrasaba eran unas piezas de pan.

—¿Que vea qué? —le dijo con apremio y fastidio sin tener en cuenta la emoción de Soren—. Solo es un pan sobre otro y otro. ¿Qué es eso?

—¿No lo ves papá? —aún mantenía su sonrisa aunque poco a poco su corazón iba cayendo en un pozo de tristeza y desilusión—. Mira, sé que no puedo hacer magia como Claudia pero creo que esto te puede hacer sonreír; te hice un emparedado de pan. ¡Fue mi idea, papá, mi idea!

—¿Qué tanto dices Soren? —le respondió tomándolo de los hombros quitando de su vista esos panes—. Lo único que me haces es perder tiempo. Vuelve con tu hermana y deja de jugar con la comida, regresala donde estaba.

Ante la cruel respuesta de su mayor, Zoren bajó la cabeza completamente derrotado. Jamás obtuvo ni un ápice de lo que quería y había hecho su mejor intento. Le pareció ver que su meta era ahora tan distante que se perdía en un penumbroso camino de miedo, rechazo y ceguera. Asintió y dio media vuelta dejando caer los panes.

En el momento en que Viren le despedía, Harrow abrió las puertas de la sala y se encontró con tal escena. El corazón tan blando del Rey le permitió ver más allá que a Viren y una vez le invitó a pasar, charló con él de la mejor manera dándole a entender lo que su hijo quiso hacer.

—Amigo mío, te lo digo con el corazón en la mano—le dijo el Rey con una calidez impresionante —. ¿Cuando fue la última vez que pasaste tiempo con tus hijos? ¿Y la última vez que viste a Soren reír contigo?

La charla de ambos ocupó tanto tiempo que Viren pudo entender la mayoría de cosas hasta el medio día. Le pidió permiso al Rey para desistir de su trabajo ese día y teniendo el permiso no de un día, sino de tres, Viren salió del lugar con paso lento y buscó a su hijo por todas partes.

Una vez encontró al niño en las cocinas sentado y con la cabeza escondida entre los brazos y la mesa, lo abrazó por los hombros y se sentó a su lado.

—¿Aún es tarde para querer sabe más sobre ese grandioso emparedado de pan?

Soren no podía creerlo, levantó la cabeza creyendo que todo era magia por parte de su hermana y pudo ver que no era así cuando Viren le dio una de esas sonrisas de antaño. El mayor entendió que su hijo le echaba de menos y que su presencia no tenía el mismo valor que un acto de amor.

—¡No! —gritó el menor alargando un brazo para tomar otros panes—. ¿Quieres probarlo? Su sabor es un poco más distinto. Por cierto papá, pensé en unirme a la guardia real.

En dicho momento, entre padre e hijo, jamás se esperaron que semejante decisión marcaría un gran futuro no sólo para ellos, sino para toda Xadia. Viren dio su visto bueno y pasaron la tarde hablando sobre lo que significa ser un guerrero ycomieron emparedados de pan.








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