Capítulo 8: Hizo Crack
No fue hasta pasados dos días que Lena se percató del dolor que había causado en sus madres.
—¿Por qué de tantas personas, tú? —había dicho Amaia.
Cuando les había comentado el motivo de su decisión, ellas casi se habían desmayado. No importaba cuánto lloraran o la regañaran, su nuevo cuerpo era definitivo.
La buena noticia fue que para el día que salió del hospital, ellas se mostraban más tranquilas, por lo menos ya no pegaban el grito en el cielo cada que la piel de Lena dejaba entrever el grafeno con el fin de absorber energía solar.
—¿Te ayudo a bajar? —se ofreció Myrna.
Lena rechazó su arrugada mano con una sonrisa antes de apearse del coche.
—Estoy bien.
Dejó que bajaran algunas cosas de la cajuela en lo que ella se encaminaba hasta la puerta. Estaba a punto de entrar cuando un fétido olor inundó sus fosas nasales, buscó de dónde provenía e hizo un gesto disgustado al ver los eses de un perro en su jardín.
—Desventajas de este olfato... —susurró para sí misma.
Procedió a colocar su dedo en el lector, y cuando empujó la puerta con la palma tratando de ser delicada, ésta se desprendió del marco. El fino cristal se vino abajo casi en cámara lenta y se quebró en partes; el sonido le atronó los oídos.
Lena se golpeó la frente con la mano cerrando los ojos, ya era la segunda en el día. Soltó un bufido al escuchar la exclmación de su mamá.
(...)
En cuanto se supo quién era el rostro biónico, la publicidad para Lena se desató cual vendaval, en la televisión, internet y edificios. Era la novedad en África entera, al igual que los otros seleccionados en sus respectivos continentes.
En cuestión de días tuvo entrevistas y firmas con marcas de todo tipo, convirtiéndose así en el rostro de su isla. Todavía no podía asistir a la escuela por indicaciones de Ed, él aseguraba que podría volver a clases en cuanto manejara todos sus cambios de manera cuidadosa.
No era de extrañar que sus vecinos la espiaran cada vez que salía al jardín a probar una que otra habilidad, ya fuera los movimientos de combate que habían grabado en su cerebro o su velocidad al correr. Por lo menos el gobierno le había depositado directo en su cuenta la primera paga, Lena había tenido que entrar varias veces para creerse la cantidad de dinero que era.
—Con eso podrías alimentar a los migrantes africanos que trasladaron a América —había dicho Amaia.
En parte era cierto, poco más de treinta años atrás una organización propuso mover a las poblaciones de países pobres y concentrarlas en un sólo continente, de modo que todos los víveres y beneficios llegaran a ellos. Hasta el momento había funcionado, eran muy pocos los estados con marginación. De esa forma personas de otros continentes se habían mudado gracias a las zonas despejadas, entre ellas su familia.
Se dejó caer en el cálido pasto del jardín. Entonces su piel comenzó a perder color, dando paso a una superficie grisácea mejor conocida como grafeno, ésta se alimentaba de energía solar. Cualquier que hubiera visto a Lena habría dicho que era un tipo de camaleón humano.
(...)
Una semana después pudo presentarse a clases. El clima era más caliente de lo normal, y en el cielo no se divisaba ni una nube. Las grandes estructuras irregulares hechas de vidrio era lo mas imponente de toda la zona, además, los lagos que pasaban entre los edificios daban un toque más natural a tanta modernidad.
En cuanto llegó, una multitud se arremolinó en torno al ella, llenándola de preguntas y tratando de tocarla. Contó por lo menos treinta caras diferentes empujando por acercase.
—¿Eres un robot?
—¿Comes comida humana?
—¿Puedes tener sexo?
Lena se quedó en su lugar sin saber cómo reaccionar. Para su buena suerte, Fick se abrió pasó entre la gente y la sacó del remolino humano, para después conducirla al puente que daba paso a la universidad.
Ed le había ofrecido un equipo de seguridad, pero Lena había rechazado la idea, pues quería seguir su vida tan normal como fuera posible. Aunque ahora que observaba a la gente de mirada expectante, dudaba que eso se cumpliera. Había demasiadas expectativas de Zanzíbar y el mundo puestas en los seis humanos biónicos.
Las primeras clases sus compañeros se comportaban un tanto tímidos ante ella, como si en cualquier momento pudiera arrancarles la cabeza. Notó que más de uno se quedaban congelado mirándola. Lena lo entendía, después de todo... ya no era del todo humana. Y sin embargo se sentía cómoda en su nueva piel, ese era su lugar. El hecho de que jamás caería en los brazos de un amor no fraternal le daba mucha seguridad, ¡ya no tenía que preocuparse de otro corazón roto!
Fue en la penúltima clase del día cuando esa seguridad se partió en pedazos.
Literatura del siglo veinte de por sí ya era tediosa, la mentora era una anciana de rasgos toscos y cuerpo cuadrado que daba la clase con los ojos cerrados. Lena había pensado que era todavía más aburrido porque, a diferencia de las otras clases, los alumnos no podían llegar al conocimiento por ellos mismo, sino que alguien al frente se los daba.
Gracias a lo perceptiva que se había vuelto, notó cuando detrás de ella alguien abría un bolsa de avellanas.
—En esta época surge el existencialismo...
Lena ya no escuchaba la monótona voz de la mujer, todo su cuerpo estaba concentrado en el dulce olor de las avellanas, incluso su estómago rugió.
De pronto el chico de atrás comenzó a toser agresivamente, parecía que su vida dependiera de ello, y en realidad así era, porque se estaba ahogando. El cuello de Lena vibró frenéticamente.
—¡Por el amor de Dios, alguien ayúdelo! —exclamó la mentora.
Lena ya no sabía qué era más impresionante, el chico ahogándose detrás de ella o que la anciana hubiera dejado a un lado su aburrido tono. El muchacho, de nombre Tony, se pegaba en el pecho tratando de expulsar la avellana, pero no daba resultados; algunos había salido corriendo en busca de ayuda, mientras que otros le decían que tomara agua.
Lena dio la vuelta a la hilera de sillas corriendo, para ese entonces Tony estaba morado. Varios compañeros aplaudieron al ver que entraba en acción.
Lo rodeó por la espalda y colocó sus manos dos dedos debajo de la boca del estomago, pero cuando hizo la primera presión (la avellana salió volando a la cara de una chica rubia)... algo tronó. Lena lo oyó con toda claridad: un hueso quebrándose, quizás dos...
Genial, pensó.
Tony proliferó un grave grito que espantó a toda la clase, seguido de un agudo maullido. Lo soltó poco a poco, causando que otro bramido salieron de su boca.
Unos minutos después la ambulancia recogió a Tony aunque ya respirara con normalidad, el problema ahora eran las dos costillas rotas y la fisura de otra...
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