Capítulo 32: Proceso Bioquímico
Señorita... me pregunto quién le dio el derecho de irrumpir en mi vida. Sé que usted nunca tuvo la intención de dañarme, pero no puedo evitar pensar que todas esas sonrisas guardaban siniestros propósitos.
No considero justo que tenga el poder de acelerar mi corazón con su sola presencia, considerando que yo debo de ser otra figura vagando cerca.
La mayoría de los hombres enamorados de mi edad idealizan a su amor de maneras infinitas, mientras que yo no vi en usted más que la verdad... y fue esa verdad quien entretejió sus hilos hasta lo profundo de mi alma, allá donde nadie había llegado.
Jamás me pareció atractiva, quizás porque había personas mucho más agradables a la vista rondando. Ni siquiera me inquietaron tantas de sus palabras; es más, se podría decir que al principio usted era como cualquier otra.
Lena tuvo que hacer un gran esfuerzo por apartar su celular, pues su destino estaba cerca. Las palmeras del exterior dejaron de parecer una pincelada verde en la ventana hasta volverse un elemento fijo del paisaje. Las puertas automáticas del tren bala se deslizaron hacia arriba apenas llegaron a la estación, y la gente comenzó a descender entre empujones y disculpas.
Tragó saliva al sentir la aguja de un tacón sobre su pie.
—No se preocupe, señora, no hace falta que se disculpe—dijo Lena en un tono ácido al ver alejarse a la dueña del tacón asesino.
Mientras andaba en dirección al laboratorio de Ed, memoró lo poco que había leído del documento de Lutecio. Debía admitir que al principio se había sentido fuera de lugar, incluso incómoda, pero al mismo tiempo impresionada y conmovida. Aún no lograba entender del todo por qué Lut había enviado ese texto en específico; sin embargo, una parte suya, reprimida conscientemente, ya había ideado una explicación que exigía atención en su cabeza. Casi podía imaginarse a sí misma en miniatura sobre su cerebro, bailando mientras cargaba un letrero que rezaba: "Explicación aquí".
Deseaba llegar con Ed y resolver las cosas lo más pronto posible para así leer el resto del mensaje.
Tomó una prolongada bocanada de aire y aceleró el paso. Zanzíbar se veía especialmente radiante ese día; el mar ondulaba tan tranquilo como el cielo y entre los transeúntes se respiraba un ambiente cálido. Torció en una esquina y se topó con sus construcciones favoritas: los departamentos que simulaban un panal blanco decorado hasta el tuétano con vegetación colgante. Le gustaba pensar que quienes se asomaban por los balcones eran las abejas dueñas del lugar. Por otro lado, los edificios de publicidad estaban apagados, así que percibía una imagen más uniforme de su entorno.
Lena aminoró la marcha... ¿por qué no había publicidad? La costumbre dictaba que solo los domingos los edificios publicitarios debían apagarse. Los hilos del pensamiento la guiaron de inmediato hasta su equipo; ¿y si les había sucedido algo en la misión? Quizás el gobierno no quería que la noticia fuese pública, todavía. Una presión sofocante se instaló en su pecho, y por más que quiso sacudirla, no lo consiguió.
Divisó el laboratorio a unos cuantos bloques delante... y en menos de lo esperado se encontraba frente a él, dudando entrar. Tuvo la intención de retirarse, pero el alboroto del interior la incitó a entrar alerta. Los últimos eventos de su vida la llevaron a pensar que dentro hallaría una banda criminal golpeando a Ed, o tal vez algún estudiante curioso había hecho explotar algo, justo como la última vez.
Pudo respirar mejor al saber que estaba equivocada; tan solo se trataba de Ed martillando grandes canicas de yodo. El científico continuó su tarea aun cuando Lena se acercó.
—¿Quieres pasarme un vidrio de reloj? —murmuró Ed sin mirarla.
Acató la petición en un parpadeo.
—Necesito un matraz; tráelo, ¿quieres?
Una vez más, obedeció, extrañada. La siguiente ocasión en que Ed extendió la mano para recibir la bureta que había pedido, Lena le entregó una pequeña nota.
—¿Qué es...
En cuanto alzó la vista de su experimento, Ed se quedó congelado en su lugar. Las lagunas negras debajo de sus ojos eran la prueba viviente de que no había dormido en varios días.
—¿Qué? ¿Tengo algo en la cara? —inquirió Lena haciendo bizcos.
La mueca de Ed se convirtió en una sonrisa cansada. Acto seguido, se tomó unos segundos para leer la nota, y cuando hubo terminado de procesar las palabras de disculpa de Lena, la abrazó con torpeza. Ella respondió de buena gana, y dejó caer la barbilla en su huesudo hombro.
—Por favor discúlpame; no debí gritarte así la otra noche.
Lena asintió en silencio, con un nudo en la garganta. No sabía cómo hacerle saber lo inútil que se había sentido desde ese día; quería que Ed inventara una máquina del tiempo para así volver y cambiar las cosas.
—Tampoco quise romper tus instrumentos. Me dejé llevar.
Se encararon, ambos aliviados.
—¿Me crees si te digo que estas ojeras son por estar pensando en lo que te dije?
Lena quiso reír y llorar a la vez, aunque solo surgió un sonido adolorido que Ed sofocó con su risa.
—Lena, tu equipo está bien. Sora recibió daños considerables, pero no implica riesgo serio. ¡Lograron desenterrar la célula terrorista!
Una oleada de emoción la recorrió de pies a cabeza, fue tanta su alegría que volvió a abrazar a Ed, esta vez con más fuerza. En ese instante poco importó su rivalidad con Sora y los daños que se había ganado; el equipo estaba bien. Es más, si Sora hubiese estado ahí, se habría atrevido a besarla del gusto.
—La trasladarán aquí para tenerla bajo revisión.
La sonrisa se borró del rostro de Lena.
—¿Es en serio?
—Sí, llega hoy por la noche a un centro de investigación que un biotecnólogo acaba de inaugurar.
—¿Viene el equipo también?
—Lamento que no; no tenía caso. Sora estará aquí pocos días, aunque... seguramente tu representante te llevará a verla.
—No debí pensar aquello de besarla —musitó.
—¿Cómo dices?
Lena agitó la mano para restarle importancia. Minutos más tarde retomó la lectura del texto de Lut, aprovechando que Ed le había pedido tiempo para finalizar sus observaciones, puesto que una vez acabadas, la revisaría a ella. También le venía bien apartar de su mente que pronto vería a Sora.
No sé cómo lo hizo, pero se introdujo en mi cabeza para no salir. Yo creí que las personas exageraban cuando decían que no lograban sacar a otros de su mente; ahora veo que es cierto.
Me gustaría decir que su voz no me hace voltear al instante... o que su tacto me deja impasible, pero estaría mintiéndome a mí mismo. No ignoro que cuando está cerca no logro mantener la atención, y que muchas veces me he perdido en su cuerpo cuando usted no mira. Me apena decir que mis ojos la buscan y mi nariz la respira.
Déjeme dormir, se lo pido. Permítame continuar mi existencia como solía ser. Ya no quiero sonrisas perdidas en mis labios, ni suspiros saliendo de ellos.
Aunque otra parte de mí, la más soñadora de todas, espera que no se vaya jamás. No quiero que deje de tomar mi mano en cada encuentro. Por favor, procure continuar esos espacios nuestros donde las palabras sobran y el silencio falta.
Después de todo... espero que tenga éxito a donde sea que vaya. Sé lo mucho que desea cumplir sus metas, pero para mi mala suerte —tal vez buena— yo no estoy dentro de ellas. Le prometo que no me detendré aquí, si a cambio usted jura lo mismo.
Amor efímero, amor mío. Pupilas que se dilatan, que deleitan, que delatan.
—Ey... —repitió él por tercera vez —. Ya conseguí sublimar el yodo.
Esas palabras fueron la señal para que se recostara en una plataforma de acero inoxidable. En el camino a ésta, desconectó un mechero y estuvo a punto de caer con el cableado.
—Deberíamos hacer más seguido estas revisiones; parece que algo no anda bien... —murmuró Ed para sí mismo.
Lena se sentó en la plataforma de un empujón antes de recostarse justo en medio, donde una luz blanquecina apuntaba a sus fosas nasales.
—No es nada... —afirmó, aún pensando en el texto de Lut.
Mientras tanto, Ed acercó un banco metálico a la cabecera de la plataforma, además de preparar el equipo del área ocular para maniobrar en Lena. Con guantes enfundados y mascarilla, se dedicó a inspeccionar sus globos oculares y de paso echó un vistazo al funcionamiento de la nano computadora gracias al sistema central donde estaba conectada. Desde ahí pudo verificar otros tantos detalles, como la actividad cerebral de la última semana.
—¿En qué piensas? —formuló el científico cuando restiró los párpados de Lena.
—En que me picarás un ojo —dijo tensa a media voz.
Ed hizo un esfuerzo por no reírse, pues de otra manera sí que le picaría un ojo.
—Lo pregunto en serio, señorita.
Lena permaneció en silencio, temiendo más por revelar sus pensamientos que por la seguridad de su ojo. Cuando Ed creyó que no hablaría, la muchacha se aclaró la garganta.
—¿Sabías que Lut escribe?
—-¿Lutecio, el recoge tomates? ¿El que trabaja en las campanas submarinas con Sergio?
—Sí... me envió un poco de su cosecha.
—¿Te envió un tomate?
—¡Edmundo, a este paso me picarás un ojo! Me refiero a que leí un texto que escribió y... quedé sorprendida; superó mis expectativas.
Por encima de la mascarilla, Ed alzó las cejas en un gesto sorprendido.
—No hables tanto; me mueves —dejó un instante de silencio —. ¿Traes el escrito contigo?
Con cuidado, Lena extrajo su celular del bolsillo y estiró su brazo; la extremidad quedó colgando con tal de llegar hasta Ed. Él se apartó de la plataforma, retiró los guantes y tomó el celular.
—Se me están secando los ojos... —advirtió Lena al poco tiempo.
Sin apartar la vista de la pantalla, Ed dejó caer dos gotas de un frasco en cada globo. Hasta ese momento ella se preguntó si había sido buena idea mostrarle el texto. ¿Y si Lut no estaba listo para hacer público su don?
—Todavía no tengo tú diagnóstico, pero ya tengo el diagnóstico de Lutecio: tiene un proceso bioquímico en el hipotálamo debido a la segregación de dopamina.
—Espera, espera... repítelo; estoy algo abrumada —se quejó ella al tiempo que apuntaba en dirección a las pinzas que mantenían bien abiertos ambos ojos.
—¡Que está enamorado!
Lena trató de parpadear sin éxito, pero se conformó con fruncir —o creyó que lo estaba haciendo— el entrecejo. En un arranque desesperado por cambiar de tema, soltó en tono agudo lo primero que pensó:
—¿Tu familia cómo está?
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