Capítulo 31: Letras Dudosas
Lut no era bueno hablando frente a multitudes. Tampoco se le daba bien cocinar, y su madre lo consideraba una deshonra para la familia cuando de química se trataba. Pero había algo en lo que sí era bueno: ser silencioso.
Apenas arregló los problemas de Oro y Plata, se encaminó a la cocina, aunque la plática entre Lena y su madre actuó de repelente y lo mantuvo congelado detrás de las puertas abatibles, escuchando. Se planteó interrumpir la acalorada discusión, hasta que las palabras de Lena lo dejaron sin habla. ¿Cómo resolvería la situación si su boca se negaba a ceder?
—... Él puede ser tan bueno como cualquiera en química, incluso mejor que usted y yo juntas.
Lut había tenido que parpadear y sacudir la cabeza con tal de asimilar la oración. Una sensación cálida nacida del pecho había recorrido su cuerpo hasta formar una sonrisa perdida. Lena confiaba en él.
Por otro lado, no iba negar que los comentarios negativos de Kande le resbalaban. Ya estaba acostumbrado, pero oírlos era un constante recordatorio de su realidad. Un parte de él quería probar la vida universitaria; tener amigos ahí, salir los viernes por la noche... estudiar para las pruebas y hacer todas esas cosas de película. Su otra parte, la más temerosa, se preguntaba qué pasaría si su mamá tenía razón. ¿Y si la escuela simplemente no eran para él? Tal vez debía limitarse a trabajar en las campanas submarinas, recogiendo tomates.
Además, ¿para qué demonios quería la química? Él no pretendía estudiar nada relacionado con ella. Se preguntarán entonces, ¿qué quería Lut? La respuesta: estudiar literatura.
No era bueno en química, pero era un dios con las letras. El único problema era que... solo él lo sabía; la escritura todavía era una íntima parte de su alma.
Quería decirle a Lena que no necesitaba su ayuda en química, pero ella se veía demasiado decidida, como si fuera una de sus misiones de vida o muerte.
—Prefiero que leas mis escritos y me digas qué opinas de ellos —Fue lo que hubiera querido pedirle.
A fin de cuentas, Lena se había marchado de casa antes de lo planeado. Y aunque se hubiese quedado, él no habría reunido el valor suficiente para darle a leer un poco de sus palabras. Pero sí había tenido el valor de confesarle sus celos. ¿Por qué? A veces no se entendía a sí mismo.
Supuso que se había tratado de un arranque desesperado por tenerla un poco a su lado, y así animarse a pedirle su opinión como lectora biónica. No fue hasta entrar en casa que una oleada de vergüenza le coloreó las mejillas; su familia se había reído con él, creyendo que la chica biónica lo había besado o algo por el estilo.
—Eres un pícaro, muchacho —había dicho su padre con un guiño.
Para su mala suerte, no se trataba de un beso. ¿Cómo volvería a verla a la cara después de confesarle los celos? Lena pensaría que era un infantil, lo creería loco. Ya en la cama mirando el techo, reprodujo la escena en su cabeza tantas veces como fue posible. Analizaba el gesto de Lena, su postura... pero no encontraba nada que indicara que lo tomaba por un loco. Ella tenía muchas cosas que hacer y pensar; se convenció que no le había dado importancia alguna a su confesión.
Si Lena leyera lo que he escrito de ella, no volvería a dirigirme la palabra, pensó antes de quedarse dormido.
(...)
Detestaba tener que tomar el tren bala, pero la Universidad estaba muy lejos de su casa como para ir andando. Lo había consultado con la almohada, y había decidido pedir informes sobre los exámenes de admisión para la carrera de Letras. No quería concentrarse en sus pensamientos, pues sabía que de una forma u otra conseguirían desviarlo de su misión. El panorama fuera del tren era un borrón verdoso donde los edificios más grandes destacaban por mantenerse un poco más en la imagen.
Aún pensativo, sacó los audífonos individuales y los introdujo en su oreja para después dar un leve toque en su muñeca. La música consiguió aislarlo del tren y la gente que conversaba ahí. Su mirada iba perdida en el vidrio que tenía frente a sí mientras su cabeza vagaba en recuerdos viejos o situaciones inventadas.
El transporte se detuvo con suavidad en una estación al aire libre. Afuera un camino de palmeras lo condujo directo a la calle, donde esperó un alto en las señalaciones virtuales. Lut se preguntó a dónde iría la gente que parecía tan segura de sus pasos; quizás era él quien no tenía la suficiente convicción de seguir su camino. Se detuvo en medio de un pequeño mar de gente y miró al suelo. ¿De verdad estaba listo?
La pulsera de su muñeca comenzó a vibrar para indicarle que estaba estorbando la calle, de modo que avanzó aturdido. En menos de lo esperado, la Universidad se alzaba ante él; se trataba de un complejo conectado por puentes debido a las lagunas de la isla. Los salones y auditorios en forma de cúpula sobre el suelo daban la impresión de ser la bienvenida a otro mundo. Varios estudiantes lo dejaron atrás antes de perderse tras las puertas automáticas. Lut inhaló hondo y entró.
Por dentro olía a una mezcla de desinfectante y fragancia artificiales. La nueva estancia tenía dos puertas en sus laterales que conectaba por medio de puentes a otras zonas del complejo. Justo en medio del lugar se encontraba un pulcro escritorio, casi imperceptible de no ser por la mujer detrás. Lut observó que las ventanas proyectaban el símbolo de la universidad en el suelo. En ese momento un grupo de tenistas cruzaron el lugar entre carcajadas e insultos juveniles. Sin darse cuenta, ya estaba frente al escritorito.
—¿Te puedo ayudar en algo? —inquirió la secretaria.
Lut miró a todas partes y se apuntó al pecho; la mujer asintió con una sonrisa que acompañó con un gesto inconsciente de acomodarse los lentes.
—Quería pedir informes sobre el examen de admisión para Letras.
Ella asintió y se enfocó en la pantalla, pasó sus dedos de aquí para allá al tiempo que se mordía el labio superior. Unos segundos después, la impresora interna de la computadora sacó una hoja tibia.
—Aquí están los requisitos para presentar el examen; suerte —le tendió la hoja.
Se alejó del escritorio con la mirada fija en las letras. Constancia de bachillerato... acta de nacimiento, muy bien... ¿y una carta de recomendación? Despegó los ojos del papel y frunció el ceño.
—¡Eva, por favor!
Lut peló los ojos de inmediato; reconocía esa voz. Buscó a toda velocidad hasta topar con la dueña de la misma. Una mujer de generosas proporciones caminaba aprisa, o mejor dicho, huía. La pila de libros y documentos que cargaba amenazaba con desmoronarse en cualquier instante.
—Lo siento, Lena. Dejaremos la sesión para mañana, o dentro de una semana... sí, dentro de una semana suena mejor.
—¡Eva!
La señora que parecía llamarse Eva se detuvo en el linde de la puerta automática para encararse con la chica biónica. Por cuestiones de azar, la luz se estacionó sobre los brazos de Lena y los hicieron volverse de un tono grisáceo.
—Ay Lena, quítate del sol; odio cuando haces eso —gimoteó Eva haciendo una mueca asqueada. Después huyó definitivamente en dirección a la Facultad de Ciencias Químicas.
Lena dejó caer los hombros con un respiro rendido y dio media vuelta; Lut ya le estaba sonriendo cuando se giró. Ella soltó una exclamación ahogada de reconocimiento y cubrió la distancia entre ambos con unos cuantos pasos largos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —exclamó con evidente sorpresa, ya no quedaba rastro de su rendición por esa tal Eva.
Lut quiso responder sin éxito; las palabras salieron atropelladas en un sonido que pareció bestial. Ella no pudo evitar reírse y le dijo que calmara su exaltación antes de hablar. Lut le tendió la hoja que llevaba en manos y observó cómo su rostro mutaba hasta volverse un gesto impactado.
—¡Lutecio! Entrarás a la Universidad. No lo puedo creer, digo... claro que lo puedo creer, es solo que no lo esperaba. ¿Letras? Impresionante; no sabía que escribías.
Para ese entonces Lut ya había ordenado sus pensamientos. Sentía que muchas miradas estaban encima de él, pero solo Lena estaba cerca. ¿Así se sentía tener su atención?
—No estoy muy seguro de hacer el examen. ¿Y qué es una carta de recomendación? Porque necesito tres de esas.
Lena contuvo sus ganas de abrazarlo, las cuales no sabía muy bien de dónde venían. Quizás necesitaba exteriorizar la emoción que la noticia le causaba.
—¿Cómo que no estás seguro? ¡No dudes ni un segundo! Si te interesa el área de Letras, debe ser porque eres bueno en ello. Y no te preocupes por las cartas, mi mamá es catedrática de Anatomía aquí, así que ella puede echarte una mano con una.
—¿Tú crees? —Se rascó el cuello y remojó sus labios — ¿Te-te gustaría leer algo mío? Pero, cuando no estés ocupada —propuso apuntando con la barbilla la puerta por la que había salido Eva.
—¿Lo dices por Eva? Ah... no es nada —Se restregó el rostro —. Dice estar muy ocupada cada que necesito su orientación en las materias que repondré. Estaba persiguiéndola cuando te vi. De hecho... debería ir tras ella otra vez si quiero aprobar el semestre —añadió apuntando por encima de su hombro.
Lut retrocedió unos pasos asintiendo.
—Espera... ¿me darías tu usuario en la nube para enviarte un escrito?
Lena dio algunos picotazos en su propia pulsera e hizo como si lanzara algo desde ella hacia la de Lut con el dedo; él se estremeció cuando ésta vibró en su muñeca.
—Ahí lo tienes —informó sonriente —. Lut, ánimo con esa carrera; aplica el examen y demuestra a todos tus capacidades. Creo en ti, ¡y muero por leer algo tuyo!
Lena se fue trotando hasta una puerta, segundos más tarde ya no estaba. Y él se desplomó en los asientos cercanos con una media sonrisa; Lena no había mencionado nada sobre sus celos, tampoco una sola palabra sobre el conflicto con su mamá. Por cierta, ella también se veía mejor con respecto al tema de la persecución de la noche anterior y la discusión con Ed. ¿Por qué decía que su idea de estudiar era increíble? Ella era la increíble, no él ni nada que tuviera relación.
Se incorporó de un brinco con determinación en la mirada. Haría ese examen.
(...)
Horas más tarde, su dedo dudaba si enviar o no el texto prometido. Tragaba saliva y daba vueltas por la recámara donde sus hermanos entraban y salían. ¿Por qué no le enviaba otra cosa? Quizás un ensayo o un poema que no tratara de amor. Pero... ¿por qué le ponía nervioso enviarle, precisamente, ese escrito?
Fue entonces que Lut recibió un empujón de una chiquilla, causando que presionase una pestaña de varias. Texto enviado.
—Oh, no... —murmuró.
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