Capítulo 20: Tienes que Acabarlo
Se limpió los restos de sangre del rostro antes de incorporarse con un quejido; sabía que el can se aceraba. Todavía seguía aturdida por el golpe, ¿de verdad había sucedió aquello?
Sora rompió las reglas... ¿qué me impide a mí hacer lo mismo?
Lena se plantó bien firme en dirección al perro, y cuando éste comenzó a correr con mayor velocidad hacia ella, flexionó las rodillas. Las perturbaciones en el suelo fueron más intensas conforme el animal se acerba, hasta que lo tuvo a escasos centímetros. Salió despedida hacia el frente, apoyando sus magulladas manos sobre el lomo del can, luego, con ayuda de sus piernas, se impulsó hacia arriba con tal fuerza que llegó a lo más alto de la pared.
Se aferró del filo del muro entre muecas adoloridas y bestiales ladridos debajo de ella. Notó cuando una de sus uñas se desprendió, pero no era momento para quejarse. Pataleó contra la pared y estiró un brazo como pudo para trepar; cuando estuvo casi arriba, se volcó sobre su espalda y dejó escapar un gemido. Para su buena suerte, la corona del muro era lo suficiente ancha para reposar el cuerpo de manera vertical.
Sus respiraciones agitadas se perdieron debido a los ladridos, que ya sonaban menos intensos.
—¿Quieres callarte? —gritó al perro con el aliento que le quedaba.
El animal no cesó, de modo que Lena rodó un poco y asomó la cabeza por el filo; una vez ahí, le escupió al perro, como si eso pudiera callarlo. Luego se rio de sí misma y cubrió su rostro con ambas manos. Apenas volviera a Zanzíbar se conseguiría una cita en el primer spa que viera.
Mientras tanto, debía hacer lo que estaba en sus manos. Se incorporó frunciendo el ceño y apretando la mandíbula. Encima de ella se alzaba la bóveda más grande que jamás había visto, en los extremos se localizaban los puntos de vigilancia, que alumbraban todo el lugar de una luz blanquecina. Sabía que los vigilantes la miraban.
Desde su posición pude ver que no estaba tan lejos de la salida; si continuaba recto, llegaría en pocos minutos. El problema eran sus compañeros (menos Sora). Analizó su rededor con visión térmica, buscando alguna mancha anaranjada que le indicara el camino. Gracias a ello pudo dar con Gabriela de manera rápida, al igual que con Niklas y Jane.
Primero les daba instrucciones de cómo llegar a la salida desde su elevada localización, y después continuaba andando por encima de los muros. Encontró a Nerida en compañía de Sora; de modo que no le quedó más que guiar a ambas.
Divisaron desde el pasillo al resto del equipo. Lena bajó el ritmo de su marcha al notar los tensos hombros de sus compañeros, incluso Niklas ocultaba el brazo detrás de su espalda, donde tenía preparada el arma que antes había sido su mano.
Se detuvo a la altura de Jane y miró hacia donde los demás lo hacían. Frente a la gigantesca puerta levadiza del bunker había una figura recortada por la luz. Lena contuvo la respiración; era imposible, no podía estar ahí. Se talló los ojos a pesar de la suciedad de sus manos y evitó mirar algunos segundos.
—Hola, Lena —saludó Elijah, su hermano.
En un principio, las emociones chocaron en ella cual agua contra una presa. Elijah debía estar en su isla; nada tenía sentido. ¿Y por qué su visión térmica no lo detectaba? Ni siquiera podía analizar sus signos vitales. }
—¿Cómo te va lejos de casa? ¿Ya sanó tu corazoncito? —inquirió ladeando la cabeza.
Algo no marchaba bien. Al mirar al equipo, se dio cuenta que todos tenían una expresión distinta. Se sorprendió al ver que Sora se arrodillaba y extendía los brazos delante de ella, como si estuviera rezando o algo similar. Por otra parte, Niklas se llevó el arma al cráneo y cerró los ojos mientras apretaba la mandíbula a más no poder. A su lado, Gabriela retrocedió unos pasos con expresión aterrorizada.
Todo sucedió en cámara lenta. El aullido de las fieras aproximándose, el equipo en plena crisis mental. Se preguntaba qué estaba mirando cada uno.
Lena salió del trance al escuchar una voz detrás de ella.
—No podemos pasar si no lo derribamos —musitó Nerida, quien parecía un poco más cuerda que el resto —. Debemos hacerlo, de otra forma... ellos no se moverán —añadió mirando los espasmos de Jane en el suelo.
Los ladridos sonaban más cercanos; el suelo temblaba casi de manera imperceptible.
—Es mi hermano —susurró.
No importaba el daño que Elijah le había hecho, jamás sería capaz de tocarle un cabello. La mera idea la estremecía de pies a cabeza.
—Eso quieren hacerte creer. ¿Por qué crees que nos inyectaron ese suero antes de entrar?
Lena volvió la mirada a la cínica expresión de Elijah. Nerida tenía razón, su hermano no tenía razones para estar ahí; debía ser una especie de alucinación o algo similar, por eso su nano computadora no lo identificaba.
De un segundo a otro, tomó una decisión. Poco antes de que Niklas jalara del gatillo, le torció el brazo en dirección a la puerta; un crujido de huesos le avisó que había roto algo. El impulso los echó a ambos hacia atrás. Pero el cuerpo de su hermano permaneció igual.
—¡No me toques! —chilló de pronto Gabriela, luego se desvaneció al suelo cubriéndose la cara.
Los rezos de Sora subieron de volumen, tanto que Lena tuvo el impulso de callarla de un golpe. Lástima que tenía asuntos más importantes en ese instante; se aproximó a Gabi y trató de hacerla reaccionar al sacudirla por los hombros, pero ella no dejaba de repetir la misma frase.
Nerida sacudió la cabeza antes de reparar en la hambrienta jauría que se acercaba.
—¡Tienes que acabarlo, Lena! Te ganaré tiempo.
Entonces echó a correr hacia la manada y recibió al primero con una patada en el hocico. El siguiente le saltó directo al rostro y le clavó los colmillos en la curvatura del hombro. Fue ahí cuando Lena se levantó, extrajo el cuchillo del bolsillo de su pantorrilla y arrancó la carrera hacia Elijah.
No es Elijah, él está en casa; no es Elijah.
Y sin embargo, se veía tan real. Con sus perspicaces ojos verdosos y esos labios que se fundían en una sola línea.
Lena cerró los ojos pocos segundos antes del impacto.
(...)
Su celular vibraba en la pequeña mesa de noche junto a su cama, pero no tenía las fuerzas necesarias para tomarlo. Sintió la conexión del cable en su columna vertebral; sólo estaba exhausta. La perturbación en el aire le hizo saber que alguien había tomado el celular.
—Ella está bien —Era la voz de Gabi —. Descuide, sólo un poco magullada.
Lena se esforzó por levantar los párpados de su sitio. Alargó una mano hacia el cable que salía del hueco de su espalda y lo retiró sin miramientos, el orificio se cerró con una fina compuerta de grafeno y las aleaciones de su columna se introdujeron en la piel hasta quedar cubiertas por más grafeno.
—Chocó contra una puerta de acero a unos noventa kilómetros por hora —informó.
De pronto las imágenes de lo que había sucedido la asaltaron. Lena bufó y se restregó la cara con la mano donde no llevaba la píldora de suero adherida. Conque eso había pasado; lo había supuesto. Casi pudo imaginarse la escena completa: ella corriendo hacía el holograma de Elijah, después chocando con el acero.
Se sintió bastante estúpida, incluso más que cuando reprobó la materia de Salud por no haberse dado cuenta que había más incisos al reverso de la hoja.
—¿Su ciclo menstrual? La verdad no sé —dijo Gabriela a punto de estallar en una carcajada.
—Debe ser una broma —susurró Lena antes de girarse boca abajo.
Su amiga la observó apenas se puso en esa posición y dijo:
—Si, señora; está en sus días —Se hizo silencio —. Nada de picante, entiendo.
Cuando la llamada finalizó, Gabriela se lanzó encima de Lena y le picoteó el abdomen para ponerla de pie.
—¡Hora de una ducha, bella sangrona! ¿Entiendes? Porque estás en tu periodo...
Lena trató de mostrar un gesto enfadado, pero terminó carcajeándose junto a Gabriela. Luego de cuatro meses (casi cinco) su periodo volvía a manifestarse. Ed le había advertido sobre las alteraciones hormonales, aunque no había podido decirle cuándo retomaría sus ciclos.
—Tendremos que salir a buscarte toallas, porque aquí no hay ni una sola.
Bravo; tienen laberintos endemoniados y armas de toda clase, pero no una condenada toalla.
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