Capítulo 16: Campo Minado
—¿Cómo has dicho? —inquirió Lena entrecerrando los ojos.
Desde niña había preferido evitar toda clase de conflictos, incluso si eso significaba dejar que la gente pasara por encima de ella. Hasta cierto punto lo consideraba diplomacia... o quizás falta de pantalones. Pero en ese preciso momento, en medio de una reunión en el corazón de París, no estaba dispuesta a tragarse insultos sin fundamento.
Jane, la chica norteamericana con aspecto de modelo, se removió incómoda en su lugar. Por otro lado, Nerida tomó por el hombro a la biónica asiática y le sugirió que se calmara. Como era de esperarse, ésta se negó a obedecer el consejo de la mujer australiana.
—Ay, amor, ¿de dónde sacaste a esta niña? —continuó apoyando ambas manos en hombros del muchacho de ojos rasgados —. Sólo mírala, es un simple isleña. Escuché que viene de Zanzíbar... ¿y ahí que hacen? ¿Pescan moluscos? —escupió ladeando la cabeza con una cínica sonrisa.
Lena estaba a punto de responder cuando una cuarta chica irrumpió la tensión. Quebró el pequeño círculo de personas y entregó burbujeantes bebidas a todos a la vez que sonreía como si fuera natural ir por ahí regalando alcohol. Lena sostuvo la delicada copa con un dejo de confusión, al igual que los demás.
—¿Quién invitó a ésta? —gruñó la chica asiática, la cual llevaba por nombre Sora... según los datos proporcionados por su nano computadora.
La recién llegada se giró a ella y alzó la copa en su dirección. El resto de los espectadores estaban congelados por la escena, ni siquiera Nerida se movía.
—Te noto más amargada que de costumbre, Sora. Si yo fuera tú me tomaba esa bebida e iba a disfrutar la noche —añadió ocultando una media sonrisa, luego miró al chico —. Hikaru, tienes que esforzarte más en la cama, ¡mira qué humor trae tu novia!
La sonrisa del muchacho se heló, y el orgulloso gesto de Sora se volvió una ofendida expresión. A Lena no le cabían dudas de que ella era la chica proveniente de Latinoamérica. Su piel trigueña y esos ojos vivarachos la delataban; iba vestida de jeans ajustados y una especie de pashmina negra alrededor de su cuadrado torso. Tenía a su favor unos cuantos centímetros más que Sora, pero no era más alta que Jane o Nerida.
—Mariana, no quiero problemas —advirtió Sora apretando su mandíbula.
—Eso hubieras pensado antes de hablar, Zorra... oh, perdón, ¿era Sora? —soltó Lena.
Detrás de ella notó que Jane contenía una risa usando su puño en los labios, también Nerida tuvo que apuntar su burlona sonrisa a otro lado.
Para su buena suerte, la chica asiática se marchó echando humo y pisando fuerte, seguida de su delgaducho novio. Jane y Nerida estallaron en carcajadas, apoyándose la una en la otra, Lena también se unió a su pequeño pero significativo festejo no sin antes dar las gracias a su salvadora.
Mariana le restó importancia agitando una mano.
—Esa mujer va por la vida amargando las cosas. Si no le marcamos un límite desde ahora, en las prácticas querrá ponerse por encima de nosotras —comentó Nerida de brazos cruzados.
—¿De qué prácticas hablas? —formuló Jane ladeando la cabeza.
El cuarteto de mujeres se encaminó a una zona más despejada. Para ser más específicos, salieron al único balcón del edificio. Ésta estaba delimitado por un fino vidrio translúcido con luces horizontales incrustadas en él, las cuales parecían finas venas. Había algunos sillones de varias plazas desperdigados por la zona, además de mesas de centro con bebidas olvidadas.
El ambiente se había tornado más fresco en las últimas horas. Los bien recortados árboles se mecían y el cabello de las damas revoloteaba encima de sus cabezas. Ahí el bullicio del interior sonaba amortiguado.
—Pretenden entrenarnos para que trabajemos como equipo. Estuve escuchando que según sea nuestro desempeño, escogerán a un líder —terminó Nerida una vez las cuatro ocuparon sillones cercanos.
—Por el bien del equipo, Sora no debe ser la líder —añadió Jane.
—No lo sé... puede que no sea muy buena en el aspecto social, pero quizás tiene habilidades cuando se trata de actuar.
Las cuatro asintieron. Minutos después Mariana les trajo otra ronda de bebidas y se quedaron contemplado el ícono francés más reconocido por sobre todos: la torre Eiffel.
Cuando dieron las once, la estructura se encendió en dorados destellos y la gente se arremolinó en el balcón con tal de admirarla.
(...)
A la mañana siguiente se dieron cuenta que Nerida tenía la razón: Sora no debía liderarlos.
Apenas eran las diez y ya habían explotado siete bombas del campo minado al que los habían metido. Se trataba de un complejo localizado a las afueras de París, el cual se conformaba de un gimnasio para alto rendimiento, algunas albercas olímpicas, campos de tiro con armas de fuego, también estaciones de investigación científica... y el campo minado. El resto del lugar lo irían descubriendo poco a poco.
El campo estaba localizado al final del lugar. Era una especie de cancha terrosa con escombros y chatarra amorfa. En los primeros diez minutos Niklas salió herido gracias a una orden de la biónica asiática. Resultó que el hombre alemán localizó uno de los premios (bombas en realidad) y se acercó del lado izquierdo siguiendo indicaciones de Sora. Cuando la bomba emergió del suelo levitando y activó su función, Sora le gritó por el auricular que disparara.
A decir verdad, Lena quedó sorprendida al ver que mano de Niklas se volvía una poderosa ametralladora de grueso calibre. El grafeno se tragó su mano como si fuera arena absorbiendo unas gafas playeras, dando paso al arma. ¡Por esa razón la noche anterior había notado algo extraño en la mano del hombre! Se preguntó qué otros detalles podrían hacer el resto de los biónicos. ¿Qué tenía ella que los otros no? Y viceversa.
Dejando la impresión de lado, ¿a quién se le ocurría dispararle a una bomba?
La explosión dejó herido a Niklas, los demás apenas alcanzaron a cubrirse de los trozos voladores y varios médicos del complejo tuvieron que interrumpir el entrenamiento para sacarlo a cuestas.
Lena salió de su escondite cual conejillo asustado, luego intercambió miradas con su equipo y se apoyó resoplando en el costado de un carro oxidado. Por el rabillo del ojo notó la inferencia de Sora, como si no acabara de enviar a Niklas directo al laboratorio.
Cerca de ahí, en la impecable sala de monitoreo se ahogó un grito al ver la escena, incluso los representantes apartaron la mirada.
—Traigan a Ed —musitó Johari estudiando desde la pantalla los daños de Niklas.
No era un experto ni mucho menos, pero sabía qué clase de cosas se le daban al científico de su isla, y esta caso era uno de ellos. Podría haber muy buenos ingenieros y científicos en París, pero nadie como su leal amigo Edmundo. Además, a Milena le haría bien algo de apoyo moral de parte de aquél a quien inconscientemente consideraba una figura paterna... o lo más cercano a eso.
Tendría que hablar con los otros representante y analizar el potencial de cada biónico antes de enviarlos a algo más serio. De otra manera, la situación se repetiría.
Quiero pedirles disculpas por no haber actualizado el domingo pasado; estaba en exámenes y pues... ya saben, estudios primero.
¡Nos vemos la próxima semana sin falta!
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