Capítulo 15: La Crème de la Crème
El vuelo transcurrió como debía, quizás una que otra incomodidad por los ronquidos de Johari, pero nada que un paseo por la nave no pudiera arreglar.
En cuestión de tres horas aterrizaron en la aerociudad de la coqueta capital de Francia. Por dentro la estructura era completamente de vidrio, incluso las sillas y demás estaban hechas de ese material. Al echar hacia atrás la cabeza era posible ver los pisos superiores con sus tiendas abarrotadas de gente. Lena se preguntó si los baños también serían así... por lo menos no se toparon con ninguno.
Dieron con la salida luego de atravesar el complejo en un pequeño tren de levitación magnética. El ambiente cambió por completo en cuanto salieron, como una oleada renovadora para Lena.
—Por fin París —musitó Johari inhalando una buena bocanada de aire.
Ella tuvo que parpadear ante el nuevo paisaje, había tanto que ver que no sabía por dónde comenzar.
Más allá de un ordenado estacionamiento estaba el río Sena. En ese momento el canal era transitado por algunos yates que lucían elegantes banderas tricolores; el agua, de un azul apagado, lamía con ondas las paredes de su contención a un ritmo tranquilo. En algunas zonas el río se partía verticalmente justo en la mitad por filas de frondosos árboles, y atravesando horizontalmente se encontraban puentes transitados algo arqueados. El sol se estaba poniendo, de modo que en el linde los últimos rayos de luz relucían la ciudad entera. Las laterales empedradas del río estaban bien delimitadas por hileras de árboles y pequeñas esferas de meditación. El aire que se respiraba era muy distinto al de Zanzíbar. Más congestionado, notó Lena de inmediato; por encima de ese olor percibía pan recién horneado, aunque también distinguía el leve olor del moho acumulado por el río.
Los edificios que se extendían detrás del río eran en su mayoría blancos con abovedados tejados negros. Poseían decenas de ventanas bien distribuidas y algunos balcones de acero adornaban sus exteriores, además de finas chimeneas colocadas en una sola dirección. Donde terminaba un costado del río y comenzaba la calle estaba una masa de personas agitándose al ritmo de una canción que Lena no alcanzó a escuchar del todo.
—No puedes negar que es precioso —dijo su representante dándole un leve empujón con el hombro.
Ella asintió con una sonrisa conmovida. La magia del instante se esfumó cuando tuvieron que apartarse de la entrada al notar que eran un estorbo para la gente que salía.
—Un chofer pasará por nosotros para llevarnos a la reunión de bienvenida. No debe tardar... Oh, mira, ahí está —señaló Johari antes de acercase a la orilla de la banqueta.
Si le hubieran preguntado qué forma tenía el vehículo, seguro habría dicho escarabajo; puesto que estaba inflado desde la óptica trasera hasta donde terminaba los asientos delanteros, y sus focos delanteros parecían ojos siempre pendientes. Era de inusual azul rey; de él descendió una mujer de mediana estatura y una sonrisa tan ancha como su cuerpo.
Luego de las presentaciones todos subieron al auto. La conductora decía llamarse Cosette; a simple vista era una mujer tranquila, pero cuando estuvieron en sus respectivos asientos no dejó de hablar sobre el creciente tráfico y los problemas estomacales de su esposo.
—Yo se lo advertí: Adolphe, si te comes esas anchoas terminarás mal.
Johari se limitaba a asentir con una media sonrisa mientras Lena contemplaba los edificios pasar. Era como recorrer un museo viviente, casi sentía que habitaba en las páginas de un libro de historia; por fin tenía delante todas esas estructuras que había visto en la escuela durante años.
Al inicio de cada puente se alzaban columnas de blanca piedra levantando estatuas doradas de pegados, era la cara exterior de los cruces donde estaban caprichosas figuras desnudas portando cetros y coronas.
No tardó en darse cuenta que todas las calles apuntaban a un punto en específico: el arco del Triunfo.
Bajaron por los Campos Elíseos como la cremallera en la espalda de un vestido. En ambos lados se localizaban tiendas con las marcas más reconocidas a nivel mundial en joyería y vestido; la crème et la crème reunida en un solo lugar. Cada farol bañaba la pulcra acera de una sensación cálida y amena, algunos transeúntes se paseaban bajo éstas como si la vida constase de ello. No había persona que no llevara elegantes prendas consigo. Abrigos, medias, bolsos, relojes...
Su madre no le había mentido cuando había dicho que las francesas eran muy atractivas; muchas de ellas poseían una hermosura diabólica, de aquella que presta el demonio a algunos seres para hacerlos sus instrumentos en la tierra... y sin embargo, su esencia angelical prevalecía.
No se hablara de los hombres. Lena apartó la mirada de golpe cuando fue consciente de que había estado embobada en los muslos de desconocido que pasaba por ahí.
—Ya casi llegamos.
El coche siguió deslizándose por la vía de levitación y rodeó el gran monumento en honor a los hombres de Napoleón, el cual estaba localizado en medio de la glorieta, como una gran isla digna de culto. A lo alto de las patas del arco se encontraban emblemáticas figuras bien cinceladas que eran iluminadas desde el suelo. La estructura por si misma irradiaba una especie de grandeza que Lena no había visto en su isla.
Dejaron atrás el circuito y continuación derecho.
—Una vez más no hizo caso, se comió esa misteriosa crepa. Se lo dije mil veces, y aun así se la llevó a la boca —continuó Cosette a la vez que conducía.
Para ese punto la sonriente cara de Johari se había eclipsado casi por completo por un gesto cansado. ¿De tantos temas posibles, de verdad debían hablar del estreñimiento de un total desconocido?
(...)
Lena no supo el género del ser que abrió la puerta del condominio que daba lugar a la reunión. Hombre o mujer, sólo Dios lo sabía. Desde fuera alcanzaban a oír el zumbido constante de la música, o por lo menos ella lo escuchaba....
Se saludaron de beso en ambas mejillas y atravesaron el umbral, luego pasaron por un estrecho corredor adornado con coloridos cuadros y uno que otro sillón ovalado que colgaba del alto techo. Johari la guío por el hombro al final del pasillo, ahí la estancia se hacía muchísimo más espaciosa.
Personas iban y venían enfundadas en sencillas vestiduras de colores pálidos. Lena prefirió apartar la vista cuando vio a una chica usando una especie de toga amarrada a la cintura, dejando espalda y piernas al descubierto. Sólo cubría sus pechos y el resto del torso.
El lugar olía a una mezcla de costosos perfumes, además del inconfundible aroma a comida recién hecha. La pared entera frente a ella era ocupada por una ventana que daba vista al comienzo de una brillante noche, y al pie de ésta estaba una elegante mesa oscura tapizada de platillos humeantes. Sí, el estómago le rugió.
El ambiente era tranquilo a comparación con el bullicio de la aerociudad. De modo que hasta ese entonces Lena relajó los hombros. Lo primero que haría sería sentarse en uno de esos sillones en forma de huevo a ver la gigantesca pantalla que colgaba de una pared...
—Debes presentarte con los otros biónicos, Lena —susurró Johari inclinándose al oído de la joven.
¿Acaso le leía la mente o algo similar? Tuvo que olvidarse de descansar, así que asintió mientras escudriñaba los perfiles de todos los presentes. Había todo tipo de personas: abogados, oficiales en cubierto, algunos doctores y científicos, incluso personas desempleadas. Entonces su nano computadora encontró a varios biónicos en un radio de veinte metros.
—Mira por allá —indicó él con la barbilla —Es Garanka, representante europea; el hombre junto a ella debe ser biónico.
Lena le dio la razón al divisar a la pareja. El cabello rojizo de Garanka le era familia, la recordaba bien gracias a aquella reunión en su isla, mas no le parecía conocido el individuo junto a ella. Se encaminaron a ellos esquivando personas.
—Creímos que no vendrían —dijo la pelirroja sonriendo a modo de saludo.
El hombre junto a ella inclinó la cabeza en silencio. Era algo viejo para ser biónico, estaría tocando los cincuenta años... quizás menos. Era su rostro arrugado lo que delataba su edad, unos ojos caídos y pelo cano. Lo más curioso de todo era que una de sus manos daba la impresión de estar hechas de puro grafeno, nada de piel. Iba vestido con una camisa blanca de corte en V, corbata y pantalones oscuros. Lena no conseguía imaginarse qué lo habría llevado a tomar la misma decisión que ella.
Johari sacó las manos de su pantalón de vestir y elevó los brazos para que lo miraran. Después rodeó a Lena por la espalda y la presentó.
—Un gusto, Milena. Soy Niklas —El hombre poseía una voz demasiado grave, podría haber sido de ultratumba o algo parecido. ¿Era alemán lo que estaba hablando?
A Lena le agradó de inmediato, pues tenía algo que le sugería confianza. Sin embargo, un ápice de tristeza se refleja en su añejo rostro.
Se despidieron de ellos tan pronto como llegaron.
—¿Qué opinas? —inquirió Johari cuando se alejaron en otra dirección.
—Parecen buenas personas... aunque Niklas se ve algo retraído.
—Tiene sus motivos. No digas a nadie que te lo conté, pero... ese hombre perdió a su familia en un ataque terrorista hace algunos años. Por lo que Garanka ha comentado, aún sigue afligido.
Lena contuvo la respiración. Esa razón era suficiente para explicar el atisbo melancólico de su mirada caída, tal vez por eso se había hecho biónico...
Algunos metros después se toparon con dos mujeres que según su mapa, tenían la misma condición que ella, a diferencia del chico que las acompañaba bebiendo de una delgada copa.
Sin ningún tipo de aviso, Johari la acercó a ellas y se marchó deslizándose entre la gente.
Ambas se quedaron en silencio al ver a Lena.
—¿Podemos ayudarte en algo...? —dijo una de ellas.
—¡Ey, tú debes ser la chica africana! —exclamó la otra, evidentemente más joven que su compañera.
—Sí.
En unos pocos minutos de charla memorizó que la primera que había hablado llevaba por nombre Nerida, de nacionalidad australiana. Para su sorpresa, no le había importado hablar de sus treinta y siete años de edad, siendo lo común que la mayoría de las mujeres ocultara su edad. La verdad era que sus vivarachos ojos marrones y esa radiante sonrisa tragaban parte de sus años, su complexión era media y gesticulaba muy poco al hablar.
—Te ves más joven —admitió.
—Algo le pusieron a la bebida de Lena —exclamó apuntando el fosforescente líquido.
Los cuatro presentes soltaron una breve risa.
La otra chica venía de Ohio con veintiséis años de edad, y para ser sinceros... Lena no se explicaba qué hacía ahí cuando podría haber sido modelo sin lugar a dudas. No era la típica rubia plástica, sino que sus rasgos era tan marcados como delicados, una extraña y atrayente combinación que seguro había hecho caer hombres cual moscas.
El chico que las acompaña era asiático; cabello oscuro, ojos rasgados y piel blanca. Se mostraba muy cómodo entre mujeres, reía y daba uno que otro toque casual a las chicas. Llevaba un tatuaje en su antebrazo izquierdo y un piercing en su lóbulo derecho, podría haber intimidado de no ser por su baja estatura.
Lena jamás pensó que tendría problemas por el simple hecho de estar junto a él en la plática.
Fue entonces que una chica, también de aspecto asiático, se acercó dando pasos altivos en sus finos tacones. Llevaba un corto vestido rojo y maquillaje hasta en el pecho (senos incluidos). Enredó su delgado brazo al único hombre del cuarteto y expuso una orgullosa sonrisa al tiempo que ladeaba la cabeza. La recién llegada estudió a cada una de las demás con un gesto cargado de superioridad. El ambiente se vio aplastado de inmediato por una oleada de tensión.
—Hola, mi amor... ¿qué raza es tu amiguita? —siseó mirando a Lena de arriba abajo.
¡Perra, le había dicho perra! Las cosas se pusieron peor cuando el detector de Lena le confirmó lo que había estado pensado: la chica asiática también era biónica.
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