Capítulo 11: ¡Fuego!
Capítulo 11: ¡Fuego!
Myrna la esperaba afuera de su casa con los brazos cruzados y una mueca molesta. Su fino tacón repiqueteaba en el suelo. Encima de ella se alzaba un elegante farol que la bañaba de una blanquecina luz, otorgando ciertas sombras a su rostro.
Así parecía todavía más enojada.
Por un segundo Lena estuvo tentada a pedirle a Johari que no detuviera el auto, podrían seguir derecho...
Pero él aparcó frente al empedrado camino de entrada.
—Llegamos.
—No me digas... —musitó.
Antes de descender le dio las gracias. Johari se despidió de Myrna agitando la mano desde el coche con una simple sonrisa, luego se perdió al final de la calle.
—¿Qué son estas horas de llegar?
Lena consultó el reloj que llevaba integrado desde la cirugía. No era tan tarde...
—Estaba con Ed —dijo en su defensa mirando al suelo.
—¿Quién era ese hombre? ¿Es tu novio? ¿De qué lo conoces? —inquirió apenas deteniéndose a respirar.
—No, tranquila... Es mi representante, o algo así.
—No quiero que vayas a Francia con él. Todo indica que no has aprendido las verdaderas intenciones de los hombres, Milena —espetó su madre.
—Aquí va otra vez... —susurró.
—¿Y si es un violador? ¿Secuestrador? ¿Qué me asegura que no te revolcaste con él antes de venir?
—¡Mamá! ¿No confías en mí? Estás dudando de lo que tú misma me enseñaste —se hizo un largo silencio donde Myrna la miró entrecerrando los ojos —. Además, ya tengo tiempo que no soy virgen.
El gesto molesto de su mamá fue cambiando poco a poco a una expresión anonada. Hasta que soltó un grito:
—¡¿Qué?!
(...)
El señor Gibbs recargó su arma y disparó contra tres objetivos en cuestión de segundos. Su compañero soltó una carcajada burlona cuando lo superó en las bajas cometidas.
Los juegos de realidad virtual se habían vuelto muy populares en las últimas décadas; después de todo... eran tan reales que las personas olvidaban cuál era la verdad realidad y se dejaban llevar por la adicción al mismo.
Los espectadores alrededor de ellos reían y apostaban cantidades inimaginables de dinero mientras los camareros del casino iban de aquí para allá cargando espumosas bebidas de caprichosos colores fosforescentes.
El lugar estaba sumido en un ambiente de euforia y adrenalina, combinado con música y un intenso olor a alcohol. Personas de todas las nacionalidades posibles se arremolinaban en torno a los juegos vistiendo elegantes trajes y excéntricos vestidos. La poca luz rojiza de la enorme estancia era suficiente para vislumbrar a personas comiéndose en las esquinas. Tan deseos del contacto que no se percataron cuando la gente comenzó a salir corriendo del exuberante casino.
Ni siquiera el señor Gibbs lo notó. Soltó su arma cuando que el olor a quemado llegó a su ancha nariz, de modo que se retiró los lentes y olfateó el aroma. Se sorprendió al ver que ya no había nadie a su alrededor. Lo único que se escuchaban eran ocasionales gritos desesperados mezclados en llantos.
—¡Fuego! —bramó un hombre.
Las altas llamas relucieron en las pupilas de Gibbs, demasiado vivas como para seguir ignorándolas.
—Mierda...
Entonces todo estalló.
(...)
Lena envolvió a su hermano menor entre sus brazos y suspiró. Hacía mucho que no dormían juntos, más o menos desde que... desde lo que había pasado con Marcus.
Por algún motivo desconocido se había despertado a mitad de la noche sudando frío. De pronto su celular comenzó a vibrar, de tal forma que se vio obligada a levantarse de la cama. Se trataba de un destino marcado con un indicador intermitente; prendía y apagaba de una manera escalofriante, como si fuera una cuenta regresiva.
Giró la cabeza hacia Gus. Su hermano estaba desparramado en la cama con la boca abierta y su rubio cabello despeinado.
Luego volvió a mirar la advertencia de su celular entre la penumbra.
—¿De verdad tenía que suceder en plena noche? —susurró antes de dirigirse al armario.
Se enfundó en el conjunto que Ed había creado para emergencias como aquellas y salió de la casa procurando no hacer ruido.
(...)
En esa situación un auto le hubiera venido de maravilla, aquél que tanto añoraba. Pero que no tenía.
Se arremangó su elástica blusa a los codos y dio soltura a sus piernas; tendría que correr para llegar.
No era la primera vez que hacía sprint con los reforzamientos de sus piernas; sin embargo, le parecía raro hacerlo. Una situación ajena a ella.
El viento chocaba con su cara y le alborotaba el cabello hacia atrás. Conforme más corría, mayor era su velocidad, según sus cálculos internos llevaba entre setenta y cinco a ochenta kilómetros por hora. Siendo cincuenta kilómetros por hora el récord insuperable del mejor competidor del planeta.
Llegó un punto en el que dejó de sentir las piernas, ni siquiera el paisaje era claro. Si hubiera límites de velocidad para humanos, ella ya estaría multada. Atravesó parques, cruzó puentes y cambió de calle con tal de llegar a su destino. Su celular seguía vibrando en el interior del pantalón. Incluso tuvo que brincar por encima de bardas.
Fue cuando vio la gran columna de humo elevándose al cielo, provenía de uno de los casinos más prestigiosos de la isla. El sitio despedía destellos rojizos y un candente aroma a quemado.
Una hilera de policías cubría la entrada a la vez que decenas de bomberos entraban y salían del caos. La estructura se estaba viniendo abajo, seguro quedaban civiles dentro; lo comprobó cuando un bombero salió cargando a una mujer de prendas desgarradas.
Dos meses de preparación serían probados en ese momento. Estaba ahí para ayudar, ese era su motivo desde la cirugía.
Lena presentó su identificación ante las autoridades y ellos le dieron el paso a toda prisa.
Una vez se internó en el edificio, el humo golpeó todos sus sentidos. No podía ver ni oler nada a pesar de lo susceptible que era. Tropezó con un objeto entre que manoteaba y tocia, pero fueron los lloriqueos al fondo del lugar los que la sacaron del trance.
Se puso de pie como pudo y parpadeó hasta que consiguió despejarse. Acto seguido apartó una pesada columna usando ambos brazos y gateó algunos metros buscando la ruta más próxima a los gritos.
La elevada temperatura le calaba en los ojos, por no mencionar que ya se había cortado ambas manos gracias a los vidrios desperdigados por el suelo. La buena noticia era que el grafeno debajo de su piel contribuía a una regeneración paulatina. Seis meses atrás jamás habría pensado que terminaría en casinos incendiados, esquivando a duras penas trozos de techo que caían de la nada y empujando enormes muebles a medio consumir.
Se apoyó en la información proporcionada por su nano computadora antes de dirigirse a una escalera inestable, pasándolas se encontraban varias personas. O por lo menos eso decía su visión infrarroja. Justo cuando estaba a punto de subir un escalón, su cuerpo entero se congeló. Acto seguido recibió una alerta de parte de su sistema: se estaba quedando sin energía.
Lena se desmoronó al suelo tocándose el pecho al tiempo que sus desorbitados ojos sufrían parte del colapso.
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