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Capítulo 1: Soy inmortal

Capítulo 1: Soy inmortal

Lena pasó su tarjeta por la terminal del coche automático.
—Gracias, tenga buena noche —respondió una voz programada.
Cada que escuchaba la grabación un escalofrío le recorría la piel. Descendió del auto de un solo movimiento y acomodó su mochila al hombro, pues acababa de salir de clases.

Zanzíbar de noche era todo un espectáculo. Estaba bien urbanizada a pesar de ser una isla algo mediana; los altos edificios expulsaban luz por sus ventanas y los elegantes puentes que conectaban con la isla vecina (Pemba) y Tanzania se iluminaban de verde y azul debido a los colores de su bandera.
Lena apresuró su paso al pensar en la cálida cama que la esperaba al llegar a su hogar. Esa noche soplaba el viento sofocante característico de su isla, por lo que todas las personas llevaban ropa ligera de estilo minimalista. Esa era la tendencia de la época... y a Lena le agradaban sus formas sencillas y pulcras, incluso los edificios más insignificantes de la cuidad se inclinaban a ese estilo.

En fin, era viernes, pero no tenía ganas de nada. Lo único que le sonaba apetecible era meterse en su cama a ver películas, como cualquier otra chica con el corazón desgajado.

Los autos pasaban a velocidades alucinantes en la calle debido a los cables de repulsión magnética que el gobierno había colocado bajo suelo; de modo que los coches no tenían llantas. Lena siempre había pensado que parecían jabones gigantes.

Pocos minutos después llegó a su casa. Era una estructura en forma de hexágono irregular llena de ventanas; alrededor de ella había otras casa alargadas. Flanqueado a la puerta de vidrio oscuro estaban dos altas palmeras que se removían con el poco viento. Lena colocó el dedo en el lector y poco después la puerta se abrió.
—¡Ya llegué! —exclamó al cerrar el liviano vidrio tras ella.

El interior de la casa era casi en su totalidad a base de cortes geométricos y colores claros. Unas escaleras iluminadas en forma de caracol daban al segundo piso, donde se encontraban las habitaciones.
A su lado derecho tenía la cocina, mientras que al izquierdo estaba la sala.
—Ya estamos cenando —respondió su segunda madre desde el comedor junto a la cocina.

Conforme se acercó, el olor a costillas se hizo más notorio. El comedor era la estancia más espaciosa de la casa, justo en medio estaba una mesa delgada que albergaba a los cuatro integrantes de su familia.
—Acompáñanos —la invitó Myrna, su madre.
Lena se meció en sus talones debajo del umbral que daba paso.
—Yo... no tengo muchas ganas.
Su madre biológica era una mujer que rondaba en los cincuenta años, llevaba el cabello teñido de un café rojizo y usaba poco maquillaje. Su mirada afable causaba en Lena remordimiento cada que hacía algo mal.
—¿Vas a salir, mi amor? —formuló Amaia.
Esta última era su segunda mamá, mucho más joven que Myrna, con apenas treinta y cuatro años edad. Poseía rasgos delicados y ojos tan azules como vivarachos.
—Sólo quiero dormir —aclaró.
—Yo sí quiero salir —murmuró su hermano mayor mientras excluía las verduras de su plato.
—Te recuerdo que estás castigado, Elijah.
El muchacho refunfuñó. La mirada de Lena se endureció de golpe al toparse con él, parte de su dolor se lo debía a él.
—Iré arriba.
Su hermano menor prefirió guardar silencio, era tartamudo.

Dio media vuelta sin darse cuenta que Myrna se había levantado de la mesa para seguirla. La alcanzó en el segundo piso.
—Oye, te vendría bien salir con tus amigos.
En ese momento la compostura que Lena había mantenido todo el día se esfumó, sus ojos se cristalizaron y los labios le temblaron, aquellos labios que "succionaban personas"
—Sólo quiero dormir —dijo enjugando sus ojos.
El rostro de su madre se llenó de preocupación.
—Llamaré a Fick para que te recoja, ¿de acuerdo? Tienes que dejar de encerrarte en tu mundo, Milena.
—Pero ahí nadie me hace daño... —susurró por último.

Myrna no alcanzó a escucharla.

(...)

Apenas diez minutos después tocaron a la puerta.
—¿A dónde vamos? —exclamó un muchacho más pálido que los vampiros de la época de su madre.
Lena se aproximó a él, tratando de ocultar su fastidio.
—A tu casa, mamá me quiere obligar a salir.
—Y tú sólo quieres dormir. He pensado que quizás fuiste un colchón en tu otra vida.
Ella sonrió por primera vez en el día. Luego subieron al auto del chico y salieron despedidos en línea recta.
—Irmina tiene la solución perfecta para esta noche —aseguró Fick —. Le llamé antes de pasar por ti.
Ella soltó una amarga risa. Sabía que se refería al departamento de su amiga.

Fue cuestión de minutos para que detuvieran el auto frente a una hilera de medianos edificios.
—Vamos, nos está esperando.
Atravesaron un puente que separaba los condominios de la calle y siguieron hasta el primero de ellos. Las puertas automáticas les dieron paso a una estancia cuidadosamente iluminada, algunos muebles blancos adornaban el espacio.
—Piso cinco —dijo Fick al aire después de que entraron en el elevador.

Al cabo de unos segundos ya estaban en su destino. El muchacho se encargó de abrir la puerta y dejarla pasar. Aquella a quien habían llamado Irmina era una chica de cabellos coloridos, justo en ese momento se reunió con ellos, en su mano portaba una bebida azul.
—Hasta que por fin llegan —dijo sonriendo —. ¿Qué les sirvo?
Los tres se encaminaron a la sala, ahí se encontraba otra visitante. Irmina tomó su propio camino a la cocina mientras Fick tomaba asiento en un sillón individual al igual que Lena.
—Hola Ann.
La muchacha de rasgos asiáticos levantó la mirada de su pantalla personal y la enrolló entre sus manos como si de una servilleta se tratara.
—Creímos que no llegarían.

Mina irrumpió en la sala. Sonría de una manera diabólica, y su cabellera colorida sólo contribuía a acentuar ese aspecto.
—Sale una cerveza para Fick... —dijo al tiempo que se la daba —. Y un tequila para la señorita.
Lena sostuvo el pequeño y delgado vaso. No le convencía tomar esa noche, y sus amigos lo notaron desde lejos.
—Anda, Lena. Sólo hoy.

Ese "sólo hoy " se convirtió en un segundo trago, seguido de otro y otro. Luego de un rato la vida había adquirido un color más brillante. Después de todo, no tenía un prometido que le amargara la vida. Lena no tardó en adueñarse de la cerveza de Fick, se la tomó entera sin respirar mientras sus amigos se reían a excepción de Ann.
—El alcohol no es forma de olvidar —repetía.

Lena ignoraba los comentarios sensatos de su estudiosa amiga. Además, era viernes por la noche; tenía derecho a divertirse. Acto seguido, Mina subió el volumen de la música, provocando que ella bailara a tropezones.
—No necesitas a ese hombre —la animó Fick.
—Se arrepentirá de lo que te hizo —añadió Mina
—Yo diría que bajaran el volumen... —sugirió Ann.

Lena no soltaba su bebida a la vez que bailaba. Ellos tenían razón, era una mujer independiente que no dependía de un hombre, era inmortal. Una cosa llevó a otra y decidieron ir a visitar a Marcus, antiguo prometido de la chica herida. De camino la estridente música del auto no dejó de sonar, iban decididos a estropearle la noche al descarado. La euforia fue un estimulante para Lena cuando se trató de gritar afuera de la casa de Marcus. No había ninguna luz encendida
—¡Ya te superé! —exclamó riéndose, todavía cargaba con una segunda cerveza.
La calle estaba totalmente desierta, de modo que sus amigos también se unieron a los gritos al tiempo que Ann vigilaba que nadie viniera.
—¡Pedazo de mierda, sal de tu castillo! —gritó Fick.
—Nos vamos a meter en problemas...
—Haz sonar el claxon, Ann —sugirió Mina.
Los aullidos del auto tomaron un ritmo burlón. Entonces Lena dio un último trago antes de lanzar la botella contra la ventana del chico.
De pronto las luces se encendieron. Pero lo peor de todo fue que una patrulla torció en esa calle y encendió su sirena.
—Están detenidos —dijo un oficial por medio de su altavoz.
Hasta ese momento Lena dejó de reírse. Y a pesar de su poca cordura, presintió que no saldría intacta esa noche.

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