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Y así fue.
A la mañana siguiente te apareciste en mi habitación disculpándote por no haber ido a visitarme últimamente. Me contaste que las enfermeras habían prohibido las visitas, a menos que se tratara de algún familiar de los pacientes.
Luego te sentaste a mi lado en la cama y tuve el valor de preguntarte:
—Emmett—dije—, ¿eres real?
Esbozaste una sonrisa de medio lado, me acariciaste el rostro con las yemas de tus dedos y lentamente tu rostro se acercó al mío. Sentí tu respiración coincidir con la mía hasta que finalmente depositaste un beso justo en mis labios. Sentí miles de sensaciones en mi estómago imposibles de describir con palabras.
—Así de real soy, Katie.
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