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Me puse de muy mal humor y por enésima vez surgió la pregunta: «¿Qué tenía y por qué nadie quería decírmelo?»
Pero entonces alguien tocó a la puerta y ésta se abrió sola:
—¿Se puede?
Eras tú, Emmett. Inmediatamente cambié el semblante. Sonreí y más nada que eso.
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