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Me animé a preguntarle a la enfermera sobre mi situación, pero ella tan siquiera me miró a los ojos y negó con la cabeza.
No tenía tus ojos, Emmett.
No eran hermosos como los tuyos.
No porque no fuesen verdes o de un color en particular.
Sino porque no destellaban la misma esperanza que los tuyos.
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