Toque de queda
Cuando llegué a casa mamá me preguntó porqué había llegado a casa tan temprano y le conté que eran ordenes oficiales. Ella asintió y me mencionó que estaba viendo en las noticias que habían anunciado que a partir de esa noche en Ciudad Juárez habría un toque de queda a partir de las nueve de la noche para evitar más víctimas.
—¿Qué hay de Paola y de papá? —pregunté.
—Tu papá llamó hace rato, a Paola le cancelaron las clases hasta nuevo aviso por lo que él iba a ir por ella —informó—. Hablando de llamadas, Moctezuma marcó a la casa.
—¿Qué quería?
—Bueno, en realidad te buscaba a ti, dijo que necesitaba hablar contigo en persona y que si lo podías ver en el restaurante de Esteban a las seis.
Asentí suponiendo que quería felicitarme por haber ganado o algo así. Incluso llegué a imaginar que quería que yo fuera la nueva líder de la manada pero fue tan sólo un pensamiento pasajero porque recordé a Lucía. Ella es su hija y se podría decir que ella tiene más derecho de ser la nueva líder de la manada que yo. Además, si yo me convertía en la nueva líder, Lucía tendría una nueva y gran razón para odiarme.
Al poco rato llegó a casa Paola y papá. A ambos les suspendieron sus actividades por obvias razones. Durante la comida, Paola contó que a raíz de la muerte del estudiante que terminó siendo un saco de piel vacío, se les convocó en el auditorio principal de la universidad para hacerle un homenaje.
Procedí a prepararme para ir a ver a Mocte y conduje hasta el restaurante de Esteban al anochecer. Pasé por el callejón de los aullidos y entré por la puerta trasera. Esteban me recibió tan cordial como siempre y me contó que desde temprano le dijo a sus empleados y clientes que se fueran a casa y al poco rato Moctezuma lo llamó para que le apartara una mesa.
—¿No se te ofrece algo, Emma? —preguntó Esteban.
—No, muchas gracias.
—Si cambias de opinión, estaré en la cocina.
El restaurante estaba vacío a excepción de la mesa que ocupaba el líder de la manada y su hija. Me acerqué y me senté con ellos.
—Buenas tardes —saludé.
—Buenas tardes, Emma —contestó Moctezuma con una sonrisa.
—Sí, hola —pude notar que Lucía lo dijo de mala gana.
—Supongo que ya sabes la situación actual en la que nos encontramos, ¿no es así? —retomó la palabra Mocte mientras yo asentía—. Entonces iré al grano. Ese muchacho que murió no formaba parte de nuestra manada, pero me puse a pensar esta mañana cuando lo vi en televisión "¿y si sí lo fuera?", puede que la próxima víctima sí lo sea, es por es que tomé la decisión de intentar localizar lo que esté provocando esto y tartar de detener a esa cosa.
—Papá, no podemos hacer eso, es muy arriesgado.
—Hija, tenemos poderes sobrenaturales, creo que podremos manejarlo mejor que nadie. Esto no es una amenaza que los humanos puedan enfrentar.
—Además hay toque de queda, Mocte —expuse—. No podemos estar en las calles después de las nueve de la noche.
—¡¿Y eso qué?! —exclamó el mayor—. ¡Podemos ser sigilosos si tenemos cuidado!
Lucía y yo miramos a Mocte. Él estaba decidido y su motivación era buena, pero era muy arriesgado, no sabíamos a lo que nos estábamos enfrentando y podría ser que ni siquiera con nuestros poderes podríamos detener aquella amenaza.
Mocte nos devolvió la mirada y bien en nuestros duda, lo que lo molestó e hizo que se parara de su silla.
—Bien, entonces me enfrentaré a esa cosa yo mismo.
Mocte comenzó a caminar directo a la salida decidido y sin mirar atrás.
—¡Papá, espera!
Lucía se vio en la necesidad de atravesarse en el camino de su papá.
—Sé razonable y piensa con la cabeza fría —pidió ella.
—No hay nada qué pensar, es mi deber como líder de la manada —replicó Moctezuma algo molesto—. Si no piensas ayudarme, será mejor que te apartes de mi camino, Lucía.
Cuatro segundos después, Lucía suspiró y se resignó a que su papá no iba a dar el brazo a torcer y que ayudarlo era la mejor opción.
—Está bien, lo haré. ¿Y tú, pelirroja?
—Cuenten conmigo —les dije.
—Chingón, ahora vamos que está a punto de oscurecer —ordenó el líder de la manada.
—Con la condición de que tú no irás, papá —agregó Lucía.
—A que la chingada contigo, ¿por qué no? —refunfuñó su papá.
—No quiero que te pase nada, además ya no estás para convertirte en lobo y usar tus poderes —antes de que Moctezuma pudiera reclamar algo más, ella siguió—. Reconoce que ya no estás para esos trotes, además podemos llamar a Eddie para que estés más tranquilo de que seremos más.
—Eddie no querrá dejar a su abuela sola —intervine llevándome una mirada asesina por parte de Lucía.
Aunque no conozco de pe a pa a Eddie, sé que se preocupa mucho por su abuela porque es un chico que ama a su familia y porque es la única familia que tiene. Sé lo que es luchar por tu familia y veo que él lo hace. Un claro ejemplo de ello es su decisión de no ir a la universidad y ponerse a trabajar para ganar dinero para mantener a su abuela y a él.
—En ese caso, me quedaré con la señora Hernández —ofreció Mocte mientras sacaba su teléfono para llamar al chico—. Sí, buenas tardes, Eddie. Hijo, me gustaría que acompañaras a mija y a Emma a buscar esa chingadera que ha dejando muertos últimamente. Sí, esta noche. Que te valga madre el toque de queda, ni que fuéramos pendejos para dejarnos mostrar así nomás. No te preocupes de tu abuela, yo mismo me quedaré con ella para que no esté sola. Bien, entonces voy a pasar por tu casa, ¿sale?
Cuando Mocte finalizó la llamada acordamos Lucía y yo que nos veríamos en un punto de la ciudad ya transformadas a las diez de la noche. Entonces el líder de la manda y su hija se fueron la casa de Eddie. Para matar el tiempo, Esteban y yo platicamos de varios temas: cómo le iba en su negocio, los planes que tenía para el futuro, qué iba a hacer en las fiestas decembrinas, política, etcétera.
Cuando consideré que fue necesario, me despedí de Esteban y me fui a casa antes de que iniciar el toque de queda.
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