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Patrulla de medianoche

Procuré caminar en calles poco iluminadas para que no se me notara tanto. Por primera vez en mi vida vi las calles de Juárez completamente vacías, no había absolutamente nadie a excepción de algunas patrullas que recorrían la ciudad buscando algo sospechoso. Cuando llegué al punto de encuentro, Lucía y Eddie ya estaban ahí transformados en lobos.

La forma de loba de Lucía se asemeja a la de un lobo mexicano con la única diferencia de que ella es mucho más grande.

La forma de lobo de Eddie tiene el pelaje castaño oscuro, su musculatura como humano le aporta más tamaño a su forma transformada, lo que lo hace parecer más intimidante.

Cuando estamos transformados podemos comunicarnos a través de gruñidos que solamente entendemos cuando somo lobos. Incluso si un hombre o mujer lobo escuchara aquellos gruñidos no podría interpretarlos.

—Llegas tarde —me reprochó Lucía mirándome con desaprobación.

—Oigan, creo que necesitamos un nombre de equipo —sugirió Eddie—. Estaría genial "Patrulla de medianoche".

—Por mí está bien —dije.

—Como sea pero hay que movernos —ordenó Lucía empezando a caminar por la ciudad.

Cuando se acercaba la medianoche detecté un aroma extraño pero al mismo tiempo familiar.

—¿Huelen eso, Patrulla de medianoche? —pregunté haciendo que mis compañeros se detuvieran.

—Sí —confirmó Lucía olfateando más fuerte—, huele a...

—¡Coyote! —exclamó Eddie echándose a correr hacía el oeste.

—¡Eddie, espera! —lo llamé pero fue inútil—. Vamos tras él, Lucía, no vaya a hacer que se haga daño

Lucía y yo comenzamos a seguir a Eddie pero él era muy rápido, afortunadamente su olor dejaba un rastro. Entonces llegamos hasta una construcción a medias. Vimos a Eddie parado mirando fijamente un montón de sacos de cemento Cruz Azul. 

—Está ahí —afirmó Eddie cuando nos pusimos a su lado.

Quien sea que estuviera detrás de esos sacos, no estaba transformado. Seguía en su forma humana, lo que me hizo pensar que tal vez venía en son de paz.

—¡Tranquilos, voy a salir, pero no me ataquen! —habló el sujeto un tanto irritado.

El hombre coyote salió de su escondite con las manos en alto. Era un muchacho alto y musculoso como de la edad de Eddie, rubio, de ojos azules grisáceos y piel bronceada. Vestía un par de botas, unos pantalones de mezclilla rotos, una playera blanca y una chamarra de motociclista negra. Y aunque estaba lleno de cicatrices, por ese cabello y esos ojos no me fue difícil reconocer de quién se trataba: Jeff Keller, mi rival en la pelea de hacia una semana atrás.

Lucía, Eddie y yo miramos al forastero. No sabíamos qué hacer con él, los coyotes no tienen permitido pisar el territorio de los lobos, pero Jeff lo hizo. Lo más prudente en esos casos sería devolverlo a Nuevo México que es donde se asientan los hombres coyote.

—Apuesto a que se preguntan qué estoy haciendo aquí —intuyó el joven coyote—. Pero antes, ¿puedo bajar los brazos?, sí, voy a bajarlos.

Aún estando en territorio enemigo, Jeff actuaba como un insolente, o como diríamos en México, como un completo pendejo. Lucía le gruñó amenazadoramente al intruso provocando que volviera a poner sus manos en el aire.

—Hui —confesó Jeff—. Los coyotes están hartos de perder siempre ante ustedes y es el perdedor el que paga el precio. Me han insultado a mí y me han convertido en un marginados, incluso mi familia. Me cansé de soportar esa mierda y me fui sin rumbo fijo e, irónicamente, llegué aquí hace dos días. Me he estado ocultando para que no me encontraran, pero también fracasé en eso.

—¿Qué hacemos con él? —pregunté.

—Lo vamos a devolver de donde vino mañana en la mañana —contestó Lucía—. Pero necesitamos vigilarlo hasta el amanecer, necesitamos ponerlo en algún lugar porque no quiero que se escape.

—En mi casa tengo un colchón inflable —mencionó Eddie—, se puede quedar en mi casa esta noche.

La conversación se terminó de golpe cuando escuchamos un sonido metálico a pocos metros de nosotros. La Patrulla de medianoche se puso al asecho y siguió el sonido. No estaba lista para lo que iba a suceder a continuación. En primera porque me encontré cara a cara con la persona que menos hubiera esperado ver ahí.

—¿Carlos?

—¿Lo conoces? —inquirió Lucía.

Como dije antes, los lobos nos comunicamos a través de gruñidos y puede que suenen más agresivos de lo que en realidad son. No me extrañó la reacción que adquirió mi compañero de trabajo. Con la manos en alto y los ojos cerrados temblaba de miedo y pedía que no le hiciéramos daño 

—¡Por favor, por favor, por favor, no me maten! —rogó Carlos.

Le hice a mis compañeros de la Patrulla de medianoche un ademán con la cabeza dándoles a entender que yo me encargaba. Ellos obedecieron y me dejaron que me encargara de la situación yo misma. Me acerqué a Carlos lentamente para que viera que era inofensiva y así se calmara. Poco a poco fue abriendo sus ojos y se fue calmando. Me miró con miedo al principio pero después adquirió la confianza suficiente para verme realmente.

—¿Emma? —inquirió él confuso.

Yo respondí asintiendo lentamente.

Calos mirando al suelo asimilando mi verdadera naturaleza. Hubiera jurado que se iba a desmayar pero en lugar de eso simplemente resopló. 

—Supongo que no soy el único con secretos —soltó dejándome ahora a mí con la confusión—. Si te muestro algo, estaremos a mano, yo sabré un secreto tuyo y tú uno mío y así nos aseguramos de que no diremos ni una sola palabra, ¿trato?  

Volví a asentir. Aunque no me podía imaginar qué secreto podría ser igual o de mayor impacto que la existencia de una mujer que se puede convertir en una loba gigante. Qué equivocada estaba. De los orificios nasales de Carlos empezó a salir una especie de moco, baba o gelatina color turquesa. Esa cosa empezó a deslizarse por su cara, luego por su cuerpo hasta caer al suelo.

Retrocedí porque esa sustancia turquesa seguía cayendo y cayendo haciendo un gran charco. Carlos cayó de espaldas al suelo cuando la sustancia dejó de salir de él. El charco comenzó a moverse y a tomar una forma humanoide. Debo recalcar que nunca había sentido tanta confusión y pavor en mi vida, no es una escena muy agradable de ver.

No podía creer lo que veían mis ojos, era un ser creado a partir de una sustancia de apariencia viscosa que salió del cuerpo de mi compañero de trabajo. Podía sus brazos que terminaban en aletas en lugar de manos, distinguí un par de ojos pero no una nariz o una boca, de hecho ni siquiera tenía piernas ni pies, su parte inferior era como la de un caracol.

"Carlos" intentó acercarse a mí. Su movimiento constaba de arrastrarse. Se detuvo en seco y apuntó detrás de mí.

—¡Cuidado! —alertó.

Yo giré hacía donde la gelatina viviente me señaló y vi un cumulo de humo moviéndose en el aire como si tuviera vida propia. Ver eso hizo que recordara el sueño que tuve cuando fui al desierto. Aquello que me atacó en ese sueño era lo mismo que veía en ese momento. El monstruo de humo estaba frente a mí.

Lo miré fijamente y sentí como si una descarga eléctrica pasara por todo mi cuerpo, erizando hasta el último de mis pelos.

—¡Lo está haciendo de nuevo! —exclamó Jeff.

El coyote y la Patrulla de medianoche presenciaron el momento en que mis ojos se tornaron amarillos y el monstruo de humo se retorcía y se distorsionaba. Partes de él desaparecían, se borraban de la realidad. Entendí en ese momento lo que mi familia me contó después de luchar contra Jeff.

El monstruo de humo se resistió a ser destruido y se fue de ahí.

—Eso es lo que ha causado que esa personas se quedaran como sacos vacíos de piel —dijo el ser color turquesa.

—Tiene razón —confirmó Jeff—. Lo he visto con mis propios ojos.

Todos lo miramos confundidos.

—El estudiante que murió estaba con sus amigos —contó mi contrincante—. Pero esa cosa apareció espantando a todos y echaron a correr. Sólo que uno no pudo escapar. Esa cosa se metió por su boca y sus oídos hasta adentrarse por todo su cuerpo. Era como ver a un globo quedarse sin aire. Cuando ya no hubo nada más que devorar, salió y se fue.

Después de eso, una patrulla se acercó peligrosamente y huimos antes de que esos policías nos vieran.

Jeff y la Patrulla logramos escondernos y el hombre gelatina regresó dentro del cuerpo de Carlos justo a tiempo.

—Te digo que vi algo aquí —dijo un policía alumbrando la construcción con su linterna—. Mira.

Carlos se levantó y fue interrogado por los policías debido a que había ignorado el toque de queda. Al final los oficiales se llevaron a mi compañero de trabajo  no-humano en la patrulla.

Les dije que la historia se iba a poner interesante. De hecho, hubiera jurado que iba a ser yo la que iba terminar desmayandose.

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