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Papas con chile

Dejando un poco de lado al monstruo de humo, continuaremos con la historia. A mediodía me levanté de mi lugar y fui al despacho del licenciado Montaño para verificar que mi permiso ya estuviera firmado. Los días siguientes, es decir el miércoles y el jueves, no iba a presentarme a trabajar por "asuntos personales", pero como nosotros ya tenemos la confianza suficiente, en realidad no iría por un asunto de lobos.

Toqué la puerta y entré. Por una fracción de segundo logré ver la partida de Solitario que jugaba mi jefe en su computadora antes de que la cambiara por el sistema que tenemos en la empresa.

—¿Qué se te ofrece? —preguntó con deje nervioso.

—Licenciado Montaño, hace unos días le dejé un escrito para notificar que el día de mañana no me presentaré a trabajar, me preguntaba si ya lo había firmado.

Tal vez ya se imaginarán la clase de jefe que es y que cuando le entregué el documento simplemente lo dejó caer sobre su escritorio y ahora mi permiso está perdido entre demás papeles regados. Lo sé porque pude oír sus latidos acelerarse por los nervios cuando le recordé lo que sucedió y porque comenzó a buscar entre los papeles de su escritorio.

—¿Estás segura que me lo diste?

—Muy segura, licenciado. 

Siguió buscando hasta que vio un papel que decía en letras mayúsculas y en negritas "NOTIFICACIÓN DE INASISTENCIA". Lo tomó y comenzó a leerlo por encima.

—¿Te llamas Emma?

Viniendo de él, no me sorprende en lo absoluto que no haya sabido quién soy. Apuesto que hasta olvida el nombre de su novia a veces. 

—Sí, licenciado.

Tomó una pluma y firmo el papel para luego entregármelo. Ojalá firmado el papel el momento en el que se lo di, pero no. Todos los que trabajan en el segundo piso saben que si quieres que José te firme algo, debes entregarle el documento con mucha antelación y pedírselo después como si lo necesitaras en ese momento, sea cierto o no. 

—Muchas gracias, licenciado.

Salgo de su despacho y voy camino al elevador para ir al cuarto piso que es donde se encuentra Recursos Humanos.

—¿Adónde vas? —inquiere Valentina cuando me ve pasar.

—Con Betty —respondo.

Betty es la encargada del departamentos de Recursos Humanos. Es una mujer que ya lleva bastante tiempo trabajando en la empresa y es buena onda. Su cabello güero no natural es largo y rizado, usa gafas redondas y tiene un ligero problema de sobrepeso. Ojo, no estoy en contra de la gente con sobrepeso u obesidad, simplemente la estoy describiendo. Cuando llego con Betty la sorprendo comiendo papas con chile. 

—Buenas tardes, Betty —saludé.

—Buenas tardes, Emma —contestó limpiándose los dedos manchados de chamoy en una servilleta blanca—. ¿Ya tienes tu permiso firmado?

—Gracias a Dios que el licenciado me lo firmó —confirmé dándole el papel.

Entonces, mi super-olfato detectó la esencia desagradable de Karen. 

—¡Ay, Betty, hasta acá afuera huele a puro chile! —chilló—. ¿Verdad, Emma?

Recuerdo que pensé en ese momento: Y tú apestas a piruja y nadie te dice nada. Pero sólo lo pensé porque ahí mismo estábamos en Recursos Humanos. Sí olía a chile, pero era soportable, incluso para el olfato de lobo.

—No me había dado cuenta hasta que vi a Betty comiendo —mentí para llevarle la contraria a Karen.

—Yo creo que has de tener la nariz tapada o algo —bromeo Karen con una risa más falsa que una moneda de tres pesos.

Con permiso —me despedí.

Bajé al segundo piso para regresar a mi lugar pero en eso escuché que alguien me estaba hablando y cuando volteé me quedé congelada. Era Samuel que vestía un chaleco de rombos que lo hacía ver muy lindo y le resaltaba su piel clara. Se levantó de su silla y se acercó a mí.

—¿Qué pasó, Samuel?

—Sobre lo de los tacos, conozco un lugar muy bueno por la calle Jarudo, ¿te gustaría ir saliendo del trabajo?

¿Saben lo que es tener a la persona que te gusta enfrente y te está invitando unos tacos pero le tienes que cancelar porque ya tienes planes?

—Era broma lo de los tacos, ¿eh?

—Bueno, te estoy invitando ahora.

Me la estaba poniendo difícil, pero las reuniones son las reuniones.

—Fíjate que hoy estoy ocupada —comenté afligida—, si quieres podemos ir el viernes.

—El viernes está bien, sirve que ya será quincena —aceptó con una sonrisa antes de regresar a su lugar.

El resto del día sucedió sin ninguna novedad hasta que dieron las nueve de la noche. Ya era hora de ir a la reunión. Esa noche todos los hombres y mujeres lobo de Ciudad Juárez nos reuniríamos para escoger a nuestro elegido, aquella persona que lucharía contra nuestros rivales, los hombres y mujeres coyote. Cada año, en una noche de luna llena, un lobo y un coyote combaten entre sí para defender el honor de su manada. Es una tradición de bastantes años atrás y es muy importante para nosotros los lobos, por eso siempre elegimos al o a la mejor para luchar contra el elegido de los coyotes.

Les adelanto desde ahora que fue más o menos a ese día en el que el monstruo de humo pasó la frontera mexicana.

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