Esta historia comienza a finales de noviembre del 2012. Yo desperté con el sonido de mi alarma y golpeé el aparato para decirle que se callara. Me levanté de la cama y miré la que se encontraba a mi lado, donde mi hermana menor, Paola, seguía durmiendo profundamente, la entiendo, la universidad puede ser demandante y te hace quedarte despierta haciendo tareas y proyectos. Me acerqué a ella y comencé a llamarla para que despertara.

—¡Paola, deja de ser tan concha y despierta de una vez!

Su contestación fue un gruñido al cual interpreté como un «Ya estoy despierta», pero eso no hizo que se moviera ni un centímetro. Todos los días era la mismo con ella, batallaba cada mañana para levantarla y ella no hacía el más mínimo esfuerzo de poner un pie fuera de la cama. A veces Paola puede ser una huevona. Se rompió mi termómetro de paciencia y tomé una almohada de mi cama y comencé a golpearla hasta que comenzó a darme manotazos y se sentó en su cama.

—¡Ya estuvo bueno! —exclamó encabronada.

Paola, de veintitrés años, su cabello castaño oscuro es lacio y largo, en sus ojos marrón oscuro podía ver que me asesinaba de mil maneras diferentes por haberla despertado, su tez blanca es tan clara que brilla en la oscuridad... bueno, eso último es broma.

Cesé mis almohadazos y le ordené que se metiera a bañar lo cual hizo a regañadientes. Mientras tanto, bajé las escaleras y vi a mi papá leyendo el periódico en el comedor como cada mañana con su taza de café bien caliente.

—Buenos días —saludé.

—Buenos días, hija —respondió dedicándome una sonrisa.

Mi papá tenía cincuenta y tres años. Sus ojos marrón oscuro seguían igual de vivaces que siempre, su lacio cabello castaño oscuro ya estaba invadido por las canas y su cara ya mostraba signos de la tercera edad, como las patas de gallo de sus ojos. Su complexión robusta y su esbeltez insinúan que se cuida, pero son sus genes de lobo que lo mantienen así porque de lo contario ya tendría mesa portátil. Dicen que era un galanazo de joven y que traía a las muchachas muertas, supuestamente le decían "El morenazo" y no lo decían en balde porque sí que es moreno, como color chocolate con leche. 

Prosigo hasta llegar a la cocina donde mamá se encontraba preparando el desayuno. En la sartén se cocinaba huevo con jamón.

—Hola, hija, buenos días —saludó mamá.

—Buenos días, mamá. ¿Quieres que te ayude en algo?

—Sí, hazme el favor de hacer chilaquiles.

Mamá es un caso especial porque todos piensan cuando la conocen por primera vez que es extranjera por su apariencia. Para empezar, es pelirroja natural, sus ojos son color miel y es tan alta que papá y su piel es clara. Existe ese estereotipo, incluso en los mismos mexicanos, que debemos ser morenos, chaparritos, con cabello y ojos oscuros. Claro que sí hay mexicanos así, pero hay más variedad genética que eso. Ofelia Karina Chaves Hernández es mexicana. 

De hecho, me parezco mucho a mamá. Algunos dicen que hasta somos hermanas. En la familia constantemente me dicen cosas como que me parezco mucho a mi mamá, que sin duda si soy su hija, que estamos igualitas y demás cosas.

* * *

Los cuatro comenzamos a desayunar en contrarreloj como cada mañana porque a cierta hora comienza un tráfico tremendo en las calles de Ciudad Juárez, simplemente Juárez, o como se le es conocida oficialmente, Heroica Ciudad Juárez. Al ser la ciudad más poblada del estado de Chihuahua y una de las ciudades de México que colindan directamente con Estados Unidos, diariamente tenemos que lidiar con decenas de autos. 

En medio de la mesa, se encuentra una bolsa de pan tostado Bimbo, queda solamente una rebanada y decido tomarla porque necesito comer algo más y en el momento en que pongo mi mano sobre la bolsa, Paola también lo hace. Nos miramos y ella comienza a tirar de la bola de pan pero yo me aferro más a ella. Comenzamos a forcejear por la bolsa lo que llama la atención de mamá.

—¿Es en serio que se van a pelear por la última rebanada de pan tostado? —inquirió ella.

—Yo lo vi primero —replicó mi hermana tratando de quitarme el pan.

—No, yo lo vi primero —contrapuse.

Los ojos de mi hermana se tonaron amarillos y me gruñó como loba, en nuestra cultura es una especie de última advertencia. Entonces mis ojos también se tornaron amarillos y gruñí más ferozmente. 

Entonces papá se metió en la conversación y nos arrebató el pan tostado y dijo:
—Pero yo lo quiero más.

Acto seguido comenzó a comerse la última rebanada de pan tostado enfrente de nosotras. Paola se retiró derrotada y yo me quedé viendo como lo que iba a ser mi postre se convirtió en el postre de papá.

—Gordo, ¿por qué no les diste una mitad a cada una? —preguntó mamá cuestionando la acción de papá.

—A ese paso iban a hacerlo trizas, flaca —justificó papá dándole la última mordida al pan tostado.

Papá se levantó y fue al baño a lavarse los dientes, o como decimos entre nosotros "afilarnos los colmillos" porque en cinco minutos tenía que irse para llevar a mi hermana a la universidad e ir a la constructora donde él trabaja.

Aparece mi hermana con su mochila en la espalda lista para otro martes en la universidad yendo a la cocina para servirse café en su termo del popular dúo femenino Ha*Ash que le compré por su cumpleaños.

—Hija, hoy tenemos reunión —recordó mamá a Paola—, no llegues tarde.

Las reuniones son las ocasiones en las que los hombres y mujeres lobo de una zona específica se congregan para discutir algún tema.

—No lo haré, mamá —prometió Paola mientras recibía un beso en la frente de mamá.

—Que te vaya bien —deseó mamá.

—Gracias, mamá.

—¡Vámonos! —exclamó papá cuando salió del baño— ¡Adiós! —se despidió de mamá y de mí.

Paola siguió a papá hacía la puerta y cuando se cruzó con mi mirada me sacó la lengua.

—También te un lindo día —le contesté con ironía.

A los tres segundos papá regresó porque no llevaba las llaves de su carro, lo bueno es que estaban en el lugar donde siempre las deja.

Así son las mañanas de la familia García-Chaves.