El monstruo de humo
No podíamos quedarnos a charlar más tiempo, teníamos que movernos lo antes posible antes de que nos atraparan como hicieron con "Carlos". Lucía y Eddie se llevaron a Jeff y yo regresé a casa pasada la una de la mañana.
Regresé a mi forma humana y entré a mi casa a hurtadillas para no hacer ruido y despertar a todos, más que nada porque estaba desnuda. Logré vestirme y meterme en mi cama sin ser vista. No obstante no tenía caso estar en una cama, lo que recién viví no me dejaba pegar ojo. Carlos, mi compañero de trabajo, resultó ser un disfraz para una baba extraña y me topé con un cúmulo de humo viviente que podía convertirte en un saco de piel. Definitivamente eran demasiadas cosa por asimilar. Tardé horas en quedarme dormida y mi calidad de sueño fue pésima. Sentí que el momento en que justo pude cerrar los ojos, sonó la pinche alarma que la pendeja de yo se le olvidó desactivar. Ya no había necesidad de levantarse temprano, las labores estaban suspendidas hasta nuevo aviso.
—¡No puede ser! —exclamó Paola cubriéndose la cara con su almohada.
Golpeé el despertador para callarlo y me levanté resignada a que no iba a dormir en un futuro próximo. Bajé a la cocina para empezar a hacer el desayuno mientras tanto encendí la televisión. El canal que estaba puesto era el de las noticias locales, como no, y lo mantuve ahí. Contaron que tras el toque de queda, la policía patrulló las calles de Juárez en caso de que pudieran encontrar algún indicio de lo que estaba sucediendo y un par de ellos se enfrentaron a un humo viviente pero que sólo uno pudo sobrevivir.
Las declaraciones del superviviente contaban que su pareja de patrullaje iba manejando una unidad y fue quien notó que en el cielo se encontraba ese humo viviente. Ambos bajaron del vehículo y el humo viviente al parecer lo vio porque de inmediato empezó a acercarse a ellos. Los policías le dispararon al humo lo que no causó ningún efecto y el humo se abalanzó sobre el conductor y se metió a él a través de sus oídos, su boca y su nariz. En cuestión de segundos, el humo salió del cuerpo del ya difunto policía y pasó frente al sobreviviente haciéndolo retroceder hasta tropezar con la patrulla y golpear su cabeza contra el parabrisas, quedando inconsciente.
Ese cúmulo de humo se había cobrado otra vida y se hubiera cobrado la mía, la de Lucía, la de Eddie o la de Jeff de no ser porque usé mis poderes que seguía sin entender qué hacían realmente, pero de alguna manera le hizo daño al humo viviente. Papá y mamá no tardaron en bajar y juntos tomamos el desayuno. Me preguntaron cómo me había ido la noche anterior y les conté todo con lujo de detalles, excepto la parte de "Carlos".
Tras eso comenzaron a especular sobre si mi poder podría detener al cúmulo de humo asesino. Entonces, escuché que estaba recibiendo una llamada. Subí hasta mi cuarto donde Paola seguía durmiendo a pesar del sonido. Salí a un balcón para que nadie escuchara mi conversación. El nombre de "Carlos Oficina" apareció en la pantalla de mi celular y pensé dos veces antes de responder.
—¿Bueno?
—¡Oh, Emma, qué alivio que contestaste! —exclamó mi compañero desde el otro lado de la línea—. Escucha, cómo ya sabrás, la policía me arrestó por violar el toque de queda. Me retuvieron por seis horas y ahora ya estoy fuera y me preguntaba si podías pasar por mí a la cárcel municipal.
—Supongo que podría hacerlo —contesté—. Pero si lo hago deberás explicarme todo.
—Por supuesto, por eso te llamé, te debo una explicación.
—Igual que yo.
—Te espero, entonces.
—Voy para allá.
Me vestí y salí aunque mamá me decía que era peligroso salir. Conduje hasta la cárcel municipal que se encuentra sobre la calle 16 de septiembre. Mi compañero de trabajo, si es que era realmente él, entró a mi auto después de que lo llamé con el claxon.
—Hola —saludó.
—Hola —respondí mientras ponía el auto en marcha.
—Entiendo que lo que pasó ayer debió ser inesperado y que tendrás miles de preguntas —comenzó—. Te voy a contar mi historia, después de eso me puedes dejar de hablar y, si así lo quieres, desapareceré de tu vida y no me volverás a ver.
Así, el ser que iba en el asiento del copiloto me contó que era un ser de un planeta que ya no existe, que llegó a nuestro planeta como un medio desesperado por sobrevivir, que empezó a usar el cuerpo de un gringo que murió en un accidente automovilístico llamado Carlos Flores para pasar desapercibido, que se conoció un par de personas que lo ayudaron, que al tomar el cuerpo de Carlos Flores se vio envuelto en sus problemas personales y que tuvo que librarse de esos problemas.
—¿Exactamente cómo te ayudó Miranda? —pregunté después de su relato.
—Resultó que Miranda vivía aquí, en Ciudad Juárez y me dijo que si necesitaba ayuda, era bien recibido con él... perdón, con ella —ante su equivocación, explicó—. Es que Miranda y Minerva en realidad son hombres, pero se identifican como mujeres, de hecho dan espectáculos de...¿cómo les llaman?
—¿Travestis? —supuse.
—¡Eso, travestis! —exclamó Carlibus.
—Viajé de Houston hasta aquí para ver a Miranda. Me enseñó cómo se vive en este lado del mundo y hasta me ayudó a buscar un departamento cuando rechacé su oferta de vivir con ella porque no quería molestarla —contó—. La hermana de Carlos se resistió al principio, pero al final aceptó el hecho de que me iría. Hice los tramites necesarios para legalizar mi estancia y saqué un permiso para trabajar.
—Y fue así que terminaste en la oficina —complementé cuando todas las piezas del rompecabezas se unieron en mi cabeza.
—Carlos trabajaba vendiendo autos Honda, su currículum se veía muy atractivo.
Cuando escuché la historia completa de Carlibus no podía odiarlo ni tampoco culparlo por lo que hizo. Todo lo que hizo fue por sobrevivir en un planeta completamente extraño cuando el suyo dejó de existir. Además, todo ese tiempo conviví con él y siempre me pareció un sujeto agradable, no vi porque eso debía cambiar. Solamente ahora era un extraterrestre agradable.
—Pero toda tu historia no explica qué hacías anoche en esa construcción.
—Curiosidad —replicó—. Sentí que aquellos sucesos eran obra de algo fuera de este mundo, de algo extraterrestre, lo cual es algo de lo que estoy familiarizado —bromeó—. Salí para investigar y cuando vi a aquel monstruo de humo anoche, pude confirmar que lo que sucedía no podía ser algo de este mundo.
—Es cierto, ¿Carlibus?
—Puedes llamarme Carl, suena más humano —sonrió—. Ahora es tu turno, Emma. ¿Cómo es que eres una mujer loba?
Comencé a contarle sobre la evolución y los genes de los lobos y la historia que tú ya conoces.
—Fascinante —articuló impresionado—. ¿Entonces tú fuiste la razón por la que el monstruo de humo se retirara?
—Supongo, este poder misterioso parece que lo pudo debilitar —asentí sabiendo hacía adonde ir—. Por cierto, me gusta el nombre del monstruo de humo.
Así nació el nombre del monstruo de humo, porque a Carl se le ocurrió. Manejé hasta la casa de Eddie con la esperanza de que Jeff Keller pudiera darme un par de respuestas, él sufrió mi poder en carne propia, así que él podría saber qué hace exactamente. Le pedí a Carl que se quedara en el auto. Al llegar, se encontraban Eddie, su abuela, Jeff y Lucía.
Eddie, Jeff y Lucía estaban en la sala mirando en Canal 5 "Rocky". La abuela del menor estaba en la cocina.
—Jeff —lo llamé—. ¿Puedo hablar contigo, por favor?
—¿Segura que no me vas a matar esta vez? —contestó groseramente sin siquiera mirarme, pues me daba la espalda con el sillón en el que se encontraba sentado.
—¿A qué te refieres?
Logré que se pusiera de pie y estuviéramos frente a frente. Ya no usaba su chaqueta negra revelando sus brazos musculosos llenos de cicatrices. Su mirada de pistola irradiaba odio y resentimiento.
—No seas sínica, pelirroja, ¿en serio no sabes lo que me hiciste?
—Te prometo que hasta ese momento no sabía que podía hacer eso. Si no me crees, escucha mis latidos y huéleme.
Lo vi respirar varias veces seguidas, sí me olfateó. Por ende, también escuchó mi ritmo cardiaco. No mentía y él lo supo. Su duro y frío semblante se relajó un poco.
—Lamento mucho que hayas sufrido eso, pero necesito que me digas qué es lo que hace mi poder, tal vez así pueda derrotar al monstruo de humo.
—¿Monstruo de humo?
—¿Monstruo de humo? —repitieron Jeff y Lucía al unísono.
—Sí, monstruo de humo —confirmé.
—Me gusta —intervino Eddie—. Me recuerda a una canción que le gustaba a mamá.
—"La Chica de Humo" —aclaró la abuela de Eddie saliendo de la cocina—. Buenas tardes, Emma.
—Buenas tardes, señora.
—Tengo una condición —habló Jeff.
—¡No tienes derecho de negociar, coyote! —prohibió Lucía.
—¿Qué quieres? —le respondí.
Lucía iba a protestar pero la abuela de Eddie la detuvo con un gesto con la cabeza.
—Mañana me acompañarán a Nuevo México y les dirán a todos que me respeten. Como ustedes son la ley, no les quedará más remedio que obedecer.
—Hecho —accedí mientras Lucía me lanzaba una mirada asesina.
—Esa noche, durante la pelea, me miraste fijamente y tus ojos se tornaron amarillos y sentí como si un millón de cuchillos me cortaran la piel —relató mi contrincante—. Sentí como si partes de mí desparecían. Supongo que es lo que le estabas haciendo también a esa cosa, lo estabas haciendo desparecer.
—Tiene sentido —manifestó Eddie mirándome a mí desde el sillón—. Lucía, tú yo podemos manipular la materia, pero tú, Emma, también puedes destruirla, hacerla desaparecer.
—La materia es todo lo que ocupa un lugar en el espacio —recordé mis clases de física y de química.
—Y el humo ocupa un lugar en el espacio —complementó Lucía comprendiendo todo.
—¡Exacto! —afirmó Eddie emocionado—. ¡Emma, tú tienes el poder de destruir al monstruo de humo!
—Creo que la patrulla de medianoche debe reunirse de nuevo— sonreí.
—Hagan que esa cosa se vaya a chingar a su madre —dijo la abuela de Eddie.
Esa noche, mi tío Plutarco fue quien se quedó a cuidar a la abuela de Eddie y a vigilar al coyote, Mocte estaba cansado y no queríamos molestarlo. Como lobos, Lucía, Eddie y yo volvimos a reunirnos en el mismo punto de la noche anterior. También Carl se nos unió a la aventura en su forma de extraterrestre. Insistió mucho cuando le conté el plan ya que cuando volví al auto, me preguntó porqué me había tardado tanto.
—¿Listos para chingarnos al monstruo de humo? —pregunté cuando llegué.
—¡Vamos! —ladró Eddie.
—Silencio —reprendió Lucía—. Andando.
—¡Esperen! —pidió Carl arrastrándose hasta nosotros.
Antes de que Lucía repusiera algo les dije que él iba conmigo. Me eché en el suelo para que Carl se pusiera sobre mi lomo porque no iba a poder seguirnos el paso. Comprendió rápido y se subió sobre mí. Comenzamos a correr por las calles de Juárez con una cosa segura en la mente: el monstruo iba a morir esa misma noche.
Nuestros pasos nos llevaron hasta aquella calle con la que soñé esa noche en el desierto. Nos detuvimos porque supimos que el monstruo de humo estaba cerca, lo podíamos sentir. Carl se bajó de mí y comenzó a mirar a todos lados.
—¿Sienten eso? —inquirió Eddie.
—Sí —confirmé.
—Matenganse alerta —comentó Lucía—. Esa cosa podría salir de cualquier lado.
Recordé mi sueño. El monstruo de humo aparecía detrás mío y me volteé. Mi sexto sentido era muy acertado, demasiado, porque justo cuando me di la vuelta, el monstruo de humo apareció e iba en picada hacía donde estaba Lucía.
Yo corrí y me interpuce entre la mujer que me odia tanto y el monstruo de humo. Miré al monstruo fijamente y sentí la misma descarga eléctrica de la noche anterior y el humo comenzó a retorcerse, pedazos de él se estaban destruyendo. Pero nuevamente el monstruo no se iba a dejar vencer tan fácilmente y se movió bruscamente hasta escapar de mi vista.
Ese fue el momento en el que agradecí traer a Carl. ¿Recuerdan que les dije que su cuerpo era como una baba viscosa?, pues se estiró hasta llegar a la altura del monstruo de humo y lo envolvió, era como si se hubiera tragado al monstruo. Su cuerpo se adaptó al tamaño justo para almacenar todo el humo. Claro que no iba a durar por siempre, podía ver a través de él, literalmente, y el monstruo empezó a comerse a Carl desde adentro.
Intercambiamos miradas y él asintió como una manera de decirme "Hazlo". Supe que me estaba ayudando a contener al monstruo para que yo pudiera destruir. Y eso es justamente lo que hice.
Fijé mi vista en el monstruo de humo dentro del cuerpo gelatinoso de Carl. El humo se retorcía pero ya no podía escapar y poco a poco se disipaba más y más hasta que lo destruí por completo.
Carl se desparramó sobre el asfalto y yo corrí a su lado.
—Lo hiciste, Emma —sonrió débilmente.
El sonido de una patrulla nos alertó que debíamos irnos. Por la prisa abrí mi hocico y tomé que Carl con mis dientes no muy fuerte para no lastimarlo y hui junto a mis compañeros de la patrulla de medianoche.
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