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El callejón de los aullidos

Los hombres y las mujeres lobo de Juárez se reúnen en un restaurante cuyo dueño es un hombre lobo. Su nombre es Esteban, es alto, su cabello es negro, su piel es morena, su complexión es robusta a pesar de que está delgado y sus ojos grandes son de un marrón oscuro y tienen la forma de un par de almendras.

Cuando su restaurante no está abierto al público en general y cuando todos los empleados se van, es cuando los lobos entramos por la parte de atrás para no levantar sospechas. La parte de atrás del restaurante de Estaban se encuentra en el callejón de los aullidos. En realidad, el callejón no tiene nada de especial, pero entre la comunidad de lobos le llamamos así.

Papá, mamá, Paola y yo estábamos listos para partir al callejón de los aullidos. Desde el día que nací, soy famosa entre la comunidad de los lobos porque, como lo comenté hace rato, además de tener el olfato y el oído de lobo, tengo la capacidad de alterar la realidad. Ese extraordinario poder no es nada común entre los lobos. Actualmente, cuatro lobos, incluyéndome a mí, lo tienen. Al nacer con ese poder, prácticamente pasas a ser el elegido de la manada para pelear contra el elegido de los coyotes. Es un hecho que todos saben y es el tema que mi familia y yo teníamos en mente en todo el camino. Fue papá el que rompió el silencio y tocó el tema.

—¿Cómo te encuentras, Emma?

—Me siento nerviosa —admití—. No sé si podré defender la manada.

Me encontré con los ojos de papá en el espejo retrovisor.

—No te preocupes por eso, hija. Tú eres chingona, los coyotes no tendrán oportunidad contra ti si eres la elegida.

—Tiene razón, Emma —dijo mamá—. Tu poder es más grande de lo que te imaginas. Si resultas ser la elegida, da tu mejor esfuerzo mañana y no te subestimes, así ganarás.

—Les prometo que daré mi mejor esfuerzo.

Para cuando llegamos, muchos autos ya estaban estacionados cerca del restaurante, aunque nos costó un poco encontrar estacionamiento, estábamos caminando por el callejón de los aullidos veinte minutos antes de las diez de la noche, hora en la que la reunión comenzaría.

Al entrar al restaurante, Esteban nos recibió amablemente. Aún estaba vestido con su mandil blanco con algunas manchas de comida.

—Buenas noches, en las mesas tenemos botanas y ya saben que pueden tomar cerveza del refrigerador —nos anunció Esteban.

—Te voy a tomar la palabra, Esteban —replicó papá yendo al refrigerador lleno de latas de Tecate y Corona Light

Nosotras nos adelantamos y agarramos una de las últimas mesas que quedaban desocupadas. Casi al instante nos abordó Moctezuma, el integrante más viejo y líder de la manada. Su característico cabello negro veteado de gris y largo estaba recogido en una trenza, usaba un sombrero de baquero negro, es alto y su cara morena y arrugada nos regaló una sonrisa.

—Buenas noches, familia García-Chaves.

—Buenas noches, Mocte
—Buenas noches, Mocte —replicamos mamá y yo al unísono.

Mocte, que es el apodo que le decimos a nuestro líder, nació con la capacidad de alterar la realidad, pero por su edad avanzada ya no es candidato a ser el elegido para pelear. Lo que nos deja tres opciones.

—Es un gusto saludarlos —agrega Mocte antes de ser interrumpido por Lucía.

—Papá, ya vamos a comenzar —avisa ella.

Lucía es otra de las candidatas y es hija de Mocte. A decir verdad, ella y yo nunca nos hemos llevado bien. Tiene mi edad y mi complexión delgada, su piel es más clara que la de su papá, su cabello es una melena castaña, sus ojos son verdes y es más bajita que yo. Dicen que se parece a su mamá que murió dando a luz.

—Ya voy, hija —habló Mocte para luego volverse con nosotras—. Con permiso.

En eso llegó mi papá con dos latas de Tecate, una era para él y la otra se la ofreció a mamá pero la rechazó, así que terminó cayendo en mis manos.

—¿No te da vergüenza? —regañó mamá a Paola, pero ella estaba con sus audiófonos puestos pero mamá se los arrebató—. Parece que no te educamos, deja eso ya.

Paola de mala gana dejó su celular y sus audífonos en uno de los bolsillos de su chaqueta de mezclilla y se cruzó de brazos.

—¡Bienvenidos a todos y buenas noches! —comenzó Moctezuma en voz alta para hacer callar a todos—. Hombres y mujeres lobo de Heroica Ciudad Juárez, estamos aquí reunidos esta noche de vísperas de luna llena para elegir quién luchará contra el elegido de nuestros rivales, los coyotes.

El restaurante se llenó de abucheos y uno que otro insulto hacía los coyotes.

—Como saben ya, sólo tres integrantes de nuestra manada podrán hacerle frente al elegido de los coyotes por la increíble habilidad que tienen desde que nacieron. Primero, mi hija, Lucía.

Entonces Lucía se levantó y se posicionó en medio de la zona del comedor.

—Emma, de la familia García-Chaves.

Tragué saliva antes de levantarme y posicionarme junto a Lucía. No sé si era sensación mía, pero juraría que todos me miraban. Éramos alrededor de doscientas personas ahí dentro. Hubo algunos que no alcanzaron mesa y estaban de pie.

—Y por último pero no menos importante, Eddie de la familia Zepeda-Hernández.

Eddie tiene la edad de Paola, mas no estudia la universidad. Es un muchacho apuesto, musculoso, moreno, de la estatura de Lucía, cabello corto de color castaño oscuro y de mirada profunda color avellana. Vive con su abuela materna porque sus papás murieron cuando el tenía diecisiete. En lo que pasaba al frente se escuchó uno que otro chiflido.

—Hola —me saludó Eddie con amabilidad.

—Hola —devolví el saludo.

Escuché sus latidos acelerados. Pensé que se encontraba nervioso aunque no lo demostraba.

—Lobas y lobos, estamos en una democracia, así que levanten la mano al escuchar el nombre de su candidato preferido —pidió Mocte—. Lucía Iglesias Huerta.

Varias personas levantaron la mano.

—Setenta y dos votos para Lucía —indicó Esteban.

—Emma García Cheves —me nombró el líder.

Más personas levantaron la mano.

—Ochenta y cuatro votos para Emma —volvió a revelar Esteban.

—Eddie Yamir Zepeda Hernández.

Pocas manos se alzaron, muchas de ellas eran de chicas.

—Cuarenta y cuatro votos para Eddie —informó Esteban—. ¡Nuestra elegida es Emma García-Chaves!

Y todos, excepto Lucía y yo, comenzaron a aplaudir.

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