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Compañeros queridos y no queridos de trabajo

Un martes más, un día más de trabajo. Así es, nosotros también trabajamos como ustedes los humanos. Nos partimos el lomo todos los días para llevar comida a casa, somos gente honrada con oficios decentes. Yo trabajo en una agencia de seguros, lo que significa que estoy ocho horas sentada frente a una computadora registrando, modificando o revisando seguros de la base de datos de la empresa. Como todos los días, después de desayunar corro para bañarme y alistarme para ir al trabajo, agarro mis llaves y me voy a trabajar.

Siempre que estoy camino al trabajo me gusta pasar frente a la Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe, que se encuentra en el centro de Juárez. Esa iglesia tiene algo que me sube el ánimo. Me recuerda a mi abuela, quien era muy devota, y a su vez ella me recuerda a mi familia que es por lo que estoy luchando cada día. 

Continuo mi trayecto hasta la oficina donde trabajo y me estaciono en la planta baja del edificio. Recuerdo que ese día que iba yo tan de buenas, bajé de mi carro y me encontré con la maravillosa sorpresa de que el elevador estaba vacío, las puertas se comenzaron a cerrar pero entonces apareció ella con su vocecita chillona.

—¡Esperen, esperen! 

Y su mano que terminaban en unas uñas de acrílico decoradas logró detener las puertas del elevador volviéndose a abrir de nuevo. Y ahí estaba ella, Karen. Karen es la humana que más gorda me cae en este universo. Antes de que me juzguen, admítanlo, ustedes también tienen a su propia Karen, esa persona que con una sola palabra te puede amargar el día, esa persona que no te hizo nada pero hay algo en su persona que no te agrada y quieres estar lo más lejos posible de esa persona. Puede ser tu vecino, tu cuñada, tu suegra, algún sobrino, una prima, alguna compañera de clases, un maestro, un cliente quejoso, tu jefe o una compañera de trabajo, como es mi caso. Karen tenía su cabello "color chocolate" recogido en una cola que parece que es el único peinado que sabe hacerse porque todos los días lleva el mismo peinado. Ese día traía un saco y un pantalón color rosa pálido a juego, pero debajo del saco traía una blusa blanca que se le transparentaba todo, en pocas palabras podías verle el brasier. En una mano llevaba su bolso y en la otra su termo de Starbucks que apuesto a que está lleno de café del OXXO, el café Andatti, y lo lleva en ese termo para que todos crean que es de Starbucks.

—Buenos días, Emma —saludó Karen con una sonrisa cuando entra al elevador con ese tono tan falso de cordialidad.

No saben las ganas que me dieron aquella vez de gritarle, de maldecir cada aspecto de su existencia y darle a entender que no me vuelva a hablar en lo que le reste de su vida, pero no quería terminar en recursos humanos como cuando los niños se pelean en la escuela y los mandan a la dirección, o peor aún, demandada por agresión psicológica, porque Karen tiene cara de que haría algo así. Me contuve y le devolví la sonrisa.

—Buenos días, Karen.

Qué hipócrita me sentí. No obstante, existe un defecto de tener genes de lobo, tu sentido del olfato está tan desarrollado que puedes oler todas las cosas que están a tu alrededor. Ese día, como todos los demás, Karen no olía, apestaba a perfume. Mi olfato sufre ante su presencia porque de por sí su perfume tiene un olor fuerte que en lo personal no me gusta, ahora imagina que Karen se rocía más de diez veces ese perfume y la tienes a una corta distancia en un lugar encerrado. Ni siquiera el café Andatti podía contrarrestar el olor de Karen.

—Qué flojera, ¿verdad?, y apenas es martes —habló mi nada querida compañera.

—Ya sé, con ganas de que sea viernes —contesté para no ser maleducada.

—Por cierto, ¿te enteraste?

Ah sí, otra cosa que tampoco me gusta de Karen es que es chismosa, Pati Chapoy le queda guanga a Karen. ¿Conocen la novela colombiana "Betty, la fea"?, a veces pienso que el personaje de Patricia debió haber sido interpretada por Karen. Ya la puedo escuchar decir: tú sabes muy bien que a mí no me gusta meterme en chismes.

—¿Enterarme de qué? —fingí interés.

—Ya ves que Elvira, del sexto piso, se divorció desde hace tiempo. Bueno, hace días la vieron con un muchacho...

Entonces, el elevador se detuvo y se abrieron las puertas del segundo piso, mi salvación.

—Aquí me bajo —anunció.

—Para la siguiente te cuento con más calmita.

Asentí y salí de esa tortura llamada estar en un elevador con Karen. Caminé hasta llegar a mi lugar. Me senté en mi silla con ruedas y suspiré aliviada.

—Déjame adivinar, ¿Karen? 

—Sí, Vale, ¡fue horrible, fue horrible!

Me giré y a mi amiga Valentina. Ella es una persona sencilla, traía un pantalón y un saco azul oscuro y una blusa azul rey que le resaltaba sus ojos verdes. Valentina es alta y delgada y traía su cabello oscuro recogido en una trenza. Me levanté y la saludé de beso... aunque más bien fue un choque de mejillas.

—¿Qué vamos hacer con esa mujer? —dijo Vale mirando al techo.

—Personas como ella se buscan sus propios males —cité algo que mamá diría.

—Buenos días —nos saludó Carlos.

Carlos o Carl, como le dicen algunos, es un hombre algo robusto, no muy alto, moreno, de cabello negro y lentes que cubren sus ojos grises. Es simpático y agradable. Su lugar es frente al mío así que lo he tratado y puedo decir que lo estimo porque él sí trabaja no como cierta compañera que se chinga una botella de perfume a la semana. Cuenta que viene de Estados Unidos, de ahí a que algunos le digan Carl, pero que nació en una familia mexicana y decidió hacer su vida en México que porque no le gustaba mucho estar con los gringos.

—Buenos días, Carlos.
—Buenos días, Carlos —contestamos.

Y Carlos se sentó en su lugar.

—Ya me voy, Emma, no quiero que Tú-Ya-Sabes-Quién me vea fuera de mi lugar.

Valentina se fue a su lugar y yo me dispuse a comenzar a trabajar.

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