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Bajo la luna llena

Las horas pasaron y la noche se instaló sobre el desierto, las estrellas brillaban en todo su esplendor y la luna llena estaba tan grande que parecía que podías alcanzarla si te acercabas lo suficiente.

Los hombres y mujeres lobo comenzaron a reunirse con sus antorchas para presenciar la lucha que se celebra cada dos años. Y al mismo tiempo, los hombre y mujeres coyote hicieron lo mismo. Los coyotes sentían tensión porque temían que perdieran nuevamente.

Los lobos y los coyotes se miraron con repudio haciendo un circulo casi tan grande como la luna llena que estaba sobre ellos. En medio del circulo se puso Moctezuma y el líder de los coyotes, Abraham, un hombre un par de años más joven que el líder de los lobos, alto, de tez blanca, cabello rubio y corto y ojos azules. Llevaba puesto unos pantalones de mezclilla y su torso velludo y bien trabajado estaba cubierto por chaleco negro y nada más.

—Buenas noches, Abraham —saludó Moctezuma de manera neutral.

—Te ves muy confiado, Moctezuma, ¿te sientes con suerte? —replicó el líder de los coyotes engreídamente.

—Se podría decir que sí.

Abraham no esperó más para presumir al elegido de los coyotes así que, como si fuera un presentador de la WWE o de un circo se dirigió a todos los presentes.

—¡Damas y caballeros, les presento al elegido de los coyotes, un joven con grandes habilidades para pelear, atlético y de muy mal carácter, Jeff Keller!

Mientras los coyotes vitoreaban a su elegido, a ese tal Jeff Keller, un coyote de tamaño anormal apreció entre la gente. Su pelaje era dorado y sus grandes ojos eran azules grisáceos. Admito que Jeff sí se veía intimidante, pero yo no me iba a echar para atrás, no me gustaría perder por default

—¡Damas y caballeros, presentando en su primera pelea representando a los lobos, Emma García Chaves! —me presentó Mocte.

Llegó el momento de mi gran entrada. Aparecí ya transformada en la súper-loba que soy. Mi pelaje rojo y rizado cubría mi cuerpo, mis ojos decían que tenía ganas de pleito. Cuando estábamos frente a frente el coyote y yo, noté que teníamos el mismo tamaño, mas no la misma complexión. No exageraba Abraham al decir que mi rival era atlético, me atrevería a decir que tenía más masa muscular que Eddie.

—¡Recuerden que la lucha termina hasta que uno de los dos se rinda o no levantarse del suelo tras diez segundos —dijo Moctezuma— y no se deben matar entre ustedes!

—¡El ganador traerá honor a su manada y podrá ponerse encima de la especie perdedora —agregó Abraham—, y el perdedor, deshonrará a los suyos!

Me dio la sensación de que Abraham le decía esa última parte a Jeff. Por un momento sentí pena por él, pero no me iba a dejar ganar sólo por eso, si iba a perder sería dando guerra.  

Tanto lobos como coyotes gritaban el nombre de sus respectivo elegidos mientras que Moctezuma y Abraham se unían a la multitud, dando inicio a la pelea.

Jeff dio el primer ataque tratando de morderme pero yo lo esquivé. Escuché el bufé de su hocico, era uno molesto. Desafortunadamente, ya no pude esquivar su siguiente ataque que me hizo caer. Puso sus patas delanteras sobre mi pecho para que yo no pudiera levantarme. Empezó a gruñir revelando sus dientes filosos y una gran cantidad de saliva. Cuando una gran gota de su saliva me cayó en la cara, me enfurecí.

Me concentré en mi entorno, en mi rival y con mis poderes lo hice levitar quitándolo de encima y lo arrojé lejos de mí. La emoción que hasta ese momento tenían los coyotes comenzó a disminuir y la de mi manada aumentó. El coyote se levantó y comenzó a correr hacía mí pero di un poderoso ladrido que lo hizo caer y retumbó la tierra.

Aproveché que estaba aturdido para atacarlo. Intentó esquivarme pero no lo logró y le mordí en donde supongo están los riñones. Él aulló de dolor y utilizó la nula distancia entre nosotros para rasguñarme la cara, peligrosamente cerca de mi ojo izquierdo. 

Nos separamos y nos miramos cada desde un extremo del círculo. Mi boca me comenzó a saber a sangre, a su sangre pues mis colmillos estaban manchados de ella. Sentía como escurría mi propia sangre sobre mi cara. Estaba herida, pero más herido estaba él. Corrí hacía él, quien comenzó a girar y a girar para darme un coletazo en la cara. No bromeó cuando digo que, si los sabes hacer bien, duelen como un latigazo.

Mi rival se abalanzó sobre mí, más feroz que la primera vez y me mordió justamente donde yo lo mordí, en el mismo lado, pero más fuerte. Aullé de dolor y unas lágrimas salieron de mis ojos. Entendí que ya no estaba interesado en protegerse, ahora iba de lleno a atacarme. Algo me dijo que usara mis patas para clavarle mis garras en el cuello... y lo hice. Con mis garras, aunque debo admitir que le encajé más que mis garras, por poco y la mitad de mis patas terminan en su cuello... en fin, lo tomé del cuello haciéndolo sangrar al instante y no sé de donde saqué la fuerza para cargarlo con mis patas delanteras.

Nos miramos y vi la furia y el odio en sus ojos. No desperdicié la oportunidad y lo pateé fuertemente en la entrepierna con mis patas traseras. Sé que un golpe bajo, literalmente, pero siempre había querido hacer eso. La expresión de Jeff cambió de inmediato a una de dolor agudo, siendo coyote o siendo hombre, patearle en los huevos, es la debilidad de todo macho.

Ya no podía cargarlo así que lo dejé libre y en cuanto cayó sobre mí, nos hice rodar a pesar del dolor que sentía hasta que su espalda quedara contra la arena. Me alejé de él esperando que no se levantara en los siguientes diez segundos.

Todos comenzaron a contar pero yo sólo escuchaba el conteo de mi mente.
Uno, dos, tres, cuatro... y se levantó.

Tanto él como yo estábamos jodidos, pero aún así se levantó, como pudo, pero lo hizo. Hasta me volvió a gruñir. Yo me enojé porque no podía aceptar la derrota. Ladré otra vez, pero más fuerte esta vez para lanzarlo por los aires. Saqué a mi contrincantes del círculo y los hombres coyote se alejaron y me permitieron verlo tirado.

El conteo volvió a empezar.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho... y se volvió a levantar.

Di un largo aullido de frustración y algo sucedió, pero no logro recordar qué. Mi memoria eliminó esa pequeña pero importante parte y de lo que me acuerdo después es a Moctezuma diciéndome que pare. El ambiente olía, además de a sangre, a emoción y a miedo. Vi a los coyotes atentos adonde arrojé a su elegido, de ellos provenía el miedo. Obedecí, confundida, «¿qué estaba haciendo?», me pregunté y mi familia se acercó a mí y me dijeron que nos fuéramos.

Caminamos hacía mi tienda de campaña donde a medio camino, el dolor que sentía me hizo transformarme en una humana otra vez. De inmediato mamá me cubrió con una manta porque estaba desnuda y al llegar, entre ella y Paola me vendaron el abdomen, me pusieron una bandita en la cara y me vistieron. Estuvieron conmigo hasta que me quedé dormida.

Cuando desperté me sentía de la chingada, pero al menos mis heridas casi sanaban, es lo bueno de ser una mujer loba. Mi mamá estaba a mi lado y me ayudó a salir de la tienda. Ahí se encontraban papá, Paola y mi tío Plutarco en torno a una fogata en la que habían colocado una olla de birria.

—Buenos días, hija —me saludó papá—. ¿Cómo te sientes?

—Como si me hubieran tumbado, mordido y rasguñado —respondí entre quejidos.

—Pero al menos su sentido del humor sigue intacto —bromeó mi tío Plutarco quien recibió una patada en la espalda por parte de mamá—. ¡Oye! —se quejó él—. Por cierto, Emma, no sé cómo lo hiciste pero estuviste grandiosa anoche.

—Ojalá recordara el final —comenté.

—¿De verdad que no te acuerdas? —inquirió Paola—. Ese Jeff comenzó a retorcerse y luego... no sé cómo explicarlo, fue como si vibrara.

—Es cierto —agregó papá—. Se veía como una computadora con virus, se estaba distorsionando. Nunca había visto nada parecido.

Aquella descripción de los acontecimientos me parecía extraña, incluso siendo una mujer que se puede transformar en una loba gigante.

—¿Y quién ganó? —pregunté.

—¡Tú por supuesto! —contestó mi tío como si fuera algo obvio—. Ese pendejo se destransformó y se rindió. ¡Fue increíble!

Sentí alivio al saber que no maté al elegido de los coyotes, pero también me sentí confundida, ¿lo que pasó había sido mi culpa?, ¿cómo lo hice?, ¿por qué no puedo recordarlo?

Eran demasiadas preguntas que decidí ignorar por el momento, sólo quería recuperarme lo mejor posible. Menos mal que pedí dos días en el trabajo.

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